Esta es la buena nueva narrada por los cuatro evangelistas que resuena en todos los hogares cristianos a partir de la fiesta de Pascua: ¡VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR! ¡Cristo ha vencido la muerte y vive en medio de nosotros! Esta noticia nos llena de esperanza y le da sentido a nuestra vida. Sólo Jesúcristo es nuestro salvador, sólo él nos libera integralmente. Nadie puede compararse con él.
La fiesta de Pascua es la celebración más importante de todo el año litúrgico. Es una fiesta de luz y alegría porque el resucitado nos ilumina y nos ayuda a comprender todos los acontecimientos de la vida.
Los relatos evangélicos refieren lo que sucedió el primer día de la semana. El día siguiente, después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana, cuando todavía era de noche. Al llegar a la tumba se da cuenta de que la losa había sido quitada del sepulcro (Cfr. Jn 20, 1-9). La resurrección de Jesús se presenta entonces como un acontecimiento inesperado para los discípulos. Ellos habían creído que con la muerte todo había terminado.
En este sentido la resurrección se presenta como algo completamente novedoso pues no había sucedido antes. La resurrección de Jesús rebasó todas las expectativas y por eso existen varios intentos de explicarse por qué no estaba el cuerpo de Jesús. Fue necesario que Jesús en Persona se apareciera a los discípulos para mostrales que estaba en medio de ellos.
La resurrección revela el sentido de la pasión y de la muerte de Jesús. Sin la resurrección, la muerte de Jesús hubiese sido un acontecimiento dramático, una derrota del proyecto de Jesús, un final sin esperanza. Con la resurrección en cambio, se alcanza una comprensión distinta de la muerte del Hijo de Dios. La resurrección es el triunfo de Dios sobre las tinieblas de la muerte.
La resurrección de Jesús nos muestra el valor de su pasión, gracias a la resurrección comprendemos que la muerte en cruz, lejos de ser una derrota, fue una victoria del amor. Así comprendemos aquello que el mismo Jesús había revelado: “a mí nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 18). Jesús vivió sus sufrimientos con un gran amor y entrega; por eso el Padre lo resucitó y obtuvo una nueva vida, él no revivió, sino resucitó; ahora posee la vida eterna y ha triunfado sobre la muerte de una vez y para siempre.
Esta hermosa alegría de la comunidad cristiana por las fiestas de la pascua contrasta lamentablemente con otra realidad que lastima a la comunidad. Es una realidad que desea imponerse a toda costa. Hay dolor entre la gente por las pérdidas humanas a causa de la enfermedad y de la violencia incontrolada, existe miedo a causa de la inseguridad social y de la incertidumbre económica que crece con la inflación, todos los días se difunden mentiras y se promueve un pensamiento único en contra de las evidencias de la ciencia y de la razón; el abuso y el uso de la ley a conveniencia, la manipulación de los programas sociales y la compra de las conciencias muestra cómo los afanes de poder buscan perpetuarse. Los vicios del pasado no se han erradicado.
Gracias a la resurrección de Jesús, tomamos conciencia de nuestra dignidad y de que necesitamos superar esas realidades que provocan más miseria, divisiones y muerte. Somos hijos de Dios y estamos llamados a vivir en plenitud. Unidos al resucitado estamos llamados a vencer todas las expresiones de la cultura de muerte que roban las esperanzas de la comunidad.
Que la experiencia pascual de la comunidad cristiana impregne toda nuestra vida para que seamos también nosotros testigos de la resurrección.
¡Verdaderamente ha resucitado y vive en medio de nosotros!
¡Felices pascuas de resurrección!
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa