A veces uno se pregunta qué habría hecho este santo o aquel otro en una situación como la actual. Generalmente, lo único que se consigue con esas preguntas es especular de forma poco provechosa, proyectando las propias opiniones en el santo en cuestión. Hay ocasiones, sin embargo, en que el santo se ocupó de situaciones prácticamente idénticas y sabemos más o menos lo que habría hecho hoy, porque sabemos lo que hizo de hecho en circunstancias similares.
Por suerte, San Ignacio nos dejó un testimonio clarísimo sobre su forma de actuar con respecto a varios problemas que hoy sufre la Iglesia. Se trata de la carta que envió a San Pedro Canisio, apóstol de Alemania. Recordemos que, en aquella época, Alemania y sus alrededores se encontraban sumidos en la herejía luterana, que también apuntaba en casos aislados en el resto de Europa. Casi, casi, casi como hoy.
Pensemos, por ejemplo, en las numerosísimas universidades “católicas” (incluidas, tristemente, tantas universidades jesuitas) en las que se enseñan todo tipo de heterodoxias y barbaridades que destruyen la fe de los alumnos. ¿Qué dijo San Ignacio sobre el asunto?
“Todos los profesores públicos de la Universidad de Viena y de las otras, o que en ellas tienen cargo de gobierno, si en las cosas tocantes a la religión católica tienen mala fama, deben, a nuestro entender, ser desposeídos de su cargo. Lo mismo sentimos de los rectores, directores y lectores de los colegios privados, para evitar que inficionen a los jóvenes, aquellos precisamente que deberían imbuirlos en la piedad; por tanto de ninguna manera parece que deban sufrirse allí aquellos de quienes hay sospecha de que pervierten a la juventud: mucho menos los que abiertamente son herejes; y hasta los escolares en quienes se vea que no podrá fácilmente haber enmienda, parece que, siendo tales, deberían absolutamente ser desposeídos. Todos los maestros de escuela y ayos deberían tener entendido y probar de hecho con la experiencia, que no habrá para ellos cabida en los dominios del Rey, si no fueren católicos y dieren públicamente pruebas de serlo”.
Veamos lo que dijo sobre las editoriales y librerías “católicas” que editan y promueven libros perniciosos, llenos de herejías, que no sólo niegan sino que ridiculizan la fe (incluidas varias editoriales jesuitas, como Sal Terrae):
“Convendría que todos cuantos libros heréticos se hallasen, hecha diligente pesquisa, en poder de libreros y de particulares, fuesen quemados, o llevados fuera de todas las provincias del reino. Otro tanto se diga de los libros de los herejes, aun cuando no sean heréticos, como los que tratan de gramática o retórica o dialéctica, de Melanchton, etc. que parece deberían ser de todo punto desechados en odio a la herejía de sus autores; porque ni nombrarlos conviene, y menos que se aficionen a ellos los jóvenes, en los cuales se insinúan los herejes por medio de tales obrillas; y bien pueden hallarse otras más eruditas y exentas de este grave riesgo. Sería asimismo de gran provecho prohibir bajo penas que ningún librero imprimiese alguno de los libros dichos, ni se le pusiesen escolios de algún hereje, que contengan algún ejemplo o dicho con sabor de doctrina impía, o nombre de autor hereje. ¡Ojalá tampoco se consintiese a mercader alguno, ni a otros, bajo las mismas penas, introducir en los dominios del Rey tales libros, impresos en otras partes!”.
¿Y las parroquias confiadas a sacerdotes que no tienen fe, porque la han cambiado por imitaciones políticamente correctas y más o menos mundanas, especulaciones heterodoxas o, simplemente, tonterías?
“No debería tolerarse curas o confesores que estén tildados de herejía; y a los convencidos de ella habríase de despojar en seguida de todas las rentas eclesiásticas; que más vale estar la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo. Los pastores, católicos ciertamente en la fe, pero que con su mucha ignorancia y mal ejemplo de públicos pecados pervierten al pueblo, parece deberían ser muy rigurosamente castigados, y privados de las rentas por sus obispos, o al menos separados de la cura de almas; porque la mala vida e ignorancia de éstos metió a Alemania la peste de las herejías”.
No pueden faltar los predicadores famosos que propalan herejías a troche y moche (como el P. Masiá SJ, el P. Berríos SJ, el P. González Faus SJ o el propio P. Arturo Sosa SJ):
“Los predicadores de herejías, los heresiarcas y, en suma, cuantos se hallare que contagian a otros con esta pestilencia, parece que deben ser castigados con graves penas. Sería bien se publicase en todas partes, que los que dentro de un mes desde el día de la publicación se arrepintiesen, alcanzarían benigno perdón en ambos foros, y que, pasado este tiempo los que fuesen convencidos de herejía, serían infames e inhábiles para todos los honores; y aun pareciendo ser posible, tal vez fuese prudente consejo penarlos con destierro o cárcel, y hasta alguna vez con la muerte; pero del último suplicio y del establecimiento de la inquisición no hablo, porque parece ser más de lo que puede sufrir el estado presente de Alemania”.
El falso ecumenismo que confirma a los herejes en su herejía, privándoles de la verdadera fe que da la vida eterna:
“Quien no se guardase de llamar evangélicos a los herejes, convendría pagase alguna multa, porque no se goce el demonio de que los enemigos del Evangelio y cruz de Cristo tomen un nombre contrario a sus obras; y a los herejes se los ha de llamar por su nombre, para que dé horror hasta nombrar a los que son tales, y cubren el veneno mortal con el velo de un nombre de salud”.
¿Misericordia? Sin duda, no puede faltar. Por un lado la misericordia de acoger al arrepentido y por otro la misericordia de no dejar que los fieles sean extraviados:
“Los sínodos de los obispos y la declaración de los dogmas y señaladamente de los definidos en los concilios, serán tal vez parte para que vuelvan en sí, informados de la verdad, los clérigos más sencillos y engañados por otros. Aprovechará asimismo al pueblo la energía y entereza de los buenos predicadores y curas y confesores en detestar abiertamente y sacar a luz los errores de los herejes, con tal que los pueblos crean las cosas necesarias para salvarse y profesen la fe católica”.
(Carta de San Ignacio a San Pedro Canisio, 13 de agosto de 1554)
No creo que haga falta mucho comentario, la verdad.
Por BRUNO M.
INFOCATÓLICA.