El conocimiento de JESUCRISTO.

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Estamos en el camino, que nos proporciona un conocimiento mayor de JESUCRISTO al haber seguido el ritmo del año litúrgico que termina. El conocimiento de JESÚS de Nazaret viene dado por la experiencia religiosa que impregna la vida cotidiana: un poco de oración personal, algo de acercamiento meditativo a la Palabra de DIOS, una participación regular en la Santa Misa, la práctica de las virtudes teologales y las obras de misericordia. Puede ser que para alguna persona esto sea algo escaso y raquítico, para otros suficiente, y un sector lo considere una cosa exagerada. El año litúrgico pasa muy pronto; y a medida que transcurren los años, parece que los tiempos se acortan de forma sorprendente. Claro está, el cristiano es el discípulo de JESUCRISTO. Esta sencilla fórmula muchos la aprendimos al abrir el catecismo de preguntas y respuestas del padre Astete o del padre Ripalda. Todavía esa fórmula no ha sido superada; simplemente, porque está extraída de las mismas palabras de JESÚS: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz, y luego sígame”  (Cf. Lc 9,23). El cristiano conoce a su MAESTRO, en la medida que lo sigue; y este conocimiento es del todo imprescindible y vital. Con frecuencia tendrá que surgir en la propia oración, meditación de la Escritura, en la celebración de la liturgia y en las relaciones con las personas, la cuestión o pregunta central de todas: ¿Quién eres, tú, JESÚS? Mientras caminemos por este mundo el conocimiento de JESÚS, que vamos a obtener es aproximativo; es decir, circundaremos el MISTERIO una y otra vez con resultados más o menos satisfactorios.

“¿Y vosotros quién decís que SOY YO?” (Mt 16,15)

Los distintos tiempos litúrgicos con sus respectivos domingos y fiestas nos van conduciendo por las secuencias recogidas en los evangelios sobre JESÚS. Gracias al recorrido secuencial de los textos sagrados, dentro del marco celebrativo, la Gracia de DIOS realiza su tarea de transformación, que puede pasar desapercibida en un primer momento. “Un poco de levadura fermenta toda la masa” (Cf. Gál 5,9). Tanto el conocimiento del Amor de DIOS, como la animadversión hacia JESUCRISTO y su Mensaje tienen sus propios efectos multiplicadores. La pregunta formulada por JESÚS y dirigida a sus discípulos no es un recurso retórico, sino que indica la actitud siempre  abierta al MISTERIO, que el discípulo debe mantener, si desea permanecer al lado de  su MAESTRO. Junto a JESÚS los primeros discípulos fueron testigos de acciones, sucesos y acontecimientos únicos, que “muchos habrían querido ver y no los vieron; oír la palabra del VERBO vibrando en la palabra humana de JESÚS, y no la oyeron” (Cf. Mt 13,16-17). Con todo, los discípulos ante diversos acontecimientos tuvieron que exclamar: “!¿Quién es éste?!” (Cf. Mc 4,41). Las dificultades de los discípulos para profundizar en el conocimiento de su MAESTRO fueron desapareciendo gradualmente, en el mejor de los casos. La Resurrección y la venida del ESPÍRITU SANTO se muestran como los acontecimientos esclarecedores de la identidad de JESÚS de Nazaret, pero en la conclusión del evangelio de san Mateo la despedida del RESUCITADO no fue acogida de igual modo por todos los discípulos, pues “algunos dudaban” (Cf. Mt 28,17). Nuestras certezas sobre la identidad de JESÚS, por tanto, se muestran obra de la Gracia de DIOS, que se va abriendo paso por los innumerables entresijos, que cubren las circunstancias personales y el momento histórico presente.

¿Qué se modificó en los discípulos?

Los discípulos de JESÚS vivieron una transición, que los condujo de aferrarse a un mesianismo de carácter político a una conciencia sobre la expansión del Reino de DIOS en este mundo. DIOS mismo se revelaba con características del todo nuevas: el monoteísmo se convirtió en una Fe dirigida a la TRINIDAD. El Templo como lugar de culto se relativizó y dejó de ser imprescindible. El culto sacrificial quedó del todo abolido. La minuciosidad de las seiscientas trece leyes rabínicas, que emanaban de la Torá quedaron sin vigencia alguna. El sacerdocio levítico prescribió. Las fiestas judías, algunas se trasformaron en fiestas cristianas y otras fueron desapareciendo. La lectura de las Escrituras entró en un proceso de nuevo canon, pues los cristianos empezaban a tener escritos que daban cumplimiento a los libros recogidos en el canon judío. Las relaciones fraternas de los cristianos ampliaban sus márgenes más allá de los de la misma raza. San Pablo es quien ejemplifica mejor la novedad de la Fe y conocimiento de JESUCRISTO: “todo lo considero pérdida, salvo el conocimiento de CRISTO, mi SEÑOR” (Cf. Flp 3,8).

Cambio y permanencia

Cada uno de nosotros es un ejemplo vivo de algo que cambia y de lo que permanece en el propio cambio. Todos percibimos los cambios que a lo largo de la vida se van produciendo en una misma identidad, que se mantiene. “JESUCRISTO es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Cf. Hb 13,8); pero la perspectiva del mismo debe enriquecerse y afianzarse en lo fundamental. Para un cristiano, las verdades recogidas en el Credo presentan un carácter inamovible; y después la oración, el estudio y la vida van enriqueciendo  lo que constituye la estructura interna. El mismo JESÚS que predicó en Galilea, sanó a los enfermos y liberó a los asediados por el diablo, está presente en la EUCARISTÍA. Si esta presencia es percibida como real, entonces estamos ante el mismo JESÚS, que formuló: “Esto es mi CUERPO. Esta es mi SANGRE” (Cf. 1Cor 11,24-25 ). En nuestros días tenemos que avanzar en dos direcciones fundamentales: el conocimiento de JESÚS a través de su Iglesia, y  un discernimiento lo más preciso posible de lo que la sociedad ofrece como factor religioso, nueva espiritualidad o nueva ética. Sin máscara o disfraz, desde hace algunas décadas, se viene diciendo que el Cristianismo sobra de las instituciones y la sociedad en general; y de forma especial, la Iglesia Católica. La acción es doble: el intento de erradicación, por una parte; y la sustitución, por otra. El recorrido por el año litúrgico que termina nos debiera afianzar en la adhesión a JESÚS de Nazaret, que nos ofrece un nuevo año con el Adviento para renovar toda nuestra vida cristiana.

“TÚ eres el CRISTO” (Mc 8,29)

La confesión de Cesarea recogida por los sinópticos es un punto de partida para seguir conociendo las dimensiones propias de JESUCRISTO presentadas en los evangelios. JESÚS de Nazaret es el Enviado del PADRE, el VERBO de DIOS, el HIJO de DIOS, el UNGIDO, el SALVADOR. Según el evangelio de san Juan nos referimos a JESÚS como el PAN de VIDA, el BUEN PASTOR, el CAMINO, la VERDAD, y la VIDA, y otros títulos que nos ayudan a forjar la imagen inagotable del que se nos ha revelado como la segunda persona de la TRINIDAD. Hoy la liturgia de la Santa Misa cierra el ciclo anual con la escena del “Juicio de las naciones”, en la que JESÚS, el Hijo del  hombre, aparece como JUEZ universal.

Preámbulo de la justicia divina

Una vez que DIOS se nos ha revelado como AMOR (Cf. 1Jn 4,8), estamos obligados  a realizar un verdadero esfuerzo por encontrar esta gran verdad subyaciendo en cualquier otro atributo divino. Por encima de todas las consideraciones, DIOS es MISERICORDIA, pues de otra forma no podría amar de modo incondicional a todas y cada una de sus criaturas. DIOS no necesita desprenderse ni un solo instante de su infinito AMOR y santidad para realizar una acción de purificación y justicia. La diferencia de la criatura con respecto a DIOS es la de “algo” frente al “infinito”; o alguien frente al que no tenemos medida para precisar sus perfecciones. DIOS nos puede juzgar, y lo hace, mediante su mismo AMOR; y, si se quiere, mediante un exceso de AMOR.

