Céline Hoyeau, católica que ama la Iglesia, periodista especializada en La Croix, que de joven trató con varias de estas nuevas comunidades que le parecían llenas de fe y vida, con tristeza ha publicado en 2021 en Bayard su libro La Trahison des pères (La traición de los padres).
Su primer mérito es lograr juntar en un sólo libro toda la suciedad que estaba dispersa en muchas fuentes y que ha salido a la luz en últimos 20 años. Aún falta mucha información, muchos casos por analizar, pero con lo que hay su análisis se centra especialmente en estos fundadores cuyo lado oscuro se ha revelado en los últimos años.
Su primer capítulo se titula «La Caída de las Estrellas». Y esta es la larga y triste lista de líderes juzgados y sentenciados por la justicia eclesiástica o la civil que el libro cubre:
– la Oficina de Cultura de Cluny (OCC) de Olivier Fenoy,
– el centro de caridad de Tressaint (Côtes d’Armor) dirigido por André-Marie van der Borght,
– Gérard Croissant, alias hermano Ephraim, fundador de la Comunidad de las Bienaventuranzas,
– Thierry de Roucy, ex superior de la Abadía de Ourscamp (Oise) y de su fundación Puntos Corazón, las Siervas de la Presencia de Dios y la Fraternidad Molokai,
– Marie-Pierre Faye y la Fraternidad de María, Reina Inmaculada,
– Jacques Marin, Georges y Marie-Josette de la Comunidad de Palabra de Vida (o Verbo de Vida),
– Jacky Parmentier y la comunidad de la Santa Cruz,
– Pascal y Marie-Annick Pingault de la Comunidad Pan de Vida,
– Jean-Michel Rousseau de la comunidad Fondacio (bajo sus diversos nombres),
– Mansour Labaky y su orfanato en Douvres-la-Délivrande (Calvados),
– Jean Vanier y la Comunidad del Arca
– Georges Finet y los Foyers de la Charité.
Las personas en esta lista han sido sancionados por la Iglesia, o por autoridades civiles, o detallados informes con denuncias oficiales han revelado la corrupción en su interior. Aunque hay algunos matices. El caso de Georges Finet (1898-1990) sería de estos últimos: no está aún claro, muchos defienden su inocencia y siguen las investigaciones.
Bastantes no son abusos sexuales, sino de autoridad o gestión
El caso de los Pingault no es sexual. Pero muchos sí lo son. Bastantes son casos de abuso espiritual que lleva a las relaciones sexuales con adultos manipulados, sean fieles, consagrados o personas atendidas, más o menos vulnerables. Es el caso de Croissant en Bienaventuranzas, y parece que también el de Jean Vanier.
Otros son casos que sí implican abusos sexuales a menores.
Un punto fuerte del libro es el análisis de como a veces los líderes de distintos grupos se apoyaban entre sí. En La Croix la autora ya lo planteó el 22 de febrero de 2021 investigando las relaciones entre el dominico Pierre Deheau («Thomas» en religión), sus dos sobrinos, también dominicos -en religión Thomas Philippe y Marie-Dominique Philippe-, Jean Vanier (El Arca), Gérard Croissant/hermano Ephraïm (Bienaventuranzas) y Thierry de Roucy (Puntos Corazón).
Dos casos distintos: el narcisista y el verdadero pervertido
El líder narcisista en este contexto sería una persona con un defecto narcisista, que se enmarca en una escala (los hay más y menos narcisistas). Probablemente era sincero en su conversión (muchos son conversos en los años 70) y en su impulso inicial: quiere poner en marcha algo grande y quizá un poco alocado o atrevido para servir a Dios, con niños, con pobres, con familias… Crea poco a poco un contexto como líder que no tiene que responder ante nadie. Le halagan y se rodea de halagadores. Quizá su red funcione más o menos bien un tiempo, si no anula demasiado a sus colaboradores.
Pero exige reconocimiento de forma insaciable. No piensa aceptar que sea verdad que se produzca algún problema, no quiere malas noticias, y cuando las recibe castiga al mensajero. Se autoengaña, se cree sus propios embustes, cree hacerlo muy bien y estar guiado por Dios o su genialidad. Es encantador y convincente y así engaña a los demás. Hasta que se acumulan las estafas, engaños, falsedades y desastres pastorales, económicos o humanos y todo se derrumba. Varios de los líderes no implicados en una red sexual serían de este perfil.
El «verdadero pervertido» es peor. Crea conscientemente una red de poder y control, que dirige completamente. Disfruta controlando, humillando y destruyendo a las personas. Toda la red está diseñada para servir a sus propósito de control, que incluyen a menudo el abuso sexual, los lujos, quizá la droga… Para ello manipularían lo que hiciera falta: la Biblia, los ejemplos de los santos, la doctrina, etc…
En ambos casos, dice la periodista, eran «personalidades de doble cara». «Su seducción, su aura que les da poder sobre los demás, no eran malas en sí mismas, pero lo eran en la medida en que las usaban para ocultar su lado oscuro, hipnotizar a los que les rodeaban, calmar su conciencia y maltratarlos con impunidad».
La falta de supervisión y el auge de los gurús
Muchos fieles eran conversos, o jóvenes, y sabían poco de religión. Su «líder» se convertía en su única fuente.
Otros muchos jóvenes pertenecían a la primera generación sin padre: padre ausente por el divorcio cada vez más fácil, o padre débil e invisible, sin autoridad, que no se atreve a prohibir, en contraste con la generación anterior. Y el gurú se presentaba como un padre, el que no tenían en la vida real. Las víctimas muchas veces no podían comparar con un padre de verdad (a menudo, tampoco con otros clérigos fuera del grupo).
Estos fieles se entregaban a su «padre espiritual», dice la periodista, «como si fueran niños pequeños, renunciando muchas veces a su responsabilidad de adultos y a su espíritu crítico”.
Era una época de efervescencia espiritual, muchos acudían a otras espiritualidades… Precisamente, al atraer fieles estos líderes podían presentarse con orgullo ante los obispos. También había caos doctrinal y pastoral por el postconcilio… y estos fundadores prometían certezas, respuestas y seguridades.
La supervisión por parte de los obispos tampoco fue ejemplar ni muy astuta. “El clima posconciliar jugó también con la indulgencia de la jerarquía. La Iglesia dio la espalda a la severidad del final del reinado de Pío XII», detalla la autora.
La periodista critica también a los teólogos: pocos investigaron el fenómeno de las nuevas comunidades y sus realidades pastorales.
La división entre «progres» y «conservadores», otro bloqueo
La herida que deja la traición
“Siendo estudiante de secundaria, todos los meses devoraba los artículos editoriales de Ephraim en ‘Feu et lumière’, la revista de espiritualidad de la comunidad de las Bienaventuranzas, que él fundó […] En el Festival de la Juventud organizado por Chemin Neuf [Camino Nuevo, una comunidad ignaciana, carismática y ecuménica, sin escándalos que se conozcan] en Hautecombe, en el verano de 1993, me impresionó el humilde y conmovedor testimonio de Jean Vanier [de El Arca]; hice de su libro ‘Comunidad, lugar de perdón y fiesta’, mi libro de cabecera. En esa época, mis allegados partían hacia los barrios marginales de Rumania o América Latina, enviados por el Padre Thierry de Courcy, quien los envió a experimentar la amistad libre y la compasión con los niños de los barrios más pobres del planeta», explica la periodista al inicio del libro, que se reconoce como «de la generación de Juan Pablo II».
Pero como periodista, con el paso del tiempo, fue descubriendo las manzanas podridas.
Cuando titula el libro «La traición de los padres» se refiere a los abusadores y estafadores, pero también a la caída de la figura paterna ejemplar, el sacerdote no gurú y al fracaso de los obispos como supervisores. Ser consciente de estos peligros debería ayudar a prevenirlos y evitarlos.
P.J.Ginés/ReL
06 febrero 2022