«Son todo mentiras«, «destruí mi cuerpo«, «no podía soportarlo«, «nadie me dijo que sería tan horrible«… Muchos dicen que el creciente fenómeno de la «detransición» o vuelta a la apariencia sexual biológica tras haber iniciado el cambio de género es en sí misma un mito o está rodeada de mentiras. Sin embargo, los protagonistas hablan. Y cada vez más alto: son conocidos como «detransitioners«, de los que hemos publicado decenas de casos, todos ellos arrepentidos de haber comenzado el proceso. Y en ocasiones, de haberlo llevado a término.
Stonewall, una de las principales organizaciones en defensa de la ideología trans y el cambio de género, es también la encargada de difundir que «la detransición no significa en sí misma arrepentimiento». Pero la realidad es que la mayoría de los «detrans» no luchan por regresar -a veces sin éxito- a su apariencia sexual biológica por un cambio de orientación, sino por la convicción de que fueron engañados en el proceso, mal diagnosticados o, en los peores casos, dañados con consecuencias irreversibles.
Muestra de ello es uno de los artículos publicados por el New York Post, que trata de responder al incremento de jóvenes y adolescentes «detrans» arrepentidos con varios ejemplos reales de perjudicados, así como de autoridades médicas al respecto.
Es el caso de Chloe Cole -hoy de 17 años- a quien entrevistó el Post sobre su experiencia como transgénero desde los 12. Un año después se sinceró con sus padres y le recetaron bloqueadores de la pubertad y testosterona; con 15 le extirparon los pechos mediante una mastectomía y a los 16 comenzó a ser parcialmente consciente de que había cometido un error.
«No puedo callarme: necesito hacer algo»
Hoy no solo lucha desesperadamente contra los cambios producidos en ella por las hormonas, bloqueadores e intervenciones, sino también contra el lobby que le introdujo en ese mundo sin advertirle de las consecuencias.
«No puedo quedarme callada. Necesito hacer algo al respecto y compartir mi propia historia como advertencia», relata.
El doctor Anderson, dedicado a la psicología especializada en género, sexualidad e identidad, alerta en primer lugar de los malos y apresurados diagnósticos médicos sobre la comunidad trans. El mismo se define como transgénero -se presenta como Erica- pero ello no le ciega para observar una realidad. «El enorme aumento en el número de adolescentes que afirman su identidad trans desafía toda explicación. Está sucediendo algo que aún no entendemos«, escribió en su Twitter a mediados de junio.
En este sentido, también transmitió al NYPost su preocupación por el tratamiento en sí mismo. “Me preocupa que el auge de los detransitioners sea el reflejo de algunos jóvenes que han realizado su viaje de género muy, muy rápido”, dijo.
También que algunos médicos puedan estar renunciando a la medicalización como remedio para otros factores personales o de salud mental previos. “Cuando otros problemas importantes para un niño no se abordan por completo [antes de la transición], los profesionales médicos están fallando a los niños”, denunció.
Instagram o Tumblr, factorías de disforia de género
La misma joven de 17 años remarca la importancia que tuvieron las redes sociales en su convicción de ser una persona transgénero nada más abrirse una cuenta de Instagram con 11 años.
«Empecé a estar expuesta a mucho contenido LGBT. Vi cómo las personas trans obtuvieron [en internet] una cantidad abrumadora de apoyo y la cantidad de elogios que recibieron me dijo algo, porque [en ese momento] no tenía muchos amigos». Influida por «los ideales de belleza» transmitidos en redes sociales, Chloe se preguntó si había «algo mal» en ella y empezó a estar convencida de que no era lo suficientemente guapa para ser una niña. «Sería mejor como un niño», pensó.
Chloe Cole después (izquierda) y antes (derecha) de comenzar su «cambio de género»: recuerda con miedo como perdió órganos y denuncia el activismo en redes sociales de los partidarios de género para convencer de que la disforia es la causante de los problemas en jóvenes y adolescentes.
Su mayor miedo, no poder ser madre
Del mismo modo, denuncia con Anderson que muchos casos como el suyo están «siendo derivados de inmediato a tratamientos médicos [con consecuencias] irreversibles, cuando podemos centrarnos en impulsar a estos niños para que no odien sus propios cuerpos».
