Domingo de la Divina Misericordia

Hechos 2,42-47 | Salmo 117 | 1Pedro 1,3-9 | Juan 20,19-31

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

A santa Faustina Kowalska le encomendó el SEÑOR promover el Domingo de la Misericordia, coincidiendo con el segundo Domingo de Pascua. A través de esta santa polaca se renuevan las gracias y promesas atribuidas al Divino Corazón de JESÚS, en las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque (1675), dadas en Paray-le-Monial, en Francia. A santa Faustina el SEÑOR le revela su propia imagen como JESÚS de la Misericordia, que plasmaría y perfeccionaría el pintor Eugenio Kazimirowski. JESÚS aparece con su túnica y dos rayos de luz característicos que salen del corazón. Estos rayos evocan las gracias que la Divina Misericordia distribuye sobre los hombres, especialmente el bautismo-rayo blanco, y la EUCARISTIA-rayo rojo. El SEÑOR formuló gracias especiales para los que veneren su imagen de la Divina Misericordia: dijo que preservaría a las casas y ciudades donde fuera venerada su imagen de la Divina Misericordia. Le dice JESÚS a santa Faustina: “el alma que confía en MÍ es la más feliz, porque YO cuido de ella” (Diario, n.1273). “Las gracias de mi Divina Misericordia se toman en un vaso, que es la confianza; cuanto más confíe un alma más recibirá”. He abierto mi Corazón como una fuente de Misericordia que todas las almas tomen vida de ella, los pecadores encontrarán justificación y los justos crecerán en el bien. En la hora de la muerte encontrarán paz” (Diario, n.1520). “A las almas que propaguen la devoción a la Divina Misericordia las protegeré como una madre cuida a sus hijos, y a la hora de su muerte no seré para ellos un juez implacable, sino el SALVADOR Misericordioso (Diario, n.1075). A todos los que propaguen mi Divina Misericordia no pasarán por el temor a la muerte.  “A la hora de nona -las tres de la tarde- se estableció para siempre la “hora de la Misericordia”, por lo que se pide en esa hora será concedido” (Diario, n.1572); pues en esa hora la Misericordia venció sobre la Justicia”. La coronilla a la Divina Misericordia viene para nosotros con numerosas gracias especialmente destinadas a resolver favorablemente el trance de la muerte propia, de los familiares y moribundos en general. “Cuando cerca de un agonizante se rece esta coronilla a la Divina Misericordia recibirán el perdón de sus pecados, mi Justicia Divina se aplaca por la Divina Misericordia de los padecimientos de mi HIJO” (Diario, n.811). “La novena a la Divina Misericordia obtendrá todo de MÍ” (Diario, n.796) “A los sacerdotes que hablen de mi Divina Misericordia les daré una fuerza especial en sus palabras y ablandarán los corazones más endurecidos” (Diario, n.1521). ”Por la siguiente jaculatoria, prometo la conversión de los pecadores más endurecidos, esta oración es la siguiente: “Oh, sangre y agua, que brotasteis del Divino Corazón de JESÚS como una fuente de Misericordia para nosotros, en TI confío”. Para este segundo domingo de Pascua, o domingo de la Divina Misericordia, queda reservada la gracia especial de la “indulgencia plenaria”, que concede la remisión o perdón de todos los pecados con su penas correspondientes; de tal forma que esa persona que fallece inmediatamente después de recibir la indulgencia plenaria va directamente al Cielo sin pasar por el Purgatorio. Conviene saber, por tanto, las condiciones generales establecidas para recibir la indulgencia plenaria en este día: participar en la Santa Misa y comulgar, confesar una semana antes o después con esa intención, y en cualquier caso en el momento que la necesidad lo exija, pues habiéndose confesado la semana anterior con ese propósito puede alguien verse necesitado de una confesión sacramental el día anterior o una horas antes; y pidiendo por las intenciones del Papa y de los obispos en general. Las promesas de la Divina Misericordia ponen el acento de forma especial en el momento de la muerte; pues para esos días u horas últimas se necesitan gracias especiales. Dejamos este mundo para entrar en la otra vida y se muere una sola vez, salvo los casos extraordinarios relatados en los evangelios o el caso de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), y  no llegan, en realidad a la muerte definitiva, que se pospone durante un tiempo, pues la misión en este mundo para estas personas no ha terminado. Todos los que vivieron una ECM vuelven transformados, dado que ya no albergan dudas sobre la existencia del más allá, y de forma especial los que lo viven en línea cristiana. Pero aún aquellos, para los que la experiencia es desagradable por llevar una vida desajustada no vuelven igual, pues han visto el abismo en una dimensión en la que no creían. Este domingo de la Divina Misericordia ofrece la alternativa al hombre de hoy en particular, y a la sociedad en general. La alternativa es la vuelta a DIOS acogiéndonos a su infinita y Divina Misericordia, que nos regala en su HIJO JESUCRISTO.

