La Iglesia y la inhabitación

Hechos 8,5-8.14-17 | Salmo 65 | 1Pedro 3,15-18 | Juan 14,15-21

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Hace décadas aprendíamos en el catecismo, que la Iglesia era la congregación de los fieles cristianos fundada por JESUCRISTO cuya cabeza visible es el Papa. Con esta aproximación no es suficiente para definir la Iglesia querida por JESUCRISTO y aprendíamos las cuatro notas fundamentales de la misma: Una, Santa, Católica y Apostólica. Una quinta nota estaba vigente, pero no está recogida por el catecismo actual de la Iglesia: la nota de romana. De la misma forma que la Iglesia de JESUCRISTO nace en Jerusalén, no se puede descartar totalmente, que en un momento determinado Roma deje su localización geográfica en cuanto a la sede del Papa. De hecho, antes del Cisma de occidente, en las décadas anteriores, la sede papal se había trasladado a Aviñón, en aquel tiempo perteneciente a los Estados Pontificios, al sur de Francia: Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V, Gregorio XI. Fue un periodo de la Iglesia que se extendió entre mil trescientos cuatro y mil trescientos setenta y siete; y después vendría propiamente el Cisma de occidente estableciendo un papa en Aviñón y otro en Roma (1378-1417). Fue el Concilio de Costanza (1415), que eligió a Martín V para destituir a Benedicto XIII -el papa Luna- y a Gregorio XII. Por unos años se mantuvo la superioridad del concilio frente a unos papas que en oposición pretendían cada uno aparecer como el legitimo sucesor de san Pedro. Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII previó el riesgo de ser secuestrado por Hitler, y cuentan algunos historiadores que el Papa tenía un documento de renuncia en caso de producirse tal eventualidad. La barca de Pedro no siempre navega por aguas tranquilas, pero cuenta con la seguridad de estar asistida por el SEÑOR sea cual sea la dificultad encontrada. Lo mismo que en la travesía cruzando el Lago de Galilea, en ocasiones parece que el SEÑOR duerme y está ajeno a la tormenta, pero la realidad no es esa, y basta una palabra suya para devolver las cosas a la normalidad (Cf. Mc 4,39). La incertidumbre presente en la sociedad también afecta al católico, pues asistimos a posturas y decisiones que alimentan la perplejidad. Por eso es bueno recordar otras situaciones en el pasado, que produjeron fuertes tensiones y giros bruscos en la marcha de nuestra Iglesia. La experiencia interior de la Fe no rechaza la pertenencia a una institución religiosa, sino todo lo contrario. El camino personal hacia la unión con el SEÑOR necesita apoyos seguros, que vienen de la parte institucional. La Escritura que leemos y meditamos tiene que ser fiable; los sacramentos recibidos han de ser válidos; o la tradición en la que estamos enraizados proviene de los que fueron testigos directos de la Resurrección de JESÚS. Estas y otras cosas forman parte del legado de la Iglesia, que nos hacen posible la inhabitación del SEÑOR en nuestros corazones. No es un sentimiento pasajero la inhabitación, representa por otra pare la conciencia de ser templos del SEÑOR: “el que me ama guardará mi Palabra, y el PADRE lo amará; y vendremos a él, y haremos morada en él” (Cf. Jn 14,23).

La unidad de la Iglesia ( CIC, m. 813-822)

El Catecismo de la Iglesia Católica propone los motivos fundamentales por los cuales la Iglesia es una: por la enseñanza recibida y transmitida, la comunión en las celebraciones litúrgicas y la sucesión apostólica gracias al Sacramento del orden. Inmediatamente, se apuntan los pecados contra la unidad: la apostasía, la herejía y el cisma. La apostasía es la radical negación de la Fe recibida. La herejía es la permanencia de manera continuada en un error doctrinal que afecta a los fundamentos de la Fe. El cisma es la ruptura o separación como resultado de posiciones doctrinales distintas. El cisma protestante protagonizado inicialmente por Lutero es la fractura más honda sufrida en la Iglesia hasta estos momentos. Aún teniendo en cuenta los documentos de la Iglesia sobre el ecumenismo, se insiste que es en la Iglesia Católica donde se encuentran en plenitud los medios dejados por el SEÑOR para la salvación de los hombres. El establecimiento de relaciones ecuménicas con otras iglesias es una forma muy especial de evangelización, pues existe un solo Evangelio y un único SALVADOR. Las fracturas habidas en el Cuerpo de CRISTO a lo largo de estos dos mil años de existencia exigen un esfuerzo por parte de todos para restablecer la unidad pedida por el SEÑOR (Cf. Jn 17). Los hombres provocamos la ruptura con facilidad a causa del pecado, pero nos cuesta mucho aceptar la Gracia para restablecer el daño causado. En la Iglesia Católica rezamos durante todo el año por la unidad de los cristianos, aunque lo hacemos de forma especial en el mes de enero, en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Las acciones conjuntas de católicos y otras confesiones cristianas en iniciativas misioneras de promoción forjan especiales vínculos de comunión; y por último, de forma especial, lo que el papa Francisco llama la comunión en la sangre, que es la entrega en el martirio de los católicos y cristianos de otras confesiones en las persecuciones cruentas de los países de misión. No se podrá dudar de la asistencia especial de la Gracia a todo aquel que muere confesando el nombre de JESUCRISTO, y perdonando a sus verdugos.

