San Pío X, intercesor del Opus Dei

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El 21 de agosto se celebra la fiesta de San Pío X. San Josemaría le encomendó lo referente a las relaciones de la Obra con la Santa Sede. La historia está relatada en “Los intercesores del Opus Dei” y firmada por Miguel De Salis Amaral. Ofrecemos aquí el epígrafe “La devoción de san Josemaría Escrivá a san Pío X y su nombramiento como intercesor del Opus Dei”.

Acabamos de ver [para leer los epígrafes anteriores clica en el libro “Los intercesores del Opus Dei”, que se anexa abajo] los principales elementos que dibujan los contornos de la fama de santidad de la que gozaba Pío X en la vida de la Iglesia, que nos ofrecen el contexto específico en el que vivió san Josemaría Escrivá y nos proporcionan un primer marco para entender su devoción a san Pío X.

Hay dos hechos de su vida infantil que vale la pena indicar y se sitúan dentro del discurso que hemos hecho.

  • El primero guarda relación con un premio de buena conducta infantil que el pequeño Josemaría Escrivá recibió el 4 de octubre de 1908: el premio provenía de un concurso realizado con ocasión del cincuentenario de la ordenación sacerdotal de Pío X, para premiar a los niños de mejor conducta en la diócesis de Barbastro, en la que residía entonces con sus padres. En la entrega del premio estuvo presente el obispo administrador diocesano Mons. Isidro Badía y Sarradell y, al terminar, fue enviado un telegrama al Santo Padre en nombre de toda la diócesis manifestando el amor filial de todos sus miembros. Esto motivó una respuesta, también con un telegrama, del cardenal secretario de estado Rafael Merry del Val.
  • Otro suceso importante de aquella época fue el decreto de 1910 por el que el papa permitió que se diera la Primera Comunión a los niños de siete años en adelante, motivo por el cual san Josemaría pudo hacer la suya poco tiempo después, el 23 de abril de 1912. Esa fecha quedó grabada para siempre en su memoria y, a lo largo de su vida, se refirió muchas veces a este decreto de Pío X con agradecimiento y veneración.

En nuestra investigación, no hemos encontrado ningún documento jurídico en el que el fundador del Opus Dei haya dejado constancia de haber nombrado a san Pío X como intercesor del Opus Dei. Para poder determinar la fecha de lo ocurrido, consultamos diversas fuentes, como los testimonios recogidos con ocasión del proceso de beatificación y canonización de san Josemaría Escrivá, los diarios de las estancias romanas del fundador del Opus Dei y, en la medida de lo posible, las notas o referencias formuladas por él mismo. De esa consulta emerge que la decisión de nombrar a san Pío X intercesor de la Obra no responde a un hecho aislado. Los datos que hemos recogido muestran que se explica mejor dentro de la devoción de san Josemaría Escrivá a san Pío X, que se amplía y extiende a lo largo del tiempo, hasta el final de su vida. A continuación, expondremos en orden cronológico los elementos que hemos encontrado.

El primer registro que tenemos de una referencia en la que manifiesta su convencimiento de la santidad de Pío X está en la predicación de san Josemaría Escrivá en mayo de 1937, mientras permanecía recluido en la Legación de Honduras, durante la guerra civil española. En aquella ocasión, el fundador del Opus Dei asoció el lema del pontificado instaurare omnia in Christo a la misión de reconducir la creación a Cristo según la luz que había recibido el día 7 de agosto de 1931: et ego si exaltatus fuero a terra omnia traham ad meipsum. Del mismo año 1937, tenemos otra referencia a Pío X; una breve anécdota ocurrida en Lourdes después de la celebración de la Santa Misa en el santuario, o sea, en una de las últimas etapas del paso de los Pirineos. La situamos, por tanto, en los primeros días de diciembre de aquel año. A la salida de la Cripta de la Basílica del Rosario, san Josemaría se encontró delante de una estatua de Pío X muy bella y allí renovó su amor y fidelidad al papa. «¡Con qué honda satisfacción le besé la mano!», escribió.

Pasada la guerra civil española, encontramos el relato de un testigo:

«Un día de aquella primavera o verano de 1940, estaba hablándonos el Padre, en el oratorio de Jenner, de la Sagrada Eucaristía y, de pasada, se refirió a la decisiva influencia que había tenido Pío X en promover la comunión frecuente. Al hacerlo, dijo de una manera tan firme y segura que no dejó en mí lugar a dudas, que Pío X había sido un papa muy santo y que le veríamos pronto en los altares. Esto sucedía bastantes años antes de que se le canonizara». Entre los escritos que se conservan hay una dedicatoria que puso en el libro de Ferruccio de Carli, Pío X y su tiempo, regalado a una hermana de D. Eliodoro Gil el día 6 de enero de 1944.

Podemos concluir que antes de viajar a Roma y de trasladarse definitivamente a vivir en la Ciudad Eterna, el fundador del Opus Dei ya consideraba a Pío X como santo y le tenía una devoción particular, manifestada en su oración y en la difusión de su vida. Entre los aspectos de la vida y obras de este papa más presentes en la mente de san Josemaría, la Eucaristía tiene un lugar destacado, seguida del amor a la Iglesia y del deseo de que el Reino de Cristo sea instaurado en todas las personas. No consta ninguna referencia al modernismo, a la libertad de la Iglesia, a la reforma de la música sacra o a otros asuntos. Si tenemos en cuenta lo dicho antes sobre la devoción a san Pío X en España, se puede concluir que los datos disponibles muestran que la devoción de san Josemaría converge y es coherente, en sus líneas principales, con la que hemos podido comprobar en el país desde las fuentes documentales del proceso de san Pío X.

El siguiente grupo de pruebas documentales se refiere a los primeros años de la vida de san Josemaría Escrivá en Roma, antes de la canonización de Pío X, o sea, entre junio de 1946 y mayo de 1954. Como hemos visto, cuando llegó a la Ciudad Eterna, el piso inferior de la Basílica de San Pedro estaba en profunda remodelación, motivada por el hallazgo de la tumba de san Pedro y de la Necrópolis vaticana, pero el cuerpo de Pío X ya había sido trasladado provisionalmente a un nicho en la pared del lado derecho de la capilla de la Presentación de la misma Basílica, por lo tanto, ya estaba accesible a todos los peregrinos. Con la beatificación, la urna con los restos mortales del papa fue colocada en el altar de Cristo Rey, en la Cripta de los Papas y, el 17 de febrero de 1952, trasladada al altar de la Capilla de la Presentación.

Hay abundante documentación relativa a las frecuentes visitas de san Josemaría Escrivá a la Basílica, y a su costumbre de rezar un Credo delante del altar de la Confesión. En los diarios de los centros de Roma de esos primeros años consta claramente esta devoción de «acudir a rezar un Credo en San Pedro», aunque en términos muy genéricos y variados, por lo que el Símbolo podía ser rezado también en la Plaza —a veces se indica que fue rezado desde el foco de una de las elipses del Colonnato— o dentro de la Basílica. Como en aquella época era posible entrar habitualmente con el coche hasta dentro de la Plaza, consta que alguna vez san Josemaría no llegaba a bajar del automóvil: aprovechaba estar de paso cerca de San Pedro para parar en la misma Plaza y rezar un Credo sin salir del coche. Desde octubre de 1953, esos mismos diarios relatan de vez en cuando que los miembros del Opus Dei que viajaban a Roma eran acompañados por el fundador o por otra persona de la Obra al interior de la Basílica, quedándose algunos minutos dentro para rezar. En fechas posteriores aparece con más claridad el recorrido que san Josemaría Escrivá aconsejaba hacer al entrar en San Pedro: primero, hacer una visita al Santísimo Sacramento; luego, rezar una Salve junto de una de las imágenes de la Virgen; en tercer lugar, rezar un Credo de rodillas delante del altar de la Confesión; y en cuarto lugar, rezar un Padrenuestro junto a la tumba de san Pío X, que estaba en la capilla de la Presentación, para pedir por el papa, por la Iglesia y por alguna intención especial unida a las relaciones de la Obra con la Santa Sede.

Los diarios del centro de Piazza della Città Leonina y, más tarde, del Colegio Romano de la Santa Cruz, relatan que san Josemaría procuraba ir a celebrar la Santa Misa en San Pedro en uno de los días siguientes a sus llegadas a Roma y en uno de los días anteriores a sus salidas de Roma. No disponemos de un registro de los altares en los que pudo celebrar cada una de esas misas, pero consta en el diario que el 31 de agosto de 1946, fecha en la que regresaba a España, san Josemaría fue con el beato Álvaro del Portillo a San Pedro, por la mañana, a rezar. Sabemos por esa fuente que don Álvaro celebró la Santa Misa «en el altar de Pío X» y san Josemaría regresó y celebró la Misa en casa. Sabemos también, de un modo genérico, que san Josemaría celebró en la Basílica de San Pedro en otras fechas y que fue a rezar varias veces junto a la tumba de Pío X antes de su canonización. Por lo que parece, alrededor del día 12 de febrero de 1953, san Josemaría fue varias veces a la Basílica o a la Plaza de San Pedro para rezar. El día 26 de febrero de ese mismo año, el diario recoge que san Josemaría y el beato Álvaro del Portillo fueron al dentista y, de paso, a la Basílica de San Pedro, en donde entraron, ya que el fundador «quería rezar a san Pío X [sic]». El texto del diario parece cometer un error, ya que Pío X era solo beato entonces. Este error vuelve a aparecer en el día siguiente, 27 de febrero:

A mitad de tertulia viene el Padre con nosotros. Nos dice que en 1934 o 1935 —no recuerdo con exactitud— puso bajo el patrocinio del santo cura de Ars las relaciones de la Obra con los obispos. Y hace pocos días, encomendó a san Pío X [sic] las relaciones con la Santa Sede. Nos habló a propósito de esto de alguna devoción particular a los santos, que tienen los hombres piadosos, que es una característica que el Padre quiere para todos sus hijos en la Obra».

Varias semanas después, encontramos otro texto elocuente en el mismo diario: «Por la mañana sale el Padre, con don Álvaro y don José María. Van primero a San Pedro, para despedirse don José María. Entran en la Basílica y rezan una oración a san Pío X, nuestro patrón —por devoción del Padre— en las relaciones con la Santa Sede»184. La cursiva es un añadido posterior a la redacción del diario, con otro tipo de letra y otra pluma.

Del análisis de los textos presentados podemos deducir que la fecha en la que san Pío X pasó a ser intercesor del Opus Dei en las relaciones con la Santa Sede es febrero de 1953: es probable que se trate de la segunda mitad del mes, y es seguro que esa decisión es anterior al día 27. La decisión está precedida de ratos de oración del fundador del Opus Dei ante la tumba del entonces beato Pío X, rogando por asuntos vinculados a la relación de la Obra con la Santa Sede. Aunque solo haya constancia de un relato explícito de esa oración ante la tumba de san Pío X y de un testimonio genérico de Lourdes Toranzo, que sabe que el fundador del Opus Dei antes de la canonización iba con frecuencia a rezar allí, como la devoción que le tenía es muy anterior y sólida, tenemos la certeza moral de que habrá ido muchas veces a rezar ante sus restos antes del 27 de febrero de 1953. Ese nombramiento como «patrono» —solo más tarde se le aplicaría el término «intercesor»— tenía como objeto las relaciones de la Obra con la Santa Sede.

En la documentación consultada no hay elementos que muestren con claridad el motivo que llevó a acudir a este intercesor en aquel preciso momento de la historia del Opus Dei. Sí constan, por otras fuentes, algunas dificultades importantes en aquellos años que podrían haber comprometido las relaciones entre el Opus Dei y la Santa Sede, causadas por calumnias infundadas. Un primer grupo de acusaciones de este tipo llevó a san Josemaría a consagrar el Opus Dei a la Sagrada Familia de Nazareth el 14 de mayo de 1951 (o sea, un poco antes de la beatificación de Pío X). Un segundo tipo de calumnias lo condujo a consagrar la Obra al Inmaculado Corazón de María el 15 de agosto de 1951 (pasada ya la beatificación de ese papa). Sobre los obstáculos que llevaron a esta última consagración, hay documentación ya publicada que muestra el sufrimiento de san Josemaría y los trámites realizados de esa fecha en adelante, hasta la entrevista del cardenal Federico Tedeschini con Pío XII del 18 de marzo de 1952, momento en el que la cuestión quedó resuelta. En octubre de ese mismo año, en la fiesta de Cristo Rey, el fundador del Opus Dei volvió a consagrar la Obra y sus apostolados, esta vez al Sagrado Corazón de Jesús. Sabemos, por último, que al final de ese año, san Josemaría había pedido a todos los miembros del Opus Dei que se prepararan bien para las bodas de plata de la Obra, que se celebrarían el 2 de octubre de 1953.

Finalmente, consta también sin duda que en aquel momento —febrero de 1953— Pío X era solo beato y la aprobación de los milagros para la canonización, como ya hemos visto, es del 17 de enero de 1954, casi un año después. El diario del Colegio Romano lo llama «santo» varias veces, por lo que parece imposible que sea un error. Probablemente el diario refleja un tono oral de conversación con el que se hace referencia a un santo, sin la intención de precisar su situación específica (beato o santo).