La Promesa es para todos (Hch 2,39)

Llegado Pentecostés, una de las fiestas más importantes, se concentra en Jerusalén peregrinos de muchos lugares; se cumple la gran efusión del ESPÍRITU SANTO sobre los reunidos en el Cenáculo y muchos de alrededor quieren saber qué está pasando. Pedro toma la palabra y concluye, que todo aquello está sucediendo en el Nombre de JESUCRISTO: “tenga en cuenta toda la casa de Israel, que DIOS ha constituido SEÑOR y CRISTO a este JESÚS que vosotros habéis crucificado” (Cf. Hch 2,36). La proclamación de esta verdad produce una reacción en cadena dentro de los corazones, y los allí presentes preguntan cómo poner remedio a sus situación. Tres acciones de la Gracia: conversión, bautizarse en el Nombre de JESÚS y recibir el don del ESPÍRITU SANTO (Cf. Hch 2,37) Todo aquello era posible, porque “la Promesa es para todos” (v.39). La Promesa del PADRE (Cf. Hch 1,4-5) es el don del ESPÍRITU SANTO (v 38). “Aquel día se les unieron unas tres mil personas” (Cf. Hch 2,41). Este dato cuantificador hemos de leerlo entre líneas: el día en que el ESPÍRITU SANTO vino a los Apóstoles duró mucho más de veinticuatro horas; los que recibieron la Fe, porque escuchaba el Mensaje en su propia lengua también vivieron de forma más prolongada en el tiempo aquella enseñanza; y los tres mil da a entender que se trata de muchos hermanos bautizados en la confesión trinitaria de la Fe. La Iglesia naciente surge por una acción directa y extraordinaria de la Divina Misericordia, que sana, justifica y salva con todos los medios de la Gracia. Después del fuego ardiente de Pentecostés, la Iglesia tenía que entrar en la vida cristiana cotidiana, insertándose en la sociedad que dependía  en lo civil del Imperio Romano, y en lo religioso estaba marcado por el Judaísmo, del que el Cristianismo naciente se veía forzado a desprenderse, si no quería terminar ahogado en la religiosidad antigua. Lo cierto es que nunca fue posible un punto intermedio de acuerdo entre el Judaísmo y el Cristianismo, pues en el momento que un judío acepte a JESUCRISTO como su SALVADOR deja de pertenecer a la religión judía y ser salvado por la Ley, si es que la Ley puede salvar. La Promesa del PADRE o el don del ESPÍRITU SANTO es para todos los que lo acepten y reciban en el Nombre de JESUCRISTO.

Eran asiduos… (Hch 2,42-47)

En estos versículos tenemos un modelo de Iglesia, o vida cristiana, para todos los tiempos. El autor sagrado ha tenido tiempo de observar la trayectoria de las comunidades que nacieron en Jerusalén después de la muerte y Resurrección de JESÚS, hasta el momento de la destrucción de Jerusalén incluido el Templo (año 70). Ha pasado la primera generación cristiana -cuarenta años- cuando aparece el libro de los Hechos dando continuación al evangelio de san Lucas. Lo que nos cuenta el autor sagrado en estos versículos debe ser tenido en cuenta por la institución eclesial en sus distintos niveles: parroquial, diocesana, nacional y universal. También nos atañe lo dicho aquí, al ámbito particular, pues la enseñanza de los Apóstoles -la Escritura- o la Fracción del Pan -la Misa- nos concierne de todas las maneras. Al mirar el Nuevo Testamento observamos que la decisión personal para seguir la nueva religión puede ser modificada en cualquier momento, aunque no se ocultan las consecuencias de las deserciones de la Fe. La obligación particular por las prácticas religiosas es una constante. Si los primeros cristianos eran constantes, perseverantes o asiduos a las prácticas religiosas estaba originado por la propia motivación personal. El cristiano se hace poco a poco con el tiempo, como todo lo que en este mundo precisa de un desarrollo y maduración.

Asiduos para la Enseñanza de los Apóstoles

Toda la Escritura revelada tenía que ser releída, y lo harían aquellos que provistos de la iluminación del ESPÍRITU SANTO dieran con el sentido correcto y pleno de los textos sagrados. El valor de las Sagradas Escrituras lo refiere también san Lucas, en la parábola del “pobre Lázaro y el rico”, cuando Abraham le dice al rico, que sus hermanos no se convertirán aunque resucite un muerto, si no miran las Escrituras (Cf. Lc 16,29-31). Ninguna devoción puede superar los textos de la Escritura, y todas las devociones cristianas tienen que encontrar su fundamento en las Escrituras mismas. A lo largo de los siglos las revelaciones carismáticas vienen a recordar e iluminar lo que está contenido en la Escritura. Cualquier revelación sobre la Misericordia de DIOS tiene que estar enmarcada en lo relatado por los Evangelios en torno a la Pasión y Cruz de JESÚS. A veces se aprecia más una jaculatoria dada en una revelación privada, que la viva expresión contenida en un pasaje evangélico. Hay que devolverle a la Escritura el Poder recogido en sus signos, episodios y palabras.

Asiduos para la comunión

Con regularidad el cristiano tiene que forjar comunidad. La familia es el primer ámbito comunitario, en el que han de vivirse el cruce de relaciones propias de la misma: conyugales, paternas, filiales y fraternas; además de las relaciones adecuadas con la familia extensa: tíos, primos, sobrinos o abuelos. Pero la familia en la Fe es aún más extensa y estamos convocados regularmente cada domingo a participar en la Santa Misa, reuniendo en esa celebración a las distintas familias particulares, asociaciones, movimientos, hermandades o cofradías. La “comunión en la Fe” es el remedio de la atomización o el aislamiento. Un átomo suelto sirve de poco, pero cuando se une con otros puede formar un conjunto activo. La atomización social y cristiana es un riesgo permanente y acuciante en estos tiempos. La comunidad cristiana no es la reunión de los igualitarios, sino la reunión de los diferentes y dispersos unidos por JESUCRISTO como único y verdadero vínculo. A los amigos los encuentro en el bar, o en el club, pero en la comunidad cristiana están los convocados por el SEÑOR, y a esa convocación tenemos que prestar asistencia frecuente y periódica. Cada persona tiene sus dones, virtudes, carismas y defectos, que también nos pueden ayudar a ver los propios. La comunidad cristiana no es la reunión de los mejores, y tampoco de los peores. En la comunidad cristiana encuentro a los que han llegado y quieren continuar por una senda de discípulos de JESÚS de Nazaret; y en este camino no están los más importantes o los menos considerados, sino los diferentes y complementarios. En todo caso, hay que considerar con un rango especial, al que preside la comunidad en el Nombre de JESUCRISTO y trasvasa gracias especiales para todos los convocados.