El término «de inmediato» no es metafórico. A lo largo de todo su proceso de transición, obtuvo «la vía rápida» para conseguir los bloqueadores de pubertad o la mastectomía. “Todos los especialistas siguieron el modelo afirmativo [de género], no hubo mucho control durante todo el proceso de transición. Todos los profesionales parecían impulsar la transición, así que pensé que era el único camino para ser feliz”, recuerda.
Sin embargo, el resultado no fue lo que esperaba. «El sistema me falló. Literalmente, perdí órganos«: la testosterona alteró toda su estructura ósea, afiló su mandíbula y ensanchó sus hombros. Tuvo que enfrentar el aumento del bello corporal y facial y a día de hoy tiene una gran cicatriz en el pecho que le recuerda el momento en que le extirparon los senos. “La recuperación fue un proceso muy gráfico y para lo que no estaba preparada. A veces ni siquiera podía soportar mirarme a mí misma. Me daba náuseas».
Por ahora, su mayor temor es la fertilidad, pues le gustaría tener hijos pero desconoce los efectos adversos que la testosterona puede haber tenido en sus óvulos. Su futuro «es incierto» y, pese a que está haciéndose pruebas con médicos, admite «estar a oscuras» en este sentido.
Más abajo puedes ver el documental «Transformados», donde especialistas y víctimas de la ideología LGBT cuentan su experiencia.
El precio a pagar por ser blanca y heterosexual
El caso de Helena Kerschner es la confirmación palpable de algunos de los aspectos pronunciados por Cole, especialmente el de cómo sin haber tenido nunca en su vida ningún problema de identidad sexual, las comunidades online y los «especialistas» le indujeron para tomar esta decisión. Y como ella, los casos se cuentan por miles: solo entre 2009 y 2019, los niños derivados a transiciones de género en Reino Unido aumentaron un 1000% en el caso de hombres biológicos y un 4.400% en el de mujeres.
Ella es una «detrans» de 23 años que desde los 14 pasó una temporada «aislada» y sin muchos amigos, por lo que recurrió a internet, donde creyó sentirse aliviada al ser acogida por una nueva comunidad: «Mi disforia fue causada por ellos. Nunca pensé en mi género o tuve ningún problema con ser una niña antes de [conocer la red social] Tumblr».
«Había mucha negatividad en torno a ser una chica heterosexual, blanca y cisgénero (en la retórica LGBT, cuando sexo y género coinciden) y me tomé esos mensajes muy personalmente», recuerda.
Según una encuesta realizada por la Dra. Lisa Littman a jóvenes detrans, el 40% dijo que su disforia de género fue condicionada por otros problemas mentales y el 62% sintió que los profesionales médicos no investigaron si el trauma fue un factor en sus decisiones de transición. El de Helena es uno de estos casos.
“Mi disforia chocó con mis problemas de depresión e imagen”, recordó Helena. “Llegué a la conclusión de que nací en el cuerpo equivocado y que todos mis problemas en la vida se resolverían si hacía la transición”, confiesa.
No fue así. Poco después de comenzar la transición, sufrió continuos episodios de inestabilidad emocional que culminaron en dos ingresos hospitalarios por autolesiones. Al ser consciente, en el hospital, de su cambio, fue consciente de su error. «Vi un montaje de fotos mías, y cuando vi cuánto cambió mi rostro y lo infeliz que me vio, me di cuenta de que todo esto estaba mal y que no debería haberlo hecho. Fue una época realmente oscura».
También denuncia su sorprendentemente fácil acceso a la testosterona: solo tuvo que pedirla en Planned Parenthood y le dieron cuatro veces más que la dosis inicial en menos de una hora y sin consulta médica. Entre los principales efectos secundarios de la testosterona, pueden variar desde el colesterol alto y enfermedades cardiovasculares hasta diabetes, coágulos sanguíneos e incluso la infertilidad.
Chloe, Helena y tantos otros casos son, el ejemplo de que «las transiciones son cada vez más jóveves y adecuadas», según Marcus Evans. El fue director clínico en Tavistock, la famosa clínica británica que dirige la mayoría de cambios de género británicos, y antes de dejar su puesto en 2019 ya denunció que los niños «vulnerables» eran llevados a «rápidas soluciones» para «recibir un tratamiento del que bien podrían arrepentirse».
Y así sucede: según los estudios, en torno al 80% de los niños con disforia acaban aceptando su género biológico.