Los versículos de la primera lectura, tomados del profeta Ezequiel, nos acercan a esta verdad: “YO mismo reuniré a mi rebaño y velaré por él” (Cf. Ez 34,ss). Ante la ineficacia de los pastores encargados de velar por la salud espiritual de sus hijos, DIOS mismo toma partido en esta acción, que está siendo necesaria en cualquier  época de la historia. Así el evangelio de san Mateo concluye: “YO estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20).

La parábola de Ezequiel sobre el PASTOR

DIOS mismo se identifica como el PASTOR que vela por todos y cada uno de los suyos y los va reuniendo para formar el rebaño: “como un pastor vela por su rebaño, cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré YO por mis ovejas.  Las recobraré de todos los lugares por donde se habían dispersado, en día de nubes y brumas” (v.12). Nos acerca este texto en su literalidad al capítulo diez del evangelio de san Juan, cuando JESÚS se identifica con el BUEN PASTOR (Cf. Jn 10,1). Pero en ningún momento, según el profeta Ezequiel, ha faltado la acción providente y amorosa al Pueblo elegido. Nosotros podemos afirmar con lucidez, a partir de la revelación del Nuevo Testamento, que esa acción amorosa y providente estuvo vigente y permanecerá entre nosotros en virtud de la Encarnación del VERBO, de su muerte y Resurrección. Esta forma de considerar lo anunciado y lo que se cumplió en JESUCRISTO nos ayuda a una mirada en la perspectiva del Misterio de DIOS. Hace tiempo que las cosas dependen de la intervención divina, que vela por nosotros en medio de los acontecimientos.

DIOS se hace “buen samaritano”

“Buscaré la oveja perdida, tornaré la descarriada y curaré a la herida” (v16). En este texto de Ezequiel encontramos reflejados a la mayor parte de las personas, que tienen una apreciable conducta dentro de la ética bíblica, de acuerdo con el núcleo central del Decálogo; sin embargo, DIOS sabe el porqué de los motivos o circunstancias que llevaron a muchos por caminos errados. En la sociedad moderna, los estímulos ambientales pueden ser más determinantes que una superficial educación en valores, por lo que la persona se encuentra sin apoyos o referentes para orientar su vida con garantía. El destino de muchos es un fracaso sin retorno, y sólo un milagro puede rehabilitar esas vidas. Personas desorientadas y confundidas sumidas en los eslóganes de la falsa tolerancia dan por bueno todo lo que embrutece y deshumaniza. El hastío interior, que muchos experimentan, les hace insensibles a la paz interior y no encuentran la fuente de la misma. Distintas son las enfermedades espirituales, que no se identifican, y como consecuencia no se les pone remedio. Los grandes manipuladores consiguen mover a amplios sectores de población entre altas dosis de dopamina y de adrenalina: el objetivo viene a ser la alternancia entre una saturación placentera o una intensificación del vértigo y el estrés. En cualquiera de los dos extremos, el individuo no piensa con claridad, se le incapacita para la reflexión y es llevado por las emociones donde el manipulador considere adecuado para sus intereses.  Mientras tanto las defensas espirituales van mermando a punto de perderse y la persona vive fuera de la realidad entregado a las consignas de los manipuladores. En el presente se está experimentando con la salud psíquica y espiritual de las personas, en el intento de un cambio de las mismas bases antropológicas, por lo que crecerá de modo exponencial el número de individuos con graves problemas de identidad, de sentido en la vida y con un mínimo estado de paz interior, que les haga llevadera la existencia.

