La víctima: Benedicto XVl es una voz incómoda para quienes quieren cambiar a la Iglesia y complacer al ‘mundo mundano’

ACN
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Lo atacan porque él sí se atreve a señalar los errores de los hombres.

 

El “mundo mundano” siempre ha aborrecido a Benedicto XVI, el cual nunca ha dejado de suscitar ataques contra él. Pero parece que sigue siendo “incómodo” incluso después de su renuncia. Si no fuera así sería inexplicable el modo con el que se ha visto implicado en el hecho relativo a los casos de pedofilia en la historia de la Iglesia alemana desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, con la acusación de haber dedicado escasa atención a cuatro episodios de pedofilia que se remontan a la época en la que era arzobispo de Múnich, de 1977 a 1982.

 

Muchos han buscado una explicación ante este ensañamiento contra un pastor ultranonagenario que vive retirado como un cartujo, manso como siempre ha sido, que nunca ha utilizado su profunda cultura para burlarse o humillar a sus adversarios, también en la fe, sino que siempre ha buscado un diálogo paciente, dirigido a la búsqueda de la verdad y, por ende, nunca irenista sino siempre correcto, educado, sin forzamientos ideológicos. Algunos han creído ver en este “sacar a relucir a Ratzinger” un verdadero ataque a la Iglesia procedente desde el exterior y favorecido en su interior por pastores como los que están llevando a cabo el sínodo de la Iglesia alemana, convencidos de que la única respuesta posible a los ataques del mundo sea hacerlos propios al menos en parte, con la esperanza de conseguir para la Iglesia un espacio de supervivencia en un panorama hostil. No es una novedad. Las llamadas “herejías blancas”, que eligen permanecer en la Iglesia para cambiarla desde dentro, de hecho para “mundanizarla”, ya han intentado esta estrategia. Lo intentó el jansenismo en el siglo XVIII y, sobre todo, el modernismo a principios del XX.

 

Ceder algo, no decir toda la verdad para seguir vivos o, por lo menos, intentarlo. De hecho, se trataba y se trata de una falta de esperanza, la teologal, pero también de la esperanza humana, que en las situaciones más dramáticas y difíciles no se olvida de la cercanía de la Providencia.

 

La lectura correcta del Concilio

 

Ratzinger nunca ha sido así. Su vida y su extraordinaria producción doctrinal, pero sobre todo su magisterio pontificio, demuestran que él siempre ha intentado conjugar reformas y continuidad para hacer más accesible al hombre contemporáneo la única Verdad que salva. Esta posición le llevó a ratificar definitivamente, con toda la autoridad del magisterio petrino, en el célebre discurso a la curia romana del 22 de diciembre de 2005, que la lucha entorno al Concilio Vaticano II tenía que terminar porque la única lectura verdaderamente católica es “‘la hermenéutica de la reforma’, de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia”. Esto porque “la hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar”.

Siempre ha buscado, en la misma perspectiva, no infravalorar el enorme alcance del escándalo de la pedofilia clerical. Un pecado que grita venganza al Cielo porque ha sido cometido por quien se aprovecha del hábito clerical para embaucar a los niños que se fían del sacerdote. Ratzinger ha sido la persona que ha impreso en la Iglesia una actitud de atención especial y de petición de perdón respecto a las víctimas de los abusos y sus familias. Es lo que hace un buen padre, que no mira a otro lado cuando son sus hijos los que cometen los delitos. Sin embargo, al mismo tiempo, el buen padre no puede aceptar que el “mundo” se aproveche de estos comportamientos infames para acusar a toda la Iglesia y para invitarla a que haga cambios radicales en la dirección del “pensamiento mundano”, como hizo, por ejemplo, Gad Lerner el 26 de enero en el Fatto quotidiano y como, por desgracia, hace una parte de los pastores, sobre todo en Alemania.

 

En 2019, el ya entonces papa emérito Benedicto XVI escribió un texto en vista del encuentro del papa Francisco con los responsables de las Conferencia Episcopales del mundo para reflexionar sobre la crisis de fe y de la Iglesia tras la difusión de las noticias de los abusos cometidos por sacerdotes contra menores. Estos Apuntes reconstruyen el porqué y el cómo la pedofilia se convirtió en un fenómeno aceptado y practicado en el contexto de una revolución cultural, la del 68, que tenía en el componente sexual un aspecto importante. Esa revolución penetró también en la Iglesia, sobre todo en los seminarios, con el resultado de cuestionar la teología moral basada en el derecho natural. Las consecuencias han sido devastadoras también por culpa de muchos pastores, que no quisieron ver y contrarrestar esta deriva relativista.

 

No solo escándalos y pecados

 

Pero la Iglesia no puede reducirse a los escándalos y pecados de sus hijos, insiste con fuerza Ratzinger en sus Apuntes, porque la fidelidad y el amor por la gloria de Dios de muchos católicos siguen siendo firmes y están presentes en la vida de la propia Iglesia.

Precisamente a causa de esta posición caracterizada por el et-et, es decir, del esfuerzo de combatir todos los errores que afectan a la Iglesia, es decir, no responder a un error ideológico con el error opuesto, como es el caso de la interpretación del Concilio, el papa Ratzinger siempre ha sido atacado por el “mundo” como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como pontífice y como papa emérito. Si alguien tiene la paciencia de leer el capítulo “Desmundanización” de la biografía de Benedicto XV escrita por Peter Seewald (Benedicto XVI. Una vida), descubriría cómo el sistema de los medios de comunicación orquestó el ataque al papa y lo difícil que ya era entonces la relación de Ratzinger con la Iglesia alemana, de la que provenía y a la que conocía muy bien.

Por consiguiente, también en este caso, et-et: que los católicos pidan perdón a las víctimas por los delitos de sus hermanos, como nos enseñó san Juan Palo II en el gran Jubileo del 2000, pero que no acepten nunca la presión del “mundo mundano” que quiere transformar a la Iglesia porque sabe que el cuerpo de Cristo es el único obstáculo al suicidio de la civilización occidental. Y amando la Iglesia católica, recuerden no dividirla, obedeciendo a su magisterio perenne, como enseña el propio Ratzinger, que concluye sus Apuntes dando gracias al papa Francisco “por todo lo que hace para mostraros continuamente la luz de Dios, que tampoco hoy ha declinado. Gracias, Santo Padre”.

 

 

Publicado por Marco Invernizzi.

Tempi

Traducido por Verbum Caro

para InfoVaticana-

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