Desde su nacimiento, el hombre ha caminado y naufragado, errante y decidido, para llegar a su destino. Debe hacer su travesía, es decir, el recorrido de su vida. Muchos otros lo han realizado antes que él, incluso algunos de sus seres queridos, pero ahora le toca a él, es su momento, aunque los demás sigan en su origen o le esperan en su destino.
El hombre no puede alejarse de su dama de compañía: la soledad. En su recorrido le pesa la falta de confianza, siente la tentación del abandono y avanza con tendencia a pensar solamente en él.
Tres virtudes humanas vienen en su ayuda: la fe en lo que hace y en sí mismo, la visión esperanzada del futuro en el que entronca su destino y su donación generosa como actitud vital, es decir, el amor. Por consiguiente, el hombre decide trabajar en ser una mejor persona cada día, mientras se acerca a su destino.
Los hábitos son todas esas acciones que realizamos de forma mecánica, porque las hemos repetido las veces suficientes hasta quedarse grabadas en nuestra rutina y, por lo tanto, no requieren que les prestemos atención o un gran esfuerzo para llevarlas a cabo. Cabe mencionar que, del 100% de nuestros comportamientos en la vida diaria, los hábitos ocupan el 40% de éstos, según académicos de la Universidad Duke.
Cada año hacemos propósitos para mejorar nuestra vida en diferentes ámbitos; es importante considerar que para crear un hábito se requiere de un esfuerzo, el cual supone activar nuestro cuerpo, así como lograr que nuestro ritmo de vida se adapte a nuevas rutinas; por ello, la clave está en crear un hábito por medio de la constancia y la perseverancia.
Sin embargo, hoy en día, si buscamos ser “mejores personas” y así llegar a nuestro destino, no basta con tener buenos propósitos ni con cambiar algunos hábitos o implementar otros más en el estilo de vida; es necesario desarrollar las virtudes humanas y teologales, pues estas disposiciones hacen que las personas obren el bien, además de que determinan las buenas acciones, conductas y hábitos.
Todos “caminamos” y, mientras no llegamos a nuestro destino, contamos con una serie de virtudes y defectos que nos convierte en personas únicas. Por suerte, los defectos que poseemos pueden y deben ser trabajados en este año que estamos iniciando. Con este fin, es posible iniciar haciendo una lista de los aspectos con los cuales no estamos de acuerdo y que deseamos trabajar para cambiar mientras seguimos caminando.
La virtud se define, en términos generales, como “un hábito operativo bueno”; por otro lado, los aprendizajes producen y refuerzan, a través de la repetición, la predisposición de la persona hacia conductas determinadas, las cuales afectan por completo en el alma y en el cuerpo.
Las virtudes o cualidades son rasgos del individuo que “camina”, las cuales se consideran positivas, dignas y deseables, mientras que los defectos son particularidades que se pretenden cambiar; son las fallas, los desperfectos y las características indeseables que tendrían que evitarse o remediarse. “Las virtudes son aquellas cualidades que debería adquirir la persona para comportarse debidamente”; este año y siempre estamos invitados a adquirirlas para ser mejores seres humanos y así poder llegar a nuestro destino “sanos y salvos”.
También puedo decir que las virtudes son ciertos valores, cualidades o modos de proceder que se relacionan con el actuar correcto de una persona y con el bien, por ejemplo, el amor, la bondad, la justicia, entre otras más.
En este año que ya está “caminando” y avanzando, pregúntate cuál es el propósito de tu vida, qué prefieres cambiar o trabajar, ¿los hábitos o las virtudes?, ¿o quieres seguir igual?, todo está permitido, mas la decisión es fundamental, siempre y cuando los dividendos que ésta te reditúe sean una buena inversión que marque para bien la vida y, así, llegar “victoriosos a nuestro destino”: ¡la vida eterna!
RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS