No ha habido misas en Toronto ni en muchas otras partes de la provincia canadiense de Ontario, hasta el 14 de junio, pero la culpa no es del gobierno, que pretendía que se reanudase el culto público en abril. El arzobispo de Toronto, cardenal Thomas Collins, juzgó que era demasiado pronto.
Empieza a ser una inquietante constante, la de prelados más celosos con las restricciones al culto que los propios gobiernos seculares, incluso cuando son tan celosos de la salud pública como la Canadá de Justin Trudeau. Se ha sabido, así, que la interrupción del culto público en la provincia hasta junio no se ha debido a la voluntad del gobierno, que esperaba poder permitir la apertura de las iglesias a las celebraciones eucarísticas hacia abril, sino al propio arzobispo de Toronto, cardenal Thomas Collins, que lo juzgó precipitado.
El pasado día 13 de noviembre, el cardenal mantuvo un encuentro virtual con sus párrocos en el que insistió en la “importancia” de prohibir la comunión en la boca, amenazando con cerrar las iglesias que no cumplieran con esta prohibición anticanónica y demostrablemente absurda desde el punto de vista sanitario.
Una semana más tarde, Collins volvió a cerrar las iglesias al culto en la ciudad de Toronto y otras zonas de la archidiócesis, a pesar de que el gobierno canadiense permite las liturgias públicas con un límite de aforo de diez personas.
Con información de InfoVaticana/Carlos Esteban