Miércoles 10 de noviembre: nuevo obispo en Irlanda; reemplaza a distinguido arzobispo, admirador del Opus Dei

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Renuncias y nombramientos, 10.11.2021

 

Dimisión y nombramiento del arzobispo metropolitano de Tuam (Irlanda)

El Santo Padre aceptó la renuncia a la pastoral de la Arquidiócesis Metropolitana de Tuam (Irlanda), presentada por Su Excelencia Monseñor Michael Neary (cuya fotografía publicamos).

El Santo Padre ha nombrado a Su Excelencia Monseñor Francis Duffy, actualmente Obispo de Ardagh y Clonmacnois, Arzobispo Metropolitano de Tuam (Irlanda).

Curriculum vitae

SE Obispo Francis Duffy nació el 21 de abril de 1958 en Bawnboy, Condado de Cavan y Diócesis de Kilmore. Después de sus estudios en St. Patrick’s College en Cavan, ingresó al Seminario Maynooth donde asistió a cursos de Filosofía y Teología. Posteriormente obtuvo dos maestrías : en Historia, de la Universidad Nacional de Irlanda , y en Educación y Gestión, del Trinity College Dublin .

Fue ordenado sacerdote el 20 de junio de 1982 para la Diócesis de Kilmore.

Después de su ordenación fue profesor de Historia y Lengua Irlandesa en St. Patrick’s College en Cavan, más tarde enseñó en la Escuela Diocesana St. Felim en Ballinamore y luego se convirtió en su Director.

De 2008 a 2012 fue Secretario y Canciller Diocesano.

Mientras asistía en la parroquia de Laragh y la iglesia de St. Michael , Clifferna obtuvo su doctorado en educación. El 17 de julio de 2013 fue elegido obispo de Ardagh y Clonmacnois, recibiendo la ordenación episcopal el 6 de octubre siguiente.

Dentro de la Conferencia Episcopal Irlandesa preside la Comisión de Liturgia.

La inspiración que distingue al Opus Dei – y ésta, no cabe duda, proviene de Dios. 

Monseñor Michael Neary, arzobispo de Tuam, subraya en este artículo del Irish Catholic que “uno de los retos principales del evangelio en la actualidad es mostrar la presencia de Dios en esta sociedad tecnológica; ilustrar cómo Dios es tan importante hoy en día como lo fue en la sociedad de la antigua Israel”.
26/01/2002

 

Hay un refrán en inglés que dice “pan comido, pronto se olvida”. Todos somos conscientes de lo que significa la falta de gratitud. Tan pronto la reconocemos, la despreciamos, a más que intentamos conocer y amar su opuesto. La gratitud en sentido llano, sin rarezas, todavía constituye una de los fenómenos más maravillosos de la experiencia humana. Y la gratitud que debemos a Dios es algo de los más digno. Así se expresan los modales del Cielo y el decoro de la casa del Padre: dando gracias de todo corazón.

Este año se celebra el centenario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. En mi opinión, la fundación del Opus Dei significa una intervención decisiva de Dios en la vida y en el trabajo de muchas personas y de la Iglesia entera. La visión del beato Josemaría, en la que el trabajo consiste en “convertir la prosa en endecasílabos de verso heroico”, continúa siendo un mensaje tan valioso como hace setenta y tres años. Si acaso, se necesita con incluso más urgencia en la actualidad.

La inspiración que distingue al Opus Dei – y ésta, no cabe duda, proviene de Dios – es precisamente la habilidad para ver en todos los detalles cotidianos una extensa gama de “oportunidades comerciales” para cualquiera que tenga “la ambición por las cosas de Dios”. No se desprecia nada, se le da la vuelta a todo. El truco radica en reconocer cada oportunidad que la vida nos presenta para acercarnos más a Dios, sabiendo aprovechar las ocasiones que nos salen al paso. Y para esto es fundamental tener los ojos de la fe bien entrenados, para poder ver más claramente. “Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. (…) O sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor o no lo encontraremos nunca.” (Conversaciones, 114).

Cuando uno recuerda que Dios nos llama a todos a la santidad en medio del mundo, se da cuenta que todo, incluso lo más ordinario, puede ser santificado. Un trozo de pan, “fruto del trabajo del hombre”, consagrado en la Eucaristía, se convierte en el Cuerpo de Cristo. Lo ordinario se convierte en el vehículo de lo sobrenatural, de lo extraordinario. Cuando nos abrimos a estas sorpresas de Dios, entonces vemos la vida como un regalo, como una oportunidad. La vemos con ojos nuevos, con unos ojos que no pierden detalle, que no se pierden la oportunidad de acercarse más a Dios. “La perfección”, como decía sabiamente Miguel Angel, “consiste en bagatelas, pero la perfección no es una bagatela”. Con el tiempo, esas bagatelas se transforman y se hacen parte de una nueva creación con una finalidad y un sentido eternos. Todo se puede consagrar, todo se puede devolver a Dios.

El Opus Dei ha estado presente en la archidiócesis de Tuam desde hace treinta años. Los cursos de retiro y los retiros mensuales en Ballyglunin Conference Centre han ayudado a muchos, tanto sacerdotes como seglares, a lograr ese compromiso de dedicar el tiempo y la vida a Dios, algo que constituye uno de los ejes del Opus Dei. Los cursos sobre Actitudes ante el trabajo, han contribuido de una manera genuina a la reflexión sobre la ética cristiana en muchos aspectos de la vida profesional; mientras que otros cursos han aportado una clara influencia sobre el arte y la ciencia de las tareas domésticas, y han contribuido material y espiritualmente a la vida de la Iglesia y de la sociedad en este campo primordial. Uno de los retos principales del evangelio en la actualidad es, según mi parecer, mostrar la presencia de Dios en esta nuestra sociedad tecnológica; ilustrar cómo Dios es tan importante hoy en día como lo fue en la sociedad de la antigua Israel. El Opus Dei, tal y como yo lo veo en acción aquí en nuestra archidiócesis, se dedica precisamente a esto, y es evidente que lo va logrando con eficacia.

A través de las palabras que acostumbraba a repetir el beato Josemaría, Deo omnis gloria —para Dios toda la gloria—, podemos dislumbrar a un hombre identificado plenamente con una vida cristiana de servicio abnegado, por encima de ambiciones personales, cualesquiera que sean. Y con sus dotes de hombre eminentemente práctico, nos recordaba a todos que debíamos ser sal, levadura y luz; que los fieles cristianos han de contribuir con su fe, su esfuerzo, y con sus propias vidas de bautizados y creyentes, a sazonar y ser fermento en las vidas de aquellos con los que conviven.

Al celebrar este centenario del nacimiento de su fundador, les pediría a los fieles del Opus Dei, y a todos los que se benefician de su formación, que no escondan esa luz en la que se han convertido en Cristo, y que con ella iluminen al mundo: este mundo que tanto lo necesita. Que animen a toda la gente a aprovechar los medios de comunicación que se nos presentan hoy día para hablar a este mundo de las cosas de Dios, y así plantar la semilla de la esperanza en una cultura que amenudo carece de ella. Aunque, no obstante, no es una cultura sin esperanza; no, no lo es porque Dios ha vencido. Así lo ha dejado escrito el Papa hace poco: «Un nuevo milenio se abre ante la iglesia como un gran océano en el que nos aventuramos, confiando en la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se hizo carne hace dos mil años por amor a la humanidad, está presente aún hoy: necesitamos unos ojos que sepan ver esto y, sobre todo, un corazón generoso para ser instrumentos en su tarea (Mt 28:19)» (Novo Millennio Ineunte, 6-I- 2001, n. 58).

El mundo necesita desesperadamente oir el mensaje del evangelio, y por tanto, necesita escucharnos a nosotros, que intentamos vivir el evangelio. Tenemos muchísimo que ofrecer, y poco que temer. Es interesante darse cuenta que el mandato que más viene repetido en la Biblia no es que se haga esto o aquello. El más frecuente es: “no temáis”. Y, aunque vayamos contra corriente en este mundo de hoy, no debemos asustarnos porque Cristo está con nosotros. Cristo está a nuestro lado.

Les quisiera recordar a los fieles del Opus Dei que los cristianos no deben tener miedo a malentendidos, o a la malicia de algunos. Una parte esencial de la comunicación con el mundo es permitir que la gentea nos cuestione. Pero aun asi no debemos tener miedo a sus interrogantes; por el contrario, es importante que oigamos atentamente esas cuestiones, y que las respondamos a la luz del evangelio.

Y ahora, por tanto, damos gracias. Damos gracias por tantos años de preguntas y respuestas. Damos gracias por el buen aprovechamiento del tiempo, y por un mundo al que se le ha provocado de nuevo para que se fije en Dios.

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