El nuevo Año Litúrgico comienza con el Adviento, que prepara nuestros corazones para la Navidad. El tiempo de Adviento tiene dos partes que se diferencian con claridad: la que mira a la Segunda Venida del SEÑOR, y el tiempo inmediato a la Navidad en el que se resalta el acontecimiento histórico del nacimiento de JESÚS, el hijo de MARÍA, perteneciente a la Casa de David representada también por San José, el Custodio del Redentor. Desde el día diecisiete de diciembre las lecturas de la liturgia, tanto en la Santa Misa como en la Liturgia de las Horas, tienen un marcado enfoque histórico inmediato. Este último tramo del Adviento es una novena oficial preparatoria al nacimiento del REDENTOR, que se anunciará a los pastores con solemnidad: “se les presentó el Ángel de SEÑOR, y la Gloria del SEÑOR los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el Pueblo. Os ha nacido hoy, en la Ciudad de David, un SALVADOR, que es el CRISTO SEÑOR” (Cf. Lc 2,8-11). La cosa, en realidad, había dado comienzo nueve meses antes en Nazaret, una localidad que no aparece mencionada en lugar alguno de las antiguas Escrituras, un día los compañeros senadores -del Sanedrín- le dicen a Nicodemo con tono de enfado: “examina y comprueba en las Escrituras, cómo de Nazaret -Galilea- no salen profetas” ( Cf. Jn 7,50-52). En aquella localidad anónima para la Escritura y los principales de la religión, el ESPÍRITU SANTO tuvo a bien manifestarse a la VIRGEN MARÍA, una adolescente elegida del SEÑOR para ser la MADRE del SALVADOR. Para la VIRGEN MARÍA el tiempo de Adviento duró los nueve meses de la gestación, de ahí que este tiempo litúrgico tenga un carácter marcadamente mariano. El singular papel desempeñado por la VIRGEN MARÍA en la primera venida del SALVADOR, facilita que entendamos mejor el protagonismo de la VIRGEN MARÍA en la preparación de la Segunda Venida mediante las frecuentes manifestaciones y apariciones a personas elegidas, que ejercen un verdadero ministerio profético. La VIRGEN MARÍA está situada en el cruce de caminos entre DIOS y los hombres. La corona de Adviento significada por cuatro velas, las vamos encendiendo en cada uno de los domingos previos a la Navidad, el Día del SEÑOR en el que aparece la LUZ para todos los pueblos, y la acreditan los pastores con su adoración guiada por el Ángel del SEÑOR. La LUZ se revela en el mundo a un grupo de gentes sencillas, que forman parte de los “anawim”-pequeños-, pero a DIOS le es suficiente, de momento, y son ellos los notarios de ese acontecimiento para el que no hay palabras adecuadas. La LUZ que llega al mundo no es una nueva energía, sino la Segunda Persona de la TRINIDAD que se hace NIÑO. Pero antes de llegar un nuevo año a esta celebración, hemos de levantar la mirada y seguir considerando con la liturgia, la Segunda Venida del SEÑOR, que es auténtica y real en las distintas venidas intermedias que se van produciendo y al mismo tiempo la anuncian.
