Tenían que haber visto las caras de la gente que estaba en misa cuando anuncié el domingo pasado un rosario para hombres en la ermita de Braojos ayer sábado a las 10 h. Escepticismo con su punto de cachondeo.
Esto es partir de la derrota: no va a venir nadie, no merece la pena, a la gente no le van esas cosas… Vamos por partes.
No va a venir nadie. O sí. Ya se verá. Lo que tengo claro es que en un templo cerrado, sin actividad, sin una sola convocatoria, efectivamente no irá nadie. Si se abre, si se convoca, si se tocan las campanas irán o no irán, pero al menos cabe la duda. Si permanecen cerrados los templos, si asumimos la derrota antes de comenzar, mal negocio. No va a venir nadie. O sí. Al menos uno: un servidor, y en caso de duda con el Socio, para que no puedan decir que no me acompañó ni un perro.
No merece la pena. ¿Por qué lo tenemos tan claro? Aunque no fuera nadie, un templo abierto, una campana quer suena y un sacerdote rezando merecen la pena por el testimonio y porque la oración siempre es valiosa.
A la gente no le van esas cosas. O sí. Pero es igual. La labor pastoral se saca adelante no basándonos en lo que a la gente le va o le deja de ir, sino en lo que Dios quiere y espera de nosotros. No tengo personalmente duda de que a Dios le agradan el encuentro de la comunidad, la oración, la práctica sacramental. Estoy convencido de que el rezo del rosario es un arma poderosísima para crecer en la fe y avanzar por los caminos de la santidad. Y todo esto, le vaya a la gente más o menos. Y si no les va, será momento de explicar las cosas, de predicar, para que sepan valorar lo realmente importante.
El caso es que tuvimos la osadía de convocar un rosario para hombres en Braojos, en una ermita situada a 80 km. de Madrid y en un pueblo con doscientos empadronados. Mis cuentas, contando alguna persona de un pueblo cercano, me hacían pensar en que al menos estaríamos cinco o seis. Nada mal. En Madrid, en la Plaza de la Villa, se juntaron hace unas semanas casi trescientos. Tres o cuatro en Braojos era superar con mucho el porcentaje. El caso es que lo anuncié y además con almuerzo final por la cosa fraterna.
Sábado. A las 9, servidor en la ermita. De repente, a las 9:30, aparecen cuatro hombres en un coche. Unos minutos después, otros cuatro. Luego un coche, otro coche… Al final, veintidós hombres rezando el rosario en una ermita perdida en la Sierra Norte de Madrid.
Pues eso. No vendrá nadie, a quién le va a interesar, la gente quiere otras cosas. Pues sí. Veintidós. Y con ganas de más.