Sin lugar a duda, el pontificado que acabó trajo impronta en la Iglesia católica, el Papa que hoy se llora quiso una mezcla de reformas audaces, aparejadas con gestos de humildad y contradicciones que han polarizado a fieles y clérigos por igual. En doce años, Francisco propuso llevar la Iglesia a las periferias, priorizando a los que llamó descartados y desafiando las estructuras tradicionales, dejando y deponiendo símbolos del poder papal, para hacerse una clase de Papa-Párroco.
Expertos vaticanistas como Giovanni Maria Vian han tomado este período como “un pontificado de luces y sombras,” y enfrenta ahora el escrutinio de un cónclave que determinará si la Iglesia seguirá por la vía de Francisco o retomará lo que el Papa depuso.
Francisco rompió moldes desde el inicio con un estilo de cercanía y deposición de signos. No ocupó el Palacio apostólico, exento de lujos, su estilo se consideró por demasiado “populismo pastoral”. Expertos en comunicación afirman que Francisco priorizó “abrazar antes que explicar,” por lo que conectó con las masas, pero generó controversias por declaraciones ambiguas.
Su énfasis en la justicia social, la ecología y los derechos humanos abrieron la puerta grupos que, no necesariamente, son empáticos con la doctrina de la Iglesia, sin embargo, el Papa quiso poner a la Iglesia en el foco de los desafíos globales; no obstante, ad intra, una de las polémicas está en la erradicación de los abusos clericales. Francisco eliminó el sigilo sacramental de este delito exigiendo rendición de cuentas, un logro significativo, aunque algunos críticos argumentan que no logró erradicar el problema por completo, uno de esos fue el controvertido caso Rupnik, al cual Francisco trató con demasiada suavidad.
El pontificado se desarrolló en un contexto de creciente polarización dentro de la Iglesia. Su apertura a temas como la inclusión de los LGBT y el rol de las mujeres generó entusiasmo entre los progresistas. Aunque estas polarizaciones no son nuevas, la situación refleja que las brechas pueden acentuarse más al punto que algunos aceptan que la Iglesia podría bordear el cisma. La polémica no es menor. Esos grupos contrarios a la doctrina de la Iglesia y a la pureza del Evangelio también se podrían valer de la figura de un “papa pobre” entre los pobres para que, de manera subrepticia, se detone la fidelidad al Evangelio.
Nada de lo anterior es ignorado por los 134 electores que, tras los novendiales de Papa difunto, se reunirán en la encerrona más famosa del mundo. La influencia de Francisco en el colegio cardenalicio es innegable: alrededor del 80% cardenales electores fueron nombrados por él, muchos de regiones del Sur Global, lo que refleja su visión de una Iglesia menos eurocéntrica.
El cónclave que se celebrará en mayo de 2025, tras los nueve días de luto de Francisco, será uno de los más internacionales y jóvenes de la historia. Tras el “Extra omnes,” del maestro de ceremonias, sus Eminencias enfrentarán la tarea de elegir un papa en un mundo marcado por crisis políticas, desigualdades y secularización, progresiva erosión de la fe, disminución de vocaciones y un agotamiento, en ciertas partes del mundo, de la evangelización.
¿Cuál será la opción de los cardenales? El Evangelio es novedad y signo de contradicción. No un club de “concertacesiones” ni antro de complacencias. Más que nunca debe ser respuesta fiel a un mensaje que es incómodo, incluso para los mismos que se gozaron de abrazar al jesuita “de estilo sencillo” y populismo pastoral, pero que odian encarnizadamente al Evangelio porque la Verdad no es carta de complacencias. La respuesta dependerá de los cardenales, pero como bien nos enseñó Nuestro Señor, “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.