Carta abierta al Santo Padre sobre el derecho del no nacido, por Charles C. Camosy en The Public Discourse.
Estimado Santo Padre:
He sido un admirador de su pontificado desde el principio, al que he seguido entusiasmado durante los últimos ocho años. Su visión ha sido transformadora para el desarrollo de mi propia visión provida, especialmente en lo que se refiere a resistir la cultura del descarte con una cultura del encuentro y la hospitalidad. Y su pontificado ha sido, por supuesto, transformador para la Iglesia en general, manteniendo la enseñanza ortodoxa de la fe y ofreciendo, al mismo tiempo, un plan pastoral centrado en el Evangelio para llegar a nuevas personas y mantener nuestra atención en los pobres.
Desde el comienzo de su pontificado, usted decidió, conscientemente, incorporar un “nuevo equilibrio” que consiste, con razón, en ver las cuestiones más tradicionales a favor de la vida y la familia en un contexto moral y social que da una nueva prioridad a los pobres y a los extranjeros en la predicación y la defensa de la Iglesia Católica. Esta visión tiene el poder y el potencial de traer la unidad a través de la polarización izquierda-derecha que aflige a nuestra Iglesia, de una manera que sigue siendo profundamente fiel a las enseñanzas de Cristo.
Algunos han criticado su intento de encontrar este nuevo equilibrio, sobre todo cuando se percibe que está restando importancia a la gravedad del aborto. Dada la forma en que los principales medios de comunicación han cubierto su pontificado, Santo Padre, esto es comprensible, aunque yo he señalado en Resisting Throaway Culture (Resistiendo a la cultura del descarte) lo contundente que ha sido usted en materia de justicia del no nacido. De hecho, al día siguiente de la publicación de su entrevista sobre el nuevo equilibrio, usted se dirigió a los médicos ginecólogos de Roma diciendo: “Todo niño no nacido, aunque injustamente condenado a ser abortado, tiene el rostro del Señor”. Frente a una cultura del descarte que nos insta a mirar para otro lado, usted se ha referido al aborto como el “crimen nazi de guante blanco” que es. Incluso has llegado a comparar el aborto con la contratación de un sicario para hacer desaparecer un problema.
Son declaraciones increíblemente poderosas. Pero, Santo Padre, debo señalar con todo respeto una diferencia significativa entre usted y sus predecesores, que también hablaron con fuerza sobre estas cuestiones, al menos en este momento de su pontificado. Su lenguaje directo y contundente a favor de la justicia del niño no nacido se ha producido casi siempre en comentarios improvisados o en situaciones no muy destacadas. Cuando se trata de sus enseñanzas y declaraciones más autorizadas, a menudo menciona el aborto, sí, pero casi siempre como una consideración secundaria o algo que se incluye como parte de una lista más larga de problemas a tratar.
Recientemente, en un debate sobre su, por otra parte, fantástica encíclica Fratelli Tutti, hice patente mi decepción por el hecho de que no hiciera una sola referencia a los niños no nacidos al hacer una extensa serie de reflexiones en las que lamentaba la insuficiencia de los derechos humanos universales. Esto fue una gran decepción, sobre todo porque usted no ha tenido ningún problema en invocar al más vulnerable portador del Rostro de Cristo en otras encíclicas. Creo que hay que someterse a sus enseñanzas, Santo Padre, pero también observo que usted ha favorecido el desacuerdo de quienes le son fieles a usted y a la Iglesia que dirige. Y aquí le insto a que lleve su contundente defensa de los niños no nacidos a un lugar más central de su pontificado. Ha llegado la hora de defender con firmeza y fuerza su dignidad en una cultura que, cada vez más, los ve como algo desechable que puede ser descartado violentamente.
Su propio país, Argentina, se ha convertido en la última forma de gobierno en legalizar la violencia contra los niños no nacidos. Como usted señaló en las cartas que envió a las mujeres provida y a otros participantes en el candente debate, la posición científicamente correcta aquí es que hay dos vidas humanas que considerar, no una. Significativamente, el ministro de sanidad (varón), al defender el proyecto de ley de su presidente (varón) para legalizar esta terrible violencia, dijo unas verdades que no entendía: “Aquí no hay dos vidas como dicen algunos. Está claro que hay una sola persona y la otra es un fenómeno. Si no fuera así, estaríamos ante el mayor genocidio universal, [porque] más de la mitad del mundo civilizado lo permite”.
El mayor genocidio universal. Esa, Santo Padre, es la verdad. El aborto es, de hecho, el mayor genocidio universal. Y se dirige a los discapacitados, a los pobres, a las mujeres, a las minorías raciales y a muchos otros que están en los márgenes de las culturas de todo el mundo.
Usted ha señalado que las mujeres son, a menudo, las segundas víctimas del aborto, y la gran injusticia que supone pedirles que maten a sus hijos para tener una falsa sensación de igualdad. Esto lo entendieron muy bien las mujeres de Argentina, que rechazaron por abrumadora mayoría la legalización del aborto en su país. Y sin embargo, los principales medios de comunicación de todo el mundo cubrieron la noticia afirmando falsamente que la pérdida de la justicia para el no nacido fue impulsada por las mujeres en lugar de por los hombres poderosos, que eran los verdaderos responsables.
Y en muchos lugares más allá de su amada Argentina, la luz en defensa del valor de estos niños se atenúa. Mis antepasados irlandeses sin duda se revolvieron en sus tumbas varias veces al ver que Irlanda ha rechazado su hermosa herencia de justicia para el niño no nacido. Mi propio estado de Nueva Jersey -dirigido por un partido político que dice querer proteger a los más vulnerables-, está intentando eliminar totalmente cualquier reconocimiento legal de la vida del no nacido. En Nueva Zelanda también hay un intento similar de descartar totalmente a estos niños.
Publicado por Charles C. Camosy en The Public Discourse.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.