Entre las historias del México violento existen unas que causaron grande conmoción. Jamás pudiera imaginarse atentar contra la vida de un erudito, académico y obispo; sin embargo, eso sucedió en 1984 cuando la comunidad de la Iglesia ortodoxa griega en México lloró un magnicidio el cual las brumas del tiempo han ido cubriendo para desvanecerse en las redes del olvido.
Pablo de Ballester fue académico e intelectual erudito que impulsó el conocimiento de la cultura helénica en México. Nació en Barcelona, España, el 3 de julio de 1927. Hijo del banquero Francisco Ballester Galés y de la cirujana María Concepción Convallier Comas, su abolengo era el de la tradición catalana-aragonesa que había dado un linaje nobiliario al ducado de Atenas que dio uno de sus más prominentes miembros, Antonio Ballester, obispo de Atenas.
La convulsión de la guerra civil provocó que la familia de Pablo se disgregara surgiendo así la opción por la vida religiosa. Así profundizó en los misterios de las ciencias sagradas al estudiar teología con los Capuchinos de Sarrià y abrazó la vida religiosa convirtiéndose en novicio del monasterio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en Arenys de Mar.
Pero el conocimiento de la teología provocó más cuestionamientos que certezas. El religioso Ballester estudió la validez apostólica autónoma del apóstol Pablo y, sin tener respuestas a este planteamiento, optó por una dura decisión que marcó su vida: dejar el catolicismo romano. En su búsqueda se acercó al anglicanismo y, posteriormente, al Consejo Mundial de las Iglesias, gracias al cual conoció la ortodoxia cristiana. Una puerta se abrió en la vida espiritual y de fe del joven Pablo. Para él se descubría un manantial para calmar la sed por la ortodoxia y profundizar en sus dogmas y tradiciones.
En la España de esa época, la ortodoxia era prácticamente desconocida. En 1953, estableció contacto con la Iglesia de Grecia y el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y fue recibido por el arzobispo Espiridión de Atenas y el metropolita Dionisio de Serbia y Kozani. Ese año fue ordenado diácono y, después, en 1954, ordenado sacerdote por el obispo Crisóstomo de Maratón en la catedral metropolitana de Atenas. El paso de la Iglesia católica romana a la ortodoxia griega lo cuenta él mismo en sus apuntes acerca de su conversión a la ortodoxia: “Solicité oficialmente la entrada en la Iglesia ortodoxa. De mutuo acuerdo, se resolvió que este evento tendría lugar en Grecia, un país ortodoxo por excelencia, al que pronto necesitaría trasladarme para proseguir mis estudios de teología. A mi llegada a Atenas, visité a su Beatitud el arzobispo, quien me recibió con el abrazo más paternal… el Santo Sínodo no tardó mucho en aceptarme en el seno de la Iglesia ortodoxa. Durante el profundo y emocionante servicio de la Santa Crismación, por el cual finalmente me convertía en miembro de esta viña, fui honrado con el nombre del apóstol de las naciones y seguidamente fui admitido en el santo monasterio de la Virgen María en Penteli, como monje. Unos meses más tarde, fui ordenado como diácono por la imposición de manos del obispo de Rogon”.
Pablo de Ballester inició así un ascenso en la jerarquía ortodoxa. Obtuvo la nacionalidad griega. Su conexión con México se dio cuando fue designado para servir en la arquidiócesis greco-ortodoxa de América por más de once años, como delegado arquidiocesano en México. Pronto destacó por su talante y personalidad, erudito que comenzó a tener conexiones con el mundo de la cultura y la política de México. Fundó en 1966 la Asociación Cultural Santorini y su papel en la comunidad ortodoxa no pasó indiferente, lo que le valió el episcopado en 1970 cuando el Santo Sínodo lo designó titular de Nacianzo consagrándole el obispo Santiago de América en Nueva York.
Pablo de Ballester fue rara avis que supo conjugar su ministerio episcopal con su talente y erudición en el mundo de la cultura, académico y los círculos de la política. Construyó la catedral ortodoxa de Santa Sofía en Naucalpan, fundador del Centro Cultural Helénico en 1973, fue exponente del teatro clásico, una de sus fieles seguidoras fue Ofelia Guilmáin, entre muchos otros como la actriz griega Irene Pappas. La biografía de quien también fue académico de la UNAM destaca la amistad con Carmen Romano, primera dama de México, quien “hizo de él una de las personalidades más influyentes en el ámbito cultural mexicano durante la presidencia de José López Portillo”.
En el año en el que cumpliría 57 años, 1984, fue cuando la prolija vida del obispo de Nacianzo fue segada de tajo, fruto de la violencia. El domingo 22 de enero, Pablo terminó la celebración de la Divina Liturgia. Acompañado de un asistente, estaba en el estacionamiento para abordar su vehículo. La tragedia se acercaba cuando un general en retiro del ejército, Rafael Román, llevaba escondida un arma la cual activó contra el obispo ortodoxo. Herido de gravedad, se quiso dar atención inmediata a Ballester. Las crónicas del momento dicen que Román quiso matarse después del atentado para no enfrentar las consecuencias; sin embargo, no consiguió su cometido siendo aprehendido.
Pablo de Ballester estaba herido mortalmente. Llevado a la Cruz Roja fue intervenido, pero el ataque fue certero y las lesiones le causaron la muerte días después, el 31 de enero.
Rafael Román fue llevado a prisión donde consumó el suicidio de manera inexplicable. Carmen Romano lamentó el atentado y el mundo cultural no daba crédito de lo sucedido, la muerte de un obispo ortodoxo en el área conurbada de la capital del país. Diarios nacionales e internacionales difundieron el magnicidio. El 2 de febrero fue sepultado en el Panteón Español, exequias que encabezó el arzobispo Gennadios de Sudamérica entre cientos de dolientes ortodoxos y de otras religiones, además de discípulos, dramaturgos, artistas, actores, diplomáticos, políticos, intelectuales y líderes religiosos. El cardenal Miguel Darío Miranda, arzobispo emérito de México, con quien le unió una estrecha amistad, representó a la Iglesia católica romana.
¿Por qué mataron al obispo Pablo? Las crónicas de la época señalan que Román sufría un desequilibrio mental; algunos vulgarizaron la hipótesis al afirmar rencillas vecinales por obras pendientes en la catedral de Santa Sofía y otros, por el fanatismo religioso del general retirado que no veía con buenos ojos a la comunidad ortodoxa en Naucalpan. Más hipótesis aventuraron que alguien ordenó el crimen usando al pistolero, pero no hubo en esclarecimiento convincente de los reales motivos por el suicidio que Román consumó en la cárcel. Fue hasta 2006 cuando, en la visita del patriarca Bartolomé de Constantinopla, se procedió al traslado de los restos del Pablo de Ballester a la catedral de Santa Sofía.
Así, este México violento terminó de forma trágica con la vida de un hombre al que no pocos fieles ortodoxos estimaron como mártir. La vida de un peregrino que descubrió el sentido de la fe en las enseñanzas cristianas de oriente. Años atrás, él mismo escribió las siguientes palabras que, quizá, fueron profecía de esa tragedia en esa mañana invernal de enero de 1984: “Pido a todos los padres y hermanos en la fe y a todos los que cariñosamente tuvieron contacto conmigo, tan compasivos como fueron por mi causa y mi gran odisea, que se acuerden de mi en sus oraciones para que pueda recibir la gracia de lo alto y demostrar valerosamente el asombroso beneficio del Bondadoso Dios”.