La misa no puede ser sólo escuchada, como si nosotros fuéramos solo espectadores de algo que se desliza sin involucrarnos. La Misa siempre es celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los cristianos que la viven. En la Audiencia General del miércoles 3 de febrero el Papa Francisco reflexionó sobre el nexo entre la oración y la liturgia.
Francisco comenzó recordando que a lo largo de la historia de la Iglesia ha estado presente la tentación de practicar un “cristianismo intimista”, es decir, una religiosidad que no reconocía a la liturgia su importancia espiritual. Esto llevó a que muchos fieles, participando incluso a la Misa dominical, le hayan quitado importancia, y hayan buscado alimento para su fe y su vida espiritual en fuentes devocionales y no en la liturgia.
La espiritualidad cristiana tiene sus raíces en la celebración de los santos misterios.
Sin embargo, en los últimos decenios, la Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II subrayó la importancia en la vida de los cristianos de la divina liturgia, pues en ella se encuentra esa mediación objetiva solicitada por el hecho de que Jesucristo no es una idea o un sentimiento, sino una Persona viviente, y su Misterio, un evento histórico.
La oración de los cristianos pasa a través de mediaciones concretas: la Sagrada Escritura, los Sacramentos, los ritos litúrgicos, la comunidad. En la vida cristiana no se prescinde de la esfera corpórea y material, porque en Jesucristo esta se ha convertido en camino de salvación. Podríamos decir que incluso sí, ahora tenemos que rezar con el cuerpo. El cuerpo entra en la oración.
Un cristianismo sin liturgia es un cristianismo sin Cristo.
La liturgia, explicó el Papa, “no es solo oración espontánea, sino acción de la Iglesia y encuentro con Cristo mismo”, y, por lo tanto, “no existe espiritualidad cristiana que no tenga como fuente la celebración de los divinos misterios”.
La liturgia es evento, es acontecimiento, es presencia, es encuentro. Es un encuentro con Cristo. Cristo se hace presente en el Espíritu Santo a través de los signos sacramentales: de aquí deriva para nosotros los cristianos la necesidad de participar en los divinos misterios. Un cristianismo sin liturgia me atrevería a decir que quizás es un cristianismo sin Cristo.
Incluso en el rito más despojado, – afirmó el Santo Padre- como el que algunos cristianos han celebrado y celebran en los lugares de prisión, o en el escondite de una casa durante los tiempos de persecución, Cristo se hace realmente presente y se dona a sus fieles.
La liturgia pide ser celebrada con fervor.
La liturgia, además, pide ser celebrada “con fervor”, para “que la gracia derramada en el rito no se disperse, sino que alcance la vivencia de cada uno”.
Cada vez que celebramos un Bautismo, o consagramos el pan y el vino en la Eucaristía, o ungimos con óleo santo el cuerpo de un enfermo, ¡Cristo está aquí! Es Él quien hace, es Él quien está presente. Está presente como cuando sanaba los miembros débiles de un enfermo, o entregaba en la Última Cena su testamento para la salvación del mundo.
La Misa no puede ser sólo “escuchada”.
Así, la Misa no puede ser solo “escuchada”: “voy a escuchar misa”, no es una expresión “correcta”, dijo Francisco, porque la misa “es siempre celebrada”:
La misa no se puede escuchar sin más, como si nosotros fuéramos solo espectadores de algo que se desliza sin involucrarnos. La Misa siempre es celebrada, y no solo por el sacerdote que la preside, sino por todos los cristianos que la viven. ¡El centro es Cristo! Todos nosotros, en la diversidad de los dones y de los ministerios, todos nos unimos a su acción, porque es Él, Cristo, el Protagonista de la liturgia.
En la liturgia rezas con Cristo a tu lado.
El Pontífice hizo presente que cuando los primeros cristianos empezaron a vivir su culto, lo hicieron «actualizando los gestos y las palabras de Jesús», con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que su vida, alcanzada por esa gracia, se convirtiera en sacrificio espiritual ofrecido a Dios. Un enfoque que fue una “revolución”, pues la vida está llamada a convertirse en culto a Dios. Algo que, sin embargo, “no puede suceder sin la oración, especialmente, la oración litúrgica”.
Que este pensamiento nos ayude a todos cuando vamos a misa el domingo: voy a rezar en comunidad, voy a rezar con Cristo que está presente. Cuando vamos a la celebración de un bautismo, por ejemplo, está Cristo allí, presente, que bautiza. «Pero, padre, esto es una idea, una forma de decir…»: no, no es una forma de decir. Cristo está presente y en la liturgia rezas con Cristo a tu lado.
Vatican News.