El Nuevo Testamento y de forma especial los evangelios aportan los fundamentos de la Fe. Somos cristianos porque creemos en JESUCRISTO y la Fe es un vínculo que nos une a ÉL con unas características que exceden radicalmente la actitud confiada necesaria para desenvolvernos cotidianamente. A lo largo del día realizamos numerosos actos de confianza en lo que otras personas nos dicen y damos por buenas las acciones que otros promueven. Sin esta confianza básica dentro de las relaciones personales nuestra vida sería imposible. Pero la Fe religiosa en JESUCRISTO atiende a cuestiones que no están ligadas a los acontecimientos inmediatos, sino que entra en el plano de lo trascendente, de la relación con DIOS y de las realidades últimas. La Fe en JESUCRISTO resuelve el interrogante sobre quién es DIOS; al mismo tiempo, responde a las preguntas básicas del hombre en cualquier época que: ¿Quién soy?, ¿de dónde provengo?, ¿cuál en mi destino último?, ¿por qué existe el mal, el sufrimiento, el dolor y la muerte?; ¿nuestra alma, o dimensión espiritual, es eterna o finita?; ¿qué destino nos espera después de la muerte?; ¿existe el Cielo, el Purgatorio y el Infierno?; ¿son fiables las Escrituras, o la Revelación dada en la Biblia?; ¿es la Iglesia Católica la auténtica continuadora del legado espiritual de JESUCRISTO?; después de dos mil años, ¿está JESUCRISTO realmente presente entre nosotros?. No se agotan las preguntas, porque otras muchas surgen en cada caso particular que obtienen la respuesta del propio JESUCRISTO. Las preguntas permanentes y comunes que nos hacemos pretenden una respuesta válida o verdadera, pues en el sano juicio nadie quiere ser engañado. JESUCRISTO es la VERDAD que los hombres buscamos, pero no siempre se acierta a descubrirlo, bien por impedimentos personales o por el conjunto de obstáculos dados alrededor. JESUCRISTO, el HIJO de DIOS, no irrumpe de forma improvisada en la historia de los hombres, pues su venida fue preparada a lo largo muchos siglos con sólo computar el tiempo empleado para la Revelación bíblica. Sobre JESUCRISTO, el HIJO de DIOS hablaron veladamente la Ley y los Profetas como les dice JESÚS a los discípulos que van camino de Emaús, al atardecer del primer día de la semana: “¡Qué torpes sois para entender lo que Moisés y los Profetas dijeron a cerca de lo que el MESÍAS tenía que padecer!” (Cf. Lc 24,25-26). La manifestación del HIJO de DIOS fue preparándose durante siglos, multitud de acontecimientos, oráculos y palabras proféticas, incluidos los Salmos; pero había que tener ojos para ver en ese legado espiritual precedente el anuncio de la llegada y revelación del MESIÁS tal y como se reveló en JESÚS de Nazaret. El propio ESPÍRITU SANTO, que “habló por los Profetas”, como rezamos en el Credo, debe asistirnos para descubrir en las antiguas Escrituras el anuncio del MESÍAS que se va a revelar. “Empezando por Moisés…” (Cf. Lc 24,27). El comienzo por Moisés incluye el libro del Génesis, cuya autoría le era atribuida. En los relatos de la Creación y la caída en el pecado, aparece el “protoevangelio” o primer anuncio del REDENTOR: “la DESCENDENCIA de la MUJER te aplastará la cabeza” (Cf. Gen 3,15). Con ojos nuevos lee san Pablo el episodio del agua que resuelve la sed, en Masá y Meribá, (Cf. Ex 17,5-7), diciendo que la ROCA era el propio HIJO que acompañó al Pueblo elegido en el desierto (Cf. 1Cor 10,4). De esta manera también leemos de forma nueva las seis veces que aparece mencionada la “roca”, en el capítulo treinta y dos del Deuteronomio (Cf. Dt 32,4). Este texto del quinto libro de la Biblia pertenece al cierre de las palabras que Moisés propone al Pueblo como garantía de su permanencia en la Tierra Prometida, si se adhiere a ellas y cumple con fidelidad. No sólo las figuras literarias hablan del MESÍAS en el Antiguo Testamento, también lo hacen las personas y los personajes. El Nuevo Testamento y de forma especial los evangelios señalan a JESÚS como el Nuevo Moisés. JESÚS de Nazaret, el HIJO de DIOS es reconocido en los textos del Siervo de YAHVEH del profeta Isaías (Cf. Hch 8,32-38), como hace saber el diácono Felipe al eunuco etíope, que iba de vuelta a su tierra.
La Fe y el cuarto Evangelio
De Nazaret viene JESÚS (Cf. Jn 1,45-46); y ÉL es el VERBO. Lo anterior es el punto de partida de todo el evangelio de san Juan, que reclama la Fe en JESÚS, porque ÉL es el HIJO del PADRE. Los que lo reciben -creen en ÉL- nacen a una vida nueva: “no nacen de carne o de sangre, sino de DIOS” (Cf. Jn 1,13). La Fe en este evangelio es búsqueda y experiencia de vida con JESÚS: “¿qué buscáis? Ellos respondieron: MAESTRO, ¿dónde vives? ÉL les dijo: venid y lo veréis” (Cf. Jn 1,38-39). Para creer en JESÚS y saber quién es, hay que contemplar su Gloria en alguna medida (Cf. Jn 2,11). Desde el principio, también debe ser reconocida su autoridad, como sugiere la expulsión de los vendedores del Templo, y su manifestación en el lugar santo con signos y prodigios (Cf. Jn 2,14-16). La Fe en JESÚS es un nuevo nacimiento y el nuevo remedio contra el veneno de la serpiente -pecado- (Cf. Jn 3,1ss). La Fe en JESÚS es la apertura de la fuente del ESPÍRITU SANTO que salta hasta la Vida Eterna (Cf. Jn 4,14). La Fe en JESÚS borra los pecados, rehabilita y ofrece una vida nueva: “no peques más, no sea que te ocurra algo peor” (Cf. Jn 5,14). La Fe en JESÚS proporciona el alimento para la Vida Eterna (Cf. Jn 6,27). La Fe en JESÚS ofrece la libertad de los que viven en la Verdad (Cf. Jn 8,32). La Fe en JESÚS nos lleva de la ceguera a la LUZ (Cf. Jn 9,5-6). La Fe decide que JESÚS sea el BUEN PASTOR, que da Vida en abundancia (Cf. Jn 10,10). El que cree en JESÚS resucitará para la Vida Eterna (Cf. Jn 11,25-26). El que cree en JESÚS vive con la Paz mesiánica, que el mundo no puede dar (Cf. Jn 12,46;14,27). El que cree en JESÚS participa de su Amor para compartirlo con los hermanos: “amaos los unos a los otros como YO os he amado” (Cf. Jn 13,34). El que cree en JESÚS participa de la comunión con el PADRE y empieza a ser ciudadano de la Vida Eterna (Cf. Jn 14,1 ss). La Fe propuesta en el cuarto evangelio es una Nueva Luz para vivir en este mundo, transformarlo mediante nuestra propia transformación personal y llegar así a la plenitud de la LUZ en la Vida Eterna. La Fe es también la permanencia en la Palabra de JESÚS, y la valoración de la misma por la escucha atenta y su meditación. La Fe en este evangelio es de forma especial un Nuevo Conocimiento, en el que emerge de modo natural la condición divina y humana del HIJO de DIOS.