La Iglesia es santa (CIC, 823-829)

La Iglesia es Santa, porque está inhabitada por el ESPÍRITU SANTO. La Iglesia es Santa, porque actúa como medio en el mundo para que la Gracia Santificante llegue a los hombres mediante la trasmisión de la Palabra, los sacramentos y la acción de la Caridad. Pese a toda esta santidad que discurre por los canales eclesiales, los que componemos la Iglesia somos pecadores y tenemos que pedir perdón y recibirlo. La paradoja de una Iglesia Santa que alberga pecadores dentro de sí, puede ser motivo de escándalo, por lo que en determinados casos algunos componentes tienen que pedir perdón con profundo arrepentimiento. Pero el lado luminoso de la Iglesia presenta los ejemplos vivos de un buen número de hijos que en el ejercicio heroico de las virtudes llegaron a convertirse en modelos de comportamiento y seguimiento de JESUCRISTO. Cada santo que brilla en la Iglesia representa un exponente de la santidad de la misma. Con luz propia entre los santos brilla la santísima VIRGEN MARÍA, que ocupa un lugar singular en la Iglesia por ser “la Llena de Gracia” (Cf. Lc 1,26), la MADRE de JESUCRISTO y nuestra MADRE en el orden de la Gracia.

La Iglesia es Católica (CIC, 830-856)

La Iglesia es Católica por el carácter universal con el que la fundó el mismo JESUCRISTO. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio…” (Cf. Mt 28,19; Mc 16,15). La Iglesia en Pentecostés nace católica, pues su Mensaje se escucha en la propia lengua por los reunidos de todas las partes en torno a los Apóstoles (Cf. Hch 2,3-6). Por razón del fundador, JESUCRISTO, la Iglesia es Católica, pues ÉL es el único SALVADOR de todos los hombres. Aunque el Concilio Vaticano II haya reconocido que hay semillas de Verdad en otras religiones, eso no resta nada de la vocación misionera de la Iglesia, que por voluntad de JESUCRISTO tiene que difundir la Buena Nueva del Evangelio a todas las gentes. A lo largo de dos mil años, cuando el Cristianismo se inculturó en los distintos lugares y modos de vida se han producido cambios notables en todos los órdenes. JESUCRISTO habla de DIOS y lleva en SÍ la realización plena del hombre. La propuesta evangélica está pensada para extenderla mediante la conversión personal, rechazando en todo momento la imposición.

La Iglesia es Apostólica (CIC, 857-865)

