La lengua oficial de la Iglesia Católica siempre ha sido y sigue siendo el latín. Las encíclicas y todos los documentos oficiales de la Iglesia se publican en latín. El texto de referencia y a partir del cual se traduce a las demás lenguas, es el texto latino (aunque el Papa lo haya redactado en otra lengua).
Esto no es algo arbitrario y coyuntural sino tiene su razón de ser y es bueno que los católicos sepamos cuál es. También es importante conocer porqué el latín es la lengua más apropiada para el culto divino. La Misa tradicional ha mantenido hasta nuestros días el uso del latín que le otorga una gran sacralidad y solemnidad a la ceremonia.
Mariano Arnal es profesor de latín y griego y un apasionado de las lenguas clásicas. En esta entrevista nos explica de manera sencilla y clara los orígenes del latín y los motivos por los que la Iglesia acogió esta lengua desde el principio y la sigue utilizando hasta nuestros días.
Antes de hablar del uso del latín en la Iglesia, ¿Nos podría explicar los orígenes de esta lengua de tanta riqueza y de la que dimanan tantos idiomas?
El latín nació de la confluencia de un par de docenas de lenguas que se hablaban en el Lacio antes de fundarse Roma. Vino a ser una especie de “lingua franca” de todas ellas, que permitió a las tribus de la zona, organizadas primitivamente en ligas religiosas, entenderse entre sí. Precisamente las ferias que organizaban para intercambiar productos agrícolas, ganaderos y artesanales eran la ocasión del encuentro de las diversas tribus de la zona. Era imposible separar el comercio de la celebración religiosa. Tan imposible como es hoy separar la Navidad del desmadre comercial que la acompaña.
¿Por qué la mayoría de palabras españolas tienen raíz latina?
No podía ser de otro modo, puesto que el castellano (hoy español), como las demás lenguas románicas son producto de la evolución del latín, condicionada esa evolución por los respectivos sustratos lingüísticos. Se aprecia diáfanamente el primer paso de esa evolución en las glosas emilianenses por lo que respecta al castellano y en las homilías de Organyà por lo que respecta al catalán. El grueso del texto es latino, con inclusión progresiva de palabras romances.
¿Cuáles son los orígenes del latín cómo la lengua oficial de la Iglesia?
El latín es la lengua en la que nació la Iglesia. Ésta, por tanto, no tuvo que adoptarlo como lengua propia (observemos que algo nos queda de la lengua griega en el “Kyrie)”. El latín y el griego fueron lenguas cooficiales en Roma durante siglos: el latín como lengua vulgar, y el griego como lengua culta. Lo que ocurrió fue que las lenguas romances fueron alejándose del latín (cada una condicionada por su sustrato anterior), mientras que el latín permaneció invariable. Y al tener los textos rituales de la liturgia carácter sagrado, inmutable, por tanto, ahí quedaron sin evolucionar, mientras que debajo del latín, perdida la unidad política del imperio, las demás lenguas fueron apartándose más y más del latín. Fue así como quedó el latín en la condición de lengua sagrada para lo sagrado.
¿Por qué motivos se estableció el latín como lengua oficial?
Nunca fue necesario “declarar” el latín oficial en la Iglesia. Simplemente, ahí estaba. Y obviamente ésa era la lengua en que se entendían todos los clérigos. Pero no sólo ellos. Porque durante siglos, en todas las cancillerías del occidente civilizado, los documentos se redactaban en latín. No sólo eso, sino que las Universidades (de carácter realmente universal por el origen tanto de profesores como de estudiantes) tenían como lengua normal el latín. No solamente para la actividad académica, sino también para la vida de relación entre los estudiantes de tan diversas nacionalidades. Y esto fue así hasta hace tan sólo 300 años (anteayer, como quien dice). Es decir que el latín fue la lengua oficial de la liturgia, del saber y de la diplomacia. Si tenemos por ejemplo la taxonomía en latín, es porque no había más. Era el camino obligado. Por eso la pregunta interesante sería: ¿Qué sucedió para que el latín dejase de ser la lengua oficial de Europa?