Después de dos décadas
Hacia el año cincuenta se celebra el Concilio de Jerusalén, o primer concilio de la Iglesia. Estuvo precedido de una gran discusión, que en cierta medida se prolonga en el tiempo. De forma especial el grupo de fariseos convertidos al Cristianismo insistía en que los gentiles antes de acceder al Bautismo, y hacerse cristianos, tenían que circuncidarse y cumplir la Ley en toda su extensión y minuciosidad. Habían pasado dos décadas desde la muerte y Resurrección de JESÚS, y el propio libro de los Hechos recoge algunos testimonios de gentiles convertidos y admitidos a las filas cristianas, sin necesidad de someterse a la circuncisión y el cumplimiento de la Ley. La cuestión de fondo se planteaba en los siguientes términos: ¿nos salva la Ley o la Fe en JESUCRISTO? ¿Se recibe el Don del ESPÍRITU SANTO por el cumplimiento de la Ley o por la Fe en JESUCRISTO? ¿Se perdonan los pecados por el cumplimiento de la Ley o por la Fe en JESUCRISTO? ¿Mandó JESÚS predicar la Ley, o bautizar en su Nombre o -la TRINIDAD- y enseñar su Evangelio? La disyuntiva para nosotros se resuelve de forma inmediata, pero en aquellos momentos se levantó una discusión, que dio lugar a la toma de una postura oficial después de haber deliberado los responsables de la Iglesia madre de Jerusalén. Los ecos de aquella primera controversia oficial todavía se mantienen, pues muchos no acaban de ver el equilibrio entre la Fe y las obras para la Salvación. Existe un solo Nombre por el cual nos podemos salvar. Es JESÚS quien perdona los pecados y nos salva. El ladrón arrepentido lo entendió y recibió la Gracia del arrepentimiento y conversión en el límite de su paso por este mundo (Cf. Lc 23,42-43). La Fe en JESÚS nos da por Gracia el Don del ESPÍRITU SANTO, que transforma la vida presente en orden a la Vida Eterna. La sola Fe en JESÚS no permite una conducta laxa, en la que sea lo mismo hacer el bien que su contrario. La Salvación es desde el principio hasta el final una gracia que el SEÑOR concede, y hemos de corresponder agradecidos. ¿Es que el bien posible a realizar no es una gracia o don de DIOS para uno mismo y el prójimo? En el Concilio de Jerusalén, con ciertas dificultades, prosperó la vertiente de la obtención de la Justificación por la Fe en JESUCRISTO, y en este punto se decidió la existencia misma del Cristianismo.
Discusión sobre la circuncisión
“Bajaron algunos de Judea, que enseñaban a los hermanos: si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros. Se produjo con esto una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos, y se decidió que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén donde los Apóstoles y presbíteros para tratar esta cuestión” (Cf. Hch 15,1-2). La circuncisión es una cirugía menor que viene siendo utilizada no sólo por los judíos, como signo distintivo y de pertenencia. En la Biblia la circuncisión es ordenada a Abraham y a todos los varones de su parentela y a todo extranjero que desee integrarse en el Pueblo elegido (Cf. Gen 17,10-14). San Lucas recoge la circuncisión de Juan Bautista a los ocho días de su nacimiento (Cf. Lc 1,59), porque eso era lo prescrito. Pero se había entrado en el tiempo salvífico de la Gracia, y los ritos antiguos habían quedado sin valor. No era fácil para un judío aceptar que determinados ritos realizados en el Templo carecían de eficacia salvadora, aunque todo aquello hubiera tenido un papel pedagógico. La sangre de corderos y machos cabríos no perdonaba los pecados. Los holocaustos y ofrendas diversas no garantizaban la comunión con DIOS; y la circuncisión no pasaba de constituir una señal externa que no cambiaba los corazones ni aportaba la Gracia. Algunos fariseos de Jerusalén bajaron a Antioquía de Siria, y por lo que cuentan estos versículos, con ánimo polémico. Da pie a pensar que la comunidad madre de Jerusalén había perdido intensidad carismática con el paso del tiempo, aunque, situados en el año cincuenta, pudieran haber transcurrido unos veinte años de la Resurrección del SEÑOR y el gran acontecimiento de Pentecostés. Con frecuencia la anemia espiritual y carismática se pretende compensar con elementos circunstanciales y accesorios. El cuerpo eclesial va adquiriendo una obesidad mórbida de forma creciente aunque insensiblemente. No toda la Iglesia de Jerusalén padecía los males de los judaizantes, y tampoco era el caso de las comunidades recién fundadas en el primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé, que estaban en Antioquía y contaban con entusiasmo las maravillas realizadas por el SEÑOR en medio de los gentiles (Cf. Hch 14,27). Aquellos fariseos desocupados, o “muy ocupados en no hacer nada” (Cf. 2Tes 3,6). San Pablo podía polemizar con aquellos partidarios de la circuncisión y del cumplimiento de la Ley mosaica, por dos razones: él mismo había sido observante riguroso de la Ley bajo la disciplina de Gamaliel, y acababa de comprobar de forma fehaciente lo que el ESPÍRITU SANTO realizaba en aquellos que empezaban a creer en JESUCRISTO, muerto y resucitado, como su único SALVADOR. Es probable que Pablo conociese personalmente a alguno de los que habían bajado a Antioquía, pero según el texto tal cosa no rebajó la carga de la discusión, y los responsables de la comunidad decidieron enviarlos a Jerusalén, para que la autoridad de la Iglesia madre hiciera el discernimiento preciso para adoptar el procedimiento pastoral adecuado. La tensión originada no fue motivo de ruptura, sino del establecimiento adecuado de la comunión entre las distintas Iglesias.
