El hecho de mantenernos alertas nos refiere a una situación vigilante que reclama atención: extremar precauciones. Si nosotros, por nuestra parte, estamos atentos y quitamos los obstáculos para preparar al alma, ésta se encontrará más dispuesta para recibir al Salvador.
Quiero lograr que comprendan que, así como el Salvador vino una vez en carne al mundo, de la misma manera está dispuesto a volver, en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de su gracia.
Conoceremos dos venidas de Jesús: la primera se dio cuando el Señor se manifestó en la Tierra y vivió entre los hombres, murió y resucito; la segunda la podremos contemplar y lo veremos a Él en todo su esplendor y majestad, aunque va a venir a juzgar a vivos y a muertos. Sin embargo, Él sigue aquí, ¿cómo está aquí? Así se escucha:
–Mira, alma mía, estoy aquí tocando a la puerta; si escuchas mi voz y si me abres entraré en tu casa y cenaremos juntos. Al que venza lo sentaré conmigo en mi trono, como yo, cuando vencí, y me senté con mi Padre.
–¡Señor mío, sí!, mi alma tiene sed de ti, a ti te busco, todo mi ser te ansía. Te añoro del modo en el cual la aurora añora la luz del día, porque sé que me visitarás como el sol naciente en lo alto; que tu luz llegue a los rincones de mi alma e ilumine las tinieblas de mi pobre corazón.
–Alma mía, por lo que has dicho, ahora tu casa es mi casa y ésta será un espacio de oración, en donde, si tú quieres, puedo nacer de nuevo. Cuida de no convertirla en una cueva de malicia, pues te he enseñado todos los días que ahí ¡me encontraré contigo! Quiero seguir entrando en tu casa. Echa afuera aquello que no te es necesario y solo te distrae; bárrela, límpiala, prepárala, selecciona lo necesario y lo demás deséchalo. Arroja esos recuerdos y sentimientos que no te traen nada bueno; que nada te detenga, excepto cuando vengas después de cansarte, sediento por beber el agua de mis delicias y hambriento por comer del pan que da la vida eterna.
–Señor mío, por la fe quiero responder a la llamada divina que se me ha manifestado. La conversión total que me exiges, Señor mío, es el punto de partida de una vida nueva en una fidelidad inquebrantable, la cual, Señor, sin tu gracia me será imposible alcanzar.
–Alma mía, te he sacado de las tinieblas del pecado y te he traído a la vida, a la luz, recuerda que la exigencia es un esfuerzo constante, una fidelidad generosa que te hará progresar siempre y cuando cumplas los mandamientos, y estés en concordancia con mis criterios. Mi cuerpo ofrecido y mi sangre derramada hacen un sacrificio perfecto; por ello, alma mía, por ningún motivo dejes de comulgar, al no ser que te halles en pecado mortal, no obstante, de todos estos pecados te he venido a librar. Asiste a la Eucaristía diariamente, porque en ese momento instauro entre tú y yo una unión profunda, la cual nadie jamás podrá separar. Mi costado fue traspasado por la lanza de donde brotó el agua y la sangre, doble testimonio del amor de Dios que corrobora la evidencia del Espíritu Santo. Por eso te lo digo, come siempre de este pan y bebe siempre de este vino que es mi cuerpo y mi sangre. Alma mía, no endurezcas tu corazón, la conversión del corazón cuesta porque hace que uno vuelva a ser como un niño pequeño, esto implica una voluntad de transformación moral; es un llamado a la humildad. La conversión es una gracia preparada por la iniciativa divina: el arrepentimiento de todos tus pecados. Este arrepentimiento te llevará a la metanoia, un cambio de pensamiento que transforme la moral, un acto positivo de la fe. «Vuélvete hacia mí en una adhesión permanente” (Fragmento de Los secretos de mi alma, Ruan Angel Badillo Lagos).
Este dialogo atestigua que Él está con nosotros; por ello, podemos decir que entre la primera venida y la segunda venida del Salvador existe una intermedia, la cual algunos atestiguamos hoy en día, y a la que todos estamos invitados a vivir. ¡Los impulsos dominan a la naturaleza y el enemigo al alma!, por ello debemos mantenernos alertas.
Ruan Angel Badillo Lagos