Movidos por la Esperanza
La virtud en general se caracteriza por mostrarse como una fuerza especial que mueve nuestra voluntad, pero la Esperanza ofrece características propias. Nuestra Esperanza cristiana muestra con claridad el horizonte o las metas hacia las que se han de dirigir los propios pasos. Nuestra voluntad es asistida por una fuerza que proviene de la acción de la Divina Gracia, pero además la inteligencia conoce con precisión las promesas dadas en la Escritura. La Esperanza marca un itinerario cierto y seguro. Los signos tanto externos como interiores van siendo discernidos con creciente claridad cuando la Esperanza se mantiene viva. DIOS ha hablado y se reveló de forma especial en su Palabra. A pesar de los ruidos que intentan apagar las voces que hablan de ÉL, esos ruidos no lo consiguen. Continúa habiendo creyentes que hacen suyas palabras ciertas, como las que nos ofrece san Pedro, en su primera carta: “Bendito sea DIOS y PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO quien por su gran Misericordia, mediante la Resurrección de JESUCRISTO de entre los muertos, nos ha engendrado a una Esperanza viva; a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los Cielos para vosotros” (Cf. 1Pe 1,3-4). Caminamos por este mundo, no somos ajenos los cristianos a ninguna de las dificultades de los que carecen de Fe; no disponemos de condiciones especiales en lo humano, sino que en ocasiones ser creyente es hoy un inconveniente; pero todo eso se vuelve llevadero cuando la fuerza de la Virtudes Teologales actúa interiormente. Hay otra vida: la Vida Eterna. Cada paso en este mundo tiene un sentido y no se dirige a “ninguna parte”; sabemos por la Fe y la Caridad que nos alumbran, que las promesas del SEÑOR son ciertas, porque las ha sellado con su misma sangre. San Pedro bendice a DIOS, como si de una oración colecta se tratase, con todos los que leerán su carta inspirada: “Bendito sea DIOS…, que nos ha engendrado para una Esperanza viva” (v.3). Lo que espera al cristiano no es un mundo virtual vacío, sino un conjunto de realidades de las que la razón humana en el presente no puede dar explicación precisa, porque carecemos de categorías para decir o describir lo que pertenece al Reino de los Cielos. La Esperanza cristiana se afianza sobre la base de la filiación divina que DIOS nos ha concedido por JESUCRISTO, el HIJO único de DIOS. La herencia del Cielo no se corrompe, deteriora y desaparece. Esa herencia es inmarcesible, no se afea o envejece con el paso del tiempo como ocurre con nuestra condición presente. Nosotros, ahora, en el estado de vida actual, percibimos el deterioro de todas nuestras capacidades físicas y psíquicas. En el Cielo sólo se da la santidad y todos permanecen inmaculados en este atributo esencial del mismo DIOS que es tres veces SANTO.
JESUCRISTO se revelará
DIOS se va revelando a los hombres en la medida que nos muestra a su HIJO JESUCRISTO. Vamos conociendo que DIOS es PADRE porque JESÚS nos lo da a conocer. La Historia de la Salvación es la Historia de la Revelación de DIOS a los hombres en su distintas fases. San Pedro sigue diciendo a sus comunidades: ”la Caridad probada de vuestra Fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y honor en la revelación de JESUCRISTO” (Cf. 1Pe 1,7). La Caridad que viene del ESPÍRITU SANTO purifica la Fe y mueve la Esperanza hacia su fin que es la revelación de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Esperamos al SEÑOR y llegará pronto, porque para cada uno en particular es la sangre redentora de JESÚS. Pronto nos presentaremos ante ÉL, sin ningún disfraz; y su revelación será al mismo tiempo acogida amorosa y juicio ante su santidad. La Fe purificada por la Caridad como el oro acrisolado por el fuego, puede resistir la presencia del que es SANTO. San Pedro infunde seguridad en los suyos: “A JESUCRISTO lo amáis sin haberlo visto, creéis en ÉL sin verlo, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra Fe, la salvación de las almas” (Cf. 1Pe 1,8-9). Cualquier cristiano de la época que le haya tocado vivir se puede identificar con estas palabras del Apóstol. Esperamos la revelación de JESUCRISTO en el ámbito particular y personal, sin que la oscuridad de la Fe represente un obstáculo insalvable, gracias al fuego de la Caridad, que nos hace posible amar y alegrarnos en el SEÑOR. Así nos vamos acercando hacia ÉL con una paz y alegría que va transfigurándonos. La fuente de la paz y la alegría no está en el mundo, que en el mejor de los casos ofrece pequeñas alegrías parciales. El SEÑOR quiere que sigamos el impulso que nos acerca a ÉL en busca de nuestra salvación por la que ÉL ha venido a este mundo y volverá en Gloria. Deben descartarse todas esas versiones equivocadas de la vuelta del SEÑOR como rey que instaura en este mundo un reinado de paz por un tiempo de mil años. La Segunda Venida del SEÑOR al final de la historia será en Gloria y cerrará el tiempo de los hombres en este mundo.
