Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano
Tras la pausa del año pasado, debida a la pandemia, se reanuda la cita anual con la entrega del Premio Ratzinger y el Papa Francisco aprovecha para saludar y hablar con estima y afecto de su predecesor «un ejemplo de dedicación apasionada al estudio y a la investigación» que siempre ha unido «su fe y su servicio a la Iglesia». Un pontificado caracterizado por un magisterio luminoso y un amor indefectible por la Verdad.
En la mente humana la «chispa» encendida de Dios
Francisco se dijo encantado de saludar hoy a la profesora Hanna-Barbara Gerl-Falkovitz y al profesor Ludger Schwienhorst-Schönberger, los galardonados de este año, así como al profesor Jean-Luc Marion y a la profesora Tracey Rowland, galardonados con el Premio Ratzinger en 2020, junto con otras personalidades premiadas en años anteriores. Es un «vínculo duradero» el que la iniciativa ha establecido, dice el Papa, entre la Iglesia y el mundo de la cultura, y señala que la comunidad de premiados crece cada año en número, origen y variedad de disciplinas. La capacidad de la mente humana, añadió, «es el efecto de la ‘chispa’ encendida por Dios en la persona hecha a su imagen» que la impulsa continuamente «a expresar la vitalidad del espíritu en la conformación y transfiguración de la materia». Pero, reconoce, esto no se hace sin esfuerzo:
La Escritura nos habla de la creación de Dios como un «trabajo». Por ello, rendimos homenaje no sólo a la profundidad del pensamiento y de los escritos, o a la belleza de las obras artísticas, sino también al trabajo realizado con generosidad y pasión durante muchos años para enriquecer el inmenso patrimonio humano y espiritual que hay que compartir. Es un servicio inestimable para la elevación del espíritu y la dignidad de la persona, para la calidad de las relaciones en la comunidad humana y para la fecundidad de la misión de la Iglesia.
Entre los grandes maestros del pensamiento, Joseph Ratzinger
La presentación de las obras de los premiados, continuó el Papa Francisco, nos dio la oportunidad de oscilar entre las «corrientes del espíritu», desde la filosofía hasta la religión, pasando por la fenomenología (manifestación) del ser, y la evocación de los nombres de tantos «grandes maestros de la filosofía y la teología de nuestro tiempo». Los interlocutores de sus investigaciones, como Guardini, De Lubac, Edith Stein, Lévinas, Ricœur y Derrida, hasta McIntyre, «nos educan a pensar para vivir cada vez más profundamente nuestra relación con Dios y con los demás, para orientar la acción humana con la virtud y sobre todo con el amor». Y continúa:
Entre estos maestros debe contarse un teólogo que supo abrir y alimentar su reflexión y su diálogo cultural hacia todas estas direcciones juntas, porque la fe y la Iglesia viven en nuestro tiempo y son amigas de toda búsqueda de la verdad. Hablo de Joseph Ratzinger.
Reconocimiento y estima por el predecesor
Esta es, por tanto, dice, «la ocasión de dirigirle una vez más nuestro afectuoso, agradecido y admirado pensamiento». Y recuerda su encuentro con él hace unos meses con motivo del 70 aniversario de su ordenación sacerdotal.
…sentimos que nos acompaña en la oración, manteniendo su mirada constantemente dirigida hacia el horizonte de Dios. Hoy le damos las gracias, en particular, porque fue también un ejemplo de dedicación apasionada al estudio, a la investigación, a la comunicación escrita y oral; y porque siempre unió plena y armoniosamente su investigación cultural con su fe y su servicio a la Iglesia.
Testimonio de una búsqueda continua del rostro de Dios
El Papa Francisco recuerda su compromiso con el estudio y la escritura, que continuó durante su pontificado para completar la trilogía sobre Jesús «y dejarnos así un testimonio personal único de su constante búsqueda del rostro del Señor». De su búsqueda, señala, nos sentimos «inspirados y animados, y le aseguramos nuestro recuerdo al Señor».
Como sabemos, las palabras de la Tercera Carta de Juan: ‘cooperatores veritatis’ son el lema que eligió cuando se convirtió en arzobispo de Munich. Expresan el hilo conductor de las diferentes etapas de su vida, desde sus estudios hasta su enseñanza académica, pasando por su ministerio episcopal, su servicio para la Doctrina de la Fe -al que fue llamado por San Juan Pablo II hace 40 años- y su pontificado, caracterizado por un magisterio luminoso y un amor indefectible por la Verdad.
El lema «cooperatores veritatis» sigue inspirando el compromiso de los estudiosos premiados por la Fundación Ratzinger, y Francisco concluye afirmando que esas palabras «pueden y deben inspirar a cada uno de nosotros en nuestras actividades y en nuestras vidas».