La apostolicidad de la Iglesia señala la estela de su autenticidad. Si alguien desea encontrar el ámbito donde se encuentra la Iglesia de JESUCRISTO tiene que rastrear la cadena de testigos que nos ponen en relación directa con los Apóstoles. Ellos son los testigos de la Resurrección y de todo lo que JESÚS realizó en el tiempo de su ministerio público. La enseñanza dada por Pedro en casa de Cornelio concluye diciendo: “testigos de esto somos nosotros, que hemos  comido y bebido con ÉL después de haber resucitado”  (Cf. Hch 10,41). Para todos los tiempos, los cristianos tenemos que prestar atención a “la enseñanza de los Apóstoles” (Cf.  Hch 2,42). El primer bloque de enseñanzas están contenido en el Nuevo Testamento. Los padres apostólicos y doctores de la Iglesia harán lecturas de acreditada fidelidad al Magisterio Apostólico. El Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos en sus sínodos y concilios darán la doctrina fundamental para esclarecer la Fe y la conducta del cristiano. En el siglo primero no había que opinar sobre la fecundación in vitro o los vientres de alquiler como forma de gestación para traer al mundo a un ser humano. En el siglo primero no había el peligro de una conflagración nuclear que alterase la vida en el planeta de forma drástica, ni el debate de un cambio climático de carácter antropogénico. Hasta hace poco tiempo la subjetividad era percibida y delimitada con nitidez, pero en estos momentos esa misma subjetividad puede determinar, para algunos, los imperativos de la biología. El relativismo cultural ha llegado a decidir lo más básico que el ser humano poseía: ser hombre o mujer porque la biología así lo evidencia. Otro discurso distinto es el que atañe a la homosexualidad, del que ya se da cuenta en el libro del Levítico (Cf. Lv 18,22; 20,13). Por tanto, la enseñanza de los Apóstoles mantiene las bases recibidas y las actualiza en cada tiempo a causa de las necesidades sociales. La Apostolicidad se mantiene a lo largo de los siglos gracias al Sacramento del orden. La Apostolicidad incluye la jerarquía dentro de la Iglesia, porque el SEÑOR así lo ha querido y aparece con claridad en los relatos del Nuevo Testamento. Cualquier grupo humano necesita personas con autoridad y capacidad ejecutiva de aquellas disposiciones que afecten al conjunto del grupo o congregación. Como ejemplo: vemos los resultados de la desposesión a los padres de la autoridad paterna y materna; o a los profesores en el campo de la enseñanza. La autoridad religiosa dentro de la Iglesia tiene la misión principal de ofrecer un criterio de Verdad a la sociedad. Cuando esta voz se amortigua o apaga se producen grandes daños. La escena del interrogatorio a JESÚS por parte de Pilato es la clave: “Pilato pregunta, ¿TÚ eres REY? Le dice JESÚS: YO para esto he venido para ser Testigo de la Verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. Pilato le responde: ¿qué es la Verdad?” (Cf. Jn 18,37-38). La autoridad real de JESÚS está en función de la Verdad que se ha de manifestar a los hombres. La Verdad sobre DIOS, y la Verdad que afecta al hombre mismo. Ayer como hoy existe el desprecio por la Verdad como en el caso de Pilato. Para aquel dirigente romano cargado de compromisos humanos, el aprecio por la Verdad no existía pues todo es manipulable, negociable y objeto de corrupción. La Iglesia mantendrá su servicio a la humanidad en la medida que señale la Verdad sin hipotecas ni miedos.

El servicio al Evangelio

El domingo pasado comentamos la elección de los diáconos para ayudar a los Apóstoles en el servicio y atención a los más necesitados de la comunidad de Jerusalén. Siete hombres llenos de ESPÍRITU SANTO, Sabiduría y buena fama dentro del grupo de  los creyentes. Pronto se empezó a notar la calidad cristiana de aquellos diáconos, y el libro de los Hechos nos describe con cierto detalle el caso de Esteban y el diácono Felipe. La fiesta de san Esteban se reserva para el día veintiséis de diciembre, que es tiempo de Navidad, como ejemplo de entrega por el nombre de JESUCRISTO. Esteban no sólo sirve a los necesitados, sino que da su vida al testificar quién es JESUCRISTO (Cf. Hch 7). El otro representante del orden del diaconado es Felipe, que realiza también misiones de evangelización con toda Sabiduría y señales carismáticas (Cf. Hch 8). Los diáconos ejercen una labor testimonial y misionera de primera magnitud y así quedarán reconocidos en el curso de los siglos dentro de la Iglesia. Reciben el Sacramento del orden y se mantienen dentro de su sacerdocio bautismal, ejerciendo su actividad en la parcela dada de la enseñanza, la presidencia de algunas acciones litúrgicas y sacramentales como el Sacramento del matrimonio, y permanecen reconocidos como personas idóneas en el campo de la Caridad o servicio a los más necesitados.

