* Hemos llegado a la última semana de Adviento.
* Al final del camino, ya se alcanzan a ver las primeras luces de Belén. José suspira, aliviado.
* Han recorrido más de 100 kilómetros, y la mayoría han sido cuesta arriba.
* No hay lugar en la posada; ante el asombro de una mula y de un buey, el joven matrimonio se instala en una cueva.
* En la Tierra, hay un silencio expectante; en el Cielo, los ángeles cantan.
La noche parece ser como cualquier otra. Hace frío, pero el cielo está despejado, y a falta de luna, las estrellas brillan con mayor fuerza. En el horizonte se recortan las montañas que rodean Jerusalén, la Ciudad Santa. Unos pastores cuidan sus rebaños que pastan en las colinas a las afueras de Belén. De pronto, la luminaria del cielo queda opacada por un coro de ángeles que anuncian la buena noticia: ha nacido el Salvador del mundo.
Con imaginación, podemos centrarnos en alguno de estos pastores. Podemos pensar cómo latía su corazón al correr por el camino hacia Belén con los demás. Quizás, con las prisas del momento, habría tomado un poco de queso y algo del pan que llevaba en su morral para tener algún regalo con el cual honrar al Niño recién nacido.
Al llegar al lugar anunciado, quizá nuestro pastorcillo se habrá sorprendido un poco: no era un castillo, ni siquiera una posada de cinco estrellas. Era una pequeña cueva, un refugio de animales. Pero no se desanima y entra con las manos temblorosas. Un joven alto y de rostro sereno los recibe con curiosidad, y una sonrisa se dibuja en su rostro al escuchar la explicación de los pastores.
LO QUE ENCUENTRA ES ALGO MUCHO MÁS GRANDIOSO QUE MIL PALACIOS Y RIQUEZAS.
De pronto, el llanto de un niño interrumpe la escena. Nuestro pequeño pastor se dirige hacia el fondo de la cueva y sus ojos se detienen en una mujer muy joven, apenas una adolescente, que está inclinada sobre el pesebre. Allí está el recién nacido, que llora con toda la fuerza de sus pequeños pulmones. Su Madre lo toma en brazos y lo arrulla. El pastor permanece inmóvil: él había esperado encontrarse con un gran rey, pero lo que encuentra es algo mucho más grandioso que mil palacios y riquezas. De pronto, siente vergüenza de su regalo. ¿Qué son un poco de pan y queso para el rey del universo?
¡Cuántas veces nos hemos encontrado en esa misma situación! ¿Qué tenemos para dar a Dios? Pero María lo nota y, para sorpresa de nuestro pastor, pone en sus brazos al Mesías hecho Niño. Jesús ya no llora; duerme y sueña. En cambio, el pastorcillo sí que llora, porque Dios se ha entregado del todo. Y comprende. Comprende que Dios no solo quiere un poco de pan y de queso: lo quiere a él.
¿EL RETO DE ESTA SEMANA? DISPONER EL CORAZÓN PARA ESE MOMENTO.
Durante cuatro semanas, hemos hablado del “regalo de Adviento”. Quizá ese regalo no era para ti, sino para Él. ¿El reto de esta semana? Disponer el corazón para ese momento. Esta Navidad, tú también tendrás al Niño en brazos. Dile lo que quieras, o quédate en silencio para mirarlo. Dios se entrega del todo a ti, para que puedas acercarte con confianza. De la mano de María y de José, descubre el secreto de la sonrisa de Jesús. Y mientras le cantas para arrullarlo, escucharás a los ángeles que cantan: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él».
Algunas ideas para vivir el reto de esta semana:
- Procura tener todos los días un rato de oración frente al Nacimiento. Habla con los personajes; hazte amigo de María, de José y de los pastores. ¿Qué puedes aprender de cada uno?
- Habla con algún familiar que no has visto en mucho tiempo, sobre todo si se trata de alguien mayor o enfermo. Descubre en él el rostro del Niño Dios.
- ¿Has guardado algún resentimiento? Pide a María que te enseñe a perdonar: ese puede ser tu regalo de Navidad.
- Busca el sacramento de la confesión: ¿no te gustaría limpiar el lugar donde nacerá el Niño Dios?
- Organiza con tu familia el 24 de diciembre. ¿Irán a Misa? ¿Rezarán una parte del rosario? ¿Arrullarán al Niño? Ojalá esta Navidad tu hogar se vuelva un rinconcito del portal de Belén.