El evangelio que escucharemos este domingo (Lc 6, 27-38) habla del amor a los enemigos. Se trata de uno de los grados más altos de la perfección cristiana. En efecto, Jesús hace estos imperativos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman”. Instintivamente podríamos pensar que se trata de utopías o ideales reservados a pocos. En realidad no es otra cosa sino el estilo de vida de Jesús y el ideal cristiano al que está llamado todo aquel que desea ser su discípulo.
Lo primero que Jesús pide es AMAR, amar a todos sin ninguna reserva, amar no sólo a quienes también nos aman o nos hacen el bien, sino incluso también a todos aquellos que vienen considerados como nuestros “enemigos”. Enemigos tenemos todos y muchas veces hasta sin saberlo. Uno puede hacerse de enemigos por su manera de ser o de pensar, por su comportamiento de vida o incluso por los logros personales que Dios nos concede.
Jesús habla del amor a los enemigos. Humanamente hablando parece algo imposible de llevar a la práctica. No es fácil ni cómodo amar a quien te hace un mal. Pero visto desde la óptica de Dios, nos encontramos en lo que llamariamos la perfección en el amor. Ya el Antiguo Testamento fue preparando esta revelación cuando habló de no alimentar odio dentro de sí mismo ni cultivar la venganza, sino “amar al prójimo como a ti mismo” (Cfr Lv 19, 17-18). El odio hace mucho daño a cualquiera, es un veneno mortal que mata a quien lo cultiva.
Además del amor, Jesús recomienda orar por los enemigos. Se trata de la respuesta cristiana a las expresiones de violencia o de agresividad que uno pudiera encontrarse en la vida. La tendencia espontánea del corazón humano es responder a la violencia con la violencia, es lo que parece como justo al pensamiento humano, sólo que esta manera de proceder se convierte en una espiral de muerte que nunca termina y eso es lo que nos puede robar la paz.
Jesús rechaza radicalmente esta forma de actuar y ofrece un criterio evangélico: amar a los enemigos y rezar por ellos. Esta es la justicia no sólo predicada sino también vivida por Jesús. La propuesta de Jesús es ponernos al servicio del amor, por eso nos invita, en cualquier circunstancia, a tener una actitud de amor. Porque el amor vence siempre al odio y porque amando venceremos al egoísmo y experimentaremos el amor de Dios dentro de nosotros. Quien experimenta esta manera de amar, alcanza la paz.
Hemos de procurar no caer en las mismas actitudes de quien practica la maldad y daña a los demás. No hay que dejarse corromper ni participar de la misma maldad. Hay que vencer el mal con el bien. Este es el principio medular que ofrece Jesús a sus discípulos. Esto ciertamente requiere una lucha interna muy fuerte dentro de nosotros, es decir que aprendamos a vencer nuestro yo interior que muchas veces se maniefiesta en forma orgullosa.
Ciertamente estos criterios contrastan con la mentalidad del mundo moderno según la cual el perdón es signo de debilidad y hasta de cobardía, sin embargo la persona que decide perdonar o no responder con violencia a una agresión será aún más fuerte, requerirá mucho fortaleza para dominar sus ímpetus y para mantenerse dueño de sí mismo.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa