Las lecturas de este domingo nos hacen una invitación a poner toda nuestra confianza en Dios para ser dichosos, pues sólo Dios hace al hombre feliz de modo pleno. Jesucristo también nos llama a ser, a vivir y a estar felices de la mano de Dios Padre.
- Dichoso el hombre que confía en el Señor
El hombre por sí solo no se puede salvar, necesita la ayuda y el poder de Dios (cf. 2ª Tim 1,7), por ello el profeta Jeremías le hace una invitación a poner toda su confianza en el amor de Dios (cf. Jer 17,7). Seremos dichosos si nos dejamos amar y salvar por Dios. Abramos nuestro corazón a su infinita misericordia y dejemos que Él conduzca nuestra vida. Confiar en Dios significa que nuestra vida depende de Él (cf. Sal 129), que nuestra felicidad viene de Él y que sólo en Él nos realizaremos como personas.
- Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de Dios
Ser pobre es carecer de los servicios necesarios para tener una vida digna, pero no implica estar lejos de Dios o experimentar un vacío espiritual. El pobre no tiene cosas: ni dinero, ni bienes materiales, ni servicios básicos (cf. Lc 9,3); pero tiene algo más grande y trascendente: confía en Dios (cf. Prov 3,5-6), tiene en Él puesta su esperanza de una vida mejor (cf. Sal 39,7; 130,5 y 143), cree que Dios nunca lo abandonará ni le dejará morir de hambre (cf. Sal 16,10), sabe que Dios es su fortaleza y seguridad (cf. Sal 18,1-2); por eso creemos que los pobres tienen más que los ricos respecto a su relación con Dios (cf. Lc 21,1-4).
- Dichoso el hombre que medita la ley del Señor día y noche
El hombre que medita la Palabra del Señor sabe que solo Dios le otorga la felicidad plena (cf. Sal 19,7), esa felicidad que viene de amarlo y de amar y ser amado por los demás: esa es la verdadera felicidad. Jesucristo nos invita a ser felices de la mano de Dios, escuchando su Palabra, meditándola en el corazón y poniéndola en práctica en el servicio a los hermanos (cf. Mt 7,24). Esa es la dicha del hombre: estar en las manos de Dios. Dejemos que esa Palabra germine, crezca y de frutos abundantes. Dicha ley de Señor nos invita a amarnos unos a otros (cf. Jn 13,34-36) y amar a Dios sobre todas las cosas (cf. Mc 12,29-30). ¿Confías siempre en Dios? ¿Todo lo pones en sus manos? ¿Has experimentado su amor y la felicidad que ello provoca?