Hablar de «feministas radicales» sugiere implícitamente que existen feministas «no-radicales». Pero ¿existen realmente? ¿Hay un feminismo moderado? Scott Yenor, estudioso del movimiento y profesor de Ciencia Política en la Boise State University de Idaho (Estados Unidos), acude a los inicios y expone en The Public Discourse cómo se plantearon las distintas corrientes en sus ideólogas más características.
¿Es posible un feminismo moderado?
El feminismo es el movimiento político más influyente y exitoso de los últimos sesenta años. Y Betty Friedan fue la feminista más famosa e influyente de América, como demuestro en mi ensayo Betty Friedan and the Birth of Modern Feminism [Betty Friedan y el nacimiento del feminismo moderno]. Los puntos de partida teóricos de Friedan hicieron insostenible el feminismo moderado que ella, a veces, parecía abrazar. Como resultado, han sido sus hermanas radicales quienes han caracterizado el movimiento de las mujeres.
Los objetivos de las autoproclamadas feministas radicales como Kate Millett, Shulamith Firestone y Simone de Beauvoir dieron lugar a una revolución, aún en curso, en la vida humana. Las feministas radicales afirman que las diferencias entre los hombres y las mujeres son un constructo social, y que la persistente disparidad entre los dos sexos tiene su origen en la discriminación. El objetivo de la reforma feminista radical es, por lo tanto, deconstruir el mundo del patriarcado (incluyendo el fin del matrimonio y la abolición de la familia) para que surja un mundo de autodeterminación.
La mística de la feminidad de Friedan (1963), su fundación de la National Organization of Women [Organización Nacional de Mujeres] y su activismo en favor del derecho al aborto dan testimonio de su compromiso radical. En la práctica, sin embargo, evitó llevar sus principios radicales a su conclusión lógica, aconsejando un enfoque moderado y razonable al avance de los ideales feministas. Pero Friedan nunca abandonó sus principios radicales, y sus llamamientos a la moderación fueron aplastados por los que luchaban de manera más coherente y honesta por la autodeterminación y la eliminación del género. Un feminismo moderado factible debe respetar algunas diferencias sexuales y reconocer la importancia de los límites humanos: dos cosas que Friedan nunca hizo totalmente.
Betty Friedan (1921-2006): su moderantismo era solo estratégico, para no asustar a las mujeres con las reivindicaciones feministas más radicales.
El feminismo radical de Friedan
Según Friedan, las mujeres deben trabajar fuera de casa para ser seres humanos realizados y completos, y para tener una identidad sana. En el pasado, las mujeres habían vivido según la «mística de la feminidad», es decir, una serie de creencias y opiniones que dirigían a las mujeres hacia la plenitud en la vida familiar y las profesiones vinculadas con la atención y el cuidado de los demás. «El único tipo de trabajo», escribe Friedan, que permite a una mujer «realizar sus habilidades plenamente y alcanzar su identidad en la sociedad» es «un compromiso perenne con algún tipo de arte o con la ciencia, la política o una profesión». Se puede elegir la maternidad, pero sólo después de que la mujer sea plenamente humana tras perseguir sus ambiciones profesionales, alcanzar la independencia y luchar en un trabajo creativo propio.
Las hermanas más radicales de Friedan llevaron su postura contra la maternidad y en favor de la autodeterminación e independencia de la mujer a sus conclusiones lógicas. La obra de Shulamith Firestone La dialéctica del sexo (1970), el libro más radical de las feministas radicales, sigue la lógica e inspiración de Friedan hasta llegar a la abolición de la familia. Después de leer el libro de Firestone, Simone de Beauvoir, la madre fundadora del feminismo radical e inspiradora de La mística de la feminidad de Friedan, estaba convencida de que su obra El segundo sexo (1949) no había ido lo suficientemente lejos. «Ahora creo que la familia debe ser abolida», escribió Beauvoir en 1972.
Firestone identificó las causas que habían relegado a las mujeres a ser lo que ella denominaba ciudadanos de segunda clase. Esto la llevó, a ella y a sus hermanas radicales, a criticar el amor y el sexo. El amor, escribió Firestone, había sido el «eje de la opresión femenina» porque implicaba la dependencia de las mujeres de los hombres. El «corazón de la opresión de las mujeres» es su papel en «la maternidad y la crianza de los hijos». Emanciparse del ideal moral del amor y de las realidades biológicas del sexo que culminan en la maternidad es necesario para liberar a las mujeres.
Según Shulamith Firestone (1945-2012), había que liberar a las mujeres de ser amadas.
Firestone no elude lo que esto significa. La reproducción tendrá que ocurrir fuera del cuerpo (por ejemplo, con la clonación) para que las mujeres sean libres. La crianza de los niños tendrá que ser colectivizada para que las mujeres puedan por fin liberarse de las obligaciones de la maternidad. El sexo tendrá que estar separado de la procreación, realizado sólo por placer. Y tendrá que estar separado también del amor.
Las bases de los objetivos de Firestone los encontramos en La mística de la feminidad de Friedan. Los hombres no aman a las mujeres necesitadas, y las mujeres que aman caen en una trampa. «Según los principios de la mística femenina, la existencia humana de una mujer está en peligro incluso si ella se ha realizado en su papel de esposa y madre». Una vida centrada en la maternidad es para las mujeres «una infantilización continua», «una muerte en vida» y un «horror», por lo que la madre y esposa está «cometiendo una especie de suicidio». Este papel está «enterrando vivas a millones de mujeres americanas». Friedan llega incluso a afirmar que «las mujeres que se ‘adecuan’ al papel de amas de casa, que crecen deseando ser sólo ‘un ama de casa’, corren el mismo peligro que los millones de personas que murieron en los campos de concentración, y los millones más que se negaron a creer que los campos de concentración existían».
La mística de la feminidad fue un libro radical y revolucionario. Friedan abarcó, de una forma u otra, los tres objetivos con los que Kate Millett, en Política sexual (1970), etiqueta la revolución sexual. Friedan buscaba (1) acabar con la sociedad patriarcal y construir un mundo andrógino; (2) establecer la total independencia económica y emocional de la mujer (y tal vez de los niños) respecto a la familia y (3) acabar con los tabúes sexuales.
El feminismo moderado de Friedan
Menos de cinco años después de escribir La mística de la feminidad, Friedan empezó a centrarse en poner en práctica la revolución. Cuando ayudó a crear la Organización Nacional de Mujeres, Friedan escribió una serie de artículos criticando el feminismo radical de Firestone, Millett y otras. Según ella, estaban conduciendo al movimiento a un callejón sin salida en cuestiones de reproducción, sexualidad y matrimonio. Esto la llevó a abrazar dos formas de feminismo moderado: una forma «no aún» y una forma recortada. Ninguna de las dos se podía sostener.
Kate Millett (1934-2017): su radicalismo podía hacer políticamente inútiles las reivindicaciones feministas, según Friedan.
Respecto a la reproducción artificial, por ejemplo, Friedan la llamaba una «discusión abstracta» que no hace «ningún bien» porque la transformación del cuerpo no es posible aquí y ahora. «No me hablen a mí de tubos de ensayo», escribió en su ensayo sobre las trampas ideológicas para las nuevas feministas. «Debemos afrontar el hecho vital -como hecho temporal en la vida de la mayoría de las mujeres hoy- de que las mujeres dan a luz a sus hijos… y desafiar la idea de que la función principal de las mujeres es criar a sus hijos«. Esto no es un «no» a la clonación, sino más bien un aún-no, una cuestión de estrategia y de lo que es posible hacer para ayudar a la liberación de las mujeres ya.
Según el punto de vista de Friedan, el radicalismo implícito en la posición feminista impediría la construcción de una coalición mayor para perseguir los derechos de las mujeres. «Si definimos nuestro movimiento en términos contrarios al amor y a los hijos, no conseguiremos el apoyo de las mujeres y la ayuda necesaria para aumentar el número de hombres que pueden identificar su liberación con la liberación de las mujeres». Este radicalismo tiende a «inmovilizar el movimiento políticamente», dirá, con preocupación, Friedan. Pero con más gente adoptando una nueva actitud, algún día el movimiento podrá realizar sus sueños más radicales.
En la misma línea, a Friedan se le pidió que hiciera una entrevista a Beauvoir a principios de los 70, una entrevista que pasó muy desapercibida. Beauvoir había abrazado el radicalismo de Firestone. «No se debería permitir que ninguna mujer se quede en casa criando a sus hijos«, afirmó Beauvoir por miedo a que muchas mujeres eligieran hacer esto. «Mientras la familia y el mito de la familia y el mito de la maternidad no sean destruidos… las mujeres seguirán estando oprimidas».
Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Simone de Beauvoir (1908-1986), una pareja de comunistas que marcó ideológicamente la izquierda de postguerra y del 68. Tal para cual: él ensalzaba a Stalin, ella quería prohibir que una mujer pudiese quedarse en casa criando a sus hijos.
El afecto entre las dos mujeres se acabó aquí. Friedan no podía apoyar la propuesta de Beauvoir, que parecía exigir la separación forzosa de madres e hijos. Algunas de las objeciones de Friedan eran de tipo práctico. «Por ahora, políticamente», dijo preocupada Friedan, sería imposible forzar a las mujeres a abandonar la maternidad, porque «apenas tenemos centro de atención de niños en los Estados Unidos». Además, la propuesta de Beauvoir se enfrentaba a la «tradición de libertad individual de América». Este no es un feminismo moderado del tipo «aún no».
Entonces, Freidan sugirió que era posible que el feminismo estuviera yendo demasiado lejos. Concluyó: «Yo nunca diría que todas las mujeres deben dejar a sus hijos en los centros de día de atención a la infancia». Dedicar tiempo y energía a la maternidad podía bien ser una elección deseable para algunas mujeres; claro está, siempre que no fuera en detrimento de su carrera profesional. Friedan pensaba que «la maternidad es más que un mito» y que «no es ni bueno ni necesariamente deseable criticar todos los valores de la maternidad, siempre que una mujer pueda elegir». La maternidad podría ser una parte subordinada de una vida satisfecha. Esta es su forma recortada de feminismo moderado.
Más adelante siguió defendiendo esta postura reducida de alabanza de la maternidad. Cuando en una entrevista le preguntaron si era aceptable que las mujeres midieran su éxito sólo en base a la familia, Friedan respondió: «Por supuesto, siempre que responda a las necesidades de la mujer y, también, de la familia».
Friedan también era reacia, en sus últimos trabajos, y en su vida como activista, a sostener que el abrazo común del amor y los hijos fueran únicamente reliquias trasnochadas de una era patriarcal. En un entrevista de 1970 a la revista Social Policy, Friedan criticó la «política sexual». Su crítica era en parte estratégica y reflejaba la preocupación de que una postura contraria al amor y a los hijos, y el odio al hombre, provocara el distanciamiento de la extensa franja de la clase media americana. Su inquietud parecía tener un fundamento: «Creo que el amor y el sexo son reales y que las mujeres y los hombres tienen una necesidad real de amor e intimidad que parece estar mejor estructurada en las relaciones heterosexuales». Cuando el feminismo negó que la intimidad y el amor fuesen necesidades humanas reales, Friedan se enfrentó a esta postura.
Estas parecen posiciones moderadas, pero el radicalismo está escondido en su interior. En sus primeros trabajos afirmó, por ejemplo, que la maternidad sola nunca podría satisfacer las necesidades de las mujeres. Por lo que yo sé, Friedan nunca sugirió claramente que la maternidad podía ser la joya de la corona de una vida satisfactoria. Las necesidades de identidad ponen en peligro el amor dependiente y el sacrificio que son la base del matrimonio y de ser padres. Los principios radicales de Friedan socavan estas experiencias, por mucho que ella pretendiese retrasar o suavizar sus aplicaciones más brutales. Parece ser que se mantuvo fiel a sus principios originarios, pero rehusó llevarlos a su conclusión lógica. No es una posición sostenible.
A medida que formas más radicales de feminismo se filtran en la corriente dominante americana, el feminismo moderado, o se ajusta al radicalismo con una actitud de «aún-no», o recorta sus principios radicales y susurra «hasta aquí llegamos, pero no más lejos».
Hacia un feminismo moderado
Las feministas actuales suelen callar sus objetivos radicales, o porque los ignoran o porque es mejor silenciarlos. Un feminismo realmente moderado debe cuestionar los principios radicales que Friedan y sus hermanas utilizaron para justificar el feminismo y construir una bases diferentes.
La prueba para las feministas realmente moderadas es si están dispuestas a actuar contra las feministas radicales cuando éstas amenazan bienes humanos importantes como la felicidad, la maternidad y el amor; es decir, si están dispuestas a identificar a los los enemigos que tienen a la izquierda y actuar contra ellos. Creo que, juzgadas por este criterio, las autodenominadas feministas seguirán decepcionando; parecerá que están jugando a algo sin importancia, pero en realidad estarán jugando un juego largo e infinito de transformación cultural.
El trabajo es una forma de ganarse la vida, no la forma de construirla, para lo cual es mucho más importante el amor familiar, sostiene Scott Yenor al analizar los postulados del feminismo moderno. Imagen: anuncio de Swift’s Premium Bacon de los añor 40.
Un feminismo genuinamente moderado debe fundamentarse en considerar el deseo de trabajar de las mujeres como una forma de ganarse la vida, al igual que los hombres trabajan para ganarse la vida, pero también en considerar que ganarse la vida y construir una vida son dos cosas distintas. Debe empezar por reconocer la bondad del amor humano, de la comunidad humana y de la responsabilidad, no con el apoyo radical a la independencia y las identidades autocreadas. Debe reconocer y respetar las diferencias que hay entre los sexos, considerándolas parte del ser humano.
Traducción de Elena Faccia Serrano.