Los evangelios recogen las enseñanzas de JESÚS con unas características únicas. JESÚS se revela como el ENVIADO de DIOS con rasgos singulares y revela a DIOS como PADRE con el que mantiene una relación única. Tanto es así, que el auditorio entiende que al proponerse como HIJO de DIOS se iguala a DIOS mismo: “TÚ te dices HIJO de DIOS y te haces igual a DIOS” (Cf. Jn 5,18;10,33). JESÚS ofrece una enseñanza que nadie hasta entonces podía impartir, porque de las cosas que ÉL habla se pueden tratar si el que las dice viene del Cielo: “nadie sube al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del hombre” (Cf. Jn 3,13). El VERBO de DIOS preexiste con el PADRE desde siempre y puso su tienda entre nosotros en la persona misma de JESÚS de Nazaret (Cf. 1,1.14). Nadie puede encerrar en su persona los rasgos de JESÚS de Nazaret, y tampoco transmitir a los hombres la Divina Sabiduría que ÉL nos ha dejado. El capítulo diez de san Lucas que recoge los versículos del evangelio de hoy, ofrece algunos rasgos principales de la condición de JESÚS como MAESTRO. Después de un tiempo de enseñanza y aprendizaje por parte de los discípulos, estos son enviados de dos en dos (Cf. Lc 10,1ss) a distintos lugares a los que posteriormente ÉL pensaba llegar. Los discípulos por su cualificación dan razón suficiente del MAESTRO al que estaban ligados. Estos discípulos enviados, no sólo podían moverse con soltura por las Escrituras, sino que poseían dones especiales propios de los tiempos mesiánicos. Aquellos discípulos estaban anticipándose al tiempo de Pentecostés en la Iglesia, pues su Fe y adhesión a JESÚS los hacía portadores de una especial presencia del ESPÍRITU SANTO: “el que crea, que venga a MÍ y beba, y de su interior manarán torrentes de Agua Viva. Esto lo decía JESÚS del ESPÍRITU SANTO que habrían de recibir todos los creyeran en ÉL” (Cf. Jn 7,37-39). Aquellos discípulos enviados empezaban a estar limpios por la Palabra de JESÚS (Cf. Jn 15,3); y en condiciones de recibir la presencia del ESPÍRITU SANTO, del que JESÚS es la fuente misma. Al lado de JESÚS los discípulos y las personas en general comienzan a vivir el Pentecostés, que se desbordará a los cincuenta días de la Resurrección. JESÚS es el MAESTRO porque su enseñanza y actuación están ungidas por la presencia del ESPÍRITU SANTO desde el primer momento.
En la alegría del ESPÍRITU SANTO
El MAESTRO habla de la Cruz cuando tiene que hacerlo y conoce los tiempos en los que la alegría debe presidir la enseñanza a transmitir. La alegría del ESPÍRITU SANTO anticipa la beatitud futura y el MAESTRO hace partícipes a sus discípulos, que se reencontraron con JESÚS en un tono de gran entusiasmo. Llegaron los discípulos alegres, diciendo: hasta los espíritus malignos se nos sometían en tu Nombre (Cf. Lc 10,17) Y JESÚS les añade un motivo de mucho más calado para su alegría y entusiasmo: “alegraos de que vuestros nombres estén inscritos en los Cielos (Cf. Lc 10,20). Podría tomarse como una advertencia a los discípulos, pero el versículo siguiente nos inclina hacia una previsión profética. Ellos, de seguir unidos a JESÚS estaban destinados a una eternidad en los Cielos en la bienaventuranza de la TRINIDAD.
