La larga sombra de la protesta en la plaza se cierne sobre la izquierda, sobre la cada vez más tartamudeante dictadura del gobierno marxista en La Habana. Desde principios de julio, una serie de protestas cada vez más populares y generalizadas en toda la isla de Fidel Castro, han cuestionado la «legitimidad» institucional de un régimen violento y asesino de libertades, triste heredero de la peor ideología criminal del siglo XX, el comunismo.
Los disturbios callejeros que han involucrado progresivamente a estudiantes e intelectuales, periodistas y trabajadores, a las mismas masas populares castristas adoctrinadas por décadas de totalitarismo ideológico armado, se han afianzado debido a la gravísima situación económica en la que se encuentra la isla caribeña: motivaron oficialmente a miles de cubanos que salieron a las calles la escasez diaria de alimentos, el aumento de precios, la escasez cada vez más frecuente de servicios públicos básicos.
Miles de estudiantes, periodistas, opositores políticos han sufrido la violenta respuesta armada del régimen castrista, un régimen que durante décadas siempre se ha basado en las bayonetas y la cuidadosa persecución de todas las formas de oposición política a la patética dinastía marxista y posmarxista de la familia Castro. Las reacciones violentas de las fuerzas armadas contra los disturbios callejeros pacíficos de los cubanos, están documentadas en videos de Human Right Watch, una ONG líder que colabora con la ONU en el campo de la protección de los derechos humanos.
Pero en verdad, detrás de las preocupaciones concretas de los ciudadanos cubanos por una crisis económica gravísima que dificulta la supervivencia del pan de cada día -como lo confirma una nota-informe del Fondo Monetario Internacional-, una multitud de personas que marcha por las calles de La Habana grita un lema, “liberdad”, mucho más espantoso que las peticiones de pan y trabajo del régimen dictatorial de Miguel Díaz-Canel, delfín de Raúl Castro, que sucedió al sanguinario Fidel en su muerte.
Acostumbrados como estamos en Occidente a los derechos civiles y políticos fundamentales de la persona, al derecho a la disensión y a la oposición a los gobiernos de los sistemas democráticos, en Cuba el himno a la «liberdad» no es poca cosa, en verdad: prisión, la tortura, el asesinato de disidentes siguen siendo hoy los instrumentos de terror utilizados por un sistema político cada vez más embalsamado, cada vez más autorreferencial y aislado de la comunidad internacional.
La Unión Europea, aunque suele ser leve si no inestable en las relaciones internacionales y en la política exterior y de seguridad, donde es necesario «levantar la voz» contra los regímenes despóticos comunistas, esta vez ha estigmatizado expresamente – a través del presidente del Consejo de la UE Borrell – las detenciones de ciudadanos cubanos, condenando expresamente la violación de la libertad de expresión política por parte del gobierno marxista. Los países anglosajones, cuya realpolitik pragmática secular ha permitido que sus democracias nunca se contagien del pensamiento ideológico fatal del marxismo, han ido más allá: el portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, declaró textualmente en una rueda de prensa que «El comunismo es una ideología que ha fallado y el pueblo de Cuba merece la libertad y un gobierno que lo apoye, el comunismo es un régimen autoritario que ha reprimido a su pueblo ”.
Las reacciones oficiales de la tambaleante junta del presidente Miguel Díaz-Canel se dan según a un estribillo obvio y rancio al que estamos acostumbrados desde hace décadas en las ruedas de prensa de los regímenes comunistas: que el malestar lo provoca Estados Unidos,; que la crisis económica es la culpa única del embargo en vigor desde hace décadas debido a la violación de los derechos humanos (embargo completamente legítimo de conformidad con el artículo 41 del Estatuto de la ONU), y que la multitud está formada por fuerzas contrarrevolucionarias (pero ¿quiénes serán estos contrarrevolucionarios fantasmas? ¿existen?). Es un delirio utópico completamente desvinculado de la realidad de la política nacional e internacional.