El prepotente

“A la oveja que está gorda y robusta, la exterminaré” (v.16). Las ovejas que privaron del alimento a sus compañeras tendrán un trato muy severo. Las personas que han medrado a costa de explotar a su prójimo encontrarán un juicio firme y riguroso. A lo largo de la Escritura se plantea el indicado problema de la retribución que hace justicia al débil y oprimido frente al prepotente explotador. El hombre religioso no siempre constata que el causante culpable de la injusticia es proporcionalmente corregido o castigado en esta vida. Si en esta vida no existe una justicia que penalice al malvado tendrá que realizarse más allá del estado presente de existencia. Según la palabra del SEÑOR, a través del profeta, no es igual la culpabilidad por error y debilidad personal, que las conductas de los poseídos de conocimiento y poder sobre sus hermanos. Estos últimos tendrán un tratamiento de acuerdo al mal que hayan infringido. Sabemos que, aún estos, obtendrían comprensión y misericordia, si se arrepienten, piden perdón y reparan en la medida de sus fuerzas el mal originado a sus semejantes. Algo así fue el caso de Zaqueo, el jefe de publicanos, narrado por san Lucas (Cf. Lc 19,1 ss)

Algunos malentendidos

Para hacer más didáctica la lectura de la Escritura se han introducido elementos, que se dan por auténticos, pero son ajenos a los textos en cuestión. Un caso típico es el de la manzana que, supuestamente, comió Eva y de ese acto proviene el pecado original. Cuando se lee el texto bíblico con un poco de atención, la manzana no aparece en sitio alguno. Otro tanto pasa con el caballo del que se cae san Pablo camino de Damasco: al leer el texto, el caballo no existe. La entrada de JESÚS en Jerusalén a lomos de un pollino se la ha denominado, al margen del propio texto, como entrada triunfal de JESÚS, cuando eso estaba lejos de JESÚS y de los propios hechos acaecidos. JESÚS fue aclamado por un puñado de discípulos y de algunos otros que lo conocían como el profeta de Galilea. El conjunto de signos de ese pasaje sugiere con más acierto denominar al hecho como la entrada profética de JESÚS en Jerusalén. Y ahora que nos disponemos a comentar la tercera parábola del capítulo veinticinco de san Mateo nos encontramos con una situación similar. A esta parábola se la conoce como la parábola del Juicio Final, sin embargo nada de eso aparece en el propio texto.

La acción judicial de JESÚS de Nazaret

Cuando JESÚS perdona pecados o exorciza, está realizando acciones judiciales. La naturaleza de estos juicios es la misma que va a registrar el juicio particular o final de toda la humanidad. JESÚS no compatibiliza con el pecado, pero trata por todos los medios de salvar al pecador, porque la persona es infinitamente más que el pecado cometido. Es verdad que el pecado, en cuanto ofensa a DIOS tiene una gravedad imposible de reparar para el hombre; pero el hombre mismo, en cuanto hijo de DIOS, tiene un valor muy por encima del pecado cometido, y por eso la persona es objeto de salvación por parte de DIOS.

JESÚS muestra una paciencia infinita hacia la mujer samaritana y la va conduciendo a las fuentes de la Gracia (Cf. Jn 4). Algo así ocurre con Zaqueo, al que llama JESÚS para ser acogido en su casa (Cf. Lc 19,1 ss). Los fariseos llevan a JESÚS una mujer sorprendida en adulterio, por lo que debía ser apedreada. Sin echar discurso alguno, JESÚS los pone ante el espejo de ellos mismos: “el que esté limpio de pecado, que tire la primera piedra” (Cf. Jn 8,7). Los juicios de JESÚS están dentro de la corriente de la Misericordia, porque ÉL “vino para sanar al que estaba enfermo y llamar al que andaba perdido” (Cf. Mc 2,17). Y en otro lugar JESÚS dirá: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Cf. Mt 9,12-13). Si no queremos desvirtuar el Mensaje de JESÚS con atribuciones indebidas, hemos de seguir la estela de su actuación entre nosotros; pues, no en vano, su presencia es la misma acción de DIOS en el mundo. En el juicio particular y en el juicio final nos vamos a encontrar con el mismo CRISTO que ofreció su Amor incondicional a todos los hombres. Dibujar un perfil diferente de JESUCRISTO es tomar en vano su Nombre, muerte y Resurrección. Si DIOS se dispone a ejecutar una implacable justicia contra los pecados de los hombres, entonces se salvarían unos poquitos; pero si el juicio va dirigido a sus hijos afectados de múltiples dolencias psíquicas, espirituales y físicas; entonces será posible que se salven muchos más.

