Las lecturas y el salmo de este Domingo hablan de Dios en medio de la tormenta, de su presencia amorosa y salvífica en los momentos más difíciles del ser humano, de su poder para callar al mal y los embates de la naturaleza contra el hombre, del amor apremiante de Cristo para salvarnos y darnos paz, alegría y seguridad.
- «VAMOS A LA OTRA ORILLA.»
Es un cambio de escenario, pasamos de la tierra al agua; de la seguridad de tierra firme a la inestabilidad del mar profundo. Ir a la otra orilla implica una travesía, la cual puede estar llena de peligros, tormentas, borrascas, vientos huracanados, de miedo, mareos y vértigo. En esta travesía pueden ahogarse. La otra orilla significa pasar del “amor propio” al que estamos acostumbrados, al “amor de Cristo” que nos apremia, lo cual significa ser una “criatura nueva” (2ª Cor 5,14-17). Ese paso exige desentumirnos, desestabilizarnos, desenraizarnos, confiar más en Dios y menos en nosotros mismos, es remar mar adentro. Tenemos que pasar del egoísmo a la generosidad, de la ociosidad al trabajo, de la duda a la fe, de la indiferencia al compromiso. ¡Vamos a la otra orilla!
- «MAESTRO, ¿NO TE IMPORTA QUE NOS HUNDAMOS?»
Jesús duerme en la paz de quien confía en Dios Padre, de quien se sabe seguro pues ha puesto su vida en manos de Dios, quién conduce la barca a puerto seguro. Los pescadores que a diario viven en el mar y conviven con las especies marinas, llaman a Jesús “Maestro”, es decir, guía, experto, conductor, orientador, conocedor. Ante los fenómenos naturales, los expertos del hábitat se vuelven inseguros, temerosos e inquietos; por eso, buscan el apoyo del Maestro, de Dios, del Amigo, del Mesías que puede salvarlos. ¡Por supuesto que a Jesús le importa salvarnos! Por eso vino a la tierra, por eso pasó el suplicio de la Cruz, la tormenta del Getsemaní, las tentaciones del desierto, las incomprensiones de los discípulos, la traición y el abandono de sus Apóstoles. Él quiere salvarnos, por eso entrega su vida para darnos vida en abundancia.
- «¡SILENCIO, CÁLLATE!» EL VIENTO CESÓ Y VINO UNA GRAN CALMA.
Es una voz enérgica y de autoridad sobre el mar y el viento que están embravecidos, pero llena de amor y compasión hacia el ser humano que está lleno de miedo y angustia. Es la voz de quien tiene el poder sobre «el cielo, la tierra, los mares y cuánto hay en ellos» Ex 20,11 (Cf. Sal 146,6 y Neh 9,6), pues a ellos les ha puesto un límite (Cf. Job 38,1.8-11) al ser su Creador (Cf. Gen 1,10). Por eso los discípulos se quedan sorprendidos y atónitos: «¿Pero quién es éste? ¡hasta el viento y las aguas le obedecen!» Mc 4,41. La presencia de Dios en nuestras vidas, sobre todo, en sus tormentas y huracanes (sufrimiento, dolor, enfermedad, depresión, angustias, miedos, muerte), hace que ella goce de momentos de calma y tranquilidad, de seguridad y paz, de alegría y esperanza de una vida en gracia de Dios. Dejemos que Dios tome el control de nuestra barca y nos lleve a puerto seguro (el Cielo), donde siempre tendremos paz.