Las cosas de DIOS
JESÚS el MAESTRO tiene como objetivo principal enseñar a los hombres las cosas de DIOS. “En aquel momento, se llenó JESÚS de gozo en el ESPÍRITU SANTO y dijo: YO te bendigo PADRE, SEÑOR del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Si, PADRE, tal ha sido tu beneplácito” (Cf. Lc 10,21). La espiritualidad de los “pequeños” tiene un sello especial en el evangelio de san Lucas, aunque tal actitud no es exclusiva, pues en realidad está presente en toda la Escritura: “lo que se te pide es que practiques la justicia y el derecho y camines humilde con tu DIOS” (Cf. Mi 6,8). Los setenta y dos enviados pertenecían a esta clase de “pequeños” que caminan humildes con su DIOS y son testigos de las maravillas que ÉL realiza a través de ellos. Es lógica la alegría de JESÚS, que en medio de la imperfección humana ha conseguido un núcleo amplio de personas receptivas y dóciles a las inspiraciones del ESPÍRITU SANTO. Por otra parte, bien conoce el MAESTRO nuestra condición frágil y quebradiza; pero ÉL está dispuesto a reparar tantas veces como haga falta las debilidades y negligencias; en otras palabras, nuestros pecados. La impecabilidad en nosotros los hombres está reservada para el Cielo: “si somos infieles, ÉL permanece fiel” (Cf. 2Tm 2,13). Dice san Juan, en su primera carta, “si pecamos sabemos que tenemos a uno, el JUSTO, que intercede siempre por nosotros” (Cf. 1Jn 2,1). El MAESTRO es de igual modo el único SALVADOR, y de su función salvadora no se olvida ni un solo instante. Ni los grandes santos son privados de las imperfecciones por las cuales el SEÑOR les insta a pedir perdón, pues en ningún momento el SEÑOR quiere que nos olvidemos que somos humanos y sólo ÉL es DIOS.
La alegría cristiana
No es difícil definir la alegría de los cristianos, si está asociada a la alegría de JESÚS. El bien más alto que JESÚS nos puede dar es la filiación divina. Debemos saber que estamos en este mundo porque DIOS nos ha amado desde siempre y por puro Amor existimos. Este origen nuestro es un misterio y una gran verdad que de muchas formas los evangelios nos presentan. En este instante de efusión del ESPÍRITU SANTO y Alegría Pascual, de forma anticipada, JESÚS revela a los suyos: “todo me lo ha entregado mi PADRE, y nadie conoce quién es el HIJO sino el PADRE; y quién es el PADRE, sino el HIJO, y aquel a quien el HIJO se lo quiera revelar” (Cf. Lc 10,22). Ningún maestro de sabiduría es poseedor de la ciencia disponible por JESÚS, porque sólo ÉL ostenta la condición de Segunda Persona de la Santísima TRINIDAD. La aceptación de estas palabras de JESÚS nos disponen en el punto de partida para el adecuado crecimiento espiritual. La negación de este hecho radical se traduce en una parálisis de dicho crecimiento. Las dudas y oscuridades en distintos momentos pueden resolverse en verdaderos avances en el camino cristiano, pues contribuyen a una mayor confianza cuando la etapa de crisis ha concluido. A largo de la vida, sin duda alguna, pasaremos por más de un desierto espiritual o noche oscura, pero esto forma parte de nuestro aprendizaje. Otras dos figuras aparecen en este capítulo diez de san Lucas con las que nos sentimos reflejados: la del jurista que va a preguntar a JESÚS sobre el modo de heredar la Vida Eterna y la de María, la hermana de Marta, que no pregunta sino que escucha a los pies de JESÚS las lecciones del MAESTRO.
Las cosas secretas
“Las cosas secretas pertenecen a YAHVEH nuestro DIOS; pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que pongamos en práctica todas las palabras de esta Ley” (Cf. Dt 29,28). El quinto libro de la Biblia realiza una nueva lectura de la Ley aportando una visión más honda de lo contenido en los libros anteriores. En si mismo este libro revelado escruta el misterio y deja para DIOS las “cosas secretas” que sólo a ÉL pertenecen; pero el autor sagrado incide en la obligación personal y del Pueblo en su conjunto para atender a lo que DIOS ha revelado con el compromiso inapelable de trasmitirlo a los hijos. Cada época tuvo sus motivos para abandonar la Alianza con las consecuencias nefastas de esa deserción. Las advertencias sobre los daños del abandono de la Alianza deja constancia el libro del Deuteronomio: “elige el bien y vivirás; elige el mal y morirás” (Cf. Dt 30,15.30). En la Revelación se encuentra todo lo que necesitamos saber para dotar de sentido a nuestra vida. La pregunta por el sentido de la vida se formula en el “para qué estoy en este mundo”. El suicidio surge cuando el individuo no encuentra significado o proyección a la propia vida. Entre los dos extremos representados por el que vive consciente de la dirección dada a la existencia para llevarla a plenitud; y el otro tipo de personas que carece en absoluto de horizonte vital alguno, se abren un número importante de situaciones vitales que se mueven en rangos de tristeza y melancolía de mayor o menor intensidad. La realidad profunda y auténtica es que el hombre es alguien que busca y necesita un sentido en su vida. Desde la experiencia religiosa se afirma de forma rotunda, que el sentido de la vida, o “el para qué de la existencia”, no se la responde el individuo de forma subjetiva, sino que la respuesta está siempre fuera de él. El destino del hombre está en la búsqueda de DIOS que se hace visible en la montaña como a Moisés (Cf. Ex 3,1ss), y es preciso ascender por ella y entrar en el ámbito sagrado del encuentro con el SEÑOR. La Escritura o Revelación ofrece este mismo itinerario: la propia Escritura se adivina como zarza que arde y no quema (Cf. Ex 3,2), llamando la atención para que paso a paso el buscador inquieto encuentre los significados propios del momento espiritual por el que esté atravesando.
El ídolo es el enemigo
El ídolo convence al individuo y al Pueblo de su bondad y verdad, provocando los mayores males posibles. El ídolo es disolvente y se muestra como el antagonista del hombre a lo largo de la Revelación. La idolatría quiebra la interioridad del hombre y dispersa al Pueblo; sin embargo DIOS no se rinde: “si meditas todas estas cosas, la maldición y la bendición que te he propuesto, si las meditas en tu corazón en medio de las naciones en las que te dispersaré; si vuelves a YAHVEH tu DIOS en todo lo que YO te mando, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, YAHVEH tu DIOS tendrá piedad de ti y cambiará tu suerte” (Cf. Dt 30,1-3). Las desviaciones de los hombres son corregibles durante algún tiempo, aunque nuestra condición frágil y caduca nos pone en riesgo de que la muerte nos sorprenda en la dispersión. Pero el texto nos sigue diciendo: “aunque tus hijos dispersados estén en el extremo de los cielos de allí mismo te recogerá YAHVEH tu DIOS y volverá a buscarte” (Cf. Dt 30,4). Ningún hijo que del lugar más alejado vuelva interiormente a YAHVEH experimentará el rechazo, el alejamiento o la exclusión. No habrá entonces ídolo alguno que retenga con sus ataduras a un hijo del Pueblo elegido. De nuevo YAHVEH se dispone a colmar de sentido una vida desterrada atrayéndola hacia su mismo Amor: “YAHVEH circuncidará tu corazón, a fin de que ames a YAHVEH tu DIOS con todo tu corazón y con toda tu alma” (Cf. Dt 30,6). Con un corazón nuevo “volverás a escuchar la voz de YAHVEH tu DIOS, y pondrás en práctica todos sus preceptos” (Cf. Dt 30,8). De nuevo la tierra se volverá favorable como en otras épocas: “YAHVEH te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus trabajos y el fruto del suelo” (Cf. Dt 30,9). El hallazgo del sentido de la vida ordena todos los demás elementos que están a nuestro alrededor. “El para qué” bien respondido incluye también lo que trasciende a este mundo y se adentra en la esfera de DIOS, y cuando esto sucede las cosas aquí en nuestro campo de influencia adquieren el orden debido para orientarnos hacia DIOS que es nuestro destino verdadero.
