Editorial dominical Centro Católico Multimedial
En enero de 2019, Andrés Manuel López Obrador recibía un singular regalo que quería “reafirmar las raíces que tiene el pueblo español en otro país”. Un acta de nacimiento del siglo XIX, la de José Obrador, cántabro nacido en 1893 quien escapó de España en 1917.
Era el regalo de Pedro Sánchez, del presidente del gobierno español a López Obrador en la recepción bilateral en Palacio Nacional, de las primeras en la sede del Ejecutivo en ese sexenio. Jamás se hubiera pensado que ese cálido encuentro se iría transformando en una gélida controversia de dimes, diretes y tensiones como fue, quizá ahora más grave, el encontronazo que Vicente Fox provocó contra otra relación histórica, la de México y Cuba.
El de López Obrador ha sido un discurso que motiva ese apolillado recuerdo de odiar todo lo español y levantar el nacionalismo mexicano. En su momento, durante el siglo XIX, la hispanofobia tuvo su cristalización en frases bien conocidas. “Vamos a coger gachupines”, fue el grito que representó el combate casi fanático contra lo que se suponía la máxima representación del conservadurismo. Para México, todo lo peninsular era consecuencia de la visión a través de un prisma fatídico: la Conquista como genocidio; el Virreinato como era oscura de saqueo y maldición y la supuesta perversión intrínseca de los españoles cuya “naturaleza maligna” había sido la causa de todos los males de un territorio que antes era el Edén de los indígenas.
Por increíble que parezca, esa mentalidad se mantuvo bien entrado el siglo XX. Hasta que el admirado de AMLO, el general Lázaro Cárdenas, acogió todo ese genio español que se asentó en México para quedarse aquí para siempre. Y su contribución a este país ha sido notable. La creación de instituciones y Colegios, las relaciones culturales y económicas, de grandes intelectuales que hoy han dado sentido a la identidad mestiza de la nación mexicana cuyo segundo socio comercial está del otro lado del Atlántico.
Y aunque AMLO se diga historiador, quizá su pensamiento se ha anclado en lo decimonónico, infectado del vitupero izquierdista que no conviene a nadie. Decir “pinche español” es igual de grave como decir “pinche indio”; pero AMLO es lo que precisamente ha azuzado en el colectivo y entre sus fanáticos. Pedir perdón por la conquista, maldecir al colonialismo, actualizarlo con que cree es voracidad rapaz de empresas españolas de energía o “dar una pausa” en las relaciones con España son un evidente signo del pensamiento de un hombre que, quizá inconscientemente, quiera ser la encarnación del Tlatoani que busca vencer a Cortés en el siglo XX perdiendo la brújula del momento actual que estamos viviendo.
México vive una profunda crisis que aún no se admite y que refleja el fracaso de la transformación. Cortinas de humo como esta defensa del rancio nacionalismo mexicano para culpar a otros es clásico de quien ya no puede justificar que estamos a la deriva. Efectivamente, el presidente está muy enojado por todo lo que su ideal de transformación no ha cristalizado. Ponerse el penacho de Moctezuma, envolverse en la bandera de la hispanofobia, demonizar a conservadores y santificar a liberales, bautizar empresas estatales con los nombres de pueblos indígenas para justificar el peligrosísimo militarismo, son las tablas para mantener a flote un régimen que arremete contra las libertades y busca el desmantelamiento de la democracia con el populismo fanático, eso de lo que típicamente han echado mano todos los que encarnan el autoritarismo.
Nuestra identidad mestiza es consecuencia de un pasado de mucha gloria, pero también doloroso. AMLO parece ser un masoquista que disfruta de ese dolor del pasado. No importa lo que represente, la realidad demuestra que el pueblo de México está orgulloso de esta fusión de dos culturas cuyo significado ha sido descrito por los más destacados intelectuales. Religión, pensamiento, cultura, ciencia… Como bien describieron los obispos de México en esa magnífica carta pastoral de 2010, Conmemorar nuestra historia desde la fe para comprometernos hoy con nuestra Patria”, “Nuestra fe no se identifica, de manera unívoca y directa, con un modelo de organización sociopolítica particular, con una lucha determinada a favor de cierta emancipación o con un gobierno de tal o cual signo. Lo esencial de nuestra fe es la realidad concreta de la Persona de Jesucristo que interpela todas las dimensiones de nuestra humanidad y les brinda un nuevo horizonte de realización que rebasa nuestras más altas expectativas…” Expectativas defraudadas por la hispanofóbica 4T.