Un ensayo del filósofo suizo Martin Rhonheimer refuta las acusaciones vertidas últimamente sobre el Papa emérito. Señala que se debe precisamente a Ratzinger el que la Iglesia, tras un doloroso proceso de aprendizaje, haya asumido un papel pionero en la lucha contra los abusos.
Tras la presentación, el 20 de enero, del informe sobre abusos sexuales en la diócesis de Múnich, desde diversos medios se lanzó lo que Mons. Georg Gänswein denominó una campaña de desprestigio contra Benedicto XVI. En el núcleo de las acusaciones vertidas contra el Papa emérito estaba una simple cuestión: al preguntarle el bufete de abogados WSW, autor del citado informe, si había estado presente en una determinada reunión en enero de 1980, Benedicto respondió que no, cuando había pruebas de que sí había asistido. Aunque el 8 de febrero el Papa emérito escribió una carta excusándose por lo que había sido un error de transcripción –un informe de cuatro colaboradores de Benedicto explicó con pelos y señales cómo se había producido tal lapsus–, en Alemania se alzaron acusaciones de que había mentido, e incluso de que, en su época de arzobispo de Múnich, entre 1977 y 1982, había encubierto a sacerdotes acusados de cometer abusos sexuales.
Ahora, el teólogo suizo Martin Rhonheimer –antiguo catedrático de Ética y Filosofía Política en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma) y cofundador y actual presidente del Austrian Institute of Economics and Social Philosophy de Viena, donde reside– acaba de publicar un certero análisis en el diario alemán “Die Welt”. Afirma que, si el Papa emérito “sigue siendo hoy en día el blanco de críticas”, es “porque sus adversarios quieren destruir precisamente lo que representa el nombre de Joseph Ratzinger: su legado teológico” pues la teología de Joseph Ratzinger, “que inspiró a gran número de creyentes y acercó a innumerables personas a la Iglesia, es desde hace tiempo una espina clavada en la teología universitaria alemana, rebosante de arrogancia y engreimiento nacional, y cuyos efectos pastorales han vaciado las iglesias”. Su “intento de destruir la reputación del teólogo Joseph Ratzinger al final de su vida” se une a medios de comunicación “no necesariamente afines a la Iglesia”.
Para Rhonheimer, lo que él denomina “narración de los adversarios” del Papa emérito procede fundamentalmente de Hans Küng quien, en 2010 y en una carta abierta, le acusaba de crear un “sistema mundial de encubrimiento de los delitos sexuales del clero, controlado por la Congregación para la Doctrina de la Fe del cardenal Ratzinger”. Küng se refería principalmente a la carta que el entonces Prefecto de esa Congregación envió en 2001 a los obispos para someter los casos de abusos bajo el “secreto pontificio”. Como recuerda ahora, el propio Martin Rhonheimer contestó poco después:
“Gracias precisamente a esa disposición, los obispos están obligados a comunicar al Vaticano los casos de abusos, evitando así un posible encubrimiento”.
Además:
“El secreto pontificio se refiere a otra cosa –y Küng lo sabe perfectamente–: al proceso eclesiástico, en el que se trata de penas eclesiásticas o una eventual relegación al estado laical. La razón del secreto durante el proceso es únicamente la protección de víctimas y acusados”. Que se introdujera para encubrir –dice Rhonheimer– es una “afirmación maliciosa”.
El autor afirma que efectivamente existió y sigue existiendo un “sistema de encubrimiento”, pero “que se quiera ahora desviar la atención hablando de un ‘sistema Ratzinger’ es asimismo sistemático”, pues lo utilizan los opositores de Ratzinger, esos mismos que, a raíz del escándalo de los abusos, tratan de cambiar la Iglesia en Alemania. “No pocos de los responsables de los escándalos en Múnich y otros lugares, como obispos, se cobijan ahora defendiendo a ultranza el ‘camino sinodal’ y sus utópicas promesas de ‘reforma’”.
Rhonheimer recuerda que cuando, en la década de 1980, comenzaron a darse a conocer abusos sexuales en Estados Unidos, en el Vaticano era responsable la Congregación para el Clero, preocupada principalmente de proteger a los sacerdotes. Fue precisamente el entonces cardenal Ratzinger quien retiró esa competencia para trasladarla a la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que era Prefecto desde 1982: lo que antes era una “concesión” a los sacerdotes que solicitaban ser relegados al estado laical se convirtió así en una medida penal.
El autor cita también la “Carta circular para el tratamiento de los casos de abuso sexual hacia menores por parte de clérigos” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 3 de mayo de 2011, cuando Joseph Ratzinger era ya Papa:
“El abuso sexual de menores no es solo un delito canónico, sino también un crimen perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieren en los diversos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, sin perjuicio del foro interno o sacramental, siempre se siguen las prescripciones de las leyes civiles en lo referente a remitir los delitos a las legítimas autoridades”.
Por esto –concluye Martin Rhonheimer– no es cierto lo que dicen sus detractores: “Joseph Ratzinger/Benedicto XVI no creó un sistema de encubrimiento eclesial; fueron obispos individuales los que fracasaron, a pesar de todos los esfuerzos de Ratzinger”. Precisamente, de lo que le acusaba Hans Küng en 2010 “fue, en realidad, el pistoletazo de salida hacia una nueva cultura eclesiástica para tratar los casos de abusos”.
Rhonheimer denomina “largo y doloroso” el proceso de aprendizaje que tuvo que pasar la Iglesia –con la presión, “necesaria y saludable” de la opinión pública, pero sobre todo de las asociaciones de víctimas– para llegar a asumir hoy en día en este campo, si bien tras largas omisiones, un papel pionero. “Esto se debe agradecer a Joseph Ratzinger, quien empezó a limpiar los establos de Augías”.
Sobre esta cuestión, resulta de interés la lectura de este artículo del Secretario del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, Mons. Juan Ignacio Arrieta, sobre la influencia del cardenal Ratzinger en la reforma del sistema penal canónico; versión española.
El artículo de Martin Rhonheimer se publicó, en alemán, en “Die Welt”.