El siguiente evento que nos interesa es la canonización de Pío X, registrada oportunamente en el diario, porque en ese día, que era sábado, el horario de la casa cambió para facilitar la asistencia al acto. L’Osservatore Romano y el diario del Colegio Romano refieren la gran afluencia de personas, que llenó la Plaza de San Pedro. L’Osservatore Romano dice que Pío XII celebró la canonización en la Plaza, a causa del gran número de peregrinos, y ofrece también el texto íntegro de su homilía. El diario del Colegio Romano narra las peripecias de varios miembros de la Obra para estar lo más cerca posible del papa durante la ceremonia, relata que vinieron de España varias personas conocidas para la celebración y detalla que san Josemaría pudo ver la canonización en Villa Tevere por la televisión. El día anterior a la canonización, el fundador dijo a los que vivían con él que Pío X era intercesor de la Obra en lo referente a las relaciones con la Santa Sede.

En cuanto a la devoción de san Josemaría Escrivá a este papa, las fuentes que hemos consultado muestran que es cada vez más explícito el recorrido que aconsejaba que hicieran los peregrinos en la Basílica de San Pedro.

Hemos encontrado también alguna referencia a los elogios que el fundador del Opus Dei hacía a este papa cuando hablaba de él a los miembros de la Obra a fines de los años 50 y, por último, hemos encontrado un testimonio explícito de una visita de san Josemaría Escrivá a la tumba de san Pío X en 1962, para pedir por alguna intención. Esta misma oración a san Pío X la pidió a los miembros de la Obra en distintas ocasiones antes del inicio del Concilio Vaticano II, y se recogen en las fuentes que hemos podido consultar.190 Es también de ese tiempo el interés del fundador del Opus Dei en disponer de alguna reliquia de este papa para guardarla en un relicario en el Oratorio de la Santísima Trinidad, en Villa Tevere; consta que en el verano de 1958 ya tenía una.

Además, hay tres referencias de tipo arquitectónico o artístico, todas de la segunda mitad de los años 50, en las que se manifiesta la presencia de san Pío X entre los intercesores del Opus Dei. La primera es el sagrario del oratorio de Pentecostés, situado en la sede central del Opus Dei en Roma, que contiene cuatro pequeñas estatuas de los intercesores. Sabemos que el fundador del Opus Dei dedicó el altar de ese oratorio el lunes, 11 de marzo de 1957, por la noche. Sobre este sagrario hay una referencia en el diario de las obras de Villa Tevere que cuenta que se ha encargado un «coprifilo» para los peldaños del Tabernáculo de ese oratorio el día 12 de enero de aquel año. Se trata de una especie de medallón que cubre las uniones de los aros que ornamentan los tres peldaños de la base circular del sagrario. La principal biografía de san Josemaría recoge que el sagrario del oratorio de Pentecostés llegó a Roma el día 29 de septiembre de 1956, y sabemos que había sido encargado a «Talleres de Arte Granda» dos años antes.

La segunda es el conjunto de cinco relicarios que actualmente está en el oratorio de la Santísima Trinidad, que también se encuentra en los edificios que componen la sede central del Opus Dei en Roma. En el diario de las obras de Villa Tevere del año 1957 aparece por primera vez una alusión a los relicarios por parte de san Josemaría Escrivá: «el Padre le ha dicho a Jesús A. G. [Jesús Álvarez Gazapo] que en el altar del oratorio del Padre [oratorio de la Santísima Trinidad, utilizado por el prelado] haremos unas pruebas para poner unas arquetas, entre los candelabros, que contendrán reliquias de los patronos [sic]: el cura de Ars, santo Tomás Moro, Pío X, etc. Se podrían hacer en plata dorada o en ottone [latón] dorado». La fecha de esta anotación es el 22 de enero de aquel año. La tercera es el retablo del oratorio del Aula, situado también en la sede de la curia prelaticia del Opus Dei en Roma, que tiene sendos relieves de los cuatro intercesores existentes entonces. La fecha de dedicación de ese oratorio es 1959.

Podemos concluir que la devoción de san Josemaría Escrivá a san Pío X era ya muy grande antes de su canonización, le rezaba, visitaba su tumba con frecuencia, difundía su devoción, y había incluso confiado las relaciones de la Obra con la Santa Sede a su intercesión cuando era todavía beato, en la segunda mitad de febrero de 1953. Su canonización fue vivida por el fundador del Opus Dei y por sus miembros con gran alegría. San Josemaría Escrivá recuerda a este papa principalmente por la Eucaristía, pero también por sus virtudes y otras acciones. Su intercesión está muy unida a las relaciones de la Obra con la Santa Sede en el período de 1946-1965, o sea, los años en que se obtuvieron varias aprobaciones pontificias y se hicieron diversos intentos para lograr una solución jurídica más adecuada. Como es sabido, esta quedó aplazada para después del Concilio Vaticano II.

