Cristo médico en el arte.

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Esta imagen de Jesús como médico no nos es lejana. El Papa Francisco, ante la imagen del Cristo crucificado, trasladado desde la iglesia de San Marcello al Corso en Roma, nos puso este año la mirada ante esta conciencia de Aquel que es médico de nuestra vida: «Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, «descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas» (cf. 1 P 5,7)».

Esta conciencia de recurrir a Aquel que nos sale al encuentro en el lugar donde penamos o nos dolemos se ha tenido desde el comienzo del cristianismo. Ya en el evangelio, comprobamos que son muchos los que se han visto sorprendidos de la presencia de Jesucristo junto a ellos en el lugar de su enfermedad: la suegra de Pedro, la hemorroisa, paralíticos, ciegos, leprosos… y así se ha visto representado desde las catacumbas hasta nuestros días. No en vano, San Pedro toma conciencia de dónde procede la verdadera salud de nuestra humanidad cuando asegura que «con sus heridas fuisteis curados» (1Pe 2,24). Desde las imágenes de Cristo como taumaturgo, hasta las imágenes-signo de las cruces como fuentes de la salud, nos hemos visto sorprendidos de escenas que nos ayudan a tomar conciencia de Quien ha venido, porque «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Mc 2,17).

Ante la propuesta de escribir este artículo, había que elegir una imagen que nos ayudara a profundizar en la asistencia del Misterio a nuestra humanidad dolida. Viendo la situación dramática actual y la acción de tantos sanitarios durante el confinamiento, tuve en seguida la imagen de otro momento histórico envuelto en una pandemia, y donde un hombre encontró en su fe y su experiencia el programa iconográfico que ayudaría a muchos enfermos a vivir su circunstancia dentro de una compañía que salía a su encuentro. Esta no es otra que la realidad del Hospital de la Caridad de Sevilla y la figura de Miguel Mañara.

Un programa

Trascurre el año 1649 cuando la ciudad de Sevilla se ve sorprendida por un brote de peste bubónica que reduce la población a la mitad. En 1663 es elegido Hermano Mayor de la Hermandad de la Caridad don Miguel Mañara, personaje fascinante y que daría para más de un artículo, haciéndose cargo de las obras del Hospital. Durante su mandato será recibido en la Hermandad Bartolomé Esteban Murillo, amigo de don Miguel, siendo su ingreso «muy del servicio de Dios nuestro Señor y de los pobres, tanto para su alivio, como por su arte para el adorno de nuestra capilla». En ella, Miguel Mañara idea un complejo programa iconográfico basado en los sermones de Fray Luis de Granada para animar al que la contemplase «a la santa limosna y ejercicios de la Caridad». Seis de estos temas se los dará a Murillo para que represente las obras de misericordia, recogiendo el texto escatológico del evangelio de San Mateo (Mt 25, 34-36). Para ello,  Murillo idea una serie de escenas bíblicas que ejemplifiquen cada una de las obras de misericordia, entre las que se encuentra el cuadro de La curación del paralítico en la piscina de Betesda (hoy en el National Gallery de Londres), que mostraría el juicio de «estuve enfermo y me visitasteis» (Mt, 25,36b).

La escena representa el momento narrado en el evangelio de San Juan (Jn 5,1-16), en el que Jesús se acerca a un enfermo, tendido junto a la piscina de cinco pórticos, que llevaba treinta y ocho años impedido y le pregunta si quiere quedar sano. En el cuadro aparece Jesús invitando a incorporarse al tullido. Es una escena de un encuentro cara a cara entre Jesús y el enfermo, con un breve diálogo. El enfermo aparece echado en tierra, lejos de la piscina en la que otros siempre se le adelantan, el rostro indica decepción y escepticismo de una posible recuperación, pero sus brazos, tendidos hacia Jesús, parecen indicar lo contrario. Bien podría verbalizar las palabras de San Agustín: «¡Señor, ten compasión de mí! ¡Ay de mí! Mira aquí mis llagas; no las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable» (San Agustín, Confesiones, X, 39).

Entre Jesús y el paralítico no se interpone nadie, es un momento en el que Jesús muestra lo que en la anterior cita de Mc 2,17 había asegurado: su misión de sanar. Él es todo aquello que un hombre necesita para ponerse en pie, de ahí que sus manos invitan a un levántate, toma tu camilla y echa a andar (Jn 5,8). Tal como nos indicaba Benedicto XVI: «Cristo es el verdadero «médico» de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre. […] Ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida «en abundancia» (Jn 10, 10), la vida eterna, plena, feliz».

Junto a Jesús se encuentran Pedro, Juan y otro discípulo que miran asombrados la escena; Pedro bien parece querer aprender y reproducir el mismo gesto de Jesús, no en vano Él es su Maestro y en su memoria resonaría «en verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Así, don Miguel Mañara quiere trasmitir con este programa iconográfico que los miembros de la Hermandad no cumplan solo unas reglas, sino que se haga una entrega absoluta a la causa de Dios, estableciendo un movimiento de renovación apostólica basada en una fe activa y personal.

Al fondo a la derecha del cuadro encontramos otros enfermos que se afanan en llegar los primeros a la piscina, ya que podemos divisar al ángel que removía las aguas y por las que quedaban curados (un ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo en tiempo a la piscina y se movía el agua y el primero que descendía a la piscina en movimiento de agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera: Jn 5,4). Este detalle bien muestra que Dios nos ha dejado medios para sanarnos, a día de hoy grandes profesionales sanitarios, pero esto no quiere decir que Dios se desentienda de nuestro dolor, ni que se aleje o despreocupe de nuestro sufrimiento, sino que sigue saliendo al encuentro del hombre postrado.

Así, don Miguel Mañara bien tenía claro en su discurso que la Caridad que él quiere mostrar no es algo meramente humano, sino que ocupa el nivel de la Teología, ya que lo que predica este cuadro no es solo el amor del hombre al prójimo, sino ante todo, el amor de Dios al hombre.

Publicado en el portal de la Universidad San Dámaso.

Con información de Religión en Libertad/José Francisco García Gómez

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