Oración del profeta
La primera lectura de este domingo está tomada del tercer Isaías. Se considera la aportación de este autor sagrado los capítulos que van del cincuenta y cinco al sesenta y seis. El Pueblo vuelve del destierro de Babilonia y encuentra un país desolado. El Pueblo elegido acaba de pasar una gran prueba y purificación y el profeta eleva una oración y súplica al SEÑOR, como si de una oración colecta se tratase recogiendo el sentir de todos sus compatriotas retornados a la Tierra de Israel. Primero el rey de los persas, Ciro, y después el rey Darío colaborarán en el asentamiento de los judíos en la Tierra Prometida por el SEÑOR, de la que habían sido desalojados y exiliados a Babilonia. La prueba fue muy dura, y la purificación por el sufrimiento contribuyó a unas mejores disposiciones espirituales, pero todavía queda mucho por hacer, y el profeta se queja con dolor ante el SEÑOR, en quien confía por otra parte. El profeta es un hombre de DIOS en su pleno sentido y por eso entra en un diálogo que podría apreciarse como irreverente, pero en realidad es la reacción de aquel que vivió experiencias de gran cercanía y de Amor al SEÑOR en la línea del Shemá. DIOS pone delante de los ojos del profeta y del pueblo en general las ruinas que habían quedado del pecado del Pueblo, que motivó la tragedia sufrida. Pero el profeta no se resigna a la desolación y la impotencia, y reclama con cierta vehemencia desafiante la intervención del SEÑOR: ”TÚ observas desde tu santo Cielo y tu aposento santo y glorioso, ¿dónde está tu compasión y tu celo y tu fuerza, la conmoción de tus entrañas? ¿Es que tus entrañas se han cerrado para mí? (Cf. Is 63,15). El DIOS de Israel es ALGUIEN que tiene entrañas compasivas, y el profeta lo dice porque sabe de ello por experiencia. El profeta ha conocido la íntima cercanía de YAHVEH y le consta el Amor de YAHVEH por su Pueblo: ¿dónde está, entonces, el auxilio y el poder del SEÑOR para remediar tanto mal? El Pueblo elegido renacerá de sus cenizas, y de nuevo se verá el fuerte brazo de YAHVEH. El profeta juega un papel intercesor fundamental, como fue el caso de Moisés, Elías y el resto de los profetas junto con todos los hombres de DIOS. Si el libro de la Sabiduría afirma que “una cantidad suficiente de sabios salva el mundo” (Cf. Sb 6,24); la parafraseamos y decimos que “una cantidad suficiente de intercesores libra al mundo de la catástrofe”. La Sabiduría nos dice con acierto lo que DIOS quiere, y la intercesión atrae el poder de DIOS para remediar males que la ignorancia o la mala fe originaron. El profeta da testimonio de la condición íntima de DIOS, al que no entiende como una entidad absoluta, impasible y desligada de las cosas de los hombres. YAHVEH no es como los dioses paganos en los que no se puede confiar, y todos los intentos de esas gentes es por dominarlos, inútilmente. YAHVEH tiene entrañas de Misericordia y tiene especial predilección por su Pueblo, al que corrige para que vuelva a una relación filial.
YAHVEH es fiel
“Jacob nos ha olvidado, pero TÚ, YAHVEH, eres nuestro Padre, tu Nombre es el que nos rescata desde siempre. ¿Por qué nos dejaste, YAHVEH, errar fuera de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor? ¡Vuélvete…!” (Cf. Is 36,16-17). Es misterioso el Poder del Nombre de DIOS que es invocado y olvidado. Las consecuencias de uno y otro proceder son diametralmente distintas. YAHVEH no está lejos, todo lo contrario: está muy cerca. Cuando esta apreciación se distorsiona cambia todo el panorama alrededor, y las desgracias se suceden. El Nombre de DIOS ha sido revelado y dado a conocer a los del Pueblo elegido, y tienen que ser fieles al compromiso de invocar con piedad y reverencia el Nombre de YAHVEH, y ÉL se hará presente de forma notoria en medio del Pueblo. El Nombre de YAHVEH fue olvidado, los corazones se endurecieron y terminaron en la blasfemia y la apostasía. Con estas disposiciones personales se cerraban las puertas a los dones propios de la Divina Providencia. El procedimiento de las fuerzas que nos apartan de DIOS no ha cambiado: distraer de la presencia de DIOS en medio de nosotros, convencernos que podemos vivir sin su ayuda; formular series de proposiciones que ridiculicen la Fe, proponer sofismas con apariencia de rigor intelectual que declaren a la razón incapaz de pensar algo sobre DIOS, y proponer el absurdo, el vacío y la nada como lo más moderno y progresista. El Nombre de DIOS tiene que ser silenciado, y por otro lado hay que hacer oír con fuerza el nombre del hombre. El resultado es que el hombre sin DIOS muere asfixiado en su propia soledad, y mientras tanto lo asistirán los salvadores de la autoayuda.
