Escuchamos hoy el relato de La Transfiguración del Señor en el Monte Tabor. Se considera como una epifanía, donde Dios se manifiesta y manifiesta la misión de su Hijo. “Jesús se retiró con tres de sus discípulos a una montaña”. La montaña es el lugar por excelencia de las revelaciones de Dios. Recordemos cómo en una montaña Moisés recibió las tablas de la ley; en una montaña el profeta Elías se encuentra con Dios; el Evangelista Mateo presenta a Jesús dando su primer gran discurso en una montaña.
En aquella montaña Jesús se transfigura y transfigurarse es cambiar de forma de apariencia o asumir un aspecto distinto al habitual; como consecuencia de la transfiguración, el rostro de Jesús se vuelve tan resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la luz, ese resplandor es una manifestación de la identidad de Jesús.
Aparecen Moisés y Elías, que representan la ley y los profetas respectivamente, sus rostros aparecen apagados, no enseñan, pero sirven para concentrar la atención en Jesús; recordemos que Jesús es la realización de las promesas de Dios, es la plenitud de la ley, es el cumplimiento de las profecías. El plan de Dios anunciado por la ley y los profetas encuentra en Jesús su plena realización.
La reacción de Pedro no logra intuir el carácter único de Jesús: “Si quieres haré tres chosas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Coloca a Jesús en el mismo plano que Moisés y Elías, aún no comprende que a Jesús no hay que equipararlo con nadie. Pero Dios hace callar a Pedro: “Todavía estaba hablando… cuando se escuchó una voz: Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Dios aclara que Jesús, el del rostro resplandeciente es el único legislador, maestro y profeta, no debe confundirse con nadie, sólo a Él se le debe escuchar.
Aquellos Apóstoles “caen rostro en tierra”; el temor se apodera de ellos y el miedo los paraliza. Es Jesús quien los libera de sus temores: “Se acercó, los tocó y les ordenó: ¡Levántense y no teman!”.
Hermanos, el Evangelio nos muestra la identidad de Jesús, pero expreso mi reflexión sobre el imperativo que Dios nos deja: “escúchenlo”. No dice: «si quieren escucharlo»; no dice: «¿les gustaría escucharlo?»; es un mandato:
“¡Escúchenlo!”. Si como dicen los que saben, que el escuchar es un arte, por tanto, es algo que debemos practicar. Recordemos que estamos en un mundo marcado por la comunicación, nos gusta hablar y que nos escuchen, pero olvidamos que Dios nos concedió dos oídos, dos ojos y una sola lengua; quiere decir que, debemos escuchar y ver el doble de lo que hablamos; hemos de tener cuidado de las personas que mucho hablan y no escuchan, que tienen la solución a todo. Recordemos que en la sinodalidad lo primero es escuchar a aquel con quien vamos de camino y después hablar.
Hago una invitación para ir aprendiendo el arte de escuchar, primero a nivel humano. Aunque estamos en una sociedad marcada por las comunicaciones, nos damos cuenta de la dificultad de comunicarnos. Piensen las parejas que forman un matrimonio ¿qué tanto se escuchan? ¿Qué tanto escuchan los hijos a sus padres? ¿Papás qué tanto escuchan a sus hijos? Porque, si no escuchamos al que tenemos cerca, qué difícil será escuchar a Jesús. No olvidemos que somos libres para vivir escuchando a Dios o también para darle la espalda. En este mundo contaminado por el ruido ¿se escuchará la voz de Jesús? Aquellos que dicen escucharla ¿qué tanto la pondrán en práctica? ¿La voz de Jesús nos sigue marcando el rumbo?.
A dos mil años de que se plasmó el proyecto de Jesús para la humanidad, no será que la voz de Dios nos sigue atemorizando como a Pedro, Santiago y Juan. Nos sigue causando miedo el camino de la cruz. No olvidemos que Jesús se sigue acercando a cada uno de nosotros, nos toca y nos sigue diciendo: “¡Levántense, no teman!”. Es importante que, como Iglesia y como cristianos, descubramos ¿cuáles son nuestros miedos? ¿qué nos causa temor y nos conduce a caer rostro en tierra? ¿acaso tenemos miedo a vivir escuchando al Maestro Jesús que siempre dice la verdad? Un miedo soterrado nos está paralizando hasta impedirnos vivir hoy en paz, confianza y audacia para ir tras los pasos de Jesús nuestro único Señor.
Hermanos, la Eucaristía tiene mucho de Tabor, vemos al sacerdote presidiendo en el altar y sabemos que es Jesús quien nos habla y quien celebra Misa en medio de nosotros y ¿acaso tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy?. Ojalá en lugar de estar mirando el reloj para ver a qué hora termina, podamos exclamar todos: ‘Señor, qué bien estamos aquí’.
Hermanos, cuando nos encontremos en situaciones de miedo, de temor, de que estamos paralizados por lo que nos acontece, no olvidemos que Jesús nos sigue tocando y nos sigue diciendo: “¡Levántate, no temas!”. Las palabras y los gestos de Jesús resuenan y se repiten a lo largo del Evangelio; Jesús nos toca, nos anima, nos quita los temores, pero a nosotros nos toca levantarnos y con la frente en alto seguirle.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!