El evangelio de este domingo (Mt 14, 13-21) presenta el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces donde Jesús da de comer a una gran multitud en una zona despoblada. Dios puede hacer las cosas por sí solo, sin embargo nos hace colaboradores para que los milagros se lleven a cabo en nuestra vida. Es el caso de lo que escucharemos este domingo en la liturgia de la Palabra de la Iglesia Católica.
La noticia de la muerte de Juan el Bautista mueve a Jesús a apartarse de la gente y a buscar un lugar solitario para orar y reflexionar. Pero mientras él va en la barca, atravesando el lago de Tiberiades, la gente lo sigue por tierra. Cuando llega a la otra orilla, una multitud ya lo estaba esperando. El evangelista comenta que Jesús, “SE COMPADECIÓ DE ELLOS y curó a los enfermos”. Más adelante lleva a cabo la multiplicación de los panes y de los peces.
El pasaje bíblico que escuchamos está lleno de referencias a promesas y pasajes del Antiguo Testamento. La compasión por ejemplo es un rasgo característico de Dios. En efecto, El viene definido como “compasivo y misericordioso”. La compasión brota por alguna situación de indigencia, necesidad o sufrimiento que viven las personas y lo mueve a uno a solidarizarse con los demás y a acercarse para tratar de superar la situación que aflige. “Dios se acerca a cada persona que sufre en el cuerpo o en el espíritu y los consuela con el bálsamo de la esperanza”, dice una oración en la liturgia de la Iglesia.
Con este signo de compasión, Jesús nos recuerda la promesa de restauración que había anunciado el profeta Isaías (49,13). Por otra parte nos recuerda también los orígenes de la liberación del pueblo de Israel. Cuando Dios se apareció a Moisés en el desierto (Ex 3, 7ss) le dice que “había visto la aflicción de su pueblo y conocía sus sufrimientos”, “había bajado para librarlo de la esclavitud”. Por lo tanto, viendo la conducta de Jesús, reconocemos que Dios no es indiferente ante las necesidades humanas, él se compadece siempre de todos sus hijos y se acerca para aliviar al sufrimiento humano.
El caso de la multiplicación de los panes y de los peces donde Jesús da de comer a una gran multitud en un lugar despoblado, nos recuerda también el momento en que los hijos de Israel fueron alimentados en el desierto (Ex 16, 4-12). Dios les dio el maná del cielo.
El milagro extraordinario con el cual se alimenta aquella multitud que buscaba a Jesús, se desarrolla en un ambiente de colaboración. Jesús no sólo se da cuenta de la necesidad de las personas, también involucra a sus discípulos para participar en la solución de aquella necesidad. Esto nos enseña que Dios no actúa sólo, se hace ayudar de las personas. Dios nos invita a ser parte de la solución para ayudar a los demás. De ahí la variedad de servicios que existen en la Iglesia para aliviar las necesidades de los demás. La Iglesia es como un hospital de guerra a donde llegan muchos heridos. Y por lo mismo se necesitan muchas manos para atender al necesitado.
La invitación que Jesús hace a sus discípulos de “Dénles uds de comer”. Es una invitación actual a globalizar la solidaridad. Corremos el riego de andar muy ocupados y distraídos en nuestras agendas personales y ser indiferentes con lo que sucede a nuestro alrededor. Dar de comer a los demás tiene muchas aplicaciones: acompañar al enfermo, consolar al que sufre, interesarse por el bien de nuestra sociedad, dar un poco de nuestro tiempo, ser sensibles con el que sufre, compartir nuestros bienes… etc. Dios hará el resto, sólo así se producen también los milagros que hoy necesitamos.