El Amor a DIOS, el precepto y la Tierra
La primera lectura de este domingo, en estos breves versículos, nos ofrece una gran revelación. DIOS nos da sus preceptos, pero estos no se pueden cumplir sin nuestro Amor hacia ÉL; y los preceptos dados de modo especial en el Decálogo son imprescindibles para la posesión de la Tierra. El propietario de la Tierra es DIOS, pero está dispuesto a darla en posesión al Pueblo que le rinda culto de adoración en exclusiva. El núcleo de la Ley, el Decálogo –las Diez Palabras- fue escrito en dos tablas de piedra para significar la inmutabilidad de esta Ley que no se la da el hombre a sí mismo, sino que la recibe como herencia inicial o como Ley Natural.
DIOS quiere feliz al hombre
Los preceptos nucleares del Decálogo forman parte de la Sabiduría Divina que desciende sobre el hombre para darle la felicidad. La conducta sabia que conoce las leyes que rigen el comportamiento moral da al hombre paz en su corazón. En numerosas ocasiones la Escritura nos refiere el intento de DIOS por devolver al hombre un orden similar al que le fue dado en los comienzos. “YAHVEH tu DIOS te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus entrañas, el fruto de ganado y el fruto de tu suelo, porque se complacerá YAHVEH en tu felicidad como se complacía en tus padres” (Cf. Dt 30,9). Los preceptos dados por la Sabiduría Divina buscan la disposición del ejercicio de la libertad en orden al bien. En la medida que la libertad opta por la vía del daño personal o ajeno las condiciones para el bien y la libertad se van estrechando. Nos dirá san Pablo, “para ser libres nos ha liberado CRISTO” (Cf. Gal 5,1). DIOS quiere la felicidad del hombre en este mundo como anticipo de una eternidad en la que el AMOR a DIOS y a los hermanos será la única razón de ser. Con tantos inconvenientes en nuestro camino frecuentemente ponemos en duda la afirmación anterior, y tenemos que echar una mirada detenida para darnos cuenta que DIOS está deshaciendo los nudos que nosotros mismos hemos atado. En el argot cristiano mencionamos la Cruz como algo necesario, y con ello damos realismo a la vida; pero tan cierto como el dato del dolor lo es también el Don de Fortaleza que la hace llevadera. De nuevo traemos la máxima de san Pablo cuando afirma: “sobreabundo de gozo en la tribulación” (Cf. 2Cor 7,4). Cuando las conductas particulares vayan correspondiendo al sentir de unos corazones renovados, y esto se llegase a multiplicar por una mayoría de personas; entonces las condiciones sociales serían del todo favorables y crecería el bienestar de todos los hombres. Pero la paz social se alejará en la medida que las acciones se dirijan a vulnerar la propia naturaleza humana. Dada la polaridad moral del ser humano es comprensible que la formulación de los preceptos del Decálogo vengan dados en modo negativo en su mayoría, pero el autor del Deuteronomio nos ofrece dos versiones complementarias del precepto principal de la Ley en orden a procurar el Amor a DIOS que es el eje central de todas las otras Palabras o preceptos.
La primera Palabra del Decálogo
Forma prohibitiva de la primera Palabra: “YO SOY YAHVEH tu DIOS, que te he sacado de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de MÍ. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque YO, YAHVEH soy un DIOS celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian; pero tengo misericordia por mil generaciones por los que me aman y guardan mis Palabras” (Cf. Dt 5,5-9). La formulación negativa del primer precepto contiene en sí mismo su propio desarrollo, marcando los límites de la conducta religiosa del devoto israelita. Frente a YAHVEH, el único DIOS, están los ídolos; y el castigo o corrección hasta la cuarta generación contrasta con mil generaciones de Misericordia Divina. La corrección es limitada y la Divina Misericordia es infinita. Gracias al infinito Amor de DIOS los hombres podemos ser rescatados de las calamidades que nos provocamos. Gracias al Amor incondicional de DIOS el autor sagrado del Deuteronomio formula el “Shemá” o primer precepto del Decálogo de forma positiva: “Escucha Israel, el SEÑOR tu DIOS es el único SEÑOR. Amarás al SEÑOR tu DIOS… “ (Cf. Dt 6, 4ss). La adoración al SEÑOR es posible porque el Amor de DIOS está presente de forma incipiente en el corazón de todos los hombres. Esta verdad religiosa y antropológica sigue abriéndose paso con dificultades dentro de la historia de la humanidad, pero encontró un nuevo impulso con el Cristianismo. JESÚS tomará la fórmula del Shemá para proponer el primer precepto del Decálogo y de toda la Ley. Mientras tanto seguimos los pasos del autor sagrado del Deuteronomio en estos versículos.
