El Primer Día de la Semana, o el Día del SEÑOR, pertenece a la cronología cristiana, porque JESÚS en ese día resucitó. El Nuevo Tiempo comenzaba y no dejará de transcurrir, porque el Nuevo Día abre nuestro tiempo a la eternidad de forma definitiva. Nuestros tiempos, posteriores al acontecimiento cronológico de la Resurrección hace dos mil años, pertenecen a la fase en la que DIOS llevará a plenitud todas las cosas. Estamos en los Últimos Tiempos, no porque el mundo se vaya a terminar mañana, aunque eso podría ser así, pero no lo sabemos. Por otra parte tenemos motivos para pensar que la infinita paciencia de DIOS todavía nos va a conceder un margen de tiempo para que la presencia del hombre en este planeta ofrezca un nivel de humanismo más ajustado con los valores del Evangelio; por lo tanto se puede pensar que nos quedan siglos o milenios todavía como humanidad para que el reconocimiento de JESUCRISTO como único SALVADOR sea un hecho universal. La muerte de JESÚS en la Cruz a favor de todos los hombres no merece menos que el reconocimiento universal de su entrega por la salvación de todos y cada uno de los hombres. Las Escrituras ofrecen pasajes suficientes para argumentar en este sentido, pero ahora nos toca fijar la mirada en el Primer Día de la semana que resucitó JESÚS. Con el tiempo el Cristianismo marcó un ritmo entre el trabajo y el descanso con la celebración del Domingo haciéndolo coincidir con el descanso semanal.
El descanso está hecho para el hombre
El primer relato de la Creación, en el libro del Génesis, se establece el orden de aparición de los distintos seres, para los que rigen leyes propias que tienen entre otras la característica de la duración. Estas leyes dadas no son mudables, pues de otra forma la armonía en el Universo hace tiempo que se hubiera roto, devolviendo al caos todo lo existente. El hombre recibe por su misma naturaleza varios encargos por parte de DIOS: trabajar el medio de vida que DIOS le da, conocer las leyes del mundo creado para él, mantener la armonía conyugal, procrear y poblar la tierra (Cf. Gn 1,28ss;2,15ss). En pocas palabras al hombre se le presenta la complejidad de su vida personal y comunitaria o social, y para el hombre establece el SEÑOR el descanso sabático. El hombre no es el esclavo de DIOS, sino el hijo puesto en el mundo para mantener una relación de verdadera confianza, lealtad y amor filial. DIOS no precisa descansar, pero el hombre carece de una autonomía que le permita separarse de la fuente de todo bien que es DIOS. JESÚS dio la interpretación justa para el día del sábado: “el sábado está hecho para el hombre” (Cf. Mc 2,27). Cuando el Decálogo se establecen las diez palabras, el sábado aparece como el tiempo sagrado que el hombre debe respetar para recapitular toda su actividad de los seis días laborables y presentarlo como acción de gracias al SEÑOR. El sábado es un día consagrado al SEÑOR. El descanso sabático resulta un anticipo del descanso eterno. No descubrimos novedad alguna si decimos que la vida del hombre en este mundo es breve, y en ocasiones fugaz. La muerte llega con unas cuantas décadas de años cumplidas, pero en otras ocasiones sobreviene súbitamente a edades tempranas. En cualquier caso, el paso del hombre por este mundo es muy breve con respecto a la eternidad.