Primeros tiempos

El Evangelio nace en la persecución. Querríamos que la evangelización discurriese siempre en un clima de estabilidad social, pero las características del Mensaje no parecen compatibles con distintos comportamientos sociales, políticos y religiosos. Este capítulo ocho del libro de los Hechos, que relata la actividad del diácono Felipe aparece enmarcado en fuertes tensiones políticas, religiosas y espirituales. Esteban había sido  lapidado, y Saulo, en su etapa de perseguidor de la Iglesia, tenía atemorizados a los cristianos de Jerusalén por la persecución desatada: “Saulo hacía estragos en la iglesia: entraba por las casas llevaba por la fuerza a hombres y mujeres y los metía en la cárcel” (Cf. Hch 8,3). Sumos sacerdotes, escribas y fariseos consideraban que el Cristianismo naciente era una grave perturbación religiosa y social; por lo tanto era preciso acabar con todos los cristianos. La persecución feroz trae consigo la dispersión y la clandestinidad. Entre aquellos que se alejan de Jerusalén está el diácono Felipe, que realizará su misión en Samaria, bajará después hacia Gaza, y continuará por la costa hasta llegar a Cesarea Marítima. En Samaria, Felipe se encontrará con Simón el mago, que antes de su llegada realizaba prodigios y encantamientos; y pretendió comprar el carisma de los Apóstoles, que trasmitían el Espíritu Santo mediante la imposición de manos,  por lo que recibió una severa reprensión. El diácono Felipe desenvuelve su misión dentro de un ambiente que en sí mismo no es favorable, pero no resulta tan negativo como el provocado por las autoridades religiosas judías. Los samaritanos se mantenían con los cinco primeros libros de la Biblia, y aunque se sentían molestos con la presencia de judíos, parece que fueron aceptando a Felipe. Cesarea Marítima era una ciudad romanizada a la que llega Felipe, pero no se relatan los efectos de su misión.

Anunciar a CRISTO

“Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a CRISTO; y la gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba” (Cf. Hch 8,5-6). Todo el Nuevo Testamento mantiene vigente el binomio predicación-señales, de tal forma que no es posible captar la atención si no aparecen las señales propias de la Palabra. La predicación sobre CRISTO, por parte de Felipe, no era una exposición teórica, sino que estaba dando paso a la actuación del mismo SEÑOR a través de la misma predicación. De esta forma la Palabra empezaba a cobrar credibilidad, y se abría el camino a la Fe. La verdadera evangelización es siempre una manifestación del poder del SEÑOR. O dicho a la inversa: el SEÑOR se manifiesta con Poder en la verdadera predicación, porque ésta va ungida por la presencia del ESPÍRITU SANTO. Si se recurre a la narración de lo sucedido o realizado por JESÚS hay que darle actualidad en ese mismo instante, porque la actuación del SEÑOR con Poder se realiza aquí y ahora. El SEÑOR está en medio de nosotros, porque más de dos nos hemos reunido en su Nombre (Cf. Mt 18,20). Cuando el SEÑOR se hace presente aparecen las señales de su Presencia, y la Fe se vuelve activa. El diácono Felipe se manifiesta en este caso como un modelo de evangelizador.

Señales concretas

“De muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Hubo una gran alegría en aquella ciudad” (v.7-8). Inicialmente la batalla es contra el espíritu maligno, contra Satanás. Cuando se retira el Poder de DIOS entra en las vidas de los hombres el poder del maligno. Decía el SEÑOR: “cuando un espíritu inmundo sale de un hombre y vaga por el desierto, va y llama a siete espíritus peores que él y vuelve para apoderarse de aquel hombre, y las postrimerías resultan peores que los comienzos” (Cf. Lc 11,24-26). Vivimos en medio de fuertes tensiones espirituales, y las malignas intentan esclavizar al hombre de cualquier forma. Solamente el Poder del SEÑOR nos mantiene al margen de las influencias del Maligno, que se reviste de múltiples formas. La primera batalla que debe librar el diácono Felipe, a ejemplo de JESÚS (Cf. Mc 1,12-13) es el enfrentamiento con el espíritu maligno, liberando a los oprimidos por el diablo. Otras dolencias condenaban a las personas a la marginalidad, pues cualquier accidente dejaba a una persona coja, manca o paralizada. La ceguera era muy corriente y la lepra sabemos que era una enfermedad muy temida. El resultado de la  misión evangelizadora en aquel pueblo de Samaría fue la alegría mesiánica: “la ciudad se llenó de alegría”. Además del agradecimiento de los que habían sido curados estaba el asombro de todos por las obras realizadas. Los samaritanos eran considerados como extranjeros por los judíos, pero recibieron la bendición de JESÚS el MESÍAS a través del diácono Felipe.