Escuchar a DIOS
DIOS ejerce un movimiento primario sobre la inteligencia del hombre y sobre su conciencia. La inteligencia humana de forma directa o intuitiva comprende que sólo puede haber un DIOS Creador de todo lo que existe. La inteligencia deteriorada admitirá pluralidad de deidades en pugna y competencia. La consideración de la existencia de una pluralidad de dioses o ídolos supone una gran mediocridad intelectual; y la existencia de más de un dios representa una antinomia insostenible. DIOS actúa de modo inicial en la conciencia del ser humano moviendo al bien y evitando el mal, que es el principio básico de toda la ética. El autor sagrado del Deuteronomio exhorta al devoto israelita a “escuchar a YAHVEH”, algo que se viene recomendando en todos los tiempos, porque es la actitud interior adecuada para devolvernos al pensamiento raíz y al comportamiento moral más elemental. DIOS quiere el bien para el hombre y el bien entre los hombres.
Conversión a YAHVEH
“Estos mandamientos que YO te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance; no están en el Cielo para que los oigamos y los pongamos en práctica, ni están al otro lado del mar…; sino que la Palabra está muy cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón” (Cf. Dt 30, 11-14). La conversión aparece como factor clave en el camino de fidelidad hacia DIOS y de humanización. El pecado polariza hacia el mal en sus diversas formas. Nos ilustra en este sentido el rezo consciente del Padrenuestro cuando decimos al final del mismo, “líbranos del Mal” (Cf. Mt 6,13). El Mal se nos presenta como los malos y los males; pero todavía más, DIOS debe librarnos del mal que nos acompaña como tendencia opuesta hacia ÉL. Dados la pluralidad de factores abiertamente negativos la conversión debe ser una acción continua. Observamos que todo a nuestro alrededor necesita reparación y mantenimiento, así también nosotros hemos de ajustar nuestro mundo personal diariamente mediante la vuelta de la mirada hacia DIOS. La conversión es el cambio de sentido necesario que nos dispone en dirección hacia DIOS. Quien se dispone en la zona de sol notará el calor, el que se retira de esa franja notará la sombra o el frío. DIOS no sólo nos ha creado, sino que lo necesitamos para humanizarnos a lo largo de los años. A todo hombre que viene a este mundo la luz del VERBO viene a su corazón (Cf. Jn 1,9). No somos nosotros el precepto o el mandamiento, sino que el precepto está en nosotros porque DIOS lo ha puesto y es reconocible. Con todo los psicópatas pueden ahogar la voz de la conciencia y dar por buenas todas sus acciones contra el bien propio y ajeno.