Asiduos a la Fracción del Pan

La Fracción del Pan junto con el hecho de la muerte y Resurrección de JESÚS alcanzaron un nivel de institucionalización, que san Pablo recibió como dos grandes tradiciones específicamente cristianas. Estas dos tradiciones están en la primera carta a los Corintios (Cf. 1Cor 11,23-25; 15,3). La Fracción del Pan se desprendió relativamente pronto del “ágape” o comida fraterna que precedía al rito por el que se establecía el memorial que JESÚS había pedido. San Justino, a mediados del siglo segundo, nos ofrece el testimonio de una celebración que presenta un esquema similar a la Santa Misa que conocemos en nuestros días; pues de hecho la segunda Plegaria Eucarística, tan denostada por algunos, proviene de aquellos tiempos; por lo que es muy anterior al Canon Romano o Primera Plegaria inamovible para otros, que no encuentran más plegaria que esa y en latín, porque parece que el ESPÍRITU SANTO en lengua vernácula no la va a entender. Bueno, el ESPÍRITU SANTO tiene que sentirse un poco decepcionado, porque en esta soberana plegaria no se le invoca ni una sola vez; sin embargo en la pobre Segunda Plegaria, o plegaria corta, aparecen dos invocaciones al ESPÍRITU SANTO o epíclesis. Con esta digresión, en parte, trato de contribuir a desactivar el rigor de los que sólo ven sacralidad, respeto litúrgico, solemnidad y esplendor religioso, en las misas del rito de san Pío V. Hay dignidad y santidad en una Santa Misa, en la que el sacerdote celebra de cara al Pueblo allí reunido, porque los cristianos reflejamos a rostro descubierto la Gloria de DIOS (Cf. 2Cor 3,18), a diferencia de Moisés que velaba su rostro, porque los israelitas no soportaban la luz de su rostro después de bajar de la Montaña de su encuentro con el SEÑOR. El sacerdote celebrando en lengua vernácula es entendido por las personas reunidas y también por el ESPÍRITU SANTO. El sacerdote cuando celebra de cara al Pueblo no da la espalda a DIOS, ni siquiera cuando existiese un sagrario a su espalda, porque él, el sacerdote, en esos momentos está investido de la misma presencia de CRISTO, como muy bien debieran saber los preocupadísimos por la ortodoxia. Resulta que está mirando a la asamblea -otro término detestado- quien actúa “en la persona de JESUCRISTO”, y lo puede hacer con toda unción y respeto por las personas que tiene delante. Sería ridículo pensar a JESÚS en la Última Cena de espaldas a los Apóstoles, pues el sacerdote en la Santa Misa es de nuevo CRISTO para los presentes. Con todo, cada uno que alimente su espiritualidad allí donde se sienta más cerca de DIOS, pues es penoso asistir a estas disquisiciones de aristocracia espiritual. Es penoso que dediquemos tiempo y energías a ritualidades en vez de ahondar en la sólida doctrina eucarística del capítulo seis de san Juan. No puedo negar que me resultan molestos, dentro de una Caridad cristiana, los que ostentan autenticidad a costa de un rigorismo, el que sea, en este caso el litúrgico. Benditas misas en las que siga realizándose verdaderas consagraciones del pan y del vino para dar el CUERPO y la SANGRE del SEÑOR al Pueblo de DIOS. JESÚS se ha quedado en la EUCARISTÍA para ser nuestro viático: el alimento en este mundo del hombre débil.

Asiduos a las oraciones

Estamos hechos para entendernos con DIOS. La oración puede ser un diálogo con DIOS, si lo estamos entendiendo. Asiduos a la oración particular, y asiduos a la oración comunitaria. El ritmo particular de la oración tiene como objetivo mantenernos todo el tiempo posible en su Presencia. La asiduidad a la oración comunitaria viene indicada por mandato del SEÑOR: “Cuando oréis decid, PADRE nuestro… (Cf. Mt 6,9-13). El “nosotros” de la oración que nos enseñó JESÚS marca indefectiblemente que DIOS quiere recibirnos como su Pueblo en la adoración, la alabanza, la acción de gracias, la petición, la intercesión o la petición de perdón y confesión de los pecados. DIOS le dice a Moisés que “ha escuchado el clamor de su Pueblo y viene a liberarlo” (Cf.  Ex 3,7-8). Es muy grande la desgracia de los hombres cuando en los abismos de las esclavitudes no aparece como último recurso el grito hacia DIOS. Cuando las cosas llegan a ese punto, sólo se dispone de la desesperación y el suicidio. Cuando se mata la oración también muere el hombre.

