Hay que hablar con claridad: el aborto siempre ha sido, es, y será, un asesinato de un ser humano en ciernes. No hay aquí ningún “derecho” humano, ni “reproductivo”, ya que es justamente lo contrario, no reproduce nada, sino que elimina.
La discusión ética sobre si conviene practicarlo en circunstancias especiales, como cuando está en riesgo la vida de la madre, siempre debería fundamentarse en valores religiosos, porque son trascendentes, y no en lo que a la racionalidad del Estado conviene.
El Estado busca la supervivencia de sí mismo, pero en ese lance aplasta los derechos de los individuos. Además, el concepto de Estado como entidad estructural de poder político, ha quedado rebasado por las megaestructuras de poder que representan los enjambres financieros mundiales, transnacionales, emporios sin rostro y capital sin nacionalidad y sin escrúpulo alguno, que dominan a los gobernantes como títeres e imponen su agenda.
Ante estos embates, el individuo hoy en día se sabe vulnerable y el Estado no puede protegerlo, pues ha sido absorbido por las megaestructuras, que lo controlan (entre otras formas) al inyectarle ideología para normar conductas sociales legalizando iniciativas antinaturales.
La normalización del asesinato de los hijos en el vientre materno hace a quienes lo practican asumir la vida humana como un medio y no como un fin.
En esa lógica se aborta porque siempre se halla algo como más importante que la vida del bebé. Ya sea el trabajo, la independencia, la libertad, los planes. Lo que sea.
Y esto tiene como resultado, siendo que el aborto se practica masivamente, una mentalidad social de racionalidad instrumental, es decir, según la cual la vida no es lo más importante, sino el papel que juega el individuo, sobre todo, en la competitividad económica-laboral.
Dicho de otra manera, el aborto propicia la normalización del pensamiento de que hay algo por encima del ser humano, de los hijos propios, pensamiento que “cosifica” al hombre.
Esta mentalidad propia de la modernidad tecnocrática implica la demolición de muchos de los pilares en que se funda y descansa Occidente: el aborto es un ataque directo a un ser indefenso, pero también es una puesta en crisis de la familia natural, de la sexualidad natural y sus consecuencias, del valor de la vida, y de la religión.
Y es simultáneamente la industrialización del asesinato, que no por ser practicado contra un ser pequeño es menos asesinato que los de los cárteles criminales.
Hay cárteles del aborto, inmensamente billonarios, una gran industria que devora cuerpos de niños no nacidos. Y todo esto con la complacencia del Estado, uno del que como conservador se debe desconfiar siempre.
No hay ningún fin superior que justifique la industria millonaria del aborto. Que por supuesto, está vinculada con la industria “médica”, con la Big Pharma -otro de los brazos del Biopoder- y con la industria cosmética, la banalidad en su máxima expresión.
El aborto más allá de la ética es un arma geopolítica de la que se vale la izquierda internacional para degradar los valores y el legado espiritual de Occidente, y con ello facilitar la imposición de ese socialismo manejado por las mafias de financieristas transnacionales, que, como hemos escrito, sólo han alfombrado la hegemonía del Partido Comunista de China (PCCh).
Un PCCh que impuso implacable la política de Estado de un solo hijo, el biopoder machacando la libertad familiar, e ignorando los derechos humanos, decidiendo desde el Poder por el individuo y su libre desarrollo.
Los fanáticos del Nuevo Orden Mundial, empezando por los Rockefeller y sus acuerdos con líderes del mundo para legalizar el aborto, al final del día no verán cristalizados sus sueños de dominio, de un solo gobierno mundial, una sola moneda y una sola religión, porque el Gran Dragón Comunista se les ha adelantado y no hay forma ya de detenerlo.
La hegemonía mundial será de China, y los globalistas han sólo hecho el papel de tontos útiles del PCCh, cuadrando todo para que se siente en el trono el comunismo más ateo y atroz del mundo.
A Occidente le toca rechazar todas las embestidas del progresismo, de las izquierdas y de los liberales que igualmente socavan los valores de la cristiandad y de los Padres Fundadores de los Estados Unidos.
Hoy tenemos a MAGA, uno de los movimientos más fuertes y trascendentes a nivel geopolítico en el orbe, uno que representa con claridad la resistencia al progresismo, que es la antesala del comunismo chino.
Hay otros líderes en América Latina que también luchan por conservar los valores universales, los de Occidente, y de todos unidos ha de surgir un esquema diferente de gobiernos y de estilos de vida, con mayor apego a la religiosidad, como a la libertad de expresión, contra la cultura neo-maoísta de la muerte civil en una revolución cultural por la cancelación del otro, del distinto.
Porque, ¿cómo se gana una guerra? No se puede ganar una guerra cuando el adversario tiene valores muy firmes, una moral fuerte, vigorosa.
Se gana cuando el enemigo tiene la moral por los suelos, cuando su moral ha sido sovacada, derruída, y no tiene motivaciones ya, cuando sus valores tradicionales se han podrido, y sus defensas han sido debilitadas. Así se logra entrar.
El primer paso para destruir a un enemigo es desmoralizarlo. El chino Sun Tzu sabía esto y Estados comunistas también lo sabían desde hace mucho y lo pusieron en práctica. Yuri Bezmenov, ex agente ruso de la KGB emigrado a Canadá lo señaló con claridad. Lo mismo Ion Mihai Pacepa, ex agente de inteligencia rumano.
Por eso el aborto es tan importante como un arma geopolítica para socavar la moral del mundo cristiano, porque instala en sus practicantes el aura del asesinato, y no hay quien viva sin culpas y profundas cicatrices luego de sufrir una experiencia filicida.
Quienes se lo han practicado viven en la angustia, en la culpa, justamente, desmoralizadas, y ese es el mood ideal para el enemigo, el estar en crisis.
Y cuando el aborto es masivo, “legal”, la sociedad entera está en crisis, respirando angustia, sabiendo que ha hecho algo que no está bien, que va contra su cuerpo y contra las leyes de la naturaleza —y de Dios—. Es fácil controlar y manipular a personas en crisis.
Cabe especificar que las mujeres chinas también se practican abortos masivamente. Sin embargo, hay una gran diferencia porque no tienen una base religiosa y cultural judeo-cristiana, y han sido adoctrinadas e ideologizadas durante varias generaciones por el Estado comunista. Por lo que pese a que en todos los casos el aborto es contradecir la función natural del cuerpo de la mujer y sus funciones, no necesariamente causa el mismo efecto psicológico que en las mujeres de la cristiandad.
Los globalistas llevaron al mundo occidental a este punto, pero China es quien se coronará, quien aprovechará este debilitamiento moral.
Por supuesto, no es al aborto la única arma usada para destruir la moral cristina, sino que va junto con un paquete ideológico vasto, que arroja además inmensas e inescrupulosas ganancias económicas: ideología de género, supremacismo homosexual, supremacismo negro, supremacismo feminista, lenguaje “incluyente”, cultura de la cancelación, infancia trans, normalización de la pederastia, de la pornografía y de su consecuente trata de personas, normalización del consumo de drogas y de la narco-cultura.
¿Qué tanta responsabilidad ha tenido a nivel histórico el Deep State norteamericano en la normalización de todos estos elementos de destrucción de una sociedad?
Por: Raúl Tortolero / PanamPost