El diácono Felipe no está solo

“Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén, que Samaria había aceptado la Palabra de DIOS les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el ESPÍRITU SANTO” (v.14-15). Algunos ven en la persona de Pedro el carácter institucional de la Iglesia y en san Juan la vertiente carismática de la misma. San Lucas mantiene a Pedro y a Juan unidos en distintos escenarios dentro de los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles. La cabeza de la Iglesia de Jerusalén es Santiago el pariente del SEÑOR, pero en ningún caso desaparece Pedro de la acción apostólica. Pedro y Juan son los primeros que comparecen ante las autoridades religiosas y padecen castigo físico por anunciar al SEÑOR (Cf. Hch 4). Ahora Pedro y Juan son enviados para confirmar en la Fe a los samaritanos que la habían aceptado y recibido el Bautismo en el Nombre de JESÚS (v.16). No parece que haya mucha dificultad en aceptar, que la presencia de los Apóstoles trajo a los nuevos conversos gracias especiales y de forma particular el don del ESPÍRITU SANTO: “les imponían las manos y recibían el ESPÍRITU SANTO” (v.17). Por la reacción de Simón el mago, se puede suponer que entre los receptores de aquella nueva Gracia se produjeran manifestaciones de glosolalia y profecía, que movieron a Simón el mago a pretender comprar el poder para también él realizar esos signos. La reprensión fue dura, y de este episodio viene la llamada simonía, que es la venta de lo sagrado con fines especulativos y de enriquecimiento personal, o compra de dignidades dentro del escalafón religioso y jerárquico. Pero volvamos al inicio de este tercer tramo, teniendo en cuenta los dos anteriores: la predicación con Poder por parte del diácono Felipe, el bautismo en el Nombre de JESÚS y la recepción del ESPÍRITU SANTO, que transmiten los Apóstoles por la imposición de manos. El esquema del proceso sigue vigente desde que fue propuesto por el propio Pedro el día de Pentecostés. Después de la predicación que daba razón del don del ESPÍRITU SANTO, los presentes compungidos y arrepentidos preguntaron que tenían que hacer. Pedro les urge a bautizarse en el Nombre del SEÑOR JESÚS, pues para ellos también es la Promesa del PADRE, el ESPÍRITU SANTO (Cf. Hch 2,37). Una alegría mayor debió inundar aquella ciudad de Samaría después de recibir los creyentes el don del ESPÍRITU SANTO.

Guardar los mandamientos de JESÚS

“Si me amáis guardaréis mis mandamientos” (Cf. Jn 14,15). También esta afirmación es susceptible de leerla a la inversa: cumplimos los mandamientos cuando amamos al SEÑOR.  Los mandamientos de JESÚS quedan claros en el Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5,1-7); y en el Sermón de la Llanura (Cf. Lc 6,20-23). El evangelio de san Juan nos da palabras de JESÚS que superan el orden ético del Decálogo, y centran la atención en la persona misma de JESÚS. Los mandamientos del evangelio de san Juan están en relación con la persona misma de JESÚS, su descubrimiento y conocimiento. Desde el primer momento, las palabras de JESÚS en el evangelio de san Juan aparecen como normativas, pues dejan a un lado la metáfora y el simbolismo, aún cuando sean dichas mediante alguna figura. En el primer capítulo de san Juan queda establecido el seguimiento. El creyente, o candidato, pregunta: “MAESTRO ¿dónde vives? y JESÚS responde: “Venid y lo veréis” (Cf. Jn 1,38-39). El que ha preguntado es debido a la gracia que llegó a su corazón, y la consecuencia es “ir hacia JESÚS”: “venid y lo veréis”. En el capítulo segundo de san Juan hay dos mandatos: uno es dado por la santísima VIRGEN MARÍA, “haced lo que ÉL os diga” (Cf. Jn 2,5); y la obligación de preservar la Casa del PADRE como espacio sagrado (Cf. Jn 2,13-22). Los hombres en este mundo necesitamos espacios físicos destinados a DIOS. Esos lugares los debemos considerar como espacios sagrados, que nos anticipan el Cielo definitivo. Nosotros somos los que necesitamos de tiempos y espacios singulares en los que de forma objetiva se produzca alguna manifestación de DIOS. Los católicos somos los más afortunados en este sentido, pues tenemos templos en los que se encuentra JESÚS en la EUCARISTÍA. En el tercer capítulo, Nicodemo recibe una lección que es permanente para todos nosotros: “tienes que nacer de nuevo, o de lo ALTO” (Cf.  Jn 3,1ss). Por el Bautismo nacemos a una Vida que está escondida con CRISTO en DIOS (Cf. Col 3,3); pero es necesario renovarla incesantemente “volviendo al amor primero” (Cf. Ap 2,4-7). El examen de conciencia o “la renovación de la mente” (Cf. Ef 4,23) tiene que estar vigente en todo el camino por este mundo. En el encuentro con la samaritana, JESÚS identifica al discípulo y seguidor con el adorador “en espíritu -por el ESPÍRITU- y en verdad “ (Cf. Jn 4,23). El mandato está en aceptar la Gracia y el don del ESPÍRITU SANTO, por el que el espíritu del hombre puede adorar verdaderamente. Otro mandato a la samaritana también nos incumbe: ordenar la propia vida: “llama a tu marido, le dice JESÚS. Ella respondió: no tengo marido” (Cf. Jn 4,16-17). La adoración no es un angelismo, sino una actividad que compromete toda la existencia y se vuelve de primera necesidad, pues es la relación que el PADRE busca con sus hijos. El mandato de JESÚS al inválido recién curado es de una autoridad que sobrecoge: “no peques más, no sea que te ocurra algo peor” (Cf. Jn 5,14). JESÚS en el Evangelio de san Juan aparece con una  Majestad singular, que expande Misericordia Divina, pero no excluye advertir sobre la gravedad del pecado que acecha a los hombres. En el sexto capítulo encontramos las palabras de JESÚS sobre la EUCRISTÍA, que son capitales: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis Vida en vosotros”  (Cf. Jn 6,53). El compendio doctrinal del evangelio de san Juan sobre el PAN de VIDA no es algo metafórico, y constituye una revelación del SEÑOR que no se puede descuidar en lo más mínimo. Todo el proceso de la Redención revierte para nosotros en la EUCARISTÍA. ¿Qué hacemos con ELLA? La entrega máxima de JESÚS está en la Cruz, también en la EUCARISTÍA. ¿Nos resulta superflua esta entrega? ¿Se podía haber ahorrado el SEÑOR quedarse en la EUCARISTÍA? ¿Añade algo la EUCARISTÍA a nuestra vida cristiana? Otras palabras del Evangelio de san Juan merecerían ser consideradas de forma detenida, pues pertenecen al conjunto de mandatos de JESÚS para nosotros, que ponen a prueba nuestro Amor o adhesión por ÉL. Este evangelio debería ser de lectura frecuente para cada bautizado, porque nos descubre la interioridad del Corazón de JESÚS.