Se abren los Cielos
“Así abrieses los Cielos y descendieses, los montes se derretirían” (Cf. Is 36,19). Isaías recoge esta petición en otros lugares de su profecía, dando así una prueba de la importancia de la misma. ¡Ojalá, abrieses, rasgases, los Cielos y descendieras! No es una ocurrencia personal, sino una invocación inspirada: DIOS pone en el corazón y en los labios del profeta esta oración ardiente, que DIOS piensa satisfacer en el momento oportuno. Pasarán cuatrocientos años aproximadamente, una década de generaciones, y el SEÑOR cumplirá de forma extraordinaria este deseo puesto en el corazón de algunos hombres piadosos e inspirados. “Mucho puede la oración del hombre justo” (Cf. St 5,16), dice Santiago en su carta; y esto vale también para los tiempos que antecedieron a la aparición del MESÍAS. Los corazones unánimes de los justos pueden modificar los planes de DIOS a favor de los hombres, porque el SEÑOR cuenta siempre con la respuesta personal a sus planes. Podemos decir, que DIOS actúa siempre con diseños inteligentes, y abiertos al diálogo filial con los hombres: “los tiempos serán abreviados, en razón de los elegidos” (Cf. Mt 24,22). Jonás se enfado por el cambio de planes por parte de DIOS con respecto a la suerte de los ninivitas, y DIOS le dice: ¿No iba a tener compasión de unas gentes que no diferencian la mano izquierda de la mano derecha? (Cf. Jn 4,11). El Amor hace imprevisible a DIOS siempre para beneficiar a los hombres; pero una certeza surge: la desgracia sucede cuando arrinconamos el protagonismo que DIOS ha de tener en los acontecimientos.
Un lugar para la Esperanza
”TÚ, YAHVEH, eres nuestro Padre, nosotros la arcilla, y TÚ nuestro ALFARERO, la hechura de tus manos todos nosotros. No te irrites demasiado, YAHVEH, ni para siempre recuerdes la culpa. Mira todos nosotros somos tu Pueblo” (Cf. Is 64,7-8). DIOS está dispuesto a restaurar a su Pueblo tantas veces como sea necesario, a condición del reconocimiento de su culpa y arrepentimiento. DIOS no es sólo el CREADOR, sino el permanente RESTAURADOR, que se identifica en este texto con el ALFARERO. La arcilla tenía múltiples usos en toda aquella región y el trabajo experto ofrecía los mejores productos finales de la cerámica. Así también, YAHVEH era capaz de devolver a su Pueblo la entidad perdida por sus graves pecados. El profeta es el mejor intercesor, porque él tiene clara conciencia de las desviaciones habidas en cuanto al cumplimiento de la Ley. Ahora el profeta apela a la Misericordia Divina que amnistía al Pueblo de sus delitos, para iniciar así una etapa nueva. El profeta trata de cerrar un tiempo de dolor y sufrimiento, y de nuevo, DIOS, muestre su rostro misericordioso, para que el Pueblo resurja en la Tierra Prometida. La Esperanza cristiana no se cifra en que las cosas salgan bien, sino en que DIOS lleve a término sus promesas. La Esperanza puede esperar contra cualquier esperanza particular, porque DIOS hace lo imposible cuando el hombre cree que “para DIOS todo es posible” (Cf. Lc 1,37). Si nuestra historia continúa es porque DIOS viene impidiendo nuestra autodestrucción.