El sábado anticipa al Domingo
El primer día de la semana se recoge por los evangelistas como el Día de la Resurrección, y con este día da comienzo la “instauración de todas las cosas en CRISTO” (Cf. Ef 1,10). Lo que DIOS había realizado en la Encarnación, treinta y tres años atrás, adquiere validez absoluta, porque JESÚS llevó a plenitud el Plan de DIOS previsto desde toda la eternidad. Sobre los hombros del REDENTOR pesó el Divino Plan de DIOS, que resolvió con su total inmolación por al PADRE por los hombres. La perfección del Plan de DIOS estaba cumplida y la Justicia y la Santidad de DIOS se ponían al servicio de la infinita Misericordia Divina, porque el HIJO muere perdonando a los hombres, presentándolos ante el PADRE como ignorantes del inconmensurable pecado cometido al clavarlo en la Cruz, pero “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Cf. 1Rm 5,20). La Resurrección es el hecho fehaciente de la victoria total de DIOS sobre las potencias del mal. Como todas las cosas pertenecientes a las iniciativas de DIOS, la implantación del Domingo como nuevo Día del SEÑOR tuvo un proceso para su vigencia. Siglos se necesitaron que hicieran posible el ritmo laboral propicio que fuera ajustando el descanso dominical. El declive de la cristiandad en Europa dio paso a la dilapidación del calendario cristiano por parte de los ilustrados franceses, que impusieron en su momento el acatamiento y juramento a la constitución laica que imponía otras fiestas y días de descanso distintos al calendario cristiano. Esto que sucedió a finales del siglo dieciocho se reedita en nuestros tiempos con otras formas, de momento sin la virulencia de la Revolución Francesa. Un laicismo radical, en aquel momento, veía prioritario borrar el significado religioso de las fiestas o las efemérides. De forma más sutil podemos observar como los procesos actuales sociales y políticos van descargando en todo lo posible el significado cristiano de las fiestas. Los cristianos, y de forma especial los católicos, debemos saber que las grandes directrices se diseñan para vaciar de contenido cristiano las grandes fiestas y celebraciones. ¿Se está perdiendo la batalla? A todas luces, las vanguardias laicistas van avanzando con celeridad y determinación, y algunos indicadores así lo manifiestan. La conclusión de algunos que considera la deserción de las filas cristianas a cantidades importantes de personas como algo bueno, es una alteración del mandato evangélico de “haced discípulos de todos los pueblos” (Cf. Mt 28,19). Es como mínimo una gran irresponsabilidad considerar que se van los malos, y por tanto bien alejados se queden, pues los que figuramos dentro somos los buenos. Debiera existir una grave preocupación por parte de los que dirigen la acción pastoral en la Iglesia por la recuperación del Domingo como Día del SEÑOR, pues el bautizado no puede prescindir de la celebración festiva de ese día. La fiesta religiosa debe encontrar un lugar especial en la celebración de la Santa Misa.
La alegría de los discípulos
“Los discípulos se llenan de alegría al ver al SEÑOR” (Cf. Jn 20,20); o sus corazones se vuelven brasas ardientes cuando el SEÑOR los acompaña y abre el entendimiento para entender las Escrituras (Cf. Lc 24,45). La celebración del Domingo pronto encontró su centro en la Fracción del Pan, o en la Santa Misa como hoy la denominamos. El testimonio de san Justino, de mediados del siglo segundo, pone de relieve lo que Plinio el Joven refería al emperador Trajano sobre los cristianos, que se reunían de madrugada para celebrar unos ritos extraños para él. Los Hechos de los Apóstoles enmarcan la vida cristiana en cuatro dimensiones a modo de los cuatro ríos que delimitaban el Paraíso (Cf. Gen 2,10-14): “los fieles eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, la Fracción del Pan; las oraciones y la comunión” (Cf. Hch 2,42). El gesto realizado por JESÚS en la Última Cena muy pronto fue identificado y esclarecido por los discípulos, de forma que se convirtió en el puntal básico de la vida cristiana, como pone de relieve san Pablo (Cf. 1Cor 11,17ss). El Día del SEÑOR está destinado al descanso religioso con un papel muy importante para la alegría espiritual. Esta alegría no está reñida para nada con la alegría que las cosas buenas de la vida producen, pero la alegría espiritual viene porque “se ha visto al SEÑOR”. La alegría de la Pascua se reviste de tonos especiales en Pentecostés cuando los discípulos llenos del ESPÍRITU SANTO cantan las maravillas del SEÑOR y transmiten de forma contagiosa a su alrededor lo que están percibiendo (Cf. Hch 2,11). De nuevo hay que insistir en la necesidad de dimensionar las celebraciones de la Santa Misa en línea de alabanza y adoración. La alabanza efusiva y suficiente debe ocupar espacios de la Santa Misa que se lo permiten y son propios, dando lugar a la participación expresa de la asamblea. Los tiempos de la Santa Misa para la adoración también vienen marcados y representan el debido reconocimiento de la pobreza personal ante la infinita Majestad del SEÑOR, que desciende de nuevo al altar en medio de la comunidad y de su iglesia. Los discípulos de JESÚS no fueron irreverentes en ningún momento ante su SEÑOR resucitado por llenarse de alegría al verlo. Es triste constatar que los carnés de ortodoxia y autenticidad los repartan quienes sólo tiene en su estrecha mirada una sola forma litúrgica viable: vuelta al latín preferiblemente con la Misa de san Pío V y canto gregoriano con música de órgano. Por supuesto, la asamblea presente debe estar en una hierática contemplación, muy silenciosa salvo en los momentos en los que sea obligado a responder en latín las frases correspondientes. A muchos espíritus estas celebraciones les pueden elevar notablemente, pero tengamos por seguro que existe una gran mayoría, no tan selecta, que sintonizamos mejor con otras formas litúrgicas, que no alteran para nada el fondo substancial de lo que algunos consideran como único y auténtico. La Iglesia Católica se ha esforzado siempre en sintonizar con las personas de las diferentes culturas a las que ha debido evangelizar; y esta característica de universalidad no se puede perder.
