El poder de los discípulos de Jesucristo es el servicio.

Mons. Rutilo Muñoz Zamora
Mons. Rutilo Muñoz Zamora

Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’. (Mt 25, 34-40).

Hemos llegado al final de un año más de vida en la comunidad de la Iglesia en relación con las celebraciones litúrgicas, de manera especial, en las misas de cada domingo. Se culmina con el domingo de Cristo Rey del Universo, una fiesta que fue instituida por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, y busca hoy resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos.

En la mayoría de los ambientes en que nos movemos, sobre todo en las areas de la economía, la política, los cargos sociales, inclusive en las profesiones, lo que más se busca es conseguir ganancias, prestigio, y ,sobre todo, adquirir poder para dominar a los demás. Es dar amplio espacio a la mentalidad de la ley del más fuerte,  utilizando todo tipo de acciones cargadas de injusticias, egoísmos. En esta forma de vida existe únicamente el yo y todo lo que redunde en beneficio personal. El otro, los demás, no tienen lugar en los planes y actividades para compartir con ellos nuestros bienes, talentos, tiempo, la vida. Esta concepción de la vida humana daría por valida la ideología de que el hombre es un lobo para el hombre, una frase usada por el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651) aludiendo que el estado natural del hombre lo lleva a una lucha continua contra su prójimo. Es una metafora referida al animal salvaje que el hombre lleva por dentro, que lo puede llevar a realizar grandes atrocidades contra las demás personas: guerras, atentados, asesinatos, etc.

¿Qué pensamos hoy  sobre esta mentalidad de buscar tener poder para dominar? Como creyentes respondemos que no es este el estilo para desarrollar nuestra vida y misión. Por la gracia de la redención en Jesucristo hemos sido liberados del hombre viejo dominado por el pecado, el egoísmo, el mal. Pero esta vida nueva requiere de nuestra aceptación de la gracia redentora de Dios manifestada en su Hijo Jesús, de una colaboración basada tambien en la libertad.

Creemos firmemente como personas e hijos de Dios que nuestra vida tiene sentido auténtico cuando se desarrolla, día a día, en aprender y practicar el amor, la entrega a favor del prójimo, compartiendo lo que somos y tenemos para ayudar a los demás.

El texto que ilumina nuestra reflexión es parte del evangelio de San Mateo que se proclama el domingo de la fiesta de Cristo Rey (Mt 25, 34-40). Es el gran protocolo para ser reconocidos por Dios como sus amigos después del termino de la vida terrena, y tiene como examen definitivo mostrar si fuimos los hacedores del amor solidario, de manera especial, con los más pequeños, los pobres, resaltando rostros concretos donde estaba presente el Señor:  estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme.

Un mensaje inquietante para que revisemos nuestro estilo de vida en el tiempo histórico que nos ha tocado asumir. Repensar que el poder más grande que tenemos es el amor, la caridad, concretizados en el servicio para hacernos de verdad prójimos de los demás, cercanos, solidarios,  con los desafios propios, por ejemplo, de la crisis sanitaria del Covid-19. Este servicio  debe ser manifestado con sencillez, gratuidad, sin condiciones, sin límites. Es el ejercicio de la misericordia al estilo del buen samaritano, que se detiene y auxilia a su projimo, asaltado y malherido, desde el inicio hasta su recuperación total. Es el camino, el del amor misericordioso, el que da forma específica a la vocación de la santidad de todos los discípulos de Jesucristo. El Papa Francisco nos lo recuerda de manera admirable:

Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso es ser cristianos! ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano? (1).

¿Cómo lograr entrar en este dinamismo de ejercicio permanente de amor misericordioso? Se requiere por una parte de una relación  personal y profunda con el Señor Jesús, una unión interior con él, asumir su gracia; la oración cotidiana, la reflexión de su Palabra, alimentarnos de la Sagrada Eucaristía. Si no cuidamos estos medios el peligro es que se convierta nuestro servicio en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron los grandes santos. Y por otro lado también es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, populista. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente (2).

Respondamos como buenos amigos de Jesucristo con pruebas creíbles, efectivas en nuestros espacios de la vida personal, familiar, y con mucha dedicación también en la vida social, necesitada del poder del servicio lleno de gratuidad y solidaridad que hace nuevamente creíble que el amor todo lo puede, todo lo transforma y llena la vida de luz y esperanza. También  porque confiamos ser recibidos y reconocidos por Dios despues de nuestra vida terrena como verdaderos amigos suyos.

(1).-Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, 98
(2).- Ibid.101

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Obispo de la Diócesis de Coatzacoalcos