La Palabra de JESÚS se cumple
JESÚS ofrece algunos sucesos que tendrán lugar relacionados con su Segunda Venida, pero ÉL mismo nos dice que deben ser considerados con flexibilidad. Por otra parte los evangelistas recogen una de esas afirmaciones categóricas de JESÚS destinadas a eliminar todo margen de duda: “el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Cf. Mt 24,35;Mc 13, 31; Lc 21,33). Estas palabras de JESÚS las consideramos estrictas en su literalidad para todo su Mensaje, que incluye los episodios anunciadores de su Segunda Venida. Antes de la misma tendrán lugar, guerras en diversos lugares, hambrunas, epidemias, terremotos, catástrofes naturales; abusos de poder tanto civil como religioso con la aparición de la abominación de la desolación (Cf. Mc 13,14), entonces el mal crecerá y la gravedad de las cosas será mayor. Especial mención merece la persecución por la Fe entre los miembros de las propias familias, no sólo las de sangre, las mismas familias religiosas. La apostasía como signo tiene mucho que decir sobre los tiempos en los que suceda, pues en la apostasía se incluye la inversión de los valores religiosos, y la desnaturalización de los principios básicos de la religión verdadera. Cuando se pone en duda la divinidad de JESÚS o se cuestionan valores fundamentales del Evangelio, la crisis no es sólo para la Iglesia y los cristianos, sino también para el mundo en general, aunque tal cosa no se acepte. JESUCRISTO volverá, y esperamos su venida, porque es el SEÑOR de la historia. El señorío de JESÚS depende directamente de su condición divina. Todo hombre, cada hombre en particular llega a su perfección o plena realización cuando es alcanzado por JESUCRISTO. Fuera de ÉL el hombre se desnaturaliza y queda desubicado tanto en este mundo como en la eternidad. Fuera de JESÚS que es la LUZ existen las tinieblas con su habitantes y personajes; pero esto no es lo que espera el cristiano y nada tiene que ver con la Esperanza cristiana. Las palabras de JESÚS en este capítulo trece de san Marcos, dan certezas y al mismo tiempo nos dejan en la zona de Misterio: “no pasará esta generación, sin que todo esto suceda” (Cf. Mc 13,30).
El SEÑOR está cerca
El evangelio de este domingo recoge la reiterada exhortación: ¡Velad!, porque el SEÑOR viene, ÉL está cerca; y si se quiere está muy próximo: “mirad que estoy a la puerta y llamo…” (Cf. Ap 3,20). Después de dos mil años, nos es lícito entender que “esta generación” abarca la misma historia de los hombres hasta la Segunda Venida en Gloria; y también lo podemos entender como una profecía de la destrucción de Jerusalén y el Templo, en el año setenta, que coincidiría con el tiempo considerado para una generación. Nuestras vidas particulares entran también en este cómputo, pues hablamos de la generación de nuestros padres o abuelos, y la nuestra propiamente. Ya al final, también san Marcos recoge: “Por esos días, después de aquella tribulación el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor; las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre, que viene entre nubes con gran Poder y Gloria. Entonces enviará a sus Ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del Cielo” (Cf. Mc 13,24-27). De un estadio espiritual como el señalado en el capítulo doce del Apocalipsis caerán un número indeterminado de ángeles, que habían decidido no permanecer al lado de DIOS y secundar sus planes (Cf. Ap 12,7-9). La lucha concluirá y Lucifer y los suyos serán arrojados “al lago de fuego” (Cf. Ap 20,10). El SEÑOR reunirá con sus Ángeles a todos los elegidos de la tierra y el Cielo, y formaremos una única asamblea por los siglos de los siglos. Este punto final de la historia se dará, pero sólo el PADRE sabe el momento preciso, y mientras tanto nos queda velar, para que nuestra voluntad no se aparte del camino del Bien, la Verdad y la Belleza provenientes de las realidades santas.