El Día del hombre
Ningún otro ser fue creado con una finalidad trascendente en sí mismo. Ningún otro ser en la Creación material puede saber que es amado por DIOS como hijo suyo salvo el hombre. Ningún otro ser creado se adiestra para el trabajo y mediante su ejercicio va creando nuevas posibilidades de libertad y autonomía frente a un medio que se presenta hostil en muchas ocasiones. Ningún otro ser creado afronta la vida familiar y social en condiciones de empatía, solidaridad y fraternidad. Ningún otro ser creado tiene capacidad de DIOS para relacionarse con ÉL y mantener esta relación en todo el tiempo que dure el tránsito por este mundo. En el tiempo, DIOS crea un espacio específico –el sábado- para que el hombre entre en su descanso, y son los ídolos esclavizantes de ayer y de hoy los que pugnan por destruir el orden divino impreso en la Creación. La exégesis inapelable sobre el sábado la aportó JESÚS cuando afirmó que “el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado; por lo que el Hijo del hombre es SEÑOR también del sábado” (Cf. Mc 2,27-28).Todo lo que el sábado significaba en cuanto a descanso necesario del hombre para el encuentro con DIOS es asumido por el Domingo cristiano. El Domingo es el Día del SEÑOR que inaugura unos tiempos que se prolongan en la eternidad de DIOS. Es propio del hombre encontrar el sentido real y profundo de las cosas, por ello concluimos que el descanso dominical trasciende el entretenimiento y la diversión. La superficialidad cansa y fatiga hasta la angustia, que aborda a muchas personas con la cara del aburrimiento, estando rodeadas de cosas y personas. Es trágica la superficialidad frívola que conduce a muchos a la náusea, y no quieren reconocer que están diseñados para un fin trascendente, que tiene Nombre propio y personal en JESUCRISTO, el SEÑOR del Domingo.
La evangelización
El libro de los Hechos de los Apóstoles describe a la iglesia de JESUCRISTO evangelizando. El mandato de JESÚS se está cumpliendo: es necesario atestiguar los hechos verificados a cerca del HIJO de DIOS en Jerusalén, Samaria y en todas las naciones (Cf. Hch 1,8). Los Apóstoles retoman la acción evangelizadora donde JESÚS la había dejado: en Jerusalén. Allí el HIJO de DIOS tenía que manifestarse y ser reconocido por las autoridades religiosas principalmente. JESÚS no escatimó ocasiones y motivos para que los intérpretes oficiales de las Escrituras, que contienen la revelación de la identidad del MESÍAS, debían ser los que leyesen los signos mesiánicos ofrecidos por JESÚS que lo acreditaban como el MESÍAS anunciado y esperado. Es cierto que el perfil mesiánico de JESÚS trasciende cualquier previsión, pero aparecen aquellos que bien dispuestos en su espíritu son movidos por DIOS y reconocen a JESÚS como el ENVIADO por DIOS. Las palabras de Nicodemo al comienzo del evangelio de san Juan dan la clave: “nadie puede hacer las obras que tu haces, si DIOS no está con él” (Cf. Jn 3,2). Nicodemo pertenecía al Sanedrín y era de la secta de los fariseos. Lo volveremos a encontrar en el enterramiento de JESÚS junto a José de Arimatea, también perteneciente al Sanedrín(Cf. Jn 19,38-39). Los evangelios nos ofrecen dos excepciones al comportamiento general del conjunto de la clase religiosa dirigente. Por lo tanto era posible acceder a la cara misteriosa del GALILEO, si los intereses humanos inconfesables no se hubieran antepuesto a la inspiración de DIOS. De hecho Caifás profetiza, dice el texto de Juan, pero su profecía se dirige en contra de los mismos intereses de DIOS (Cf. Jn 11,49-52). Lo mismo que Pilato recibe de lo ALTO la capacidad de gobernar y puede en su libertad decidir en contra de DIOS, así Caifás ostenta la capacidad profética para condenar, como falso profeta, al HIJO de DIOS. Nos asomamos aquí al profundo misterio de iniquidad.