Un tiempo nuevo

“YO pediré al PADRE que os envíe otro PARÁCLITO, que esté con vosotros para siempre”. El ESPÍRITU de la VERDAD a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce, pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros” (v.16-17). La presencia humana del HIJO de DIOS tocaba a su fin. El modo humano de relacionarse con JESÚS iba a dar paso a una relación con ÉL en el ESPÍRITU SANTO. Básicamente la experiencia con el SEÑOR será interior. Los discípulos podían tener una cierta familiaridad con el ESPÍRITU SANTO al estar con JESÚS; por otra parte JESÚS había compartido con ellos la realización de signos y prodigios. Así en el capítulo diez de san Lucas, los discípulos vuelven muy contentos porque los espíritus inmundos se les someten (Cf. Lc 10,17). La recepción del PARÁCLITO será similar a la que sucedió con JESÚS, que “el mundo no lo recibió”; más aún, el mundo tratará de expulsarlo de la tierra de los vivos, arrancándolo de este mundo mediante la muerte en la Cruz. Se abre para los discípulos una fase nueva, pues la presencia del ESPÍRITU SANTO ya no será temporal, por un plazo determinado, sino que sus vidas podrán estar sumergidas en la acción misteriosa del PARÁCLITO para siempre, y eso comprende esta vida y la otra. JESÚS en unos versículos más arriba hablaba de encaminarse hacia la Casa del PADRE (v.6).

Un nuevo modo de estar

“No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque YO vivo y vosotros también viviréis” (v.18-19). JESÚS se aparecerá a los discípulos, porque era necesario dar muestras inequívocas de su misma identidad después de la Resurrección: pero los modos de presencia del RESUCITADO van a variar de forma notable. San Pablo ya no tiene el encuentro con JESÚS Resucitado de la misma forma que los otros Apóstoles (Cf. Hch 9). La experiencia cristiana para el encuentro con JESÚS no está sujeta a las formas de las apariciones narradas en los evangelios. JESÚS esta vivo: ÉL vive y dice ahora, que los suyos vivirán. La Nueva Vida espiritual que van a recibir es la prueba clara que el SEÑOR les da. El discípulo no se queda huérfano, pues el MAESTRO volverá; o mejor, desde cierto momento, el SEÑOR está llegando, ÉL es “el que viene” (Cf. Ap 1,7-8). La comunión espiritual establecida entre el discípulo y el MAESTRO está llamada a ser ininterrumpida.

