Bueno no, no es inteligencia artificial.
Uno se queda sin palabras ante las imágenes del cartel de la “ vigilia de oración por una Iglesia inclusiva ” en la Basílica del Sagrado Corazón de Lugano –promovida por la diócesis presidida por Monseñor Alain de Reamy– y más aún ante el vídeo viral que lo muestra bailando con sotana (aquí) .
No por caer en un moralismo estéril, sino por la deriva simbólica y comunicativa de una Iglesia que parece perderse, justo cuando debería custodiar y transmitir una verdad antigua y necesaria.
- Que un administrador apostólico preste su rostro y su autoridad a la promoción de una vigilia pro-LGBT, transformando una basílica en escenario de un “diálogo” cuyo vocabulario proviene directamente de los activismos del mundo, es problemático en sí mismo.
- Que el mismo obispo realice públicamente rutinas de baile coreografiadas, que evocan más TikTok que el Temor de Dios, es un símbolo de una degeneración más profunda.
El paralelismo con el cardenal Assente de la serie El joven Papa, que responde con franca indiferencia “ Sí, Santo Padre ” a la pregunta sobre su homosexualidad, no es sólo cinematográfico.
Es el espejo de una institución que parece haber perdido la gramática de la virilidad espiritual,
de la sobriedad sagrada,
del decoro que habla al corazón incluso de los lejanos.
En los últimos años, la comunicación eclesial, en lugar de salvaguardar su propia autoridad, ha perseguido a toda costa las técnicas del marketing experiencial y la inclusividad.
El logo del Jubileo 2025 –con la inconfundible referencia al arcoíris ( aquí )– y la mascota “Luce”, creada por un diseñador conocido por sus colaboraciones con marcas de juguetes sexuales y el Orgullo Gay ( aquí) , forman parte de esta estrategia pseudo-pop.
Una estrategia que se engaña con el “acercamiento” y el “dialogo”, pero que, en realidad, con sus falsos profetas sólo produce desorientación, ironía y, a veces, escándalo.
El problema no es sólo estético. Es ontológico.
Una Iglesia que adopta símbolos de fluidez, afeminamiento e infantilismo ya no transmite misterio ni autoridad.
En una época confusa que exige puntos fijos, la elección de una espectacularización emocional produce el efecto contrario: deslegitima la institución, la ridiculiza, la hace “ vergonzar ”, como dirían los jóvenes.
Y lo dicen en serio: muchos adolescentes, interrogados sobre lo sucedido en Lugano, confiesan que les da vergüenza poner un pie en la parroquia. No por hostilidad a la fe, sino por vergüenza hacia una representación clerical que parece ignorar el sentido de los límites, del pudor y de la virilidad espiritual.
La sociología nos enseña que las instituciones no viven sólo de normas, sino de ritos, de símbolos, de cuerpos. Cuando un obispo baila como una mascota, cuando el lenguaje se pliega a un nuevo lenguaje ideológico, cuando los símbolos se funden con los de los carnavales de masas, lo que se desintegra no es la forma sino el fondo. La Iglesia –madre y maestra– se convierte en una amiga incómoda, en una figura maternal que quiere agradar a todos y ya no educa a nadie. Ya no es un guía sino una seguidora.
En tiempos de sede vacante y de cónclave en curso, estas desviaciones no son meros errores pastorales. Se trata de fracasos culturales y estratégicos que corren el riesgo de marcar una división generacional irreversible.
Es necesaria una reflexión seria, profunda y valiente. Esto devuelve lo sagrado al centro. Que haya silencio donde hoy hay gritos. Que diga, sin miedo y sin bailar:
Sí, somos diferentes del mundo. Pero precisamente por eso podemos salvarlo».
ROMA, ITALIA.
MIÉRCOLES 7 DE MAYO DE 2025.
MIL.