Persecución
Algunos textos del libro de los Hechos de los Apóstoles inducen a error cuando se leen de forma parcial. Algunos sumarios describen a la Iglesia de los discípulos de JESÚS en Jerusalén rodeada de aprobación por parte de todos, reinando en ella un notable grado de fraternidad: se comparten los bienes, participan en los ágapes fraternos con gran alegría y acuden regularmente al Templo a las oraciones. Pero en el reverso tenemos otros textos, como el que nos ocupa hoy en la primera lectura, que señalan la tensión creciente con las autoridades religiosas. Por una parte el libro de los Hechos de los Apóstoles hace un diseño de la Iglesia madre de Jerusalén que permanece a la espera de su SEÑOR del que prevé una inminente venida como el resto de los autores del Nuevo Testamento. La manifestación del MESÍAS en Jerusalén es una verdad con cuño de revelación: el RESUCITADO puede llevar a término esta promesa en cualquier momento dentro de la Ciudad Santa. Pero el transcurso de los siglos pone de manifiesto que los tiempos de DIOS son diferentes a nuestros cálculos, con los que se pretende en el fondo controlar las cosas y en este caso a DIOS mismo. Estamos en el Día del SEÑOR, pero nadie sabe del día, mes y año del calendario, que puedan acontecer las manifestaciones finales, que bajen el telón y se dé por concluido el fin de la historia del hombre sobre este Universo. Tendremos que seguir leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles para reconocer con la mayor fidelidad posibles cómo fueron los orígenes de la Iglesia y tomar de ella las claves que nos permitan seguir renovándola en cada generación. Tanto en el comienzo como en el presente la Iglesia discurre entre agentes que desean acabar con ella. Ni los evangelios o cualquiera de los escritos del Nuevo Testamento se mueven en clave conspiranoica, y en todos ellos se recoge el hecho de la persecución, si esto sucede en nuestros días es buena señal. La Iglesia no puede dar por bueno lo que va en contra de la Ley Natural, la condición humana, los verdaderos derechos humanos o los principios evangélicos. Si por defender lo anterior la Iglesia es perseguida, entonces sigue el camino de su fundador y SEÑOR. Pero volvamos con brevedad a la creciente persecución llevada a cabo por los del Templo contra el Cristianismo. Se molestaron mucho por la curación del tullido en el Templo y encarcelaron a Pedro y Juan en varias ocasiones, propinándoles una paliza como señala el texto de hoy (Cf. Hch 5,40-41): El diácono Esteban acaba lapidado por su predicación elocuente e insoportable para los oídos de las autoridades religiosas (Cf. Hch 7,54-58). La consecuencia de la muerte del diácono Esteban fue la dispersión de gran parte del núcleo de responsables presentes en Jerusalén. En el año cuarenta y cinco muere martir Santiago el de Zebedeo, y en el año sesenta y dos Santiago el jefe de la Iglesia madre de Jerusalén y pariente del SEÑOR. La destrucción de Jerusalén y el Templo en el año setenta supone un giro tanto para la Iglesia de Jerusalén como para el propio Judaísmo. Para los judíos el Templo había desaparecido y el Mesías para ellos no daba señales; y los cristianos tuvieron que modificar la espera por la Segunda Venida del SEÑOR. El libro del Apocalipsis describirá la Nueva Jerusalén como Ciudad Santa que desciende del Cielo, sin concurso alguno de acción humana. La verdadera Jerusalén estaba en otra parte y muchos para entenderlo tuvieron que ver destruida la que se asentaba alrededor del Monte Síon.
