Cuaresma

Pbro. Hugo Valdemar Romero
Pbro. Hugo Valdemar Romero

La cuaresma -cuarenta días-,  en un tiempo penitencial y de conversión personal que lleva a los creyentes cristianos a prepararnos a vivir el acontecimiento más grande de nuestra fe: La Pascua, es decir, la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Es como decía San Pablo, un morir con Cristo, eso significa mortificación-, para poder vivir con Cristo.

La cuaresma inicia con un rito sugestivo: la imposición de la ceniza, que nos recuerda por una parte que somos polvo y volveremos a serlo después de la muerte, es decir, nuestra vida es frágil, es apenas un soplo en la inmensidad del tiempo y por otra parte nos llama a la conversión, a dejar nuestros propios criterios y mentalidad, para asumir lo que Jesús nos enseña en el evangelio, aquello que también san Pablo decía a los cristianos: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo, Jesús”.

No cabe duda que esta es una cuaresma muy especial, marcada por la pandemia que ha dejado miles de víctimas en todo el mundo, que ha cambiado nuestra manera de trabajar, convivir y hasta la forma de vivir la fe. Ha sido lamentable la reacción de la Iglesia que lejos de asumir una actitud propia de su naturaleza sobrenatural -aprovechando la ocasión como a lo largo de su historia milenaria lo hizo-, invitando a levantar la mirada al cielo, a pedir perdón por los innumerables pecados que ofenden a Dios y nos destruyen, a una conversión verdadera y a la práctica de la penitencia personal y comunitaria, en vez de ello, se ha plegado acríticamente a las disposiciones, las más de las veces absurdas, de las autoridades civiles, que muchas de ellas, han aprovechado la oportunidad no sólo para someter a la Iglesia, sino para coartar la libertad religiosa de los fieles con la intención de irla minando poco a poco hasta acabar con la práctica religiosa, especialmente la misa y los sacramentos. Ha sido vergonzoso, sobre todo en Europa, ver como los propios fieles exigen a los obispos y sacerdotes que no los priven de los sacramentos, que dejen de ser cobardes y sumisos y cumplan su misión de pastores, no cuidando su propia vida, sino dándola por sus ovejas y por defenderlas del lobo rapaz.

Penoso ha sido ver también el cierre prolongado de los templos, el abandono de muchas comunidades de sus sacerdotes que viven apanicados y se niegan a atenderlas,  escandalizando a los fieles por su falta de fe y caridad pastoral, asumiendo medidas higiénicas que rayan en lo absurdo y ridículo, mientras las restaurantes funcionan, los aeropuertos están llenos, los vuelos no respetan la sana distancia y van repletos, el trasporte público sigue hacinado y un sinfín de actividades que no se controlan, pero las iglesias son consideradas focos de infección, sin que en México haya un solo caso en que se haya demostrado esta estigmatización. Y no digamos ya la vejación de la liturgia, ahí donde se lleva a cabo, dando lugar, incluso, a graves profanaciones.

Es lamentable que la Iglesia más que llame a la conversión, al arrepentimiento, a acercarse a Dios, ponga toda su esperanza en las vacunas, por cierto muy cuestionadas ética y medicamente. Las vacunas ocupan ahora el lugar de Dios, son  nuestra  esperanza, son nuestra salvación. Qué bien nos vine recordar la ceniza: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”.

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