Ha muerto de coronavirus a los 68 años en Estados Unidos el misionero navarro José Luis Garayoa, sacerdote agustino recoleto, que tenía la Medalla de Oro de Navarra en representación de los misioneros navarros por el mundo.
Garayoa, como otros sacerdotes misioneros, era un tipo duro: en África sufrió las fiebres tifoideas y la malaria; en 2014 se encontró en plena emergencia de la epidemia de ébola en Sierra Leona y la contó en las televisiones españolas. Y en febrero de 1998 los españoles sufrían con su historia en los telediarios porque había sido secuestrado por una guerrilla al poco de llegar a Sierra Leona. Como él explicaba, «un día te fusilaban y dos días después fui liberado». Desde 2015 trabajaba con migrantes hispanos en El Paso (Texas, Estados Unidos).
El coronavirus ha acabado con su vida este martes, según confirman fuentes de los agustinos recoletos al semanario católico Alfa y Omega, con el que que colaboraba contando historias de migrantes en hispanos en Texas. Siempre fue un buen comunicador y solía hacer multitud de fotos para compartir con amigos, donantes de las misiones, Obras Misionales, las asociaciones recoletas o la prensa en general. En su completa web https://joseluisgarayoa.com recogía incluso portadas y reportajes de los diarios que recogían sus experiencias de misión, secuestro o ébola.
Hay algo paradójico en que sobreviviera a enfermedades ancestrales y a guerras del siglo XX en lo más pobre de África para fallecer en los ricos Estados Unidos (aunque trabajando con los pobres) de una enfermedad novedosa, casi de ciencia ficción distópica.
Garayoa habla sobre sus experiencias: «el día 25 te fusilan y el 27 te liberan» (4 min.)
Sacerdote desde los 24 años
José Luis Garayoa nació en Falces (Navarra) el 7 de agosto de 1952. Entró en los agustinos recoletos y fue ordenado sacerdote en 1976. Primero pidió ser enviado como misionero a la Sierra de Chihuahua, México. Luego trabajó en la Ciudad de los Niños, el proyecto socioeducativo de los Agustinos Recoletos en Costa Rica, y en Valladolid.
En 1998, con 22 años ya de experiencia misionero, fue voluntariamente a servir en las pobrísimas e incipientes misiones agustinas en Sierra Leona, país que estuvo en guerra civil desde 1991 a principios de 2002. A los pocos meses de llegar, le secuestraron.
Dos semanas secuestrado en la selva
«Yo acababa de llegar y tenía fiebres tifoideas. Estaba recuperándome en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios en Mabesseneh cuando los rebeldes atacaron y nos llevaron como rehenes a tres religiosos, a un cooperante español y a mí», explicó en La Razón en una entrevista de 2011. Las televisiones y los diarios españoles se volcaron durante dos semanas en los misioneros secuestrados.
«Cada día celebraba la misa con mis compañeros, sentados en el suelo, con una cruz de madera; partíamos un poquito de pan y chupábamos las migas. Di la absolución general dos veces. El 25 de febrero nos querían fusilar a las 2 de la mañana. Nos abrazamos, nos despedimos, ¡y a morir por Dios! Yo no tenía miedo. Te fías de la misericordia de Dios», asegura.
Sin embargo, al final no los fusilaron. Tres días después, tropas de la ONU llegaron al campamento, empezó un tiroteo y los cautivos fueron liberados por los soldados. Podría servir a Dios otros 22 años en la tierra.
En 2011, Garayoa explicaba en La Razón que a él no le movía la solidaridad sino la fe y el Evangelio. «Después de pasar tres malarias, la solidaridad se acaba. Yo en tres años llevo 10 malarias y tres tifoideas. Si aguanto, es por fe, porque soy sacerdote y anuncio la Buena Nueva. En Sierra Leona atiendo partos e infecciones vaginales. ¡Soy ginecólogo autodidacta por fuerza!», añadía, mientras trataba de conseguir fondos y voluntarios para el dispensario ginecológico de sus misiones en Sierra Leona.
De 1998 a 2006 trabajó con inmigrantes hispanos en Nuevo México y a Texas, «gente sencilla que se estrellaba con una realidad dura». Después, en 2006, con 53 años, sus superiores le ofrecieron volver a Sierra Leona. «¡Estás gordo y viejo!», le decía la familia. Pero África le llamaba, como a tantos misioneros, y allí volvió. En blogs y con fotos contaba las mil iniciativas en las que se implicaba: pozos, dispensarios, escuelitas, capillas…
El padre José Luis Garayoa en un bautizo en Sierra Leona
Sierra Leona nunca ha salido del ránking de los 10 países más pobres del mundo y en Sierra Leona casi nadie sabe leer ni escribir, recordaba el misionero, añadiendo que era «el peor país para que nazca un niño», según Unicef. «A mí se me han muerto muchos bebés en los brazos», comentaba entristecido.