Intervinientes
La discusión se traslada a la Iglesia de Jerusalén donde se encuentran Pedro y otros Apóstoles, junto con Santiago, el responsable de la Iglesia de Jerusalén, y los presbíteros, o consejo de ancianos -prudentes-. Planteada la cuestión con cierto apasionamiento, como deja entrever el texto, Pedro toma la palabra en primer término: “sabéis, que desde los primeros días me eligió DIOS entre vosotros, para que por mi boca oyeran los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran. DIOS actuó en su favor comunicándoles el ESPÍRITU SANTO como a nosotros…” (v. 7-8). Habían pasado unos veinte años de aquella mañana de Pentecostés, en la que el ESPÍRITU SANTO de forma extraordinaria se hizo presente y transformó a los Doce y a los allí reunidos, de modo que iniciaron una evangelización con convicción y coraje, que llegaba hasta ese momento y aseguraba su continuidad. Judíos y gentiles, todos por igual recibían la gracia de la conversión, el perdón de los pecados y el Don del ESPÍRITU SANTO. Pedro estaba dando testimonio de todo ello, y el resto de los evangelizadores lo iban a corroborar, ¿a qué venía, entonces, aquella seria intromisión en la marcha de la evangelización, que el propio ESPÍRITU SANTO estaba llevando a término? Pedro sigue testimoniando: “nosotros creemos que nos salvamos por la Gracia del SEÑOR JESÚS, del mismo modo que los gentiles” (v.11). Toman la palabra Pablo y Bernabé, que relatan, como lo habían hecho en Antioquía, las maravillas que el SEÑOR había hecho en su primer viaje misionero entre los gentiles (v.12). No se trataba de casos puntuales o aislados, sino de la aparición de grupos en número suficiente para formar comunidades, que empezaban a contar con presbíteros al frente de las mismas. Es ahora el turno de Santiago, el pariente del SEÑOR, responsable de la Iglesia de Jerusalén. Los testimonios expuestos presentan hechos que vuelven inapelable la acción de la gracia: no se puede negar, que el SEÑOR está atrayendo a los gentiles hacia SÍ por la confesión de su Nombre. Santiago afirma: “el SEÑOR vino a buscarse entre los gentiles un Pueblo para su Nombre, y con esto concuerdan los oráculos de los profetas” (v.15). Lo que el SEÑOR estaba realizando entre los gentiles viene anunciado en las Escrituras, por lo que se refuerza en gran medida lo que los testimonios aportan según lo escuchado. No se está rompiendo con la tradición, ni estableciendo una novedad inconsistente: lo que se está produciendo había sido anunciado, y en aquellos momentos se está cumpliendo. Santiago está aportando un argumento de capital importancia, que legitima desde todas las perspectivas la entrada de los gentiles por la Fe en JESUCRISTO como único requisito para recibir la Gracia. Santiago concluye: “no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a DIOS” (v.19).
Unas mínimas pautas
No siempre es cierto y aplicable el refrán que dice, “no hay mal que por bien no venga”, pero en este caso es aceptable, pues la intransigencia de los judaizantes destapó algo latente, y provocó un esfuerzo de crecimiento y adaptación para la Iglesia, obligando a pronunciarse sin paliativos sobre la gran verdad del Cristianismo: JESUCRISTO es el único SALVADOR, y accedemos a la Salvación por la Fe en su Nombre. La Ley de Moisés con todas sus cláusulas, preceptos y disposiciones, cumplió el papel de pedagogo para conducir a los hombres hacia JESUCRISTO. Se esperaba un pronunciamiento por parte de los principales en la jerarquía de aquel momento para continuar la marcha y expansión de la evangelización. A los gentiles se les pide “que se abstengan de la carne sacrificada a los ídolos, de la fornicación y de la sangre de animales estrangulados” (v.20). Tales prescripciones entran de lleno en el campo de los cultos idolátricos tan extendidos en aquella área geográfica. Todo lo que se vende en el mercado puede ser comprado sin reparo, pero si alguien advierte que es una carne proveniente de un culto pagano, por razón del que lo señala, el cristiano debe abstenerse. La prostitución sagrada era una práctica muy extendida, de forma especial en los templos dedicados a las divinidades femeninas, y a los cristianos se les pide alejarse de esas prácticas, que pudieron verse como aceptables por muchos que ahora abrazan la Fe en JESUCRISTO. Los recién llegados a la Fe tenían claro el estilo de vida cristiano, que disponía en exclusiva el matrimonio monógamo, el culto exclusivo al único SEÑOR, la comunión fraterna y el elemento diferencial de la Fracción del Pan -EUCARISTÍA-. Los cristianos ya no tenían que ceñirse a las prescripciones del descanso sabático con toda la serie de restricciones minuciosas, pues el cristiano entra en el descanso de DIOS en el primer día de la semana: el Domingo, o Día del SEÑOR. El cristiano debía cuidar de no “colar el mosquito y tragarse el camello” (Cf. Mt 23,24), en palabras de JESÚS.
Carta Apostólica
El texto no dice el tiempo empleado para las discusiones y deliberaciones, pero todo aquello se va a concretar en una Carta Apostólica con carácter oficial, cuyo encabezamiento es inapelable: “Hemos decidido el ESPÍRITU SANTO y nosotros…” (v.28). La carta fue llevada por Judas y Silas que eran profetas y miembros de la Iglesia de Jerusalén. Estos de viva voz expondrían a la comunidad de Antioquía el sucinto contenido de la carta e infundirían nuevos ánimos a unos cristianos provenientes de la gentilidad. El atractivo mundano de la ciudad de Antioquía estaba al nivel de Roma o Corinto. Antioquía de Siria contaba con unos quinientos mil habitantes y el nivel de vida de las familias pudientes era muy alto. Era más fácil verse desprendido del mundo en Jerusalén o cualquiera de las ciudades de Israel. Pablo y Bernabé vuelven a su comunidad de referencia con un gran respaldo acompañados de Judas y Silas, que permanecen allí durante un tiempo, dando pruebas de la comunión existente entre la vida cristiana de las comunidades de Antioquía y Jerusalén.
Judaizantes
San Pablo en los siguientes viajes apostólicos llevará consigo la Carta Apostólica elaborada para resolver la controversia planteada en Antioquia por los judaizantes. “Conforme iban pasando por las ciudades, les iban entregando para que las observasen, las prescripciones tomadas por sus Apóstoles y presbíteros en Jerusalén. Las iglesias se afianzaban en la Fe y crecían en número de día en día” (Cf. Hch 16,4-5). Es el primer documento oficial, que emite la Iglesia de Jerusalén con repercusión para todas las iglesias locales. Los viajes misioneros de san Pablo son un ejemplo de éxitos y dificultades. Entre los obstáculos más acuciantes está el planteado por los propios judíos que una vez dentro de las filas cristianas les parece poco el estilo de vida evangélico y desean formas de cumplimiento religioso de su vida en el Judaísmo.