Signos ante el Pueblo

“El temor se apoderaba de todos, pues los Apóstoles realizaban muchos prodigios y señales” (v.43) Estos versículos entre el cuarenta y dos y el cuarenta y siete nos dicen cómo tiene que ser la Iglesia nacida de Pentecostés. Después de la conversión y perseverancia en la misma afloran las señales carismáticas que manifiestan el Poder de DIOS. Curaciones y prodigios se van a extender con la acción apostólica por Jerusalén para continuar por Samaria, siguiendo por Siria, Asia Menor,  Macedonia y Acaya -Grecia-, y por último Roma. Este es el plan trazado en el libro de Hechos llevado a cabo por los Apóstoles que recibieron la Promesa del PADRE en Pentecostés. Cuando las señales de DIOS aparecen el ambiente social cambia, porque los hechos se dan a conocer con rapidez y mueven a la admiración religiosa a muchas personas. En el capítulo tercero veremos la repercusión que tuvo la curación del paralítico, o tullido, que llevaban todos los días al Templo sus familiares, para que pidiese limosna. Una sola curación mencionada en Jerusalén produjo una reacción en todos los sectores de la ciudad. Una situación similar se vivirá con el diácono Felipe en Samaria, pues la ciudad se llenó de alegría por los signos y predicación del diácono Felipe (Cf. Hch 8,5-8). Las señales con Poder que DIOS realiza hablan de ÉL, y el hombre cae en la cuenta que DIOS existe y está muy cerca. La proximidad de DIOS suspende en cierta medida el curso habitual de nuestra vida, y “el temor se apodera de nosotros”

Bienes compartidos

“Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. Vendían sus posesiones y repartían el precio entre todos según la necesidad de cada uno” (v.44-45) Se hace mención de Bernabé, Ananías y su esposa Safira, que vendieron sus bienes y el importe obtenido lo pusieron a los pies de los Apóstoles para una adecuada distribución. Ananías y Safira trataron de ocultar parte del importe y fueron castigados severamente por ello, pues se entendió que trataban de engañar al ESPÍRITU SANTO (Cf. Hch 5,3-10). No se registra un caso similar en todo el Nuevo Testamento, por lo que algunos entienden que no se puede hacer una lectura literal. Una enseñanza permanente de estos dos versículos se refiere a la permanente relación entre la comunión espiritual y la comunicación material de los bienes, que forman parte de la propiedad privada. Cuantos más dones, capacidades, talentos y bienes materiales tenga un cristiano posee más capacidad de comunicación. El modelo económico presentado en estos versículos es inviable como criterio de organización social. Para que existan bienes y compartirlos alguien los tiene que producir, y eso lleva consigo la propiedad de los bienes. Son totalmente aceptables estos versículos cuando establecen la ayuda a las necesidades de los hermanos con los bienes propios, de los que nos podemos sentir como administradores, pues el propietario es DIOS. La Iglesia madre de Jerusalén manifiesta con esta medida que consideraba muy cercana la Segunda Venida del SEÑOR, para la que todas las personas posibles debían estar en línea de evangelización, y con poco tiempo o ninguno para tareas particulares. El mensaje es claro: los bienes materiales entran también en el circuito de la comunión fraterna, según las necesidades de unos y otros.

El Templo y las casas

“Acudían al Templo todos los días con perseverancia, y con un mismo espíritu partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (v.46). El evangelio de san Juan es el que más escenas de JESÚS recoge en relación con el Templo, y esta vinculación no se disipa después de la muerte y Resurrección del SEÑOR. Los judíos mantienen el Templo junto con la sinagoga, que era una institución probablemente surgida en el destierro de Babilonia (S. VI a.C.). Este versículo de los Hechos establece para los cristianos el Templo y las casa particulares, pues en ellas se prolongaba el mandato dado por el SEÑOR en la Última cena. En las casas “partían el PAN” precedida del ágape fraterno”: “tomaban el alimento con alegría”. La comunidad reunida buscaba la vivencia del “Shalom”, o Paz -bendición- mesiánica, que anticipa el Banquete del Reino de los Cielos (Cf. Mt 22.1-14). Las comidas fraternas con su dimensión religiosa no son ajenas a las costumbres judías, y mantenían una relación con los sacrificios cruentos de comunión realizados en el Templo. Todos los sacrificios cruentos para los cristianos quedaron abolidos por el único sacrificio de JESÚS en la Cruz para la remisión de todos los pecados. Las reuniones en las casas por parte de los cristianos revestirán cada vez más importancia, y se producirá un progresivo distanciamiento del Templo y de la sinagoga. Los caminos se separarán especialmente a partir de la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año setenta.