Venciendo la pereza
“Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento” (v.33). Se presta poca atención al último de los llamados pecados capitales: la pereza. Con frecuencia le damos una aplicación relacionada con la agilidad con que respondemos al despertar para levantarnos. No está mal levantarse a tiempo; más aún, si de ello depende llegar al trabajo con el que contribuimos al sostenimiento familiar, la cosa adquiere gran importancia. Pero es preciso abrir el abanico de áreas en las que la pereza se hace presente y pasa desapercibida. El tiempo del que disponemos es limitado, la salud y las fuerzas disponibles, también son bienes escasos. Tenemos que dar prioridad a unas cosas con respecto a otras, estableciendo una escala de preferencia y valores. El día tiene veinticuatro horas, y la semana siete días; y en estos tramos de tiempo tendremos que establecer los tiempos dedicados exclusivamente a DIOS, a la familia, a los amigos con las obligaciones profesionales a la cabeza. La virtud de la diligencia, irá encontrando en poco tiempo el lugar y tiempo adecuado para las tareas que requieren una atención especial. El “negocio de la salvación”, en palabras de santa Teresa, debiera tener una cierta prioridad. DIOS no quiere ser excluido, sino que lo tengamos en cuenta en todas las áreas de la vida con algunos tiempos específicos para ÉL; y nos promete grandes beneficios, pues en su Presencia rendiremos al máximo de las capacidades personales. “no sabéis cuándo será el momento de mi venida” para dejar este mundo y presentar el balance de lo realizado. No sabemos el momento de esta venida del SEÑOR que es la segunda en importancia después de nuestro Bautismo. Unidos a JESÚS por este nacimiento espiritual, vamos peregrinando por este mundo sin saber el momento en el que JESÚS ha decidido concluir el itinerario para comparecer ante ÉL. Es muy sensato deshacernos de la pereza y tomarnos en serio el breve tránsito por este mundo, que es un entrenamiento para la Vida Eterna. Ahora en este tiempo de Adviento es oportuno un examen o revisión de vida: echar la mirada atrás, recorrer el año transcurrido y ver si es posible mejorar algún aspecto para llevarlo a cabo en este año entrante.
Una parábola
Como es habitual, JESÚS propone una parábola para fijar en la memoria las cosas importantes, que nos está enseñando. La parábola: un hombre que se ausenta de su casa, da instrucciones a sus siervos, a cada uno su trabajo; y al portero le encarga de velar a la espera que el dueño vuelva (v.34-36). Todos los siervos o trabajadores han de mantener la actitud del portero, que guarda la puerta de la casa. El amo quiere ser reconocido y asistido, sea cual sea el momento de su llegada: por la mañana, al atardecer o en cualquiera de las vigilias de la noche. Tan importante es la tarea encomendada como la actitud de espera y vigilancia. El trabajo bien hecho es importante, pero la espera del amo de la casa tiene prioridad. Este es un amo raro, pues a los amos de este mundo lo que les importa es que sus mandados sean ejecutados con eficacia en el trabajo encomendado y se despreocupen del tiempo que él esté ausente. Sin embargo en la parábola, JESÚS quiere reflejar cuáles son las prioridades de DIOS con respecto a nosotros. Tendremos que hacer lo que entra en el campo de nuestra responsabilidad, pero teniendo presente que el SEÑOR llega en cualquier momento. JESÚS quiere conducirnos a la Fe y Caridad incondicionales, desprendiendo en lo posible aspectos superfluos. Esta parábola es para todos, pues nadie se va a quedar excluido de la vuelta o visita del SEÑOR: “lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”. Traducimos este imperativo por orad, manteneos en mi Presencia; guardad mi recuerdo en vuestro corazón, de tal forma que vuestra alma sienta sed de MÍ continuamente.
San Pablo, primera carta a los Corintios 1,3-9
San Pablo en las primeras palabras de esta carta transmite un saludo y bendición a la Iglesia en su conjunto y a cada uno de sus componentes en particular. Un historiador o un sociólogo, podrán dar un perfil o características de la población corinta con unos rasgos muy diferentes de los expuestos aquí por san Pablo en este saludo inicial. Los de Corinto son “los santificados en CRISTO llamados a ser santos con cuantos invocan el Nombre de JESUCRISTO SEÑOR nuestro” (v.1-2). No era una comunidad de perfectos, y al Apóstol le dieron más de un dolor de cabeza como deja entrever en sus escritos, pero con sus defectos y pecados entran en la corriente de los santificados por CRISTO. En esta primera carta encontramos textos imprescindibles para una correcta aproximación sobre el hecho de la Segunda Venida del SEÑOR y la consumación de todas las cosas en CRISTO, como leíamos la semana pasada: ”el último enemigo vencido será la muerte. Porque sometidas todas las cosas bajo sus pies, es evidente que se excluye al que ha sometido a ÉL todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a ÉL todas las cosas, también el HIJO se someterá al que ha sometido a ÉL todas las cosas, para que DIOS lo sea todo en todos” (Cf. 1Cor 15,26-28).
