Los asistentes a la eucaristía diaria, que se toman en serio la forma consagrada… pueden constituir esa «pizca de bien» a la que se refería Benedicto XVI, para salir de la peor crisis de la historia de la Iglesia.

 

El entonces Papa Benedicto XVI comentaba el paisaje bíblico de Sodoma y ese regateo, mitad dramático mitad curiosón, que parecía sacado de un bazar, entre Abrahan y Dios, en el que el padre de los creyentes solicita la salvación de la ciudad… siempre que hubiera un puñado de hombres buenos en ella que no merecieran el castigo.

El Papa Ratzinger insiste en equiparar nuestra época con la de Sodoma: «es necesaria una transformación desde el interior, un comienzo desde el que partir para cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón… desde dentro de la realidad enferma. Por eso los justos debían estar dentro de la ciudad» de Sodoma.

La crisis actual de la Iglesia consiste, precisamente, en una profanación universal en todos sus grados

Podríamos traducirlo de esta guisa: para salvar al mundo se necesitan 99 gramos de Dios y un adarme de aportación humana, mínima pero imprescindible. Por ejemplo, se necesita un pequeño grupo de fieles que, miren por dónde, aquí el Eulogio -un sabio, naturalmente- identifica como los adoradores de la Eucaristía, los que se toman en serio el gran regalo de Dios a los hombres.

Y es que mucho me temo que la actual crisis de la Iglesia, y por tanto del mundo, tiene un nombre: desacralización de la Eucaristía. Es la raíz de la crisis de la Iglesia, que yo sigo afirmando que es la mayor crisis a la que se ha enfrentado jamás, en toda su historia.

Pero la crisis eucarística, y con ella todas las demás, no es de ahora ni empezó con Juan Pablo II el Grande. Viene de atrás, en concreto de Pablo VI, el hombre que cerró apresuradamente el Concilio Vaticano II, esa reunión eclesial que emitió doctrina sólida… malinterpretada desde el primer momento. El Vaticano II fue un éxito teórico y un desastre práctico. No soy un experto pero hay especialistas que lo consideran el concilio peor interpretado de la historia. Algo así como la ley Fraga de 1966 sobre libertad de prensa: una ley que fue interpretada de la siguiente forma por el pueblo llano: «Con Fraga, hasta la braga«. Pues con el Concilio Vaticano II me temo que ocurrió algo parecido. Todavía hoy oigo a muchos fieles católicos de buena fe decir aquello de «eso cambió desde el Concilio«.

La crisis de la Iglesia no es una crisis clerical, es una crisis global. La Iglesia no depende de lo que ocurre en el mundo, pero el mundo sí depende de que lo pasa en la Iglesia

Volvamos a ese gran Papa que fue Pablo VI. Hasta él comulgaba en la boca y de rodillas. Pablo VI introdujo la comunión en la mano pero con una serie de normas bien precisas. Entre ellas, la de introducirse la forma en la boca delante del sacerdote, no tres metros más allá.

Pero ojo, la comunión en la mano constituía la excepción a la regla: lo habitual era comulgar de rodillas y en la boca.

Pues bien, se retiraron los reclinatorios, se empezó a comulgar en la mano y hoy, 55 años después, cada cual comulga como le viene en gana, se lleva la forma consagrada a no se sabe dónde, no existen reclinatorios y si uno pide comulgar en la boca se encuentra a muchos curas con miedo al Covid que le obligan a comulgar en la mano. Lo cual, dicho sea de paso, y aunque siento escasa querencia hacia los argumentos jurídicos, supone un abuso por parte del cura, porque es el fiel, no el oficiante, quien decide cómo comulga.

La comunión en la boca es la norma mientras la comunión en la mano es la excepción… y convertir la excepción en regla supone pervertir la regla

Y así, sin reclinatorios y paseando a Cristo por manos no consagradas, no sólo se extendió la desacralización de la Eucaristía sino también la profanación. Si hay algo fácil hoy en día es robar una forma en una misa. ¿Me doy cuenta de lo que estoy diciendo?

Desacralización que tiene sus riesgos y resulta enormemente significativa porque quien no esté convencido de que en la forma consagrada está el mismo Dios, con su cuerpo, sangre alma y divinidad, ni es cristiano ni es nada, aunque participe en muchas ONG´s, y porque la crisis actual de la Iglesia consiste, precisamente, en una profanación universal en todos sus grados.

Por cierto, la crisis de la Iglesia no es una crisis clerical, es una crisis global. La Iglesia no depende de lo que ocurre en el mundo pero el mundo sí depende de que pasa en la Iglesia.

¿Solución? Curas: reponed los comulgatorios. El hombre siempre vive arrodillado, decía Bernanós: ante Dios o ante sus propias miserias, pero siempre arrodillado. Y fomentad la comunión en la boca porque es la norma, mientras la comunión en la mano es la excepción y convertir la excepción en regla es pervertir la regla.

Y la salida de la crisis vendrá, claro está, cuando el número de fieles que aspira a comulgar diariamente, sea algo más que una exigua minoría. Y entonces el mundo cambiará, se convertirá en eso que los clásicos llaman la Jerusalén terrenal. Tranquilos: lo de la Jerusalén celestial viene después.