Se nos invita constantemente a ser muy cuidadosos en lo que pensamos y en lo que llegamos a expresar porque sin darnos cuenta tendemos a bloquearnos, menospreciarnos y limitarnos. Eso es lo provocamos desde nuestra mente cuando decimos, por ejemplo: que nadie nos quiere, que no servimos para nada, que nuestra vida no tiene sentido.
Cuando eso es lo que pensamos y constantemente lo manifestamos perjudicamos nuestra autoestima y provocamos diversos bloqueos que nos inhiben para desarrollar todo nuestro potencial y consolidar una vida armónica y saludable.
Se nos exhorta, por lo tanto, a no bloquearnos ni menospreciarnos sino más bien valorarnos, aceptarnos y querernos para quitar todas las ataduras. En vez de expresarnos de manera negativa y pesimista, más bien llegar a decir: yo puedo, me acepto, soy importante, estoy bien, etc.
En la vida cristiana la paz, la alegría y la fortaleza nos vienen sobre todo de la oración. En la Biblia y especialmente Jesucristo insiste y da testimonio del carácter imprescindible de la oración. Aunque en un sentido amplio rezar y orar se pueden tomar como sinónimos, en un sentido más concreto son susceptibles de diferenciarse.
Sin embargo, rezar en estos tiempos se nos hace algo anticuado. Suponemos que lo sofisticado, lo nuevo y lo moderno es únicamente la oración. De esta forma, tendemos a menospreciar uno de los niveles fundamentales de la oración que es rezar.
A Jesucristo y a los santos muchas veces les bastaba una frase, una palabra, una confesión de fe para estar en oración. Las expresiones tan profundas de los salmos y los rezos que solemos hacer, aun en su brevedad y particularidad, consiguen esos dones espirituales que tanto anhelamos: “Señor tú eres mi Salvador”; “Señor, ayúdame”; “Te doy gracias, Señor”; “Te alabo, Señor”; “Bendito y alabado seas, Señor”; etc. A veces estas expresiones bastan para que se garantice la relación con Dios.
Rezar, por lo tanto, no es hablar de algo anticuado, de un nivel que ha sido superado. Rezar para nosotros es imprescindible y se parece mucho a lo que vivimos en otras circunstancias de la vida.
Hay quien llega a decir que rezar es repetitivo, que es monótono. Pero eso es exactamente lo que hacemos cuando queremos a alguien y tenemos necesidad de manifestárselo. A esas personas importantes les decimos: “te quiero”, “te amo”, “te necesito”, “te extraño”. Cuando queremos a alguien y tenemos necesidad de confesar nuestro amor, nada nos detiene.
Uno no se queja que siempre nos digan esas palabras. No se pone uno a reclamar: “eso me dijiste hace una semana, hace un mes, un año, hace 10 años”; o, “ya me lo dijiste”. Son palabras repetitivas que se necesita escuchar y que tienen un efecto especial en cada momento de la vida.
El santo rosario es una oración fundamental para los cristianos. Además de todo el bien que provoca la relación con la Santísima Virgen María, el santo rosario ha sido nuestro compañero fiel en situaciones extremas y en la muerte de nuestros seres queridos.
Ante la muerte y los sufrimientos de esta vida, cuando faltan las palabras, cuando no sabemos cómo expresarnos y qué decir a Dios, el santo rosario ha sido nuestro compañero, nos ha llevado a canalizar nuestro pesar, nuestros sentimientos y nuestra profesión de fe.
Cuando alguien te dice: “te amo”, no importa que sea la décima o la enésima vez que te lo haya dicho. Siempre se necesita escucharlo. Con el santo rosario pedimos prestadas las palabras del arcángel Gabriel, de santa Isabel y de la Santísima Virgen María para decirle algo bello al Señor, para expresarle nuestro cariño, gratitud y alabanza, así como la necesidad que tenemos de consuelo y fortaleza ante los duelos, los sufrimientos y los peligros que vamos enfrentando.
Decía Mons. Fulton Sheen: “El Rosario invita a nuestros dedos, a nuestros labios y a nuestro corazón a entonar una gran sinfonía de súplica y oración, y por estos motivos es la plegaria más grandiosa que jamás haya compuesto el hombre. El Rosario es un sitio de encuentro de los no instruidos y de los sabios; es la escuela donde el amor sencillo se acrecienta en conocimientos y donde los sabios aumentan su amor”.
Por lo tanto, la importancia de la oración no está en la sofisticación, sino en la pasión con la que expresamos nuestro cariño y la necesidad que tenemos de Dios.
Así se refiere el gran filósofo español Miguel de Unamuno a su regreso a la fe y al santo rosario: “El rosario me hace recobrar lo que perdí por el camino inverso a aquel por el que lo perdí. Pensando en el dogma lo deshice, pensando en él lo rehago. Donde hay que pensarlo y vivirlo es en la oración. La oración es la única fuente posible de comprensión del misterio. ¿El Rosario? ¡Admirable creación! La de rezar meditando los misterios. No sutilizarlos ni escudriñarlos sobre los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando. Este es el camino. Estos dedos que están sirviendo para contar las salutaciones de tu rosario no pueden emplearse ya, bendita Virgen, más que para narrar la gloria de tu Hijo”.
Cuando se acerque el momento de nuestra muerte y tengamos mucha necesidad de hablar con Dios para pedirle perdón, para suplicarle que nos acompañe en ese proceso difícil, para que no nos sintamos solos en este último momento de la vida; en ese momento no tendremos la capacidad de hacer grandes discursos ni de sostener un diálogo profundo con Dios.
En momentos así le diremos a Dios: “perdóname”, “ayúdame”, “te necesito”, “ten compasión de mí”, “llévame al cielo”, “Santa María, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén”. Entonces los rezos de nuestra vida estarán a nuestro alcance para hablar con Dios. Y el avemaría no será monotonía sino nuestra última sinfonía.
Por lo tanto, para canalizar el amor a Dios y para dialogar con él, incluso en los momentos tristes y turbulentos de la vida, no dejemos de rezar el santo rosario.
En tiempos de Santo Domingo se saludaba a la Virgen con el título de rosa, símbolo de la alegría. Se adornaban ya las imágenes con una corona de rosas y se cantaba a María como jardín de rosas (en latín medieval Rosarium). Este parece ser el origen del nombre que ha llegado hasta nosotros.
Como decía Unamuno, los misterios no solo hay que escudriñarlos en los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando. Y el santo rosario, de esta forma, nos ha permitido comprender los misterios de Dios. De ahí que los santos alcancen a vislumbrar que es la intercesión de la Santísima Virgen María, en el santo rosario, la que nos fortalece para rechazar las insidias del enemigo y para alcanzar el triunfo en nuestras batallas espirituales.
Por eso, respecto de la batalla de Lepanto, San Pio V llegaba a decir: “No fueron las tropas. No fueron las armas. No fueron los jefes. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, la Madre de Dios la que nos consiguió la victoria al rezarle nosotros el Rosario”.
El padre Gobbi también se refería a este aspecto: “Cada rosario bien recitado es un duro golpe dado a la potencia del mal, es una parte de su reino que es demolida”.