La gloria del SEÑOR

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus Ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria” (Mt 25,31). Esta misma gloria es referida en los últimos versículos del capítulo dieciséis previos a la transfiguración: “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su PADRE con sus Ángeles; y, entonces, pagará a cada uno según su conducta YO os aseguro que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte, hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino” (Cf. Mt 16,27-28). Los versículos iniciales del siguiente capítulo narran la transfiguración como la manifestación de la gloria que envuelve y acompaña  al Hijo del hombre. Esta expresión, Hijo del hombre, utilizada por JESÚS para referirse a SÍ mismo tiene un profundo componente judicial y de revelación, pues evoca la figura enigmática del Hijo del hombre, del libro de Daniel y desciende desde el trono de DIOS (Cf. Dn 7,9-14). De lo que hablan Moisés y Elías con JESÚS, en el Monte de la Transfiguración corresponde a la pasión que va sufrir en Jerusalén (Cf. Mt 17,1-8; Lc 9,28-36). El juicio del versículo veintisiete se transfiere al propio JESÚS, que “carga con los pecados de muchos” (Cf. Is 53,12).

JESÚS, una vez que ha pasado por la Cruz, ascendió a los cielos y está sentado a la  derecha del PADRE (Cf. Mc 16,19 ), que significa haber asumido el mismo poder de DIOS con carácter universal. JESÚS, el que viene, se sienta como REY en el trono del poder rodeado de todos sus Ángeles con el mismo reconocimiento de todas las jerarquías angélicas en el momento de su entrada en el mundo (Cf. Hb 1,6). En este proceso del juicio observamos el movimiento en dos direcciones a la vez: al tiempo que el HIJO desciende para realizar una acción de término, se sienta en el trono del poder junto al PADRE.

Un juicio personal

“De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida, o qué puede dar el hombre a cambio de su vida?, porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su PADRE con sus Ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Cf. Mt 16,26-27). Y como anticipo de esta acción judicial, el Hijo del hombre va revelarse con más claridad a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, que acompañarán a JESÚS al Monte de la Transfiguración (Cf. Mt 17,1-9). Juicio, gloria y Ángeles entran en una conjunción que está en acción de forma permanente, aunque adquiera momentos de especial intensidad. La gloria de DIOS había descendido y reposado sobre JESÚS durante su bautismo en el Jordán (Cf. Mt 3,16-17); y desde ese momento la acción del ESPÍRITU SANTO no dejó de acompañar a JESÚS en cada uno de los instantes de su misión como ENVIADO del PADRE. No obstante JESÚS pide al PADRE, que su retorno tenga para ÉL y todos los suyos la misma gloria, que tenía junto a ÉL antes que el mundo existiese (Cf. Jn 17,5). Los discípulos de JESÚS están destinados a formar parte de la unidad entre el PADRE y el HIJO por la misma GLORIA, que ellos comparten: “YO les he dado la GLORIA que tu me diste, para que sean uno como nosotros somos uno” (Cf. Jn 17,22). El final de todas las cosas en el cumplimiento del gran objetivo de JESÚS se ajusta absolutamente a la voluntad del PADRE: “Los que TÚ mes has dado, PADRE, quiero que donde YO esté, estén también CONMIGO, para que contemplen mi GLORIA la que me has dado, porque me  has amado antes de la creación del mundo”  (Cf. Jn 17, 24). El gran sometimiento de todas las criaturas en CRISTO, que testifica san Pablo (Cf. 1Cor 15,28) resulta otra forma de proponer el objetivo último de la Redención, que da paso a la situación definitiva de todos los bienaventurados. Mientras tanto, vivimos un proceso de juicio con una finalidad interna que orienta en la dirección del objetivo final sellado por la Redención.