Confirmados en la Gracia

“Aquel día comprenderéis que YO estoy en mi PADRE, vosotros en Mí y YO en vosotros” (v.20). La dificultad de los discípulos para entender la unión del PADRE y del HIJO expresada en los versículos anteriores (v.7-11). Esta inhabitación del HIJO y el PADRE en los discípulos se hace realidad por la presencia del ESPÍRITU SANTO. Este es el mayor don que el SEÑOR puede conceder al hombre en este mundo. Para que en determinado momento esta presencia de la TRINIDAD sea efectiva y objetiva, JESÚS la concreta en la EUCARISTÍA: “de la misma forma que YO vivo por el PADRE, el que me coma vivirá por MÍ” (Cf. Jn 6,57). La conjunción de la TRINIDAD en la EUCARISTÍA nos puede mover algo más a la adoración y al agradecimiento.

Meditar la Palabra

“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; el que me ame será amado de mi PADRE, y YO lo amaré y me manifestaré a él”  (v.21) Vimos más arriba algunos de los mandamientos que forman parte del evangelio de san Juan, que es el modo más alto de revelación del Amor de DIOS a los hombres. La Palabra de JESÚS se guarda con la meditación de la misma y su ejecución o realización. No basta la contemplación. Es verdad que se desistirá de la contemplación o meditación de la Palabra si no hay un intento, aunque sea pequeño, de llevar a término lo manifestado por JESÚS en su revelación. El PADRE se complace en todo aquel que escucha al HIJO y valora sus  palabras: “este es mi HIJO amado, escuchadlo” (Cf. Mt 17,5). El PADRE se complace en el HIJO y en todo aquel que escucha al HIJO con veneración y agradecimiento. Las palabras de la VIRGEN son idénticas: “haced lo que ÉL os diga” (Cf. Jn 2,5). Las palabras del PADRE y de MARÍA son coincidentes con respecto a JESÚS. Nosotros los discípulos tenemos el encargo de valorar las palabras del HIJO y darlas a conocer. Guardar las Palabras de JESÚS es equivalente en el Evangelio de san Juan a “permanecer en la Palabra” (Cf. Jn 15,7) que se repite de forma titánica en el capítulo quince. Cuatro verbos están íntimamente relacionados para hacernos entender la revelación del evangelista: ser, estar, permanecer y guardar. El ser lo entendemos como referente a la identidad. Estar con JESÚS pero no de manera momentánea, sino en la  continuidad de una permanencia. El discípulo recibe el Amor del MAESTRO por esta permanencia al acoger de forma activa la Palabra y la guarda como un tesoro en su corazón. La Palabra de JESÚS es buscada y guardada no para saber cosas ocultas y misteriosas, sino con el objeto de aproximarse e identificarse con ÉL. Las Palabras del MAESTRO no están vacías, son por otra parte “Espíritu y vida” (Cf. Jn 6). Dos mandamientos resaltan en el Evangelio de san Juan, a los que el discípulo ha de prestar máxima atención: el Amor al SEÑOR y a los hermanos (Cf. Jn 15); y el contenido sobre la unidad de los creyentes para dar eficacia a la evangelización (Cf. Jn 17). Lo revelado en estos capítulos es doctrina pendiente para cada cristiano en particular y la Iglesia en su conjunto.

San Pedro, primera carta 3,15-18

Vida y testimonio

“Dad culto a CRISTO en vuestros corazones, y siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra Esperanza” (v.15) Los consejos dados por el Apóstol en esta carta para adecuar el comportamiento personal a la condición cristiana dan como resultado un “corazón bien dispuesto que da culto a DIOS”; pues “los ojos del SEÑOR miran a los justos y sus oídos escuchan su oración” (v.12). Nada puede satisfacer más al creyente que ser escuchado por DIOS en quien se confía. La bendición y la paz viene siempre al corazón que agradecido da culto a DIOS. Así el cristiano puede dar razón de su Esperanza. Esta expresión es muy fecunda y la encontramos frecuentemente en reflexiones, comentarios y homilías, porque expresa muy bien el espacio cercano de la evangelización. Allí donde hay una reunión y se establece un diálogo, coloquio o debate, el que da culto a DIOS en su corazón, fácilmente esgrime argumentos con sentido que dan crédito a la Fe, la Biblia o Revelación, el tema siempre controvertido de la Iglesia, las promesas dadas en la Escritura o el testimonio sobre la persona misma de JESUCRISTO. Este versículo acota el auditorio a los que realmente tengan deseos de conocer cosas sobre la Fe o la propia postura personal en esas cuestiones.