Gozaban de la simpatía del pueblo

“Alababan a DIOS y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El SEÑOR agregaba a la comunidad a los que se habían de salvar” (v.41). La misión encomendada a los Apóstoles para evangelizar se traslada a la misma comunidad cristiana, que es el recinto necesario para vivir el camino de seguimiento a JESÚS. El SEÑOR manda a su Iglesia a los que se han de salvar, con lo que nos encontramos con aquellos venidos de muchos ambientes diversos y circunstancias personales de lo más variado. Esta última afirmación con la que concluye este capítulo segundo nos debería hacer pensar. ¿Llegan a nuestras parroquias personas con inquietudes por seguir al SEÑOR?. Si no se van agregando nuevos hermanos es síntoma seguro de ausencia de vigor espiritual, y la misma comunidad tiene que hacer un riguroso examen para corregir las deficiencias evidentes. Este versículo ofrece una primera parte que da a entender una marcha ideal de las comunidades cristianas: “alababan a DIOS y gozaban de la simpatía de todo el pueblo”. Dos rasgos a tener presentes: la comunidad cristiana tiene que mantener la línea de alabanza y adoración iniciada por el fuego de Pentecostés; y, por otro lado, se hace patente la fraternidad entre los hermanos y la buena vecindad con todos los demás. La expresión, “mirad cómo se aman” no se encuentra estrictamente en los escritos del Nuevo Testamento, pero es comentada por Tertuliano ( S. II ). LA presencia del ESPÍRITU SANTO en medio de la comunidad es expansiva y se hace notar: “la luz encendida no se puede esconder debajo de la mesa y anularla, sino que se enciende para irradiar luz y calor a todos los de la casa” ( Mt 5,15). Los tres pasos propuestos por el papa Francisco en “Amoris laetitia”, acompañar, discernir e integrar (Cp VIII). La acogida es un primer paso decisivo, que exige un alto grado de Caridad. Un enfermo llega a las urgencias de un hospital y lo primero es recibirlo y saber qué le sucede. La acogida de la Caridad cristiana no emite juicios por adelantado, pues se entiende que es alguien que el SEÑOR manda para agregar a la comunidad. El acompañamiento y discernimiento es una renovación de la Fe, que vive en realidad por su crecimiento. La comunidad que vive en la línea de Pentecostés es un recinto de curación y salud espiritual. Después de un tiempo, el que un día fue acogido reconoce alguno de sus carismas, por lo menos, y encuentra su lugar en la marcha y crecimiento de la comunidad. Al cabo de pocos años, aquella persona que un día fue acogida ve su vida milagrosamente transformada como no lo habría logrado en ninguna otra parte. Con todo, las comunidades cristianas no son todavía el Paraíso, ni lo fueron en sus comienzos, pero el SEÑOR cuenta con algunos que deciden caminar en su misma misión.

La vuelta al PADRE

La Pascua de JESÚS es la vuelta al PADRE (Cf. Jn 13,1). A María Magdalena, JESÚS le dice: “déjame, que todavía no he subido al PADRE; pero diles a mis hermanos: subo a mi PADRE y vuestro PADRE, a mi DIOS y vuestro DIOS” (Cf. Jn 20,17-18).Todo lo que vendrá después está dado porque JESÚS envía a los hombres gracias incesantes por la efusión del ESPÍRITU SANTO, que actúa en su Iglesia. La aparición de JESÚS relatada por san Mateo a María Magdalena complementa la revelación de san Juan: “diles a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán” (Cf. Mt 28,10). Todo el Poder del RESUCITADO se empieza a desplegar con su vuelta al PADRE y tiene la finalidad de abrir camino al Reino de DIOS en este mundo, y los prolegómenos se vivieron en la Galilea, la tierra que escuchó las predicaciones fundantes del Reino, y fue testigo de numerosas curaciones, conocidas por los extranjeros de Tiro, Sidón, Siria y la Decápolis. De forma coincidente, san Juan y el libro de los Hechos centran el foco en Jerusalén, pues la Ciudad Santa no deja de tener importancia. A pesar de los últimos acontecimientos, Jerusalén sigue estando en los planes de DIOS y continuarán dándose señales de DIOS hasta el agotamiento, pues todos van a ver con señales inequívocas que el RESUCITADO está actuando, pero las autoridades contumaces atraerán sobre sí la ruina de la ciudad y el Templo a manos de los romanos. Los signos relatados por san Juan recogen los sucesos y las manifestaciones del SEÑOR. El autor sagrado pone por escrito lo que presencia como testigo, para que creamos aquellos que llegaremos en las generaciones siguientes: “JESÚS realizó en presencia de sus discípulos otras muchas señales, que no están escritas en este libro. Éstas se han escrito para que creáis que JESÚS es el CRISTO, el HIJO de DIOS, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Cf. Jn 20,30-31).

Puertas cerradas

“Al atardecer de aquel día el primero de la semana, estando cerradas las puertas por miedo a los judíos, se presentó JESÚS en medio de ellos y les dijo: la Paz con vosotros” (v.19).  En esta parte del relato falta Tomás, por lo que quedaban diez del grupo apostólico. El miedo a terminar como el MAESTRO a manos de los judíos paralizaba al grupo y lo mejor era pasar desapercibidos. En esas horas de la tarde, dos discípulos, uno de ellos Cleofás, caminan muy desalentados a la aldea de Emaús y JESÚS sale al encuentro (Cf. Lc 24,15). El miedo, el desaliento y la tristeza han hecho presa de todos ellos. El día había amanecido con noticias esperanzadoras, pero los oídos de la mayoría no estaba para bromas. El testimonio de algunas mujeres y el de Pedro y Juan no habían servido de gran cosa. El sepulcro estaba vacío y una prueba de ello eran los lienzos que Pedro y Juan habían llevado del sepulcro. ¿Dónde estaba el cuerpo del MAESTRO? ¿Los culparían a ellos de su desaparición? Lo que podía ser un motivo de inmensa alegría, de repente se convierte en un grave problema. Las autoridades se habían hecho eco de las palabras de JESÚS sobre su Resurrección y en su escepticismo pusieron soldados vigilando el sepulcro. Aquellos soldados dieron cuenta a su manera de lo sucedido y las autoridades religiosas decidieron darles una fuerte suma de dinero para comprar su silencio (Cf. Mt 28,12) La Presencia del RESUCITADO comenzaba a manifestarse de formas distintas según el estado espiritual de las personas, y también los enemigos de JESÚS a través de los soldados recibieron una información que debería ser suficiente para enmendar su conducta, pero era grande el endurecimiento de su corazón, y prefirieron recurrir a negar la verdad de los hechos mediante la mentira y el soborno a los soldados. Al atardecer, JESÚS viene donde están los Apóstoles reunidos y los bendice: “la Paz esté con vosotros”. Las palabras de JESÚS disipan el ambiente de pesadumbre que los envolvía y reciben a partir de aquel momento los dones y gracias suficientes para ser testigos de los acontecimientos que cambian sus vidas y la historia de los hombres en general.