El final del mundo

Es obvio que la existencia del hombre sobre la tierra tiene un final, que viene determinado por algo tan prosaico como el término de la existencia del sol, que se calcula una duración de unos diez mil millones de años. Cualquier otro incidente cósmico puede dar al traste con el planeta antes de ese tiempo. Pero desde el plano  religioso establecemos otros criterios para hablar del fin del mundo. Con frecuencia la inminencia del fin del mundo se hace depender del mal actuante, que prolifera y causa todo tipo de daño. Si el resultado del fin del mundo viene por un imperio del Mal habría que considerar la historia del hombre como un fracaso. JESUCRISTO venció al mal en su aspecto mas dañino, que es la muerte junto con el pecado; por tanto, ¿no se podría pensar que la humanidad tiene todas las posibilidades de conquistar un estadio espiritual, en el que los valores evangélicos se vivan en plenitud por una mayoría de personas en el planeta? ¿Es qué la humanidad tiene que estar dominada en todo momento por la corrupción de la concupiscencia con una aparente preponderancia de las fuerzas satánicas? Si damos crédito a la victoria de JESUCRISTO como REY y SEÑOR del Universo, los valores del Reino de DIOS tendrán que resaltar en proporción a la Redención  realizada por JESÚS.

El juicio de las naciones

JESÚS se distancia de Juan Bautista, que preveía la inminencia del juicio de DIOS en tonos apocalípticos del “hacha puesto a la raíz del árbol o del fuego transformador” (Cf. Mt 3,10). Frente al mensaje de juicio, JESÚS trae el anuncio de la acción transformadora de DIOS, que se va abriendo paso dentro de la coyuntura propia de la condición humana. El cielo ha sido abierto, el camino establecido y los Ángeles de DIOS pueden subir y bajar sobre la obra del Hijo del hombre (Cf. Jn 1,51). La iconografía de la tercera parábola, de este capítulo veinticinco, de san Mateo, constituye una síntesis del Mensaje iniciado en Galilea, que muestra su carácter revelador: la presencia del Amor de DIOS en el mundo da alimento al hambriento, viste al desnudo, sana a los enfermos y los acompaña y ofrece hospitalidad: “lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños a MÍ me lo hicisteis” (Cf. Mt 25,40). La negación de las obras de misericordia evangélicas da como resultado un estado de caos e infierno, y la sentencia resultante irá  en esa misma línea: “Apartaos de MÍ, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Cf. Mt 25,41). La composición de este juicio presenta a los sujetos de la sentencia perfectamente polarizados: los que practicaron con diligencia todas las obras de misericordia y los que no hicieron nada por remediar las necesidades vitales de los  hermanos. Sabemos que en la mayoría de las vidas de las personas, las cosas no son totalmente blancas ni absolutamente negras, y presentan una amplia gama de grises, que el JUEZ justo tiene en cuenta; pero debe quedar clara la amplitud en la que se mueve la libertad humana y las posibilidades del resultado final. En este juicio divino pocas personas se salvarían, si el SEÑOR no libra a la misma persona de la  autoexclusión del Reino. Cuando DIOS nos ponga delante su infinito AMOR, nuestra imperfección lo aguantará si actúa una gracia añadida, que nos infunda una profunda confianza y amor al mismo tiempo ante el AMOR que nos mira y atrae hacia SÍ. La terrible sentencia, “apartaos de MÍ malditos”, no es preciso que la pronuncie el propio SEÑOR o Ángel alguno; uno mismo puede sentirse un maldito, imposible de ser  redimido e incompatible con la bondad de DIOS. Adán se esconde después del pecado, pero aguanta la presencia de DIOS cuando lo llama (Cf. Gen 3,8-10); pero resulta inquietante encontrarse con el AMOR perfecto cara a cara, y no poder  aguantar su intensidad y perfección. El gran acto  de soberbia del hombre moderno es pensar, que la muerte es la disolución del individuo, porque no admite a DIOS ni siquiera como hipótesis; sin embargo la tragedia se intensifica cuando se empieza a intuir que la muerte no es la inexistencia, sino la existencia en una terrible soledad y oscuridad, para la que todavía sería algo la compañía deplorable del diablo y sus ángeles. La muerte es el horizonte finito de la vida y el Juicio de DIOS algo imprescindible para adquirir la nueva condición y naturaleza de hijos de DIOS destinados a una vida de comunión con ÉL y con todos los bienaventurados. Quien durante esta vida va practicando la misericordia con los hermanos puede tener confianza y seguridad de encontrarse con la fuente de toda bondad: “el que practica la misericordia soporta el juicio” (Cf. St 2,13)

