La «Imitación de Cristo»: debes leerla. ¿La conoces? ¿Sabes quién fue Fray Tomás de Kempis?

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La Imitación de Cristo es la obra de espiritualidad más difundida de la historia, una sublime creación de un monje alemán, Tomás de Kempis (1380-1471). Rino Cammilleri habla sobre él en el número de septiembre de Il Timone:

La Imitación de Cristo y el misterio de su autor

En el catolicismo ya no se menciona la moral porque los amos del lenguaje han conseguido deformarla, en nuestras cabezas, con su caricatura, el moralismo. Por este motivo también la Iglesia docente prefiere, actualmente, el término «ética», el cual, a su vez, ha acabado siendo sinónimo de «educación cívica», mientras espera evaporarse en la nada absoluta. ¡Y pensar que la moral es una rama de la teología, la cual, a su vez, era la más importante de las disciplinas, visto que todos debemos morir, incluso los positivistas! Ahora bien, si esto es lo que sucede con la moral, imaginemos qué pasa con esa otra rama de la teología que se llama «ascética». Sabiendo que al hombre contemporáneo, lleno de hedonismo, la idea de hacer un esfuerzo por motivos espirituales le dan arcadas, por seguridad la ascética ha desaparecido.

Hace un tiempo hablaba con un sacerdote amigo mío que se formó en la época del cardenal Carlo Maria Martini y que, sabiendo que soy un experto en santos, me confesaba que no entendía por qué algunos de ellos utilizaban el cilicio. ¿Qué sentido tenía usarlo? ¡Buena pregunta! ¡Y pensar que Pablo VI, un Papa muy amado por el progresismo, parece ser que usaba uno!

Un Collodi del espíritu

Personalmente, amo, leo y releo y medito un pequeño libro que ha contribuido a enseñar, a lo largo de los siglos, la ascética a los cristianos y, más concretamente, a la gente sencilla. Y que ha explicado que, sin ella, no se va a ninguna parte.

«La Imitación de Cristo es, sin duda alguna, el libro más importante que posee la humanidad después de las Sagradas Escrituras». Eso escribía en 1934 el padre paulino Vincenzo Mancardi, traductor de mi ejemplar y autor de su prólogo. De bolsillo y sin notas: no se necesitan, porque el texto ya es muy explicativo.

Tomás de Kempis.

Retrato de fray Tomás de Kempis.

Escrito alrededor de 1420, es decir, hace más de 600 años, su destino es similar al de Pinocho [de Carlo Collodi]: es la obra de un autor mediocre, que fue genial en una sola obra. Collodi escribió mucho, pero a mí me costaría una enormidad recordar alguna otra obra suya. Lo mismo sucede con Tomás de Kempis, el supuesto autor de la Imitación; de hecho, no se sabe a ciencia cierta si el autor de esta obra fue él. Las fuentes dicen que era un místico, pero se trata de algo más que de una tradición oral. Y ni siquiera ha sido beatificado.

Era sacerdote y monje, y escribió su obra maestra para quien lleva una vida monástica. Sin embargo, pronto se dio cuenta que, guiado por algún ángel, había escrito algo que era adecuado para todos, también para los laicos. De hecho, después de la Biblia el suyo ha sido el libro más impreso desde que Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles. Antes de 1630 ya existían 740 ediciones, que llegaron a las 1.800 en los umbrales de la Ilustración. ¡Y pensar que el autor solo quería que la religión católica (en su época, solo cristiana y basta) fuera más comprensible y accesible!

Los Hermanos de la Vida Común

Tomás de Kempis era un alemán nacido en 1380 en Kempen, la actual Colonia. Su nombre exacto era Thomas Hemerken von Kempen. ¿Cómo se pasó de Kempen a Kempis? Misterio de una época en la que todo se escribía a mano: de hecho, en algunos documentos el apellido es Hamerken, en otros Hemerken. No hay que asombrarse: también cuando yo nací los empleados del registro civil escribían a mano, así que yo soy Cammilleri, mi prima Cammalleri y mi difunto tío-abuelo Camilleri. Ahora bien, en alemán Hemerken significa «nota», en noruego «observación», pero tal vez en el siglo XV significaba «martinete», así que la latinización de nuestro autor se convirtió en Tomás Malleolus (el latín era entonces la lengua común de los europeos).

Nuestro autor, del que desconocemos su clase de origen, fue admitido en 1395 en la escuela que los Hermanos de la Vida Común tenían en la no muy lejana Deventer, actual Holanda. Estos Hermanos de la Vida Común habían sido fundados por el predicador holandés Geert de Groote unos decenios antes. Este, procedente de una familia rica, en un determinado momento de su vida tuvo una fortísima experiencia espiritual que le llevó a vivir como eremita durante siete años; después, empezó a predicar y su pasión arrastraba a las masas. Aprobada por la Santa Sede, reunió a sus discípulos en la comunidad en la que Kempis estudió.

Monumento a Tomás de Kempis en Kempen.

Monumento a Tomás de Kempis en su ciudad natal de Kempen. En sus manos sostiene ‘La Imitación de Cristo’.

Atraído por la fama de Florent Radewijns, un teólogo considerado un gran maestro y cofundador de la comunidad, en esta escuela descubrió sus dotes de copista y su vocación. Tanto es así, que se hizo monje agustino (un inciso: como Lutero) en Agnietenberg (monte Santa Inés), cerca de la ciudad holandesa de Zwolle, donde su hermano Johan era el prior. En 1413 fue ordenado sacerdote. En 1429 fue elegido viceprior, pero precisamente ese año, con otros monjes, tuvo que irse a toda prisa porque un tumulto popular hizo que el lugar fuera poco seguro.

El problema fue que la zona pertenecía a la diócesis de Utrecht y Roma consideraba al obispo local, Rudolf von Diephoit, un usurpador. Pero sus partidarios no estaban de acuerdo, de ahí los desórdenes públicos. En 1432 las aguas volvieron a su cauce y Kempis pudo volver a sus tareas, a las que añadió la predicación pública. No se volvió a ir del monasterio, donde murió en 1471 con más de 90 años. Lo enterraron en la iglesia, que posteriormente fue destruida por los protestantes. Sus restos acabaron en Zwolle, donde siguen actualmente.

Tras el inmenso éxito de La Imitación de Cristo se intentó su canonización, pero vale la pena relatar lo que sucedió, porque demuestra la seriedad con la que la Iglesia de la época actuaba. El recorrido preveía (y prevé) la exhumación del cuerpo. Pues bien, el estudio detallado del cuerpo evidenció la presencia de astillas de madera bajo las uñas. ¿Las tenía cuando fue enterrado? ¿Acaso la suya había sido una muerte aparente y, recobrada la conciencia, había intentado desesperadamente salir del ataúd? ¿O se trataba de un espasmo involuntario? No había modo de saberlo por lo que, por seguridad, se descartó la canonización aunque un santo no es menos santo si intenta salir del ataúd en el que ha sido metido con demasiada precipitación.

«Mantén el secreto»

Kempis escribió muchas otras obras, pero aquí lo recordamos por la fundamental, La Imitación de Cristo, porque Cristo mismo dijo: «Aprended de mí». Para ir al Reino de los Cielos, que es -o debería ser- el objetivo de la vida de cada uno de nosotros, hacer otra cosa no tiene importancia.

Sin embargo, la pregunta es: ¿se puede imitar con éxito a Cristo? La respuesta es «sí», y ejemplo de ello son los santos, que en este ejercicio son los primeros de la clase. Y, como en cada clase, para aprobar no es necesario ser los primeros a la fuerza.

Un ejemplo de la prosa de La imitación de Cristo: «Cuidado, me dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se marchó» (Libro III, capítulo 45, 4).

 

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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