Un legista
San Lucas incluye en el capítulo diez dedicado a la misión y enseñanzas a los sencillos de las cosas de Reino de los Cielos el episodio del legista, que viene a poner a prueba la ortodoxia de la doctrina de JESÚS. Marcos y Mateo sitúan este episodio en una serie más amplia y teniendo cerca los acontecimientos de la muerte de JESÚS (Cf. Mt 22,34-40; Mc 12,28-34). El legista que conocía la legislación religiosa y las normas que regían la vida de los judíos, parece preocuparse por la vida eterna. San Lucas señala que la pregunta del legista dirigida a JESÚS tiene la intención de ponerlo a prueba: “se levantó un legista, y le preguntó para ponerlo a prueba: MAESTRO, ¿qué he de hacer para tener vida eterna? (v.25). Si el evangelista no nos advirtiera, fácilmente pasaría desapercibida la doblez de la pregunta. El enunciado de la cuestión es de los interrogantes capitales que cualquier persona debe preguntarse: ¿la muerte, la vida más allá de la muerte, si esta vida es real, en qué condiciones se establece?; ¿tiene algo que ver la persona de JESÚS con nuestra existencia más allá de esta vida?; ¿es suficiente esperar otra vida plenamente feliz para compensar la presente colmada de dificultades?; ¿existe otra alternativa a la existencia más allá de la muerte?; ¿hemos sido creados verdaderamente para la inmortalidad? Tengamos presente lo que nosotros confesamos en el Credo: creo en la resurrección de los muertos –o de la carne- y en la vida eterna; y entendemos que nuestra vida eterna sólo es factible cuando estamos en plena relación personal con la TRINIDAD, que hemos confesado en los artículos anteriores de dicho Credo. Por tanto la pregunta del legista tenía perfecta cabida en el contexto del anuncio del Reino de los Cielos que los discípulos y JESÚS vienen difundiendo por todas partes. Aparentemente el legista se quiere sumar a la corriente de la evangelización, y no se debe descartar que en algún momento le alcanzara la verdadera conversión, abandonando la doblez inicial al acercarse a JESÚS.
Punto de partida
De nuevo JESÚS demuestra su categoría como MAESTRO y tiene en cuenta la base de la que parte aquel especialista en la Ley, y le dice: “¿qué está escrito en la Ley, cómo lees?” (Cf. v.26) JESÚS había dicho: “no he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento” (Cf. Mt 5,17). Distintos textos del Antiguo Testamento, entre ellos los tomados del Deuteronomio en este domingo, están en la línea del Amor de DIOS, que llega a su plenitud con la efusión del ESPÍRITU SANTO. La Persona Don es la tercera de la Santísima TRINIDAD, y tiene su propio protagonismo a partir de la Resurrección de JESÚS. Por eso nos dice san Juan: “la Ley fue dada por Moisés, la Gracia y la Verdad nos vienen por JESUCRISTO” (Cf. Jn 1,17).
Fórmula suprema
El legista podía haber utilizado la formulación negativa del primer Precepto, pero reconoce en el Shemá la forma más propia y elevada de toda la Ley: “amarás al SEÑOR tu DIOS con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (v.27). El legista pertenecía a la clase ilustrada que era capaz de encontrar la relación interna de los distintos contenidos de la Ley. El amor al prójimo como a uno mismo no estaba en el enunciado del Shemá, pero se advertía como una consecuencia lógica del mismo. El legista había comprendido que el Amor a DIOS tenía que reflejarse de forma imperativa en el amor al prójimo, y de lo contrario quedaba comprometida la salvación. JESÚS no necesitaba añadir ninguna otra cosa, y con la puesta en práctica de estos dos preceptos viene dado todo lo necesario para comenzar el Reino de DIOS en este mundo y alcanzar la salvación eterna, por la que preguntaba el legista.
El prójimo
El legista quiere buscar el pronunciamiento expreso de JESÚS, y sagún san Lucas con una intención torcida, pues venía a ponerlo a prueba. El legista insiste: ¿quién es mi prójimo? Este hombre no se esperaba la respuesta de JESÚS, que mantiene la línea marcada por la Divina Misericordia en todo el evangelio. Gracias a la contumacia de aquel legista tenemos una de las parábolas más representativas de los evangelios, y con un pronunciamiento que no deja lugar a dudas sobre la identidad de nuestro prójimo.
El Buen Samaritano
La parábola es bien conocida, pero pondremos algunos acentos. “Un hombre cualquiera bajaba de Jerusalén a Jericó”; No se trata de un compatriota, familiar o amigo; estamos ante el episodio desgraciado que pueda sufrir cualquier semejante. Dos factores entran en la calamidad sufrida: la degradación personal y la agresión de los salteadores. La geografía simboliza el proceso: Jerusalén simboliza la cercanía a DIOS y el descenso a Jericó alude a la pérdida del honor, la honestidad y el prestigio. Si lo anterior fuera poco este hombre es apaleado por unos asaltantes que lo dan por muerto. Un sacerdote y un levita pasan por allí dan un rodeo y siguen su camino, porque al atenderlo caerían en impureza ritual. En otros tiempos Tobit enterraba a los muertos porque lo consideraba una especial obra de misericordia, pero la legislación religiosa de aquel sacerdote y levita los volvía incompatibles por un tiempo con las prácticas en el Templo; por lo que pasaron de largo. Un samaritano llega y comprueba que el hombre vive aunque está malherido: le aplica los primeros auxilios, lo lleva a la posada y atiende aquella tarde y noche. Al día siguiente deja dos denarios al posadero, pues debían conocerse, y le dice que a la vuelta le pagará lo que haya gastado de más. En esta descripción de lo sucedido vemos los paralelismos con la acción del propio JESÚS para con todos los hombres, que somos sus prójimos. Pero la lección va de modo inmediato para el jurista, y JESÚS le pregunta. “¿quién de estos tres te parece que actuó como prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Y el jurista respondió: el que practicó la misericordia con él” (v.37). El legista no sería muy transparente, pero tonto no era, y dejó una máxima para todos los seguidores de JESÚS: nos comportamos como prójimos cuando actuamos con misericordia. La puesta en práctica de las siete obras de misericordia espirituales y corporales sistematizadas en el Catecismo de la Iglesia Católica cierran para nosotros el primer Mandamiento. Ahora los cristianos contamos con el Don del ESPÍRITU SANTO para llevar a término lo que comprende al Amor a DIOS y el amor al prójimo.
San Pablo, carta a los Colosenses 1,15-20
La carta a los Colosenses tiene cierta similitud con la carta a los Efesios, por lo que se supone que las dos provienen de un texto común con distinto encabezamiento y adaptadas a las circunstancias propias de cada comunidad. Lo que se desprende de este escrito atañe a la centralidad de la Fe en JESUCRISTO. La Fe recibida empezaba a ser alterada por un falso culto a los Ángeles, que siendo admitidos por la revelación bíblica y la tradición cristiana están ligados al misterio de CRISTO y en absoluto desligados de ÉL con prerrogativas propias. La corriente de la gnosis de contenido pitagórico y platónico empezaban a ofrecer alternativas espiritualistas al culto en JESUCRISTO. Lo mismo ocurre en nuestros días con la divulgación de los Ángeles como entretenimiento adivinatorio, o protectores que atraen la suerte en el juego o los negocios, e incluso se los mal utiliza para crear o romper lazos afectivos. Lo que comercialmente se está haciendo con los Ángeles es similar a lo que se divulga sobre JESUCRISTO en literatura como la de J J Benítez o Dan Brown. Tanto antes como ahora es la misma gnosis, que intenta vaciar de contenido el núcleo mismo del Cristianismo. El objetivo a batir es la concepción de JESUCRISTO en la conciencia de los hombres. Mientras la gente considere que JESUCRISTO es uno más entre tantos, o a lo sumo un personaje excepcional, pero en absoluto es DIOS, entonces todos tranquilos. La vida de cualquier persona cambia para bien desde el momento en el que comienza a invocar a JESUCRISTO como su único SALVADOR, porque es el HIJO de DIOS, que se encarnó en las entrañas de la VIRGEN MARÍA, nació, vivió entre nosotros, murió en la Cruz, es el RESUCITADO y tiene pendiente la Segunda Venida o Parusía. Pero, resumiendo, basta que alguien tome conciencia vital sobre JESÚS de Nazaret vivo en nuestros días y de forma especial en la EUCARISTÍA. Basta que las personas empiecen a tomar en serio que JESUCRISTO puede sanarlas ahora y sacarlas de la desesperación más abismal. Quien empieza a tener esta Fe da crédito al verdadero JESUCRISTO ante el cual se “dobla toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiesa que JESUCRISTO es SEÑOR “ (Cf. Flp 2,10-11). Una irrupción mundial de esta conciencia cambiaría de raíz para el bien todas las cosas en el mundo. Los poderes espirituales de todos los tiempos contrarios a JESUCRISTO tienen que procurar que tal cosa no ocurra nunca.
¿Quién es JESUCRISTO?
“Es imagen de DIOS invisible, Primogénito de toda la Creación” (v.15) Le dice JESÚS a Felipe: “quien me ha visto a MÍ ha visto al PADRE; porque YO estoy en el PADRE y el PADRE está en MÍ” (Cf. Jn 14,8-11). La humanidad de JESÚS de Nazarett es la cortina que nos separa del SANTO de los SANTOS que vive en JESUCRISTO, por eso es imagen de DIOS invisible siendo al mismo tiempo uno con ÉL.
En ÉL, por ÉL y para ÉL
Todas las cosas fueron creadas en ÉL, por ÉL y para ÉL. Todas las cosas, las visibles y las invisibles. Todas las realidades de este mundo tienen al VERBO como su Creador, pues DIOS crea por su PALABRA. Y también las invisibles. El Universo invisible para nosotros es el mundo de los Ángeles, que en este himno de colosenses, san Pablo establece en distintas jerarquías todas ellas relacionadas con la vertiente omnipotente de DIOS: Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades. Según la clasificación dada por santo Tomás, los Tronos aportan rasgos relacionados con la adoración y la inmutabilidad de DIOS que se muestra transcendente en su Santidad. DIOS mira desde su Trono al Cielo y a la tierra (Cf. Slm 33,13-14). Todo fue creado por ÉL y para ÉL (v.16) Ninguna jerarquía angélica pretende actuar de forma autónoma, salvo las fuerzas satánicas que en su día se desligaron del orden cristológico dado por DIOS, oponiéndose al Plan previsto desde antes de los siglos. Pero nosotros cuando nos dirijamos a los Ángeles debemos saber que están destinados a llevar a cabo todo lo que concierne a la obra de la Salvación (Cf. Hb 1,13) Todo lo que está fuera de lo anterior no pertenece al campo de los Ángeles, sino al de los demonios. La vida cristiana tiene suficientemente acreditada la estrecha devoción al Ángel de la Guarda.
Preexistencia del VERBO
“ÉL existe con anterioridad a todo y todo tiene en ÉL su consistencia” (v.17). Coincide totalmente esta formulación con el Prólogo y todo el evangelio de san Juan, en el que se repite de forma insistente la condición divina de JESÚS.
La Iglesia
“ÉL es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia. ÉL es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea ÉL el Primogénito en todo” (v.18). Mediante la Resurrección todos nos vamos incorporando al Cuerpo glorioso de JESUCRISTO (Cf. 1Cor 15,54); y la Iglesia va apareciendo como Cuerpo de JESUCRISTO en el que cada uno de los bautizados tenemos nuestro lugar. Pero JESUCRISTO es la Cabeza y nosotros somos sus miembros. Toda la Creación tiene este punto Omega en JESUCRISTO por lo que la Iglesia será en último término la consumación de todo lo creado, y en este punto encontramos la naturaleza cósmica de la Iglesia.
Toda la plenitud
“DIOS tuvo a bien hacer residir en ÉL toda la plenitud” (v.19). Toda la Divinidad del VERBO reside en JESUCRISTO, porque DIOS tuvo a bien hacerlo así; por lo que negar a JESUCRISTO como HIJO de DIOS es contravenir lo dispuesto por DIOS. De esta forma hablará san Juan en su primera carta de los anticristos que fueron apareciendo, aquellos que negaban que el VERBO viniese en la carne de JESÚS de Nazaret (Cf. 1Jn 2,18).
La Cruz
“Tuvo a bien DIOS reconciliar todas las cosas y pacificar todas las cosas, pacificando por la sangre de su Cruz lo que hay en los Cielos y en la tierra” (v.20). El orden universal establecido por DIOS queda restablecido por la muerte redentora de JESÚS. Ya no podemos esperar ningún otro orden nuevo por parte de DIOS ni otro SALVADOR.