La Acción de Gracias
En primer lugar, la Acción de Gracias es la EUCARISTÍA; pero en estos primeros versículos el Apóstol prolonga la oración de Acción de Gracias como un sacramental, que lo mantiene en una oración continua por todos sus encomendados, entre los que se encuentran los de Corinto: “Gracia a vosotros y Paz de parte de DIOS nuestro PADRE, y del SEÑOR JESUCRISTO. Doy gracias a DIOS sin cesar por vosotros a causa de la Gracia de DIOS que os ha sido otorgada en CRISTO JESÚS” (v.3-4). Como si de una liturgia se tratase, así dispensa el Apóstol la bendición a los corintios en esta carta. También el escrito adquiere un carácter sagrado, al dar firmeza a la Palabra. Cada vez que leemos esta introducción con espíritu de piedad, también se actualiza para cada uno la bendición propuesta a los que están siendo santificados. DIOS es el PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, y lo que era una sombra o imprecisión en las Escrituras antiguas, ahora resplandece con luz propia, pues JESUCRISTO, el HIJO se ha manifestado y el Apóstol es testigo de excepción. La Gracia de DIOS no cesa de realizar obras grandes entre los hermanos de Corinto, que se ven asistidos por innumerables gracias, dones y carismas. San Pablo manifiesta la alegría del evangelizador, que palpa la transformación personal de un buen número de hermanos atrapados antes en toda clase de vicios y esclavitudes. Esos mismos hermanos testimonian ahora la liberación en CRISTO, y dan buena cuenta de la acción de la Gracia que no es una ilusión pasajera, sino una transformación profunda.
Enriquecidos en CRISTO
”En CRISTO habéis sido enriquecidos en toda Palabra, y en todo conocimiento, en la medida que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de CRISTO” (v.5-6) Antes, el verdadero DIOS era un total desconocido, pues los ídolos o los falsos dioses arruinan la imagen del verdadero DIOS. Asistidos por la Gracia de JESUCRISTO, aquellos cristianos antes helenizados se elevaron muy por encima de las filosofías y sofismas de los círculos iniciáticos, que proliferaban a su alrededor. No sabemos si el Cristianismo en los años posteriores llegó a la altura espiritual de las primeras comunidades cuando tenemos en cuenta el conjunto de la Iglesia. A lo largo de los siglos se ha mantenido una corriente extraordinaria testificada en la vida de distintos santos. Pero la vitalidad espiritual de la primera Iglesia no deja de sorprender por su abundancia de dones y presencia del ESPÍRITU SANTO. El resurgir del Pueblo de Israel después del exilio, el comienzo de las primeras generaciones cristianas, aparecen como testimonios ciertos de la acción de DIOS, que está por encima de las condiciones sociales, e incluso de la propia institución religiosa. Vistas las cosas desde esta perspectiva, hay motivos para seguir afirmando la Esperanza cristiana, no sólo como aspiración por las realidades futuras, sino como fuerza transformadora de un presente incierto.
DIOS es fiel
“Ya no os falta ningún don de Gracia a los que esperáis la revelación de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. ÉL os fortalecerá hasta el fin… Fiel es DIOS por quien habéis sido llamados a la comunión con su HIJO JESUCRISTO” (v.7-9). La espera vibrante del SEÑOR abre los corazones a los dones de Gracia preparatorios al encuentro con el SEÑOR. El tedio, el aburrimiento, o la rutina mal llevada, son ramas de la peraza que paraliza la acción de la Gracia. Es razonable que no mantengamos una espera del SEÑOR con tonos espectaculares; pero no somos disculpables al vaciar de contenido la importancia y trascendencia del encuentro personal, que de manera cierta y segura se va a producir a renglón seguido del propio fallecimiento. Sería trágico, que por no esperarlo el SEÑOR no viniese en esos instantes cruciales, que disponen el sentido que vamos a dar a la propia eternidad: con el SEÑOR JESÚS o al margen de nuestro único SALVADOR.