El RESUCITADO es el que murió en la Cruz

”JESÚS les mostró las manos y el costado, y los discípulos se alegraron de ver al SEÑOR” (v.20) El RESUCITADO no pierde su identidad humana, y en este caso quedan visibles las señales de la Cruz: las marcas de los clavos y la abertura del costado dejada por la lanzada del soldado, que certificó su muerte (Cf. Jn 19,33-34). San Juan en su primera carta dirá que manó por aquella llaga, sangre, agua y ESPÍRITU (Cf. 1Jn 5,5-8)y de esa forma se significa el nacimiento de la Iglesia, que comienza con los que estan al pie de la Cruz: MARÍA su MADRE, María la de Cleofás, María Magdalena y Juan (Cf. Jn 19,25) En realidad la continuidad no estaba rota, pues el que había muerto dejó su testamento sellado con su propia sangre. JESÚS el RESUCITADO va poniendo los elementos de su Iglesia en el lugar adecuado, y rehace a sus discípulos con nuevas gracias, que les serán imprescindibles para la misión a la que están llamados, pues el SEÑOR a pesar de su debilidad no los ha rechazado. JESÚS construye su extraordinario proyecto con personas en cierto sentido muy frágiles. Aquellas marcas de la crucifixión reflejan como nunca hasta entonces la infinita Misericordia del SEÑOR.

El envío

“JESÚS les dijo otra vez, la Paz con vosotros. Como el PADRE me envió, así también os envío YO” (v.21). San Marcos lo recoge: “JESÚS llamó a los que quiso, para que estuvieran con ÉL, y ser enviados” (Cf. Mc 3,13-14). La predicación es el medio principal que JESÚS ha dejado para transmitir la Fe, porque la predicación ungida por el ESPÍRITU SANTO hace presente al RESUCITADO en medio de la comunidad reunida. “Como a los setenta y dos” (Cf. Lc 10,1), JESÚS los provee con el don de bendecir de forma especial con el “Shalom”, y JESÚS repite sobre sus discípulos el saludo que en el Nombre de DIOS tienen que dar a los hombres. Esa Paz llega a los que quieren ser pacíficos, para extender por el mundo un estado de cosas sin odios, rivalidades ni enfrentamientos. Se dirá que ese ideal no se ha dado hasta ahora en la humanidad, y tampoco se factible en el futuro; sin embargo el Plan de DIOS va en el sentido que ofrece JESÚS. No debemos perder la esperanza que el hombre del futuro decida vivir como DIOS quiere y construir sociedades prósperas.

Discípulos enviados con Poder

“Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quien se los retengáis, les quedan retenidos” (v.22-23). Nadie puede perdonar los pecados, si no es DIOS mismo (Cf. Mc 2,7); por tanto los discípulos no van a perdonar los pecados en nombre propio, sino que lo harán porque el ESPÍRITU SANTO, que es DIOS, actualiza el perdón de JESUCRISTO conseguido para los hombres por su muerte en la Cruz. Juan Bautista presenta a JESÚS al comienzo de este evangelio como “el CORDERO de DIOS, que quita el pecado del mundo” (Cf. Jn 1,29). Esa tarea fundamental sigue realizándose por medio de los discípulos debidamente consagrados por el ESPÍRITU SANTO. Muchas cosas tendrán que realizar los discípulos en medio del mundo, pero es crucial erradicar aquello que altera el Plan de DIOS en su raíz, y eso es el pecado. La lucha se prevé titánica y en la actualidad de manera especial. El mundo de los hombres se mueve en medio de grandes tensiones y solamente la fuerza divina puede disponer con éxito el Reino de DIOS en este mundo. JESÚS no vino a este mundo para algo trivial o menor, y su sacrificio en la Cruz obtiene los infinitos recursos que hacen posible el Designio Divino. DIOS es perfecto, pero no es perfeccionista, y espera que el hombre deshaga en muchos casos el camino equivocado. Recordamos las palabras de san Pedro: “la paciencia de DIOS es nuestra salvación” (Cf. 2P 3,15).

No estaba Tomás

“Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino JESÚS. Los otros discípulos decían, hemos visto al SEÑOR” (v.24). JESÚS los había bendecido con la Paz y partícipes de una experiencia de profunda consolación espiritual después de haber pasado las últimas horas en un estado de gran tristeza y desánimo. El SEÑOR les transmite el Don del ESPÍRITU SANTO con verdadero Poder para la misión; por tanto estaban en condiciones de comunicarlo a Tomás como algo extraordinario. A los ocho días JESÚS se les aparece con Tomás en el grupo, pero las puertas siguen cerradas por miedo a la persecución de las autoridades judías (v.26). En Pentecostés las puertas se abrirán, el miedo que impedía dar testimonio desaparecerá y los discípulos darán a conocer con valentía el Mensaje de JESÚS que es el RESUCITADO. Los discípulos comprobaron que la presencia del ESPÍRITU SANTO en ellos tenía que ser renovada, incluso después del primer Pentecostés. El libro de los Hechos narra la petición de Pedro a raíz de la primer persecución importante por haber curado al tullido del Templo. La persecución llevó pena de cárcel y palizas con riesgo de perder la vida, y Pedro junto con Juan y el resto de la comunidad vuelven a pedir al SEÑOR una nueva efusión del ESPÍRITU SANTO, que se manifiesta con signos similares a los del primer Pentecostés (Cf. Hch 4,29-31). La vida del hombre en el ESPÍRITU SANTO de ningún modo es estática y nos importa mucho reconocerlo. La experiencia religiosa de un tiempo no cubre todo el camino de la vida, y esa experiencia de encuentro con DIOS tiene que ser renovada. El propio encuentro del SEÑOR con Tomás en el grupo  tiene aspectos distintos: es el  mismo SEÑOR pero no se manifiesta de igual forma.

A la semana siguiente

Tomás se había mostrado escéptico con respecto a lo que los compañeros le habían contado, podía estar persuadido que las mujer con sus alucinaciones los habían contagiado; y él si no metía el dedo en el agujero de los clavos y la mano en su costado no creería (v.25).Todo en la Pascua es Divina Misericordia para los hombres, expiación de los pecados, y manifestación de la Justicia sobre el Siervo de YAHVEH que nos justifica; por tanto el REDENTOR no iba a escatimar recursos para la conversión de los suyos, y de nuevo se presenta a sus discípulos y Tomás entre ellos, y le dice a éste: ”acerca tu dedos a mis manos, trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente. Tomás le contestó: SEÑOR mío, y DIOS mío” (v.27-28). En los evangelios encontramos distintos modos de vivir la Fe, diferentes expresiones a la hora de acercarse a JESÚS para pedirle un don, beneficio espiritual o curación. La Fe de Nicodemo (Cf. Jn 3) no es la misma que la del funcionario real que pide la curación de su hijo (Cf. Jn 4,46ss); Tampoco es igual la Fe de Zaqueo a la del ciego Bartimeo en la versión de san Lucas (Cf. Lc 19). Si miramos a las distintas personas que se acercan a JESÚS nos encontramos con rasgos peculiares, que enriquecen notablemente el abanico de las formas de Fe. Tomás presenta la suya, que recibe por parte de JESÚS algo de amonestación a primera vista: “no seas incrédulo, sino creyente”, pero si despojamos la frase de cualquier carga recriminatoria nos encontramos con una aceptación por parte de JESÚS al modo de comportamiento que tuvo Tomás. JESÚS quiere en primer lugar que Tomás sea creyente y deje a un lado la incredulidad. Más de un científico ha despertado a la Fe en medio de sus investigaciones, o de forma específica analizando la Sábana Santa o alguno de los milagros eucarísticos como es el caso de Ricardo Castañón. Estos hombres de ciencia, como Tomás, también quisieron meter el dedo en el agujero de los clavos y la mano en el costado abierto, y se vieron inmersos en el océano de la Divina Misericordia, sin otra réplica que la respuesta de la Fe. También, como Tomás, ellos dicen: “SEÑOR mío y DIOS mío”, sin otra cosa que añadir. La audacia del apóstol Tomás arrancó una nueva bienaventuranza al RESUCITADO: “dichosos los que crean, sin haber visto” (v.29b). La inmensa mayoría de los cristianos, seguidores de JESÚS, lo hacemos en el camino evangélico de los “pequeños”, que escudriñan los signos cotidianos para descubrir la Divina Presencia detrás de lo aparente. No hay éxtasis, tampoco apariciones, lo extraordinario no aparece por ningún lado, y sin embargo se consolida una gran certeza que el creyente reconoce derivada de la oración, los sacramentos y el ejercicio de las obras de misericordia hasta donde llegan sus posibilidades.

Primera carta del apóstol san Pedro 1,3-9

Pedro dedica esta primera carta a los cristiano de las comunidades al norte de Asia Menor, el Ponto, Capadocia y Bitinia, que fueron visitadas por él. Actúa como secretario Silvano. El estilo de la carta mantiene algunos rasgos comunes con las cartas de san Pablo, pues no en vano Silvano también acompañó a san Pablo en su misión. Hay quien hace coincidir a Silas, el compañero del segundo viaje de san Pablo (Cf. Hch 15,40), con Silvano. El primer capítulo de la carta, de la que están tomados los versículos de la segunda lectura de este domingo, exponen el Plan de DIOS destinado a los gentiles. Al final también el apóstol san Pedro dedicó sus esfuerzos evangelizadores al sector gentil, pues los provenientes del Judaísmo presentaban una resistencia infranqueable. Por otra parte, el libro de los Hechos de los Apóstoles dispone a Pedro abriendo las puertas de la Fe a los paganos con la conversión del centurión Cornelio y su familia (Cf. Hch 10,1ss). También san Pablo se dirigió a los reunidos en las sinagogas judías, pero el éxito fue muy magro, y se distinguió por la evangelización a los gentiles.