El Sanedrín
En los tiempos de JESÚS y los primeros años del Cristianismo hasta el año setenta, una de las instituciones religiosas principales era el Sanedrín o senado formado por setenta ancianos, o miembros notables principalmente del grupo de los fariseos. El número de setenta personas tiene su historia, pues setenta fueron los que bajaron con Jacob a Egipto como núcleo inicial del Pueblo que saldría de Egipto después de cuatrocientos años (Cf. Gn 46,27). Setenta fueron los elegidos por Moisés para ayudarlo en la función de resolver los conflictos en la marcha del Pueblo por el desierto (Cf. Ex 24,9 ). Setenta fueron los sabios que tradujeron las Escrituras al griego en Alejandría cuando en esta ciudad los judíos empezaban a ignorar la lengua de sus padres en el siglo tercero y segundo (a.C.). Los setenta componentes del Sanedrín asumían la representación del Pueblo elegido, y esta era una grave responsabilidad que echaban a sus conciencias. Habían dado muestras sobradas de su incapacidad condenando a JESÚS a base de intrigas, insidias y falsos testimonios. La contumacia de la mayoría de los componentes del Sanedrín los lleva a mantener con los discípulos de JESÚS un comportamiento similar que el aplicado a JESÚS, a quien descalificaron en su predicación y desatendieron a los signos manifestados. En un juicio donde las conciencias tuvieron que negar sistemáticamente la evidencia condenaron a JESÚS como blasfemo e impostor. La Divina Misericordia mantiene la mano tendida a través de los discípulos, que predican y realizan signos en el Nombre del que ellos condenaron a morir como el más desheredado de la religión judía. De nuevo el Sanedrín se reúne para decidir. No faltan las intenciones de mantener la postura radical y acabar, si eso fuera posible, de una vez por todas con aquella inaceptable doctrina, que los instaba al arrepentimiento y la conversión. Entre los presentes de aquella sesión judicial estaba Gamaliel, que muestra una cierta inteligencia y gozaba de mucho crédito entre los rabinos o maestros de la ley. Gamaliel, maestro de Saulo de Tarso –san Pablo- (Cf. Gal Hch 22,3), propone moderación a sus compañeros y esperar que sean los acontecimientos los que decidan: “israelitas mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres…, os aconsejo que os desentendáis de estos hombres, porque si esta obra es de los hombres se destruirá, pero si es de DIOS no conseguiréis destruirles, y os podéis encontrar luchando contra DIOS. Y aceptaron su parecer” (Cf. Hch 5,38-39). Gamaliel aparece como el ejemplo tipo en el Nuevo Testamento de persona ecléctica, que sabe conciliar posiciones diversas. A estas personas las denominamos hoy como individuos de centro: centro social o centro político. Estas personas que saben jugar las cartas que tienen en la mano son capaces de salir airosas en muchas ocasiones, pero no dan verdaderamente juego en el camino de JESÚS y la divulgación del Evangelio. Es muy probable que Gamaliel estuviese dentro de un lento proceso de conversión, pues en el proceso a JESÚS no hizo oír su prestigiosa opinión. El eclecticismo manifestado en este texto de Hechos no deja de esconder miedo, respeto humano y una importante dosis de cinismo, si la lucha consigo mismo no continúa y decide afrontar los hechos en sus términos precisos. Gamaliel no era obtuso, conocía las Escrituras y había visto lo mismo, o más aún, que Nicodemo o José de Arimatea, pero algo poderoso ligado al prestigio social lo estaba atenazando con fuerza. ¿Merecía la pena pronunciarse a favor de JESUCRISTO como el MESÍAS esperado y echar por la borda toda una vida de reconocimiento social y religioso? A uno de sus discípulos, Saulo, el MAESTRO lo derribó por tierra súbitamente camino de Damasco, ¿estaría produciéndose una lenta transformación en el interior de Gamaliel?
Obedecer a DIOS
No sabemos las profesiones de la mayoría de los discípulos de JESÚS, sólo de Pedro y Andrés, Santiago y Juan se dice que eran pescadores; y los de Zebedeo tenían además jornaleros para faenar. JESÚS buscó desde el primer momento personas con la apertura suficiente para “obedecer a DIOS”. La gran disyuntiva se nos puede formular así: sigo la Voluntad de DIOS, o sigo mi propio dictamen. Pedro y Juan tienen claro a quién tienen que obedecer: “es preciso obedecer a DIOS antes que a los hombres” (Cf. Hch 5,29). Las autoridades religiosas prohibían predicar en el Nombre de JESUCRISTO, y DIOS a través de su Ángel les había ordenado predicar en el Templo. La decisión en aquellos momentos, después de todo lo acontecido, estaba clara: había que predicar aunque la tierra se abriese bajo sus pies. Para escuchar a DIOS y obedecerle se necesita recorrer un camino. La sordera que padecemos para oír a DIOS es notable, y el camino para la escucha puede ser humillante como refiere el Siervo de YAHVEH, en el cántico tercero (Cf. Is 50,4-9). JESÚS devolvió el oído a los sordos y la palabra a los mudos. Entre los sanados estuvieron sus propios discípulos, incluso después de la Resurrección: “!qué tardos de corazón para entender las Escrituras!… Y les abrió el entendimiento para entender las Escrituras” (Cf. Lc 24,25.45). El discípulo de JESÚS no precisa en primer término de un doctorado, aunque pueda venir bien, sino de la capacidad de obedecer a DIOS antes que a los hombres.
Imperativo de la predicación
Lo que no puede faltar en la predicación para que sea cristiana: “El DIOS de nuestros padres resucitó a JESÚS a quien vosotros distéis muerte, colgándolo de un madero. A ESTE lo ha exaltado DIOS con su diestra como JEFE y SALVADOR para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el ESPÍRITU SANTO, que ha dado DIOS a los que lo obedecen” (Cf. Hch 5,30-32). Estas breves palabras pronunciadas con la unción del ESPÍRITU SANTO tuvieron que producir un verdadero tsunami en aquel auditorio. Era demasiado lo que estaban oyendo y la rabia se confundía con el aturdimiento. Unos simples pescadores estaban poniendo patas arriba todo el edificio teológico de aquellos sabios y doctores. Se iban a volver locos y menos mal que Gamaliel les ofreció una solución airosa, de momento, para salir del atolladero: “darían a aquellos ignorantes una paliza y los dejarían irse” (Cf. Hch 5,40). Los discípulos aguantaron el castigo físico con la habitual entereza de los testigos de JESÚS presentes en el Nuevo Testamento y contentos por haber sido objeto de tales ultrajes por predicar el Nombre del SEÑOR (Cf. Hch 5,14). Aquella paliza no los amilanó, pues JESÚS ya les había adelantado que tales cosas entraban en el programa (Cf. Mt 10), y “ellos contentos no dejaban de enseñar en el Templo y por las casas” (Cf. Hch 5,42).
Tercera aparición
El evangelio de san Juan refiere una tercera aparición en Galilea, con lo que finaliza así su relato; pero no se puede precisar cuántas apariciones del RESUCITADO tuvieron lugar entre los cristianos de la primera generación, que fueron testigos de su misión evangelizadora y de la muerte en la Cruz. La experiencia de encuentro con el RESUCITADO abarca un radio más amplio que las propias apariciones, cosa que podemos entender con facilidad; pues para saber del RESUCITADO no es condición indispensable que ÉSTE se manifieste en aparición. El modo eucarístico es tan real como la aparición a los primeros testigos. La presencia espiritual prometida “cuando dos o más están reunidos en su Nombre” (Cf. Mt 18,20). Todo ojo verá al SEÑOR y su manifestación será como el relámpago que cruza en un instante de oriente a occidente (Cf. Mt 24,27;Lc 17,24). No podemos olvidar la presencia sacramental en el hermano: “cada vez que lo habéis hecho con uno de estos mis hermanos, CONMIGO lo hicisteis” (Cf. Mt 25,40). Todavía una presencia del SEÑOR de máxima importancia que pertenece al ámbito interior de la inhabitación en la persona en Gracia de DIOS: “el que me ama, guardará mi Palabra, y el PADRE lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Cf. Jn 14,21). No todas las presencias del SEÑOR requieren de la aparición, aunque sea un modo privilegiado y extraordinario de la misma. Con la tercera aparición de JESÚS junto al Mar de Galilea, su Presencia llega a compatibilizarse con los escenarios más diversos de la actividad humana. El SEÑOR está atento a las necesidades de los hombres y prepara el alimento, pues allí estaban las brasas, el pan y el pescado para el almuerzo. Sigue el MAESTRO solícito a remediar los esfuerzos humanos fallidos, pues después de una noche bregando para vender el pescado por la mañana temprano, no habían cogido ni un pez. Pero volvió a repetirse la escena: “echad a la derecha de la barca y encontraréis” (v.6). Al SEÑOR después de la Resurrección no se le percibe de la misma forma que antes.
