Jesús, en la oración que hace al Padre en la última cena, pide por sus discípulos que están en el mundo, pero no son del mundo. Cuando la iglesia nació, obligada por la caridad, que es un mandato de Jesús, se ocupó de la predicación del evangelio a un mundo pagano deshumanizado y cruel, en el que inició una enorme obra caritativa que se encargó de los pobres, los enfermos, las viudas, los ancianos, los huérfanos, y en fin, de cada persona necesitada, marginada y despreciada, porque no olvidaba las palabras de Jesús: lo que hagan con ellos, lo habrán hecho conmigo.
La caridad cristiana, no era la causa y razón de ser de la Iglesia, sino su consecuencia, es decir, si alguien se decía cristiano, no podía pasar indiferente ante los sufrimientos y necesidades de los demás; por amor a Cristo se sentía obligado a socorrerlos, no se trataba de una vaga solidaridad o fraternidad humana, ni de una noble filantropía, sino de un mandato imperativo:“ámense los unos a los otros como yo los he amado”, y Jesús los amó hasta morir por ellos en la cruz. Así pues, la caridad cristiana era fruto del amor del Crucificado, no un sentimiento y un propósito noble, sino una fuerza sobrenatural que manaba de Dios mismo, que se adentraba en el corazón de los creyentes y se derramaba sobre la humanidad.
A la Iglesia se le deben los primeros hospitales, universidades, y miles de iniciativas en favor de los más desfavorecidos, pero todo ello como consecuencia de la fe en el Dios que es amor. Con el paso de los siglos, el Estado empezó a hacerse cargo de esos rubros, la Iglesia dejó de ser indispensable en el ámbito social, y ante el embate del laicismo, y su propia secularización que la ha llevado a perder el sentido sobrenatural y su verdadera razón de ser en el mundo, muchos se preguntan si la existencia de la Iglesia tiene razón de ser en la sociedad de hoy.
Hace unas semanas en un artículo publicado en el diario francés, Le Figaro, el cardenal Roberth Sarah se cuestionaba “¿Tiene la Iglesia aún un lugar en tiempos de epidemia en el siglo XXI? A diferencia de los siglos pasados, ahora la mayor parte de la atención médica la proporciona el Estado y el personal sanitario. La modernidad tiene sus héroes seculares en batas blancas y son admirables. Ya no necesita de los batallones caritativos de cristianos dispuestos a cuidar de los enfermos y enterrar a los muertos. ¿Se ha vuelto inútil la Iglesia para la sociedad?”
El Covid-19 devuelve a los cristianos a lo esencial. Hace ya mucho tiempo, la Iglesia se entrampó en una relación falseada con el mundo. Confrontada con una sociedad que pretende su desaparición y no necesitar de ella, los cristianos, se han esforzado en demostrar que aún pueden serle útiles: “La Iglesia, continua el cardenal Sarah se ha mostrado como educadora, madre de los pobres, «experta en humanidad» como dijo Pablo VI. Pero poco a poco los cristianos han acabado por olvidar la razón de todo esto. La Iglesia, no lo podemos olvidar, fundamentalmente está para la salvación eterna del hombre, para llevarlo a su fin último que es Dios; para darle la esperanza de la vida eterna, la única que lo puede libar de la precariedad de esta vida y del horror al vacío de la muerte”.
Con información de: Contra Replica/ P. Hugo Valdemar