Alabanza y confesión de Fe

“Bendito sea DIOS, PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, quien por su gran Misericordia, mediante la Resurrección de JESUCRISTO de entre los muertos nos ha hecho nacer de nuevo para una Esperanza viva” (v.3). Desde un comienzo la Fe cristiana fijada en un solo DIOS -monoteísmo-, tiene que ser contemplada en la relación interna de tres Personas. DIOS es el PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Esta es una verdad absoluta y diferencial de cualquier otra creencia o religión, en cuanto que la paternidad y la filiación mantienen la misma naturaleza y condición divina. Este misterio se puede enunciar, pero jamás será posible desentrañar ni para los hombres, y tampoco para los Ángeles. Este DIOS revelado y predicado por Pedro por su gran Misericordia nos ha engendrado a los hombres para una Esperanza viva. Para calar esta proposición fijamos la atención en la Esperanza viva, porque lo anunciado no está en el orden de las ideologías, sino de las realidades que traspasan los horizontes humanos. Se espera otra existencia más allá de ésta. La Esperanza viva es posible por la Misericordia Divina, proveniente de la Redención de JESÚS. Las exigencias éticas de los capítulos siguientes se justifican por esta promesa que se cumple por la santidad de vida.

Un Plan desde la Eternidad

“Una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los Cielos para vosotros” (v.4). Lo que DIOS espera dar en herencia a los hombres no lo ha improvisado. Desde toda la eternidad, DIOS dispuso que sus hijos participasen con ÉL de su misma Vida en los Cielos. Esta herencia no se gasta o deteriora, y es para siempre en la inagotable donación de DIOS mismo a todos sus hijos. La propuesta de los evangelizadores supera cualquier aspiración personal: “ni el ojo vio, ni el oído oyó, lo que DIOS tiene reservado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9).

El riesgo de la libertad

”A quienes el Poder de DIOS por medio de la Fe protege para la Salvación” (v.5). La Promesa demanda una respuesta personal y agradecida por la bondad de DIOS; pero no siempre existe una correspondencia. DIOS sabe de los riesgos que acechan para hacer fracasar las decisiones personales, que darían como resultado la vida Eterna con DIOS. La Fe de los creyentes tiene que ser custodiada por los múltiples peligros que la rodean, y el apóstol san Pedro lo sabe por experiencia propia.

La alegría del creyente

“Rebosáis de alegría, aunque sea preciso que por algún tiempo sea necesario estar afligidos por diversas pruebas” (v.6) Con pequeñas y grandes pruebas vamos creciendo o acrisolando la Fe. Las mismas circunstancias de la vida traen consigo motivos suficientes para sentir el peso de la cosas y el yugo de las responsabilidades: “venid a MÍ todos los que estáis cansados y agobiados…mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Cf. Mt 11,28-30). Esta doble promesa de JESÚS nos avisa sobre la condición esforzada que caracteriza la vida del hombre en este mundo. JESÚS promete ayuda para el dolor, el esfuerzo y el sufrimiento; pero en ningún caso su eliminación mientras estemos en este mundo.

La Caridad

“La Caridad probada de vuestra Fe, más preciosa que el oro perecedero, que es acrisolado por el fuego se convierta en motivo de alabanza, de Gloria y Honor en la revelación de JESUCRISTO” (v.7). Es semejante este principio espiritual al expuesto por san Pablo en la carta a los Romanos: “la tribulación engendra la paciencia; la paciencia la virtud probada; la virtud probada, la Esperanza; y la Esperanza no defrauda, porque el Amor de DIOS ha sido derramado en nuestros corazones por el ESPÍRITU SANTO que nos ha sido dado” (Cf. Rm 5,3-5). Las dificultades son como la zarza que arde y no se consume, porque sirve de medio al ESPÍRITU SANTO para transformar a la persona. Sin saberlo o ser muy conscientes estamos en una situación parecida a la que vivió JESÚS camino del Calvario. La contemplación detenida de esas horas dan a entender, que JESÚS por su condición humana habría fallecido mucho antes de llegar al Gólgota; sin embargo una fuerza especial dada por el PADRE lo mantuvo ofreciendo varias “vidas”, o muchas. Algo así, pero en una medida ínfima sentiremos el crisol de los acontecimientos a lo largo de nuestro peregrinar. Puede ser que nos sintamos al límite en más de una ocasión, pero inexplicablemente todavía hay fuerzas para seguir adelante.

La alegría de la Fe

“Lo amáis sin haberle visto; creéis rebosando de alegría inefable y gloriosa y alcanzáis la meta de vuestra Fe: la Salvación de las almas” (v.7-8). La paradoja que se vive en la Fe es una prueba de la presencia misma de DIOS. En condiciones normales el amor exige la figura de la persona amada; y alegrarse con una persona surge cuando está presente. Algo pasa en la oración cuando nuestro espíritu adora o alaba al SEÑOR, pues una Presencia misteriosa cobra entidad dando seguridad al encuentro que da como fruto espiritual, la paz, la alegría y el amor. El apóstol Pedro describe lo que aquellos cristianos de la primera generación viven como algo habitual: creen en el SEÑOR, porque lo aman y se alegran con ÉL. Deberíamos pensar cómo hacer que nuestra vida cristiana sea un camino en el que esté presente de forma central la alegría en el SEÑOR. Un signo claro de madurez cristiana aparece cuando en medio de la tribulación, el problema o el fracaso personal, se encuentra paz y alegría en el SEÑOR. No es el camino cristiano un itinerario de autoayuda que ofrece soluciones para todo. El camino cristiano mantiene la tensión de la Pascua en todos los tramos del mismo.

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