Jerusalén y Galilea
Las disposiciones del RESUCITADO sobre su Iglesia se van aclarando paulatinamente. La Iglesia madre, en principio está situada en Jerusalén y presidida por Santiago el pariente del SEÑOR, que participó de las apariciones del RESUCITADO (Cf. 1Cor 15,7). Por otro lado una parte de los discípulos vuelven a Galilea como el SEÑOR había mandado (Cf. Mt 27,10). Gran parte del Mensaje del Reino había sido predicado en aquella región, y Pedro con los Zebedeos y otros compañeros se disponían a retomar la vida profesional anterior, aunque tocados de un nuevo modo de ver las cosas y el mundo. La orden de JESÚS puede entenderse en sentido amplio: “decid a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán” (Cf. Mt 28,10). En ocasiones interpretamos la vuelta a Galilea por parte de los discípulos como una caída en la decepción, al considerar todo lo vivido durante los tres años anteriores como un gran fracaso. Pero no tiene que ser así, pues también cabía en la consideración de los discípulos que querían seguir viendo al SEÑOR, establecer en aquellos lugares de grandes signos, milagros y predicaciones un estilo de vida en la línea del Reino de DIOS predicado por JESÚS; y ellos, los discípulos, estaban cualificados para liderar aquel nuevo modo de entender la existencia. El trabajo no era impedimento, sino todo lo contrario, para hacer viable la experiencia del Reino de DIOS en medio de aquella población. Allí, en Galilea, también verán al SEÑOR, porque ÉL lo ha prometido.
Siete discípulos
Pedro, Tomás, Natanael, los Zebedeos y dos discípulos más, un total de siete, forman este grupo. Natanael no es nombrado expresamente en ninguna lista de los sinópticos; y desde los primeros momentos, en el evangelio de Juan, hasta ahora no habíamos tenido noticia de él. Su aparición discontinua da pie a los comentaristas a formular distintas conjeturas sobre el grupo de los Doce, que tienen cierta importancia sin constituir algo esencial. El número de siete discípulos encierra el significado de la obra perfecta, por lo que también con aquellos discípulos podía continuar la irradiación del Reino de DIOS partiendo de la Galilea. Observemos que el jefe de la Iglesia de Jerusalén no era Pedro, sino Santiago.
La noche y el día
La noche y las tinieblas, el día y la luz, son símbolos utilizados por el evangelio de san Juan para resaltar la obra de DIOS, que en realidad no cesa de actuar, incluso cuando todo permanece en quietud. Aquellos pescadores no cogieron nada después de intentarlo durante toda la noche, cerca de la orilla estaba para ellos una cantidad de peces a punto de romper la red. Aquel milagro volvía a producirse por la Palabra del único que podía pronunciarla con poder: JESÚS. “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis” (v.6). El signo despertó en el discípulo amado la certeza de que era el SEÑOR, y Pedro a medio vestir se tiró al agua nadando con bastante dificultad, aunque eran cien metros los que los separaban de la orilla (v.7). El día empezaba bien, pues estaba interviniendo el SEÑOR que suplía lo que las fuerzas personales ya no daban de sí. Independientemente del milagro como hecho histórico, a nosotros nos llegará siempre la acción del SEÑOR por encima de las dificultades cuando las fuerzas personales se hayan acabado. La experiencia de muchos cristianos corrobora esta escena y de modo especial el esfuerzo de los evangelizadores, pues el evangelio de san Juan no pretende aportar la pericia del MAESTRO para pescar en el Mar de Galilea, sino trasladar las imágenes al duro campo de la evangelización, que es el medio de extender el Reino de DIOS por el mundo.
Ciento cincuenta y tres peces grandes
Se supone que había otros muchos peces de tamaño pequeño o mediano. Seguiremos especulando sobre el número de cinto cincuenta y tres, y una opción factible es la que propone esta cantidad como número de las ciudades importantes conocidas en aquel tiempo. En los grandes núcleos de población habría de encenderse la llama del Evangelio y desde allí transmitirla al resto de lugares. San Pablo siguió esta pauta en líneas generales.
JESÚS es el anfitrión
JESÚS les acaba de preparar el almuerzo, los invita a comer y de nuevo les reparte el pan, en esta ocasión acompañado con trozos de los peces que habían cogido (v.13). No deja de sorprender la inexpresividad y timidez de los discípulos, si exceptuamos el arranque de Pedro de tirarse al agua, ir a nado y llegar antes que el resto de los compañeros. En la forma más cercana y próxima la Presencia del SEÑOR causa una reacción de profundo respeto que intuimos que mueve al silencio y la adoración, porque se teme que las palabras sean del todo improcedentes. ¿Qué le van a decir, que ÉL no sepa?, y parece que no estamos en un clima de fiesta dominical, sino en el duro trabajo cotidiano. Pero en uno y otro escenario es el mismo SEÑOR que realiza la comunión y prepara para el envío.