“Creed también en MÍ” (Jn 14,1)
La gran revelación del capítulo catorce de san Juan parece enmarcarse en el contexto de la Última Cena. Comienza diciendo, “no se turbe vuestro corazón…, porque JESÚS estaba dejando aflorar sentimientos atribulados, previendo deserciones y traiciones, aunque todo redundaría para la Gloria de DIOS. El capítulo termina con una indicación imperativa por parte de JESÚS: “levantaos, vámonos de aquí” (Cf. Jn 14,31b). La doctrina contenida en los capítulos quince, dieciséis y diecisiete, pudo haber sido dada en aquellas horas nocturnas camino de Getsemaní, lugar donde JESÚS es apresado. Terminado el capítulo diecisiete dice el evangelista san Juan, que JESÚS con sus discípulos pasó el torrente Cedrón en el que había un huerto (Cf. Jn 18,1). Son horas de máxima tensión, que en este evangelio se traducen en la más alta revelación. En el momento de declarar la traición de Judas en el curso de la Última Cena, JESÚS declara: “ahora es glorificado el Hijo del hombre… (Cf. Jn 13,31-32). JESÚS como bandera discutida (Cf. Lc 2,34-35). La revelación de la identidad de JESÚS llega en el evangelio de san Juan en los momentos de gran tribulación, y este dato es para tenerlo en cuenta. La unión especial de JESÚS con el PADRE lo declara como el HIJO verdadero. El acceso al conocimiento de JESÚS y su identidad es la Fe: “no se turbe vuestro corazón, creed en DIOS y creed también en MÍ” (v.1). Hacía minutos que JESÚS acababa de lavarles los pies a los discípulos como el siervo más humilde (Cf. Jn 13,7-8). En este primer versículo del capítulo catorce JESÚS reclama a los discípulos la misma Fe que profesan a DIOS, porque ÉL es el VERBO que está junto a DIOS desde siempre, y por tanto se está mostrando como la revelación del HIJO. Los acontecimientos inmediatos relacionados con la Pasión demandan un incremento de Fe y Revelación, constituyendo la hora del poder de las tinieblas un motivo único para que se manifieste la Gloria de DIOS. La perfecta comunión entre el PADRE y el HIJO no va a eximir a JESÚS del más mínimo padecimiento por todos los hombres. Los discípulos tienen que disponerse a creer en JESÚS como creen en DIOS. La Fe propuesta en este capítulo catorce está relacionada con el “conocer” y el “ver”. Como en otros lugares, la Fe en JESÚS se establece con la “guarda de los mandamientos”. La Fe y el Amor forman el binomio necesario para permanecer en JESÚS y guardar sus mandamientos. Los discípulos que creen recibirán el Don del ESPÍRITU SANTO (v.26). El discípulo y el mundo están necesitados de una Paz, que el mundo mismo no puede ofrecer (v.27). La Fe en JESÚS se revela como fuente de toda bendición, en los tiempos mesiánicos, que están revelándose en el mundo.
La manifestación del SEÑOR
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, el PADRE lo amará, vendremos a él y haremos morada en él” (v.23). Nuestra existencia es posible porque la EXISTENCIA que es DIOS mismo nos sostiene. Pero aquí JESÚS habla de un modo personal o relacional que DIOS tiene para responder a los que escuchan con verdad la Palabra dada en el HIJO. JESÚS instruye a sus discípulos, en la persona de Judas no el Iscariote (v.22), que la vía ordinaria para su manifestación sigue la estela del Amor: “si alguno me ama guardará mi Palabra, el PADRE lo amará, y vendremos a él” (v.23). La respuesta al mismo don de la Fe es la manifestación interna y personal. Todo lo que el PADRE desea comunicarnos lo hace a través de su VERBO, JESUCRISTO. Cabe de forma legítima parafrasear el Shemá: “Escucha Israel: el SEÑOR tu DIOS tiene su única Palabra en su VERBO eterno que se ha manifestado en JESUCRISTO -JESÚS el CRISTO-. Escucharás esta Palabra, la amarás y guardarás en tu corazón para seguirla con toda tu mente y todas tus fuerzas. La meditarás o recordarás con afecto y estima. Hablarás de ella estando en casa y yendo de camino y la transmitirás a tus hijos. La escribirás en el dintel y las jambas de tu puerta. La escribirás en tu mano y en tu frente. Lejos de asfixiar la pretensión totalizante de la Palabra dada por el HIJO o en el HIJO, representa el verdadero antídoto liberador contra las fuerzas esclavizantes y opresoras. Lo anterior no es la vía de las extraordinarias uniones místicas, sino el camino íntimo y personal de la Fe, en principio accesible a todo bautizado.
