Aceptada la renuncia del bielorruso Monseñor Kondrusiewicz, destacada figura del resurgimiento católico post-soviético.

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El arzobispo de Minsk-Mogilev, Monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, regresó a casa en Navidad después de cuatro meses de exilio, y se dispone a descansar. El Papa Francisco aceptó su dimisión ayer, 3 de enero, en el mismo día en que el prelado cumplió 75 años. Es evidente que para su regreso, las negociaciones entre el Vaticano y las autoridades bielorrusas presuponían la salida inmediata del obispo. Por ahora, la arquidiócesis de Minsk será administrada por el obispo dominico Kazimierz Wielikoselec, auxiliar de la diócesis de Grodno.

Kondrusiewicz dirigía la arquidiócesis de la capital bielorrusa desde el 2007. Había regresado al país tras 16 años de servicio al frente de la diócesis católica de Moscú, inmediatamente después de la caída del comunismo. Su consagración episcopal tuvo lugar en 1989, incluso antes del colapso de la Unión Soviética, como obispo de la diócesis de Grodno, su ciudad natal. Su traslado a Moscú se decidió a finales de 1990, y luego se anunció en abril de 1991, después de vanos intentos de acordar su nombramiento con los líderes del patriarcado de Moscú.

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En estos 30 años, el arzobispo bielorruso ha sido uno de los principales impulsores del renacimiento católico en el mundo post-soviético: reabrió más de 100 parroquias, reconstruyó decenas de iglesias y centros católicos, entre ellas el seminario de San Petersburgo y el de Grodno, y finalmente se convirtió en el símbolo de la protesta popular contra el último sátrapa soviético, el presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko.

Lukashenko también está tratando de salvar su sillón presidencial, en vista de una salida de la escena no precisamente canónica como la católica, sino preanunciada por la «sede suprema» de Moscú. De hecho, el mandatario ha convocado a una Asamblea «Pan-Bielorrusa» para los días 11 y 12 de febrero con el objetivo de enmendar la Constitución, imitando la jugada de Vladimir Putin. Esto aseguraría el sistema de poder, y Lukashenko podría ir a descansar en su dacha en las afueras de Moscú, donde ya viven sus hijos.


 

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Sin embargo, el controvertido presidente debe lidiar con la oposición, liderada desde el exilio por la candidata excluida Svetlana Tikhanovskaya. Esta ya ha hecho saber que no tiene intenciones de participar en la asamblea, la que considera similar a «un congreso del PCUS en el siglo XXI», como declaró la vocera de Tikhanovskaya, Anna Krasulina (foto 2). Y añadió que «nadie ha visto ningún plan de reforma, y no está claro qué es lo que Lukashenko quiere obtener de esta asamblea, ni quién debería participar en ella. No se trata de un debate sobre la Constitución, el cual en todo caso debiera darse en comisiones parlamentarias abiertas a la participación de los ciudadanos… Con el Sr. Lukashenko no tenemos nada que discutir, en 26 años hemos comprendido que es absolutamente inadecuado y ahora, además, ilegítimo».

Según la oposición, la Asamblea no será más que un espectáculo, una gran manifestación con grupos de personas seleccionadas deliberadamente para «montar una escena para el pueblo bielorruso» y tener la ocasión para imponer una nueva ola de represión en el país. «La asamblea», dijo Krasulina, «no solo tendrá lugar en una ciudad vacía, sino también bajo el fuego de las ametralladoras de los Omon».

La propuesta de la oposición es que Lukashenko renuncie al cargo, y que el país vuelva a la Constitución de 1994, que ya fue enmendada seis veces por el líder, para favorecer su posición durante sus largos años de gobierno.

Con información de InfoCatólica

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