El examen a Pedro aplicable a todo discípulo
Pedro llega de nuevo a su tierra, Galilea, con mucho más conocimiento de sí mismo. El bagaje de experiencias vividas dan materia para ser meditada en muchas vidas, si estas se diesen en realidad. No se puede decir que el episodio siguiente sea un epílogo en la formación de Pedro o de cualquier discípulo, pues las líneas siguientes tocan la razón de ser del discípulo y se abre una rendija en el misterio del AMOR de DIOS. En presencia del resto de los compañeros, y después de haber comido, JESÚS pregunta a Pedro por tres veces: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? JESÚS devuelve al discípulo al nombre de familia: Simón; y le pregunta por un nivel de amor espiritual superior al afecto meramente humano: un amor de ágape. Simón ahora contesta de forma muy consciente con lo que tiene en su corazón y reconoce que no llega a la calidad de amor que le pide el MAESTRO. Y Simón le dice: “TÚ sabes que te quiero”. Ahora a Pedro no se le ocurre proponerse por encima del resto allí presente, pues su amor por el MAESTRO está lleno de imperfecciones humanas. La tercera vez JESÚS le pregunta sin establecer escala comparativa con sus compañeros, y desciende al escalón elemental de la amistad humana, y le dice: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro y le dice: SEÑOR, TÚ lo sabes todo; TÚ sabes que te quiero”. Pedro, a pesar de haber estado con JESÚS y recibido gracias únicas mantenía su condición de hombre débil. La triple profesión de amor de Pedro fue ajustada a la verdad y el SEÑOR la aceptó. JESÚS le dice a Pedro: Sígueme (v.15-19). Pedro como el resto de los discípulos reciben la misión de continuar la obra del BUEN PASTOR, de quien recibirán la fuerza en medio de las debilidades humanas. Esta confesión de Pedro, prototipo para todos los discípulos, debiera servirnos para comprender la debilidad de los miembros de la Iglesia tanto en el presente como en el curso de la historia. JESÚS no dejó una Iglesia de superhombres, sino de personas que en su debilidad revelan la fuerza y el poder de DIOS (Cf. 1Cor 2,5)
Apocalipsis 5,11-14
En el ESPÍRITU SANTO el hombre es capaz durante esta vida de adorar como el PADRE quiere (Cf. Jn 4,24) El ESPÍRITU SANTO da al espíritu del hombre la seguridad y verdad que necesita para sostenerse en su propia oscuridad de contenido. Este capítulo cinco del Apocalipsis dispone el acto de adoración con motivo de la victoria del CORDERO que ha vencido a la muerte y es el único que puede tomar en su mano el “libro de la VIDA” (v.7). Alrededor del trono de DIOS están los Cuatro Vivientes, los Veinticuatro Ancianos que se postraron delante del TRONO y del CORDERO con cítaras y copas de oro llenas con las oraciones de los santos e iniciaron un “cántico nuevo” (v.9). Con propiedad la asamblea celeste canta el “cántico nuevo”, que en ningún otro momento o lugar ha sido cantado. El contenido del “cántico nuevo” es adelantado en la revelación pero la vivencia del mismo solo se puede dar en la plena acción del ESPÍRITU SANTO ”eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre compraste para DIOS hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro DIOS un reino de sacerdotes, que reina sobre la tierra”. Todavía alrededor del TRONO había miríadas de miríadas de Ángeles que decían con fuerte voz: “digno es el CORDERO degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, el poder, la gloria y la alabanza” (v.12). La alabanza celestial se transforma en alabanza cósmica y toda criatura en el cielo y en la tierra se hace eco de la misma; y toda criatura respondía : “al que está sentado en el TRONO y al CORDERO, alabanza, potencia y honor por los siglos de los siglos. Los vivientes y los Ancianos se postraron para responder: Amén en adoración” (v.14). La liturgia de la iglesia peregrinante recoge estos mismos textos para su oración, porque con ellos se une fielmente a la oración ininterrumpida que se realiza en el Cielo. La victoria de JESÚS es motivo permanente de adoración en el Cielo y en la tierra y lo será por los siglos de los siglos.