San Pablo, 1Corintios 15,20-26

Algunos corintios tenían dificultad con la doctrina de la Resurrección. San Pablo toma muy en serio esta cuestión y les dice que “si JESÚS no ha resucitado, nuestra Fe es inútil, y somos los más desgraciados de los hombres” (v.9); pues hemos puesto   nuestra esperanza en algo que pertenece al mundo de la fantasía. San Pablo argumenta: “dado que los muertos resucitan, la causa de ello es que JESUCRISTO ha resucitado” (v.16). Dos argumentos por la vía de los hechos propone el apóstol: el bautismo por los muertos (v.29), que practicaban de forma vicaria los cristianos de aquellas comunidades, y el propio testimonio de san Pablo. Él tiene la experiencia  que cambió su vida, al encontrarse con el RESUCITADO camino de Damasco, y puede decir en cualquier tiempo y lugar: “JESUCRISTO ha resucitado como primicia de los que durmieron, porque habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (v.20-21). En JESUCRISTO el hombre puede aspirar a la inmortalidad prevista por DIOS desde siempre. El hombre no es un Ángel, que carece de corporeidad alguna. La característica del ser humano es participar  por igual de la dimensión corpórea y de la espiritual, sin deslindar la una de la otra. Esta condición es misteriosa para el mismo hombre, y por eso la propia condición se esclarece a la luz del VERBO hecho hombre, que nos completa y perfecciona en Él. Todos estamos destinados a la Resurrección, “pero en primer lugar CRISTO y luego los de CRISTO en su venida” (v.23). Antes, CRISTO tiene que destruir todo principado, dominación y potestad (v.24). Nos encontramos con los poderes espirituales de orden satánico, que actúan en el mundo. Estas fuerzas satánicas tienen un contrapunto en las personalidades angélicas mencionadas en el himno de Colosenses (Cf. Col 1,15-20). Por encima de cualquier dicotomía espiritual, las jerarquías angélicas tienen a CRISTO por Cabeza como muestra el mismo texto sagrado; pero la contienda en este momento no está cifrada contra las fuerzas de este mundo, sino contra  los poderes espirituales contrarios a la expansión del Reino, como nos refiere la carta a los Efesios: “nuestra lucha no es contra los poderes de este  mundo, sino contra las potencias espirituales, que habitan en los aires” (Cf. Ef 6,12). En la entrega de JESÚS al PADRE del Reino, que vino a traer a esta tierra, están directamente implicados los poderes angélicos al servicio del SEÑOR. “Todos los enemigos deben ser destruidos, y el último en ser vencido será la muerte, que tiene por aguijón al pecado” (v.26). El punto final de todo este proceso estará en que ¡DIOS lo será todo en todos” (v.28), sin perder para nada su condición de presencia personal ante todas sus criaturas. San Pablo distingue muy bien entre lo que podría ser un panteísmo y la inhabitación del PADRE por el HIJO en el ESPÍRITU SANTO, que refiere en distintas formas a lo largo de sus escritos.

Por Pablo Garrido Sánchez

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