El sida, las niñas y las misas en África
En 2011, en La Razón, Garayoa comentaba la polémica de las campañas de reparto de condones contra el sida en África. «Cuesta menos dar un condón que educar», protestaba.
«Nosotros, en Sierra Leona, por primera vez, queremos dar formación, explicar qué es el amor cristiano, la fidelidad, la relación de pareja, formar a las mujeres… damos más becas de educación a las chicas, porque de lo contrario nunca estudiarían. Con 14 años ya les dicen que se casen para que las mantenga su marido». Sabía, como tantos y tantos promotores de escuelas en África, que escolarizar niñas -con servicio de comida a ser posible- es la mejor manera de protegerlas de abusos, pobreza, enfermedades sexuales, desnutrición y matrimonios precoces y forzados.
Garayoa adoraba las misas africanas. «La gente baila en la Eucaristía, la Palabra se proclama mientras se baila. La misa dura dos horas. Después de 10 años de guerra, el momento de darse la paz es intenso, largo y con muchos abrazos. El momento de las ofrendas es también muy largo, el cura se sienta y espera. Quien no puede dar nada se pone la mano en el corazón y ofrece su persona a Dios. África es baile y danza y música… Una misa allí te llena. Y hay cariño de acogida al que viene de fuera. Hasta los voluntarios poco creyentes me dicen: ‘¡que misa tan bonita!'»
La epidemia de ébola en 2014
La epidemia de ébola saltó de Liberia a Sierra Leona en 2014, con síntomas espantosos (hemorragias espectaculares), muy contagiosa, y casi sin cura, más allá de hacer transfusiones de sangre a los enfermos. Pero los misioneros españoles, con Garayoa al frente, anunciaron que se quedaban frente al ébola.
Médicos misioneros españoles de la orden de San Juan de Dios atendieron a los enfermos allí y se contagiaron. El religioso y médico español Manuel García Viejo se contagió en Sierra Leona, fue repatriado en septiembre y murió en España. El sacerdote Manuel Pajares se contagió en Liberia, fue repatriado en agosto y murió también en España. Los medios españoles planteaban el gran «peligro» de traer «religiosos infectados» y su enfermedad a España. Una enfermera en Madrid se infectó y las autoridades sanitarias mataron a su perro «Excalibur» por prudencia. Había quien pedía dejar morir a los religiosos y dejar vivir al perro.
En El Gato al Agua, en Intereconomía, Garayoa -que se quedaba con los perros de la gente que huía de la misión por el ébola- intervino por teléfono comentando lo que vivía desde África.
Garayoa comenta el ébola desde África (y la polémica del perro que mataron en España); minuto 8 en El Gato al Agua
En su blog también explicaba sus sentimientos: «Tengo miedo, mucho miedo, pero de una entrevista que leí hace tiempo se me grabaron a fuego estas palabras: El miedo es el asesino del corazón humano, porque con miedo es imposible ser feliz y hacer felices a los otros. Solo se puede afrontar el miedo con la aceptación, porque el miedo es resistencia a lo desconocido».
Entre las instrucciones que daba el gobierno de Sierra Leona, recuerda, «no comer carne de mono, ni de murciélagos, ni de puerco espines, ni de animales muertos. Tampoco tocar a los enfermos sospechosos, y simplificar los ritos funerarios porque el cadáver podría estar también contaminado. Ni me quiero acordar de todos los monos y puerco espines que me he comido celebrando San Francisco Javier, el santo Patrono de Kamayeh», escribía en abril.
Como autoridad sanitaria, Garayoa colaboró con Cáritas intentando convencer a la población y a los jefes tradicionales -en un país donde los católicos eran apenas un 5%- de que debían ir al hospital con síntomas y de que los muertos debían enterrarse a toda prisa, sin celebrar los largos y peligrosos ritos ancestrales de duelo social.
De vuelta con los migrantes de Texas
En 2015, tras la crisis del ébola, el misionero fue enviado a Nuevo México y a Texas, a trabajar de nuevo con los migrantes en Texas y Nuevo México. Acogía, formaba, animaba y denunciaba los abusos contra los migrantes y la falta de humanidad de muchas medidas migratorias locales. Durante varios meses de pandemia se volcó en las radios locales y redes con sus enseñanzas espirituales y predicaciones. Pero el coronavirus segó su vida.
Él, ginecólogo improvisado que ayudó a nacer niños y bautizó a muchos de ellos en el peor país para los niños, no celebrará la Navidad en la tierra, sino que acudirá con sus regalos a ver al Niño Jesús en el Cielo. Muchos amigos, sobre todo niños pobres, de esos que bautizaba y se le morían en brazos, le recibirán allí.
Garayoa habla del sentido de la vida en marzo de 2020 (una hora)
Con Información de Religión en Libertad/Pablo J. Ginés