De hecho, las encíclicas se siguen escribiendo en latín…
Por supuesto, las encíclicas y todos los documentos universales de la Iglesia. El texto de referencia y a partir del cual se traduce a las demás lenguas, es el texto latino (aunque el Papa lo haya redactado en otra lengua). Como es absolutamente imposible decir exactamente lo mismo en dos lenguas, y menos aún en docenas de lenguas (sobre todo si pensamos en la extensión de una encíclica), la manera de que no haya docenas de textos oficiales (con inevitables diferencias de fuerza significativa entre sí) es que haya un solo texto oficial: el escrito en latín. Y de él han de salir todas las traducciones, para que no se vayan produciendo traducciones de traducciones. No tenemos más que ver los disparates que nos ofrecen los traductores electrónicos, que pasan casi todos por una traducción previa al inglés.
¿Puede citar algún documento pontificio que fundamente el uso del latín en la Iglesia?
Hay un buen número de ellos, pero voy a citar dos a modo de ejemplo:
Papa Pío XI, Carta apostólica Officium ómnium (1922): Para la Iglesia, precisamente porque acoge a todas las naciones y está destinada a permanecer hasta el fin de los tiempos… por su propia naturaleza necesita una lengua que sea universal, inmutable, y no vernácula.
Papa Pío XII, Encíclica Mediator Dei (1947): El empleo de la lengua latina vigente en una gran parte de la Iglesia, es un claro y noble signo de unidad y un eficaz antídoto contra la corrupción de la pura doctrina.
Tanto a partir de esos documentos como sobre todo a partir de las extraordinarias instituciones que ha creado la Iglesia para cultivar el latín, son evidentes dos cosas: primero, el sumo interés que pone la Iglesia en el cultivo de la que es su lengua oficial y, sobre todo, su principal lengua ritual. Segundo, que no hay en el mundo institución que cultive el latín como lo hace la Iglesia.
Es sencillamente un espectáculo de inteligencia leerse las encíclicas en latín. Lo digo porque siendo efectivamente una “lengua muerta” en el sentido de que no hay hablantes que la elaboren, es capaz de decir las cosas más novedosas (cosas que no existían cuando se creó el latín) con una precisión, sencillez y elegancia que realmente impresiona. Leer las encíclicas en latín es uno de los más exquisitos placeres lingüísticos de los que se puede disfrutar. Yo disfruto tanto leyendo la Eneida directamente en latín, como leyendo las encíclicas en latín. Y en cuanto a otros “documentos” pontificios que fomenten el uso del latín recuerdo que la Santa Sede encargó a sus latinistas la confección de un DICCIONARIO latino que permitiera decirlo absolutamente todo en latín.
¿Por qué esta lengua ayuda a remarcar el carácter sagrado de la Liturgia?
El latín es ciertamente una lengua muy singular: desde una estructura totalmente primitiva es capaz de poder decirlo todo. Digamos que el latín pone a trabajar a las palabras de una forma muy intensa y al mismo tiempo versátil, que tiene como ninguna la forma de lengua inacabada, siempre capaz de ampliar su capacidad significativa. Es esta característica por la que no ha sido capaz de soportar traducciones a menudo deficientes a otros idiomas, que justo por esa imprecisión han dado lugar a una extraordinaria riqueza interpretativa. Algo que no le ocurre inexorablemente a todo texto sagrado, que por serlo ha quedado inmovilizado mientras ha evolucionado la lengua. Mientras los textos en lengua vernácula siempre están necesitados de interpretación, puesto que no pueden entenderse desde la lengua viva y cambiante.
¿Por qué utilizar en la Liturgia la lengua vernácula de cada país pueden alterar por completo el sentido de lo expresado?
Una vez entendida la razón lingüística de la sacralidad del latín, es fácil comprender que la traslación de la liturgia a las lenguas vernáculas (que curiosamente, significa “las lenguas de los esclavos”) es una desacralización (es decir “profanación”) en toda regla. No lo entiende así todo el mundo, claro está; pero el que no se entienda, no significa por sí mismo que no sea. Y para alteraciones del sentido, ahí tenemos el “pro multis”, que no se ha traducido mal por ignorancia, sino por querer ser más el discípulo que el Maestro; y tenemos también las múltiples traducciones del Padrenuestro, que son un auténtico jeroglífico: sobre todo cuando llegamos al “dimitte nobis débita nostra sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris”. Todos los traductores quieren ser a cuál más sabio. Y todo por rechazar la traducción de toda la vida, que habla de deudas y deudores. Pues en eso estamos, en las traducciones “creativas”.
Javier Navascués.
InfoCatólica.