Por: Nanda Agredano
No es de extrañar que cada vez haya menos católicos. No debe extrañarnos que cada vez más jóvenes renieguen de la fe y de los valores de sus antepasados.
Cuando el propio demonio convive desde el interior con quienes deberían educar en los valores y principios católicos a nuestros hijos, no debe extrañarnos que esta fe, que hasta el momento se transmitía de generación en generación, se vaya diluyendo y termine por quedarse de manera residual en países como Francia.
¿No nos hemos enterado aún que esta Agenda 2030, que a priori se presenta como algo bueno y necesario, va indisolublemente unida a los movimientos que defienden el aborto, atacan la identidad sexual de nuestros hijos, el fundamento de las familias católicas y los fines del sacramento del matrimonio, por poner un ejemplo?
¿No nos hemos enterado aún que ese círculo de bonitos colores es un círculo vicioso que representa justo lo contrario de lo que debe defender nuestra Iglesia católica?
¿No queremos ver que ese movimiento progresista acabará con los cimientos de una civilización cristiana que tanto costó construir?
Ésto es lo que he corregido: ¿No vemos que ese vicioso círculo defiende las relaciones homosexuales ( anti- familia), ataca el derecho a la vida ( fomenta y defiende el aborto), la libertad de educación, de enseñanza e incluso de criar a nuestros propios hijos?
No hay más ciego que quien no quiere ver: al defender desde los centros docentes de la propia iglesia católica esta terrorífica agenda, se contribuye de manera absolutamente suicida al fin de una enseñanza de calidad, en valores y con asiento en la verdadera doctrina cristiana.
Lo peor es que muchísimos padres que confían sus hijos a estos centros educativos buscan precisamente lo contrario de lo que están recibiendo, resultando que les devuelven a sus hijos adoctrinados conforme a una cultura anti natural, artificial y ausentes de valores ideológicos.
Jóvenes perdidos, generaciones ausentes, condenados al ateísmo y a la cultura del descarte por quienes deberían llevar a cabo una misión completamente diferente.
El humo del infierno penetra por las grietas de la Iglesia y ataca nuestro futuro, nuestro presente y nuestro pasado.
Insistiremos una y otra vez, poniendo como ejemplo a nuestro Santo Padre San Juan Pablo II, en lo que le decía a los jóvenes, pero aplicado a todas las edades.
Sin miedo, debemos hacer frente a este suicidio generacional y defender a través de una nueva evangelización, a capa y espada, nuestra Fe.