En realidad, el sentido de lo que está sucediendo en Cuba es muy saludable: las revoluciones políticas nacidas desde el siglo XX dentro del pensamiento marxista y llevadas a cabo por los partidos comunistas en el mundo, en realidad están destinadas a suicidarse, llegan a la autodisolución, precisamente en lo que se construye siempre y en todo caso, la opresión de los derechos fundamentales de la persona, de los derechos civiles y políticos, de la libertad de pensamiento, de religión, de asociación, de prensa: en última instancia, sobre la opresión de la dignidad humana.
Esto es lo que pasó en Polonia contra los tanques de Moscú, en Budapest, Praga, Vietnam y Camboya, con el colapso interno de la URSS, con el colapso del Muro de Berlín, con la derrota del comunismo en Occidente. La dignidad de la persona humana, libre como hija de Dios, como felizmente ha intuido el pensamiento cristiano encarnado en la teología de la historia desde la Edad Media hasta nuestros días, se eleva siempre y se redime contra cualquier intento de comprimirla y hacerla mera mecánica. cuerpo de una ideología utópica y distópica como siempre fue la marxista.
Las manifestaciones de las últimas semanas lo demuestran de forma irrefutable: la multitud de la plaza pide la libertad, incluso antes que el pan, y negarla es una forma de miopía cultural grave pero sobre todo deshonestidad intelectual. La deshonestidad intelectual de los muchos, demasiados académicos, periodistas, políticos y hasta lamentablemente religiosos de un determinado mundo católico adulto, «comprometidos» en Occidente a sostener servilmente un falso mito espantoso, el de la Revolución Cubana, fue resquebrajado gracias a una intervención. por Massimo Gramellini, periodista progresista y conformista del Corriere della Sera, quien, sin embargo, con respecto a la crisis cubana, se pregunta por qué intelectuales «comprometidos» e influencers demagógicos en las calles de Fedez no abren la boca sobre las detenciones y represiones masivas en Cuba. Se pregunta si hubieran hecho lo mismo si esto sucedió en la conservadora Hungría de Orban. Se pregunta por qué, para estos intelectuales de salón «ocupados», la dictadura cubana es siempre un poco menos dictatorial que las demás.
El silencio hipócrita sobre Cuba del líder del Partido Demócrata italiano, Enrico Letta, es inexcusable, como prueba de la falta de confianza del Partido Demócrata en el tema de los derechos civiles y políticos de la persona; el argumento del viejo líder comunista Bertinotti de que la Revolución Comunista en Cuba aún no se ha cumplido plenamente, es patético; La declaración de Frei Betto, el fraile dominico entre los padres de la Teología de la Liberación, según la cual el régimen marxista de Cuba garantiza los derechos fundamentales de la persona, garantiza el pan, la salud y el trabajo, y es víctima de la conspiración capitalista, es innoble y ofensiva (desafortunada entrevista apoyada por el líder moral del M5S Beppe Grillo, ahora en el gobierno de Italia).
¿Por qué esta voluntad deliberada de la intelectualidad de izquierda italiana e internacional de ignorar la falta de libertad en Cuba, se pregunta el periodista Gramellini? La respuesta está ahí, es clara e inapelable: estos viejos hierros del pensamiento marxista, posmarxistas, políticos y periodistas, religiosos ideologizados, no quieren ver y reconocer que falta la libertad en Cuba, y cómo, dice Gramellini: simplemente escapan al debate intelectual, tienen una falla psicológica de larga data, porque ven derrumbarse en toda su miseria la utopía infantil en la que confiaban, el comunismo.
Una utopía ideológica, que tenía la presunción de crear un mundo nuevo, y que en realidad trajo el infierno y los escombros a la sociedad política internacional: Cuba es una isla de brumas, donde el infortunado pensamiento marxista nunca quiso enfrentarse al infierno en la tierra que él creó.
Luca Della Torre.
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