El cristianismo nada tiene que ver con el socialismo.

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Presentar a Cristo como «el primer socialista de la historia» es una astucia propagandística a la que han recurrido los socialistas de ayer y de hoy.

Las elecciones senatoriales de Georgia, con las que la mayoría del Senado de los Estados Unidos ha pasado de Republicanos a Demócratas, fueron el microcosmos de todas las batallas ideológicas libradas en el escenario de la política estadounidense, y entre ellas ha habido una que merece que comentemos. Entre las acusaciones que hizo la senadora republicana saliente, Kelly Loeffler, contra el candidato demócrata que finalmente la derrotó, el reverendo Raphael Warnock, está la de ser partidario del socialismo. Una acusación que anteriormente había causado la destrucción de las carreras de algunos políticos estadounidenses, mientras que hoy a menudo simplemente calienta el debate de sus respectivas agendas. Warnock, que tiene un irrefutable pasado pro-marxista, rechazó la etiqueta, aunque con una buena dosis de ambigüedad. Entre las “pruebas” presentadas en su contra hay una muy curiosa: un pasaje de un sermón suyo de 2016 en una iglesia bautista en Atlanta: «La Iglesia de los orígenes era una Iglesia socialista», decía el que se ha convertido en el primer senador afroamericano de Georgia. «Sé que que esto os parece un oxímoron, pero la Iglesia primitiva estaba mucho más cerca del socialismo que del capitalismo. Leed la Biblia. Amo escuchar a los evangélicos que siempre citan la Biblia. Bueno, en aquella época las cosas eran en común. Tomaban sus cosas –solo estoy citando la Biblia– y las juntaban. Pero la gente que hoy afirma seguir la Biblia al pie de la letra ciertamente no hace esto».

La Iglesia de los orígenes no era socialista

Presentar a Cristo como «el primer socialista de la historia» es una astucia propagandística a la que recurrieron los socialistas italianos a finales del siglo XIX (en primer lugar Camillo Prampolini) para seducir a las masas católicas absorbidas por el trabajo asalariado. Es curioso que un pastor protestante del siglo XXI, con un título en teología y filosofía por el Union Theological Seminary de Nueva York, dé por sentada esa definición, demostrando una gran ignorancia en la exégesis bíblica y en la comprensión de lo que es el socialismo. La Iglesia primitiva no era socialista, porque no obligaba a los fieles a entregar todos o parte de sus bienes: era una elección libre. A Ananías y Safira (Hechos de los Apóstoles 5,1-11) se les culpa públicamente, no por no pagar el precio total del campo que vendieron a la comunidad, sino porque mienten al quedarse con una parte de la cantidad para ellos mientras afirman haber pagado el total. Los bienes que poseían los cristianos no se convertían en bienes colectivos en términos jurídicos; cada uno conservaba la propiedad legal de sus bienes, pero los consideraba patrimonio común con el que se satisfacían las necesidades de los más pobres. En Hechos 4,32 leemos: «(…) Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos».

El origen es la fe

La Iglesia primitiva no fue socialista porque tampoco pedía a los fieles que entregaran sus bienes a las autoridades públicas, sino que los pusieran a disposición de la comunidad, que era una realidad social espontánea. Los cristianos no pagaban el importe de los bienes vendidos al gobernador romano o al rey Herodes para que lo usaran en sus políticas sociales, sino que lo dejaban a los pies de los Apóstoles. Como escribe Bruno Cantamessa, «el motor del compartir es la fe en Jesús. Lucas (el autor de los Hechos, ndr) parece querer puntualizar aquí que la koinonía cristiana no procede primeramente de la amistad (philia), como nos indica Aristóteles en su transcripción del proverbio, sino que es la unión en la fe en Jesús la que realiza un ideal humano tan elevado: la fe vivida en comunión realiza el amor fraterno; y la amistad, expresión de este amor fraterno, provoca a su vez la comunión de los bienes materiales». Es la amistad que nace del amor fraterno -que tiene a su vez origen en la fe en Jesús-, la que lleva a la comunión de los bienes. De quienes no comparten esta amistad no se espera nada, no se les impone nada: al contrario del socialismo, que por ley obliga a todos a tratar los bienes materiales en la forma que decida el Estado.

La recta razón

Hoy como ayer, a los cristianos se les acusa falsamente de querer imponer teocráticamente sus doctrinas a los demás cuando se oponen a las normas legales que legalizan el aborto, el divorcio, el consumo de drogas, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la eutanasia, la reproducción asistida, etc. En todos estos puntos, los cristianos no buscan imponer su cosmovisión a los demás, sino afirmar los derechos de la ley moral universal, que todo creyente o no creyente lleva grabada en su corazón (ver Catecismo de la Iglesia Católica, Gaudium et Spes, Carta a los Romanos, etc.). Si no fuera así, las leyes solo surgirían del albedrío de los poderosos o de las mayorías de paso. Una teocracia cristiana debería ser denunciada solo si los cristianos pretendieran imponer por ley que los ciudadanos deban ceder todos sus bienes a la Iglesia para que esta los administre como patrimonio común; si exigieran que cada ciudadano debe ofrecer la otra mejilla a quien le golpeó; que al mendigo que nos pide el abrigo también le tengamos que entregar camisa y camiseta; que se abolan la policía y el ejército porque no hay que oponer resistencia a los violentos (Mt 5, 39); etcétera. Pero esto nunca ha sucedido en la historia, excepto en el caso de pequeñas minorías heréticas, y la Iglesia siempre ha sabido distinguir entre el camino a la perfección, que se propone a la libertad humana, y el derecho natural que debe ser siempre y en todo caso promovido por los Estados, so pena de ilegitimidad moral de los actos de gobierno: «Porque cualquier derecho fundamental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen» (Juan XXIII, Pacem in Terris, n. 30).

Propiedad privada

Sobre el derecho a la propiedad privada, que es irrenunciable pero no absoluto porque debe responder al principio del destino universal de los bienes terrenales, la Iglesia Católica ha sabido articular una doctrina muy rica, inexpugnable desde el punto de vista teórico y sabía desde el punto de vista práctico, muy diferente y crítica tanto hacia el socialismo como hacia el capitalismo. Este no es lugar para ilustrar toda la Doctrina social de la Iglesia sobre este argumento; basta citar algunos pasajes del radiomensaje de Pío XII en el cincuentenario de la Rerum Novarum:

«Sin duda el orden natural, que deriva de Dios, requiere también la propiedad privada y el libre comercio mutuo de bienes con cambios y donativos, e igualmente la función reguladora del poder público en estas dos instituciones. Sin embargo, todo esto queda subordinado al fin natural de los bienes materiales, y no podría hacerse independiente del derecho primero y fundamental que a todos concede el uso, sino más bien debe ayudar a hacer posible la actuación en conformidad con su fin. (…) Según la doctrina de la Rerum novarum, la misma naturaleza ha unido íntimamente la propiedad privada con la existencia de la sociedad humana y con su verdadera civilización, y en grado eminente con la existencia y el desarrollo de la familia. Este vínculo es más que manifiesto. ¿Acaso no debe la propiedad privada asegurar al padre de familia la sana libertad que necesita para poder cumplir los deberes que le ha impuesto el Creador referentes al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia?.

En la familia encuentra la nación la raíz natural y fecunda de su grandeza y potencia. Si la propiedad privada ha de llevar al bien de la familia, todas las normas públicas, más aún, todas las del Estado que regulan su posesión, no solamente deben hacer posible y conservar tal función —superior en el orden natural bajo ciertos aspectos a cualquiera otra—, sino que deben todavía perfeccionarla cada vez más. Efectivamente, sería antinatural hacer alarde de un poder civil que — o por la sobreabundancia de cargas o por excesivas injerencias inmediatas— hiciese vana de sentido la propiedad privada, quitando prácticamente a la familia y a su jefe la libertad de procurar el fin que Dios ha señalado al perfeccionamiento de la vida familiar».

La Iglesia nunca podrá optar por el socialismo, independientemente de lo que digan, incluso, algunos altos prelados, porque este destruye la familia, que es Iglesia doméstica. Ha bastado un exceso de política de bienestar asistencial para obtener este resultado en toda Europa occidental, así que imaginémonos con el socialismo. Que también tiene otro defecto, para nada irrelevante: es como un alumno muy bueno dividiendo y restando, pero incapaz de sumar y multiplicar. Divide la riqueza que encuentra, pero es incapaz de producir nueva. Si tenéis un amigo venezolano preguntadle los detalles y él os los explicará.

Publicado por Rodolfo Casadei en Tempi.

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