Una revista para profesionales en medicina de hace 50 años que admite sin rodeos que la vida inicia desde la concepción, profetizó que solo mediante la “gimnasia semántica” se podría negar algo tan obvio.
La revista de Golden State llamada “The Western Journal of Medicine” publicó en 1970 un editorial claramente profético titulado “A New Ethic for Medicine and Society” (Una nueva ética para la medicina y la sociedad), en la que se admite sin rodeos que “todo el mundo sabe realmente” cuándo comienza la vida y que sería necesaria la “gimnasia semántica” para negarlo.
El artículo fue publicado tres años antes de la aprobación del fallo Roe vs Wade de 1973, con el que la Corte Suprema legalizó el aborto a pedido y durante los nueve meses de embarazo en todos los estados.
En la época de la publicación del profético artículo, los esfuerzos para legalizar el aborto habían alcanzado su cenit, pues en 1967 California había ampliado las bases para el aborto y en mayo de 1970, Nueva York había adoptado lo que era la ley estadounidense más permisiva sobre el aborto, que permitía practicarlo a pedido hasta las 24 semanas de gestación.
Si bien la ley de Nueva York representó el mayor “logro” de la legalización del aborto en las legislaturas estatales, los defensores de la vida también obtuvieron victorias en los referendos y legislaturas estatales entre 1970 y 1973; algo que el autor del artículo podría no haber sabido.
En muchos sentidos, el editor de California Medicine anticipa que el problema está en el inicio del título de su artículo “Una Nueva Ética”, que 25 años más tarde el Papa San Juan Pablo II explicaría en su encíclica “Evangelium vitae”, donde contrasta una “cultura de la vida” y una “cultura de la muerte”.
En el artículo se explica que dos éticas distintas están en competencia, no solo por la medicina sino, quizás más importante, por una mayor aceptación social.
En esa época, la ética imperante era la de la “santidad de la vida” que afirmaba la “reverencia por todas y cada una de las vidas humanas” como la “piedra angular de la medicina occidental”.
Esa ética disfrutó de “la bendición de la herencia judeocristiana y ha sido la base de la mayoría de nuestras leyes y gran parte de nuestra política social”. Además, fomentó un espíritu dentro de la medicina que hizo que los médicos “trataran de preservar, proteger, reparar, prolongar y mejorar cada vida humana” que estaba bajo su cuidado profesional.
No obstante, si bien esta ética era “claramente dominante”, estaba “siendo erosionada en su núcleo e incluso podía ser abandonada eventualmente”. En contraste con el valor absoluto que la ética de la “santidad” otorga a todas y cada una de las vidas humanas, su competencia era una ética de la “calidad de vida” que relativiza y plantea que no todas las vidas son creadas iguales.
El artículo reconoció varias tendencias más amplias que promovieron esta “nueva ética”. Por ejemplo, si bien en 1968 Paul Ehrlichs publicó “La explosión demográfica”, en 1970 fue la era del “crecimiento demográfico cero”, es decir, al menos durante dos tiempos o momentos la diferencia entre nacimientos, muertes y migración fue cero.
Asimismo, el progreso tecnológico que hizo realidad cosas antes imposibles también fomentaba una creciente preocupación por la “calidad de vida” que, en el juego de suma cero del crecimiento demográfico cero, significaba que más vidas podrían amenazar los estilos de vida a los que ellos “están acostumbrados o les gustaría acostumbrarse”.
Si bien lo anterior podría haber creado el clima intelectual para el cambio ético, la revista médica reconoció proféticamente el aborto, tema que se convirtió en el cartel “anti-niño” de la “nueva ética”, y realizó un diagnóstico preciso de lo que estaba pasando.
“El proceso de erosionar la vieja ética y sustituir la nueva ya ha comenzado. Puede verse más claramente en el cambio de actitudes hacia el aborto humano”, señaló. “Dado que la vieja ética aún no ha sido completamente desplazada, ha sido necesario separar la idea del aborto de la idea de matar, que sigue siendo socialmente aborrecible”, añadió.
El autor subrayó que “el resultado ha sido una curiosa forma de evitar el hecho científico, que todo el mundo realmente conoce, de que la vida humana comienza en la concepción y es continua, ya sea intrauterina o extrauterina hasta la muerte”.
“La muy considerable ‘gimnasia semántica’ que se requiere para racionalizar el aborto como cualquier otra cosa que no sea quitar una vida humana sería ridícula si no se presentara bajo auspicios socialmente impecables. Se sugiere que esta especie de subterfugio esquizofrénico es necesaria, porque mientras se acepta la nueva ética, la antigua aún no ha sido rechazada”, agregó.
En la actualidad, ¿es posible imaginar una revista convencional, incluso una revista médica profesional, admitir abiertamente que “todos realmente saben” cuándo comienza la vida y que evitar esa pregunta implica una “gimnasia semántica esquizofrénica” que, si no es presentada por los formadores de opinión de la élite y las instituciones que los respaldan con aval del “poder judicial” serían tachados de risibles y ridículos?
San Juan Pablo II notó el progreso de esa “nueva ética” en 1995 cuando advirtió sobre la invasión de la “cultura de la muerte” en el mundo. Si uno mira las tendencias médicas desde la publicación de este artículo, la cosecha mortal de tal “nueva ética” es bastante espantosa.
¿Podría el editorialista haber imaginado que, 50 años después, 63 millones de bebés estadounidenses habrían muerto?
¿Podría haber imaginado que los países más desarrollados del mundo, que en su mayoría prohíben la pena de muerte, ahora consideran la pena capital prenatal como un “derecho civil y humano”?
¿Podría haber imaginado que, en algunos países, los médicos prostituyen su profesión ayudando a matar a sus pacientes, a veces a pedido de ellos, a veces a pedido de su familia, a veces juzgando que el cuidado continuo, incluida la comida y la bebida, es “inútil”?
¿Podría haber imaginado que, en algunos países, incluso los menores de edad pueden pedir a sus médicos que los ayuden a matarlos?
¿Podría haber imaginado que, en algunos países, el hecho de que un médico no prostituya sus artes médicas al negarse a participar en la “asistencia médica para morir”, que es otra “gimnasia semántica” para la eutanasia, requeriría derivar el caso a un colega que sí podría practicarlo o si no, perdería la capacidad de practicar la medicina?
¿Podría haber imaginado que algunas asociaciones profesionales intentarían exigir la participación en el aborto como una parte necesaria de la educación médica, de modo que los médicos a favor de la vida sean retirados de la especialización de obstetricia y ginecología?
Cuando se decidió el caso Roe vs. Wade, esta editorial fue citada con frecuencia para criticar el doble discurso en el que se involucró el entonces juez de la Corte Suprema Harry Blackmun.
En el polémico caso que dio lugar al aborto en Estados Unidos, el juez Blackmun “utilizó una metodología intratextual para explicar el significado de ‘persona’ en lugar de explorar el significado original del término” presente en la Constitución de 1968.
Según la Decimocuarta Enmienda de la Constitución, “la palabra ‘persona’ garantiza el debido proceso y la misma protección a todos los miembros de la especie humana”, señaló Joshua Craddock en un artículo publicado en la revista Harvard Law Journal and Public Policy.
Con el tiempo y el ascenso de la “nueva ética” como bioética, esta corriente ha hundido sus tentáculos cada vez más profundamente en la medicina.
Recuerdo a Daniel Callahan del que fue considerado el primer instituto de bioética del mundo, el “Hastings Center”, admitiendo alguna vez que la bioética contemporánea surgió no porque faltara una ética médica, sino porque estaba demasiado ligada a la tradición católica de la “santidad de la vida”.
Si bien aún hay resistencia y el hecho de que muchos médicos estadounidenses no practican abortos lo atestigua, como recordó Edmund Burke, la noche está muy avanzada y el mal triunfa cuando los hombres y mujeres buenos no hacen nada. Cincuenta años después, vuelva a leer “A New Ethic for Medicine And Society” y tal vez incluso comparta una copia con su médico.
Con información de Aciprensa/Redacción
Traducido y adaptado por Cynthia Pérez. Publicado originalmente en el National Catholic Register