La Conferencia Episcopal ha hecho pública la Memoria de actividades de la Iglesia correspondiente a 2020, que revela datos estremecedores. Tan sólo un 29 por ciento de los niños nacidos en España ese año fueron bautizados (en total 100.222, apenas unos pocos más que los niños asesinados en el vientre de sus madres durante el mismo período); y sólo 12.679 parejas (un 14 por ciento de las que se casaron) celebraron matrimonio canónico, exigua cantidad que se torna más acongojante si consideramos que las parejas que se casan son hoy minoría frente a las que viven amancebadas.
Son cifras y porcentajes demoledores, que (más allá de que estén abultados por la plaga coronavírica) nos hablan de un terrible eclipse de la Iglesia, siquiera de la Iglesia que dispensa sacramentos para salvación de las almas. Porque, desde luego, en otros aspectos –el recaudador y el «asistencial», por ejemplo– la Memoria de actividades que comentamos ofrece una imagen muy lustrosa y opípara. Pero, ¿no es una Iglesia convertida exclusivamente en capataz solidario lo que siempre anhelaron sus enemigos más sibilinos?
Las cifras de esa Memoria episcopal revelan una fase terminal de secularización, más propiamente llamada apostasía. Esta apostasía tiene raíces muy hondas y causas políticas y culturales que se remontan al Iluminismo y no podemos detallar en tan breve espacio; pero su aceleración se ha producido en España mientras la Iglesia estaba administrada por jerarquías que podemos calificar –para entendernos– de «conservadoras«: lo han sido, desde luego, durante los dos pontificados anteriores; y lo son todavía hoy, por más que se hayan embetunado teatralmente con un poco de linimento ovejuno, para camelar a Francisco. Quiero decir que, al menos en España, la secularización no ha sido azuzada por pérfidos «teólogos de la liberación», ni tampoco por cismáticos «caminos sinodales» alemanes, ni por otras formas de heterodoxia o progresismo rampante.
Ha sido un conservadurismo huero, chirle y hebén (la sal sosa de la que nos habla el Evangelio) el que ha administrado este eclipse de la Iglesia; un conservadurismo fofo y emotivista, contemporizador con los poderes del mundo, que ha transigido con ideologías por completo tóxicas (empezando por el liberalismo) y compadreado con los cerdos plutócratas (que siempre ponen, muy meapilísticamente, curas en su mesa, para enseñarles que se puede servir sin problema a dos señores y que el reinado mamónico se concilia con el Reino de Dios). Ha sido ese conservadurismo, paladín de todos los errores vaticanosegundones y feroz persecutor de cualquier atisbo de tradición auténtica, el administrador de este proceso de secularización en España; y, si no su causante, el que ha hecho propias sus causas en versión mitigada y muermo, porque un conservador es siempre un progresista paralizado, tan enamorado de los males existentes que da su vida por conservarlos. Pero, como nos enseña Cristo, al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.
Pof JUAN MANUEL DE PRADA.
ABC.