El prelado del Opus Dei nos invita a vivir con esperanza la realidad de la muerte, confiando en el amor de Dios y acudiendo a santa María.
Queridísimos: ¡Que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En estas semanas de noviembre estamos rezando especialmente por todos los difuntos. Nuestro recuerdo se dirige de manera especial a tantas y tantos fieles de la Obra que han dejado este mundo, a los difuntos de nuestras familias y a las personas que hemos conocido durante su paso por esta tierra.
Por otro lado, sabemos que la muerte no tiene la última palabra. ¡Qué magnífica esperanza despierta en nosotros la fe! La esperanza en la gloria del cielo es una «esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Se trata de un «don de Dios que nos atrae hacia la vida, hacia la alegría eterna. La esperanza es un ancla que tenemos al otro lado» (Francisco, 2-XI-2020).
Sin embargo, es comprensible que ante la realidad de la muerte pueda entrar alguna vez en el alma la inquietud o la sombra del desaliento. Procuremos entonces reaccionar con prontitud, acudiendo a santa María, Madre de la esperanza y Causa de nuestra alegría. Entonces, con una esperanza alegre, recibida de Dios, tendremos renovada fuerza interior para servir a los demás.
Agradezcamos al Señor la reciente ordenación de veinticuatro nuevos diáconos de la Prelatura; seguid rezando por ellos y por todos los que en la Iglesia se preparan para el sacerdocio.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Fernando Ocariz.
Roma, 25 de noviembre de 2021