JESÚS es obediente
“El que no me ama no guarda mis palabras; y la Palabra que escucháis no es mía, sino del PADRE que me ha enviado” (v.24). Sólo JESÚS puede escuchar al PADRE directamente, “ nadie ha visto ni oído al PADRE, sino el HIJO que está en el seno del PADRE” (Cf. Jn 1,18). JESÚS ha dicho cosas que nos interesan, pues responden a lo que nos atañe en esta vida, al tiempo que deja establecidas las promesas que alimentan la Esperanza de la Vida Eterna. El momento presente cobra sentido, si existe un futuro eterno pasado el umbral de la muerte. El hecho de la Creación es evidente para el sentido común. Si el Creador nos ha traído a la existencia, haremos bien en escuchar al que perfecciona y trasciende el mundo presente, abriéndonos las moradas eternas. La relación entre nosotros el PADRE y el HIJO se mueve dentro de una relación de Amor. La Palabra de JESÚS es para caminar por este mundo en Verdad, acogiendo la Vida espiritual que no es de este mundo. Si se rechaza la Palabra de JESÚS nos cerramos a la vida que nos comunica.
Verdadero diálogo
“El que no me ama no guarda mis palabras, y la Palabra que escucháis no es mía, sino del PADRE, que me ha enviado” (v.24). Es propio del ser humano el diálogo y la conversación. Mediante el lenguaje somos capaces de transmitir pensamientos, sentimientos y experiencias diversas. Más aún, el diálogo construye pensamientos, encauza sentimientos y modifica la actitud para enfrentarnos a futuras experiencias. JESÚS reclama de nosotros una atención especial a sus palabras, porque su Palabra es única. El Amor requiere estar presente para atender y entender las palabras de JESÚS. Quien no ama a JESÚS no le importan sus palabras. De las personas que queremos recordamos especialmente conversaciones que confirman y refuerzan el afecto mutuo. Las palabras de JESÚS son especiales, pues lo que dice pertenece a la interioridad misma de DIOS. De nuevo volvemos a resaltar el contenido de los cuatro evangelios, en cuanto modelos de los diálogos de JESÚS con los distintos protagonistas. Cualquiera de los encuentros que mantiene JESÚS nos representa. Todos tenemos problemas relacionados con la salud en el curso de la vida, o nos inquietan preguntas de fondo relacionadas con el sentido de la vida. Una persona que haya llegado a la madurez ha visto de cerca la muerte en sí mismo o a su alrededor. Claro está, JESÚS quiere que nuestra relación con ÉL esté por encima de la consulta al terapeuta o al consejero dedicado a la resolución de conflictos. La Palabra del Evangelio que nos da JESÚS no es un manual de autoayuda. El Evangelio está destinado a revelar el mismo Corazón de JESÚS en el que reside la plenitud de la Divinidad (Cf. Col 2,9). Nuestra condición personal reside en la estructura dialogal que nos hace “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26-27). DIOS es COMUNIÓN entre el PADRE y el HIJO en su unión de AMOR, que es el mismo ESPÍRITU SANTO. JESÚS nos está diciendo que su Mensaje pertenece a la intimidad de DIOS.
El VERBO habla nuestro lenguaje
“Os he dicho estas cosas estando entre vosotros, pero el PARÁCLITO, el ESPÍRITU SANTO que el PADRE enviará en mi Nombre os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que YO os he dicho” (v.25-26). Mediante las parábolas o enseñanzas más directas, JESÚS habla con una autoridad singular. JESÚS cuando propone el Padrenuestro ofrece las claves fundamentales de la oración cristiana (Cf. Mt 6,9-13). Al establecer las reglas para su seguimiento lo hace para todas las épocas (Cf. Lc 9,23-26). De forma inequívoca relaciona y une su propia manifestación al Año de Gracia del SEÑOR (Cf Lc 4,19). La palabra humana del VERBO está haciendo nuevas todas las cosas sobre las que se pronuncia. Con nuestro lenguaje, el VERBO, nos habla de las nuevas moradas en la Vida Eterna (Cf. Jn 14,2-3). La enseñanza de JESÚS iniciada con su ministerio público en el territorio de Israel será completado por la acción del ESPÍRITU SANTO. Por un lado las palabras de JESÚS tienen un contenido que se asemeja a una fuente inagotable de contenido espiritual. El potencial de Revelación encerrado en la Palabra es desvelado por el mismo ESPÍRITU SANTO, que se convierte en el gran MAESTRO interior. JESÚS aclara que el ESPÍRITU SANTO enseñará cosas nuevas, además de recordar lo ÉL había dicho. La memoria de las cosas es nuestro archivo particular, que acredita la propia historia, y situados en el conjunto de la Iglesia nos conecta con la Tradición. Los cristianos de antes, y los ahora seguimos a JESÚS, hemos de estar en una verdadera comunión de Fe. La novedad de las cosas dentro de la Fe de la Iglesia no puede estar cifrada en el dictado de la moda. Se pide a la Iglesia y al cristiano particular que se adapten a los tiempos, sin embargo la Iglesia no puede dejar de hacer propuestas que mejoren la vida de los hombres bajo la inspiración del ESPÍRITU SANTO. El cristiano particular y la Iglesia tienen que leer los signos de los tiempos e interpretarlo con juicio y discernimiento para proceder de forma cabal. Sigue habiendo profetas en la Iglesia, porque el ESPÍRITU SANTO está presente.