Modo respetuoso

”Hacedlo con dulzura y respeto. Mantened la buena conciencia para que aquello que os echan en cara sirva de confusión a quienes os critiquen” (v.16). La defensa de las posturas religiosas se hace con tono vehemente en demasiadas ocasiones. Lo religioso alcanza las fibras profundas de la persona creyente, y a veces es difícil manejar distintos sentimientos: el ánimo de pretender convencer a los que tenemos en frente; una cierta indignación por algún aspecto que consideramos valioso y no está siendo así considerado según el propio parecer; a veces el argumento se pierde por la urgencia con que se presenta; no digamos si lo expuesto apela a peligros de condenación. El Apóstol hace estas recomendaciones de mesura y buena sintonía cuando nos encontramos en el círculo familiar o de amistad. El tono de JESÚS, que nos recoge los Evangelios varía según las circunstancias. JESÚS es paciente y escucha lo que le cuenta la samaritana (Cf. Jn 4), o el publicano Zaqueo (Cf. Lc 19,1ss); pero presenta un tono de indignación cuando declara los ayes dirigidos a “los escribas y fariseos” (Cf. Mt 23,1ss). La persona que está movida por el ESPÍRITU SANTO podrá adoptar en cada caso la forma idónea de relación, pues tal actitud escapa al control personal: “así  como el viento que oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni donde va; así es todo aquél que es nacido del ESPÍRITU” (Cf. Jn 3,8). En circunstancias difíciles está dada la promesa del SEÑOR: “no hagáis por preparar vuestra defensa, pues el ESPÍRITU os dará palabras que nadie podrá rebatir” (Cf.  Mt 10,19-20). Claro está, no es lo mismo la convivencia habitual con familiares y vecinos que el testimonio en circunstancias especiales. En cualquier situación siempre debemos sentirnos necesitados de la asistencia del ESPÍRITU SANTO para hacernos transmisores de una palabra oportuna y acertada.

Las contrariedades

“Más vale padecer por obrar el bien, que por obrar el mal” (v.17). A estas alturas, todos tenemos claro que las contrariedades, males, enfermedades o accidentes, forman parte de la vida que nos toca en este mundo. Hacemos bien en pedir con el Padrenuestro, que el SEÑOR nos libre del Malo y de los malos, pero uno y otros están en el escenario donde nos desenvolvemos. Lo importante es que, en estos casos, el Poder del SEÑOR los tenga controlados. Es de insensatos pretender estar bien en lo físico al cien por cien; o vivir en un nivel de satisfacción de permanente felicidad. Esto ni es humano ni posible. Por razón de la condición humana presente viviremos consolación y desolación, salud y enfermedad, éxito y fracaso, amistad y enemistad, entendimiento y desencuentro, alegría y frustración, placer y dolor, Fe y oscuridad, Amor a DIOS y desierto, paz interior y zozobra, Presencia de DIOS y soledad. Puede ser que el planteamiento no nos guste, pero con realismo no parece que haya otro. En todo caso, para los momentos duros vale la promesa: “venid a MÍ los que estáis cansados y agobiados, que YO os aliviaré” (Cf. Mt 11,28). La tormenta con JESÚS da paso a la bonanza con más rapidez.

Sufrimientos de CRISTO

“También CRISTO para llevarnos a DIOS murió una sola vez por los pecados, el JUSTO por los injustos, muerto en la carne y vivificado en el ESPÍRITU” (v.18). Para el cristiano la razón última de los sufrimientos por obrar el bien está en los sufrimientos y muerte de JESUCRISTO. La Fe que mira a la revelación ofrece una respuesta directa y satisfactoria cuando se está unido a JESUCRISTO. Las razones humanas dejarán siempre grandes lagunas sin contestar. ¿Por qué tienen que sufrir los niños que son maltratados, explotados y prostituidos? ¿Por qué sobreviene una enfermedad incurable o accidente a una persona que se esforzaba por hacer el bien a su alrededor?. El sufrimiento del justo y el inocente es un absurdo para lo que no encontramos respuesta cabal en lo humano; y tan sólo se nos ocurre decir, que las cosas son así y se deben aceptar, porque son las reglas del juego. DIOS eleva lo absurdo del sufrimiento del inocente a la categoría de misterio Divino, pues el sufrimiento y la muerte fueron asumidos por JESUCRISTO, que murió por todo y cada uno de nosotros; y nos ha dicho que su muerte y sufrimientos han pagado todas nuestras culpas y pecados. Si aceptamos este pago, a nosotros nos toca contribuir con una pequeña cantidad de carácter testimonial y todo quedará saldado y resuelto. Ahora la pregunta por el mal, la muerte y el sufrimiento tenemos que formularla al propio JESUCRISTO, pero mucho me temo que no va a satisfacer gran cosa la mera curiosidad.

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