 

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San Nicolás de Bari; San Juan María Vianney, santo cura de Ars; San Pío X; Santo Tomás Moro y Santa Catalina de Siena son los cinco santos intercesores de la Obra. En este libro se relata cómo fueron elegidos y las cuestiones encomendadas a cada uno.

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En la presentación del artículo de Studia et Documenta que ahora ofrecemos traducido, actualizado y en forma de libro electrónico, Federico M. Requena, del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer (ISJE) se preguntaba: “¿De qué modo se llegó a la aparición de la figura del «intercesor» en el Opus Dei? ¿Cómo y cuándo se eligió a cada uno de esos santos, que en su conjunto forman un grupo ciertamente heterogéneo? ¿Por qué el fundador nombró intercesores del Opus Dei a un papa italiano, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX; a un sacerdote secular francés del s. XIX; a un político inglés, padre de familia y conocida figura pública en la Inglaterra del s. XVI; a un obispo del Asia Menor que vivió entre los siglos III y IV; y, finalmente, a una mujer, terciaria dominica italiana, del s. XIV?”. Y él mismo se respondía: “Los cinco artículos del monográfico que ahora se introduce responden con detalle a estas preguntas”.

Enrique Muñiz, encargado de la edición, explica que “además de las necesarias traducciones, pues en la versión original el artículo sobre el cura de Ars estaba en francés, el de san Pío X en portugués, el de santo Tomás Moro en inglés y el de santa Catalina en italiano, los cambios con respecto al artículo de Studia et Documenta son los mínimos imprescindibles: una revista científica tiene muchas notas y un nivel de erudición que no siempre resulta atractivo para el público general, pero en este caso los artículos son breves, y están escritos desde puntos de vista variados, con una mezcla muy sugerente de información sobre el intercesor y las circunstancias en las que san Josemaría le tuvo devoción y decidió su nombramiento. Por otra parte, al ofrecer todas las notas al final y no al pie de cada página, se respeta el riguroso planteamiento original a la vez que se facilita una lectura más ágil”.

Es notable la diversidad de especialidades y de nacionalidades de los autores que han colaborado. Tres son profesores en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma: Johannes Grohe, profesor de Historia de la Iglesia en la Edad Media y especialista en Historia de los Concilios -dirige la revista Annuarium Historiae Conciliorum-, se ha ocupado de la figura de Catalina de Siena. Laurent Touze, profesor de Historia de la Espiritualidad y director del Departamento de Teología Espiritual de la Facultad de Teología, ha escrito sobre su compatriota Juan Bautista María Vianney; Miguel de Salis, profesor de Eclesiología de la misma Facultad y consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, aborda la figura de Pío X. Fuera de ese ámbito académico romano hay que situar a Andrew Hegarty, investigador en la Universidad de Oxford y director del Thomas More Institute (Londres), que escribe sobre el santo y político inglés; y, finalmente, a José Miguel Pero-Sanz, durante cuatro décadas director de la revista Palabra y autor de un libro sobre san Nicolás de Bari, que aborda la figura del obispo de Myra.

 

Portada del libro “Los intercesores del Opus Dei”Portada del libro “Los intercesores del Opus Dei”

 

En otro momento de la citada presentación, Federico M. Requena recoge algunos ejemplos sobre los santos intercesores: “es posible encontrar citados por el cardenal Roncalli, por Juan Pablo II y recogidos en el Catecismo de la Iglesia Católica, los episodios de la vida del cura de Ars que más impresionaron a san Josemaría. Otro ejemplo: en 1967, Pablo VI anunció su intención de nombrar a Catalina de Siena doctora de la Iglesia, lo que se hizo efectivo en 1970. Juan Pablo II la nombró patrona de Europa en 1990 y, diez años más tarde, nombró a Tomás Moro patrono de los gobernantes y políticos”.

Y termina: “Las páginas que siguen ponen de relieve que historias como la puesta en marcha de la Academia DYA, primera manifestación externa e institucional del apostolado del Opus Dei; la construcción de la sede central en Roma; los inicios y la consolidación de la Universidad de Navarra; el intento de hacer comprender la libertad personal de los miembros que actuaban en política durante el régimen de Franco; las relaciones con numerosos obispos de diversos países; la solución jurídico-institucional adecuada a la realidad del Opus Dei; el intento de conjugar claridad y caridad para mantener la fidelidad a la doctrina, al tiempo que se aprovechaban los vientos renovadores del Concilio Vaticano II, etc., todas estas historias, repito, estuvieron ligadas también al relato sobre los intercesores que ahora se aborda.

Con mucho más detalle se pueden seguir cada uno de estos temas en los artículos que siguen. No me queda más, por tanto, que invitar a su lectura”.

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