La Paz mesiánica
“Os dejo la Paz, Mi Paz os doy, no os la doy YO como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (v. 27). La Paz que nos da el SEÑOR es uno de esos tesoros que, en el modo de hablar de san Pablo, “llevamos en vasijas de barro” (Cf. 2Cor 4,7). A pesar de nuestra fragilidad espiritual y vulnerabilidad uno de los dones principales que el SEÑOR nos concede es la Paz. La Paz mesiánica es el resultado inmediato de la proclamación del Evangelio cuando la predicación se realiza con verdadera unción. Somos muy vulnerables, pues las influencias negativas de toda índole nos pueden afectar. No todo está bajo control y si alguien hace alarde de tal cosa presenta vulnerabilidades añadidas. La quiebra moral y espiritual es vidriosa cuando aparece el más mínimo alarde. Camina en la Paz el alma humilde y con frecuencia humillada como prueba de verdadera humildad. Con todo, la Paz mesiánica es felicidad o gusto por vivir. La Paz que da el SEÑOR hace que se agradezca esta existencia, a pesar de los contratiempos inevitables. La Paz mesiánica no es la impresión que deja inactividad humana. La Paz mesiánica es un don propio del RESUCITADO y se encuentra en el corazón de todo el que vive unido a JESÚS.
Apocalipsis 21,10-14,22-23
El vidente del Apocalipsis recibe la orden de no sellar las palabras del libro, pues el tiempo de su cumplimiento está cerca (Cf. Ap 22,10). El libro de la gran revelación está dado para entrar en la consideración de los designios de DIOS sin añadir o quitar nada de su contenido (Cf. Ap 22,18-19). Desde el principio del libro, la revelación la ofrece el que es el ALFA y la OMEGA, el PRINCIPIO y el FIN, que da su Mensaje a las Iglesias de todos los tiempos (Cf. Ap 22,13.16).
DIOS es la herencia del vencedor
El Apocalipsis ofrece imágenes de las moradas eternas abiertas por la Redención de JESÚS, el HIJO de DIOS. La Ciudad Santa es la morada de DIOS con los hombres y el autor sagrado la describe tomando como recurso la luz, las piedras preciosas y el oro como el más noble de los metales. La Ciudad Santa tiene una forma del todo regular y sus medidas responden al diseño pensado por DIOS y mostrado por los Ángeles. El Ángel del SEÑOR hace la presentación de la Ciudad Santa al vidente (v.9) La Ciudad Santa es descrita con apariencia del jaspe translúcido, lo mismo que el oro que forma parte de las murallas. Las distintas gemas y piedras preciosas mencionadas resaltan la belleza y santidad de las moradas eternas donde nada contaminado tiene cabida. Las doce puertas de la Ciudad Santa se distribuyen en grupo de tres a cada lado del cuadrado, y en cada puerta figura un Ángel, el nombre de una tribu del Pueblo de Israel, y el nombre de un apóstol del CORDERO. La visión trata de acercarnos a la morada de DIOS con los hombres con los mejores recursos a nuestra disposición para aspirar en realidad a lo que “ni el oído oyó, ni el ojo vio, lo que DIOS tiene preparado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9).